Dar marcha atrás.
Así, como un cangrejo sentimental
para tararearnos todo lo que fuimos
y dejamos a medias.
Como la última copa
que nadie se bebe entera.
Irrumpir en el pasado
e ir haciendo paradas
en cada uno de los bares
que saben de tu olvido
y que vieron morir
todas nuestras etapas.
Escenarios fieles de todo
lo que te amé y te odié
cuando aún estabas aquí
para poder hacerlo.
Y en el octavo whisky
que esta vez si me beberé,
volver a quererte aposta, consciente
a sabiendas de que no me llevas
a ninguna parte;
y que probablemente
es la cosa más inútil
que haya hecho jamás.
Después me iré a casa
esa vez sin ti, y sin reconciliación.
Sólo yo, y este atisbo de pasado
que hoy ha tenido huevos
de dejarse caer.
lunes, 31 de marzo de 2014
domingo, 23 de marzo de 2014
Eterno crimen.
He vuelto tantas veces
a la escena del crimen
que me he hecho íntima del cadáver.
Merodeo por allí a menudo.
Con el vestido azul
del polvo de los sábados.
Y las medias a juego con el corazón.
Rotas.
Sucias.
Te pienso,
con la misma intensidad que se pone
en pedir un deseo.
Y te recuerdo hecho poema.
Te pareces al último que te escribí.
Estás tan guapo
que hasta el cadáver
ha abierto los ojos de par en par.
Me acerco a ti. Sin hacer ruido.
No quiero despertar nuestros miedos.
Y te miro.
Te miro con los ojos llenos de anhelo
como quien espera el verano
en pleno Febrero.
Te suplico, en silencio
un poco de oxígeno
que me siento pez en mitad
del mar muerto.
Pero no te encuentro.
Y dime como cojones
se le hecha un polvo al viento.
Mírame, mírame.
Con lo poco que habrías tardado antes
en invitarme a tu cielo
atajando por tu bragueta.
Que pena que hayas huido tanto
que ya no pueda encerrarte
ni en mis poemas.
Con lo infinitamente sexy
que estabas hecho letras.
Así, sin ropa y con futuro.
Me habría ido al norte contigo.
Donde no se saludan con dos besos,
y la siesta es sólo una costumbre
de vagos o andaluces.
Te habría acompañado
a una ciudad sin mar;
sin más sal que la del tequila
que tomemos antes de follarnos el alma.
Y te lo juro,
que habría cambiado
todas mis sudaderas
por una de tus camisetas rotas.
Habría vivido dentro de tus ideales
protagonizando tu preferido.
Pero me he quedado fuera de tu rutina
y tu calendario ya no te habla de mi
ni siquiera cuando hace frío.
No quiero ser tu verano.
Podría conformarme
con un par de días de Enero.
A doscientos besos la hora.
A miles de litros de saliva el minuto.
Vamos a negociarlo.
Mientras te susurro todas las mentiras
que he dicho sobre tu nombre.
Mientras te confieso las pocas copas
que me hacían falta
para pensar en tu boca
mientras besaba cualquier otra.
Las pocas copas que me hacían falta
para jurarte amor eterno.
A ti.
Que no sabías quedarte a dormir.
A ti.
Que eras incapaz de prometerme
dos veces el mismo futuro.
Ojalá pudiese pedirte que vinieras.
Hacerte entender que me caigo
en el vacío de mis propios sueños
desde que me he prohibido soñarte.
Y mi orgullo
que siempre ha sido más alto
que la Torre Eiffel,
lleva meses pensando
como va a hacerte volver.
Al menos a mis escritos.
Porque si no puedo hablar de ti,
tampoco podré hacerlo de mi.
Y eso si que es un puto desastre.
a la escena del crimen
que me he hecho íntima del cadáver.
Merodeo por allí a menudo.
Con el vestido azul
del polvo de los sábados.
Y las medias a juego con el corazón.
Rotas.
Sucias.
Te pienso,
con la misma intensidad que se pone
en pedir un deseo.
Y te recuerdo hecho poema.
Te pareces al último que te escribí.
Estás tan guapo
que hasta el cadáver
ha abierto los ojos de par en par.
Me acerco a ti. Sin hacer ruido.
No quiero despertar nuestros miedos.
Y te miro.
Te miro con los ojos llenos de anhelo
como quien espera el verano
en pleno Febrero.
Te suplico, en silencio
un poco de oxígeno
que me siento pez en mitad
del mar muerto.
Pero no te encuentro.
Y dime como cojones
se le hecha un polvo al viento.
Mírame, mírame.
Con lo poco que habrías tardado antes
en invitarme a tu cielo
atajando por tu bragueta.
Que pena que hayas huido tanto
que ya no pueda encerrarte
ni en mis poemas.
Con lo infinitamente sexy
que estabas hecho letras.
Así, sin ropa y con futuro.
Me habría ido al norte contigo.
Donde no se saludan con dos besos,
y la siesta es sólo una costumbre
de vagos o andaluces.
Te habría acompañado
a una ciudad sin mar;
sin más sal que la del tequila
que tomemos antes de follarnos el alma.
Y te lo juro,
que habría cambiado
todas mis sudaderas
por una de tus camisetas rotas.
Habría vivido dentro de tus ideales
protagonizando tu preferido.
Pero me he quedado fuera de tu rutina
y tu calendario ya no te habla de mi
ni siquiera cuando hace frío.
No quiero ser tu verano.
Podría conformarme
con un par de días de Enero.
A doscientos besos la hora.
A miles de litros de saliva el minuto.
Vamos a negociarlo.
Mientras te susurro todas las mentiras
que he dicho sobre tu nombre.
Mientras te confieso las pocas copas
que me hacían falta
para pensar en tu boca
mientras besaba cualquier otra.
Las pocas copas que me hacían falta
para jurarte amor eterno.
A ti.
Que no sabías quedarte a dormir.
A ti.
Que eras incapaz de prometerme
dos veces el mismo futuro.
Ojalá pudiese pedirte que vinieras.
Hacerte entender que me caigo
en el vacío de mis propios sueños
desde que me he prohibido soñarte.
Y mi orgullo
que siempre ha sido más alto
que la Torre Eiffel,
lleva meses pensando
como va a hacerte volver.
Al menos a mis escritos.
Porque si no puedo hablar de ti,
tampoco podré hacerlo de mi.
Y eso si que es un puto desastre.
viernes, 21 de marzo de 2014
Nos he liberado.
He buscado durante todas tus huidas
que te arrepientas.
Cada vez que te ibas
esperaba ansiosa que el tiempo
me diese unas buenas cartas
que poner boca arriba
cuando bajases la guardia.
Una baraja
que sólo hablase de añoranzas.
Ases que llevasen mi nombre.
Escaleras por las que no hicieses
más que tropezar.
He ansiado que en tu empeño
de morder otros labios
hallases ausencia.
Que en tu juego de lamer otros lunares
buscases mi ruta
creyendo que todas las curvas
dibujaban mi mapa,
y acabases perdido
tratando de buscarme;
buscándome mientras andabas perdido.
Y no estar.
No estar nunca donde siempre,
como la puta que cambia de esquina
después de llevar años desgastando
sus tacones en la misma.
No estar porque en eso se resume
toda venganza;
en esperar el sonido del teléfono
sin descolgar;
en dejar migas de pan que al final,
sólo te ponen de cara al precipicio
sin más camino ni destino
que tú mismo y un puñado de soledad.
Pero no, ya no.
Ya no busco tu desgracia en boca ajena
ni espero que tropieces con unas manos
pintadas del azul eléctrico
que llevaban las mías
cuando me descubriste.
Ya no soy toda veneno,
puedo morderme tranquila la lengua
sin temer mi muerte.
Y puede que aún
me quede algo de víbora
pero no más que lo que tú me enseñaste
para sobrevivir(te)
así que no me vengas
con los cuentos del Karma.
Además, ya no creo en todo eso
ahora creo en ti,
en todo el empeño que pusiste
en hacer que odiase
el capuchino para dos.
Creo en la infidelidad de tus promesas,
y en lo buena que debe de estar
la mentira
para que cada noche
pasases a lamerle las heridas.
Ahora ya sólo creo
en un puñado de ruinas
que llevan tu nombre y me recuerdan
(sobre todo cuando hace frío)
que nunca me fallaste,
que no me engañaste,
que sólo se trataba de ti.
Que te destrozaste a ti mismo
y yo sólo estaba en medio.
Que pretendías arder
y yo siempre te estorbé.
Que me empeñé en reconstruir
lo insalvable y empecé a molestarte,
como cuando el espejo
el muy cabrón
disfruta recordándonos
que nos hacemos viejos
y nuestros ojos ya no son tan bonitos
cuando lloran.
Pues así, tu espejo particular
y como no odiarme.
Que te quería querer
cuando tu pretendías odiarte.
Yo sólo fui el daño colateral;
y ahora que todo lo entiendo
he dejado de vengarme.
Ahora ya no me importa
si buscan merodearte
calculando los minutos
que tardarías en bajarte la bragueta
si se suben un poco la falda
y se bajan un poco el escote,
sin saber, como se yo
que tú siempre has sido más bien
de sonrisas y ojos grandes.
Ya no me duele pensar que tus manos
vayan a leer otros muslos,
o que tu ego guarde los espejismos
de todas las bragas que quitaste.
Y no me importa porque todo esto
nunca fue por mi;
no me importa porque mientras tú
sigas siendo tú
(y eso es muy difícil de cambiar)
nadie podrá besarte con más ganas
de las que puse yo;
porque mientras tú sigas siendo tú
podrán follarte
pero después de no se cuantos polvos
y todavía más copas,
el problema seguirá siendo tuyo
y tu cama demasiado grande
para compartirla con nadie que no sea yo.
La ecuación seguirá mirándote
desde la esquina norte de la cama
(la sur la tienes vetada por recordarte
siempre a mi) y sabrás,
como lo se yo ahora
que cuando más lejos estuviste
de que todo en ti fuese un problema,
yo merodeaba por allí
mintiéndote y mintiéndome
de un final tan evidente como nuestro.
Así que no te preocupes,
que he dejado el mal de ojo
y ya no tengo antojo
de que vengas a por mi;
que hace unos amaneceres
que nos he liberado
y quería que lo supieses
por si tu conciencia
te sigue torturando
hablándote de mi.
que te arrepientas.
Cada vez que te ibas
esperaba ansiosa que el tiempo
me diese unas buenas cartas
que poner boca arriba
cuando bajases la guardia.
Una baraja
que sólo hablase de añoranzas.
Ases que llevasen mi nombre.
Escaleras por las que no hicieses
más que tropezar.
He ansiado que en tu empeño
de morder otros labios
hallases ausencia.
Que en tu juego de lamer otros lunares
buscases mi ruta
creyendo que todas las curvas
dibujaban mi mapa,
y acabases perdido
tratando de buscarme;
buscándome mientras andabas perdido.
Y no estar.
No estar nunca donde siempre,
como la puta que cambia de esquina
después de llevar años desgastando
sus tacones en la misma.
No estar porque en eso se resume
toda venganza;
en esperar el sonido del teléfono
sin descolgar;
en dejar migas de pan que al final,
sólo te ponen de cara al precipicio
sin más camino ni destino
que tú mismo y un puñado de soledad.
Pero no, ya no.
Ya no busco tu desgracia en boca ajena
ni espero que tropieces con unas manos
pintadas del azul eléctrico
que llevaban las mías
cuando me descubriste.
Ya no soy toda veneno,
puedo morderme tranquila la lengua
sin temer mi muerte.
Y puede que aún
me quede algo de víbora
pero no más que lo que tú me enseñaste
para sobrevivir(te)
así que no me vengas
con los cuentos del Karma.
Además, ya no creo en todo eso
ahora creo en ti,
en todo el empeño que pusiste
en hacer que odiase
el capuchino para dos.
Creo en la infidelidad de tus promesas,
y en lo buena que debe de estar
la mentira
para que cada noche
pasases a lamerle las heridas.
Ahora ya sólo creo
en un puñado de ruinas
que llevan tu nombre y me recuerdan
(sobre todo cuando hace frío)
que nunca me fallaste,
que no me engañaste,
que sólo se trataba de ti.
Que te destrozaste a ti mismo
y yo sólo estaba en medio.
Que pretendías arder
y yo siempre te estorbé.
Que me empeñé en reconstruir
lo insalvable y empecé a molestarte,
como cuando el espejo
el muy cabrón
disfruta recordándonos
que nos hacemos viejos
y nuestros ojos ya no son tan bonitos
cuando lloran.
Pues así, tu espejo particular
y como no odiarme.
Que te quería querer
cuando tu pretendías odiarte.
Yo sólo fui el daño colateral;
y ahora que todo lo entiendo
he dejado de vengarme.
Ahora ya no me importa
si buscan merodearte
calculando los minutos
que tardarías en bajarte la bragueta
si se suben un poco la falda
y se bajan un poco el escote,
sin saber, como se yo
que tú siempre has sido más bien
de sonrisas y ojos grandes.
Ya no me duele pensar que tus manos
vayan a leer otros muslos,
o que tu ego guarde los espejismos
de todas las bragas que quitaste.
Y no me importa porque todo esto
nunca fue por mi;
no me importa porque mientras tú
sigas siendo tú
(y eso es muy difícil de cambiar)
nadie podrá besarte con más ganas
de las que puse yo;
porque mientras tú sigas siendo tú
podrán follarte
pero después de no se cuantos polvos
y todavía más copas,
el problema seguirá siendo tuyo
y tu cama demasiado grande
para compartirla con nadie que no sea yo.
La ecuación seguirá mirándote
desde la esquina norte de la cama
(la sur la tienes vetada por recordarte
siempre a mi) y sabrás,
como lo se yo ahora
que cuando más lejos estuviste
de que todo en ti fuese un problema,
yo merodeaba por allí
mintiéndote y mintiéndome
de un final tan evidente como nuestro.
Así que no te preocupes,
que he dejado el mal de ojo
y ya no tengo antojo
de que vengas a por mi;
que hace unos amaneceres
que nos he liberado
y quería que lo supieses
por si tu conciencia
te sigue torturando
hablándote de mi.
jueves, 20 de marzo de 2014
Chica conoce chico.
De verdad que no quiero oírtelo decir.
Ya se lo bonito que suena un te quiero
hasta cuando no es sincero.
Ya se como le sientan esas sílabas
de mierda
a tus labios de paraíso
entre nuestros planes de vertedero.
Y no sigas,
porque al final voy a enamorarme
de todo lo que no eres.
Después tendré que curarme,
y han sido tantos los desastres
que necesito una tregua.
Pero no me hiciste caso.
Seguiste murmurando mi nombre
entre gemidos
como un Bécquer de este siglo.
Cuando quise frenar la marea
el agua me llegaba a las orejas
y debajo mil sirenas
me arrastraban al naufragio.
Pero tú seguías sin verlo nada grave;
un poco de vino
y alguna verdad mal contada
disuade cualquier duda.
"Pero no te preocupes" decías
"que toda esta melodía
dura sólo un par de días".
Un par de días a dieciséis polvos
en ascensor
a veinticinco películas de terror
y a algún poema en francés
de los que nos hacían enredar los pies.
Como todo lo catastrófico
se alargó un poco más de lo debido
y terminamos protagonizando
hipotecas sentimentales
y polvos con demasiado amor.
Se nos olvidó el follar.
Atada de pies y manos
pero sin sexo duro de por medio, tropecé.
Pero que bonito eras desde el suelo.
Supongo que no hay nada peor
que ser consciente
de que no te queda combustible
y aún así, poner en marcha el motor
y despegar.
Sin frenos, sin reservas. Sin ti.
Como respirar con un par de manos
que te aprietan el cuello.
Y se de lo que hablo.
Que cuando se trata de ti
nunca hablo por hablar.
Había unos cuantos textos que advertían
del peligro de salir con una chica que lee
pero nada decían sobre los chicos
que interpretan lunares
y saben recitar de memoria poesías
sobre la fugacidad del tiempo;
nada decían de los chicos
con tatuajes ocultos
y azoteas desde donde divisar
el cielo de Madrid.
Nada decían de los chicos que te follan
con canciones y te hieren con huidas.
Y sin cartel de:
"Prohibido pisar el césped"
todo el mundo pasea sus zapatos por allí.
Y tú no llevabas cartel
ni advertencia
ni libro de instrucciones.
Así que en un par de copas de nada
y unos cuantos besos de vino,
los días pasaron a ser años
y los años acumularon daños.
Hasta que las heridas
asomaban a dar los buenos días
y cuando llegaba la noche
las muy cabronas seguían ahí;
y eso no hay botiquín que lo cure.
Así que, si eres tan amable
déjame que descubra como salir
de todos tus refranes
que me he cansado
de ser tan predecible;
que ahora
sólo quiero tirar monedas a un vertedero
y pedir que no se cumplan
ninguno de mis deseos.
Empezando por ti.
Ya se lo bonito que suena un te quiero
hasta cuando no es sincero.
Ya se como le sientan esas sílabas
de mierda
a tus labios de paraíso
entre nuestros planes de vertedero.
Y no sigas,
porque al final voy a enamorarme
de todo lo que no eres.
Después tendré que curarme,
y han sido tantos los desastres
que necesito una tregua.
Pero no me hiciste caso.
Seguiste murmurando mi nombre
entre gemidos
como un Bécquer de este siglo.
Cuando quise frenar la marea
el agua me llegaba a las orejas
y debajo mil sirenas
me arrastraban al naufragio.
Pero tú seguías sin verlo nada grave;
un poco de vino
y alguna verdad mal contada
disuade cualquier duda.
"Pero no te preocupes" decías
"que toda esta melodía
dura sólo un par de días".
Un par de días a dieciséis polvos
en ascensor
a veinticinco películas de terror
y a algún poema en francés
de los que nos hacían enredar los pies.
Como todo lo catastrófico
se alargó un poco más de lo debido
y terminamos protagonizando
hipotecas sentimentales
y polvos con demasiado amor.
Se nos olvidó el follar.
Atada de pies y manos
pero sin sexo duro de por medio, tropecé.
Pero que bonito eras desde el suelo.
Supongo que no hay nada peor
que ser consciente
de que no te queda combustible
y aún así, poner en marcha el motor
y despegar.
Sin frenos, sin reservas. Sin ti.
Como respirar con un par de manos
que te aprietan el cuello.
Y se de lo que hablo.
Que cuando se trata de ti
nunca hablo por hablar.
Había unos cuantos textos que advertían
del peligro de salir con una chica que lee
pero nada decían sobre los chicos
que interpretan lunares
y saben recitar de memoria poesías
sobre la fugacidad del tiempo;
nada decían de los chicos
con tatuajes ocultos
y azoteas desde donde divisar
el cielo de Madrid.
Nada decían de los chicos que te follan
con canciones y te hieren con huidas.
Y sin cartel de:
"Prohibido pisar el césped"
todo el mundo pasea sus zapatos por allí.
Y tú no llevabas cartel
ni advertencia
ni libro de instrucciones.
Así que en un par de copas de nada
y unos cuantos besos de vino,
los días pasaron a ser años
y los años acumularon daños.
Hasta que las heridas
asomaban a dar los buenos días
y cuando llegaba la noche
las muy cabronas seguían ahí;
y eso no hay botiquín que lo cure.
Así que, si eres tan amable
déjame que descubra como salir
de todos tus refranes
que me he cansado
de ser tan predecible;
que ahora
sólo quiero tirar monedas a un vertedero
y pedir que no se cumplan
ninguno de mis deseos.
Empezando por ti.
miércoles, 19 de marzo de 2014
Terapia de choque.
Es sólo que un día ya no podía más.
Como cuando el doctor te dice
que hay que dejar de fumar.
Porque si.
Porque todo lo que te consume
hay que dejarlo, antes o después.
Como una especie de cobardía
disfrazada de salud.
"Si quieres seguir vivo,
ve pensando en dejarlo"
Y obedeces
hasta que todo estalla en mil pedazos.
Los primeros días son horribles.
Bebes más que respiras.
Y lloras todo lo que bebes.
Una mierda, eso es.
Palabras de consuelo
e historias de amor
que al final acabaron bien;
pero eso no va a pasarte a ti
y tú lo sabes.
Porque cada uno
conocemos nuestro infierno
y cuanto ha ardido en él.
Todo se convierte en un bucle
de odio infinito.
Empiezas odiándote a ti
y acabas en el mismo punto.
"Quiero oír que no voy a recuperarme,
quiero que alguien me diga
que de esta no voy a salir viva"
A ver si así me dan los cojones
y por tal de llevar la contraria
acabo con todo esto.
Pero dejad la compasión
porque me dan ganas de follármela
pero mal.
Como esos polvos
con demasiado alcohol
en los que lo único que se levanta
eres tú para irte a casa.
Y las semanas de después
bah,
un cuento Disney
pero sin princesa y sin dragón;
como jugar al "me quiere, no me quiere"
con una margarita sin pétalos.
Una desidia, vaya.
Te encuentras teniendo que devolver
todos los préstamos que has pedido
para poder seguir.
Le debes cuatro meses a tu límite,
seis a tus fuerzas,
ocho a tu dignidad,
doce a tus principios...
Demasiada deuda para tan poco capital.
Pero las deudas son las deudas
imperdonables incluso para ti misma.
Así van pasando los meses,
y aquí es donde llega mi máxima preferida:
"un clavo saca a otro clavo".
Te pones a buscar clavos por ahí:
unos oxidados, otros torcidos
y algunos con la misma misión que tú,
olvidar.
Los últimos son los peores
porque cuando dos clavos
se encuentran para olvidar
no hay cojones de sujetar el cuadro.
Pero lo intentas y vuelves a decir
"te quiero"
acojonada con la idea de vivir
sin escucharlo.
Lo repites.
Como antes recitabas
poesías de Neruda;
así, de memoria y sin mucho sentido.
Te quiero.
Te quiero.
Te quiero y eres un imbécil
por creer que lo hago de verdad.
Y folláis,
pero con velas y sin pasado.
Fingiendo orgasmos
tan vacíos de placer
como llenos de olvido.
Y que triste.
Y que bonito todo este empeño
por dejarte atrás.
Después juegas a explicarle
que no es lo que buscas.
Como si en algún momento
hubieses buscado algo.
Que no,
que esto no se trata de buscar,
ni de encontrar,
ni siquiera de encajar.
Todo esto es olvidar;
y caes en la cuenta
de que incluso ahora que no está,
vas en el mismo tren de siempre,
dirección sus manos
camino de su bragueta
cabeza al precipicio.
En unas vías
rodeada de cadáveres sentimentales
que en cualquier momento
harán descarrilar a tu cordura
que titubea sin saber
donde parar a poner el huevo.
Y acabas donde cada miércoles
que parece viernes:
"otro whisky, por favor"
Le miras desde la barra
como si el camarero,
que parece saber ahora más de ti
que tú misma,
trajese el paraíso entre sus manos.
Sacas tu mejor sonrisa
resumida en un buen escote,
y le preguntas,
con el mismo miedo
que cuando aquel jodido monstruo
dormía debajo de tu cama:
"como coño se sale del infierno".
Y se ríe,
porque a saber cuantos escotes
han pasado por allí
buscando la misma salida.
Tras todos estos meses
en los que a duras penas
has conseguido solventar algunas deudas
te das cuenta de lo poco
que queda de ti.
El espejo no engaña
y tus ojos parecen ahora más pequeños
tus manos más arrugadas
y tu piel ha perdido el brillo,
te excusas de eso en la falta de buen sexo.
Y le maldices,
por haberte hecho guapa cuando estaba.
Guapa con él.
Y haberse llevado tus posibilidades
de ligar con el camarero cuando se fue.
Fea sin él.
Y se acabó lo que eras;
no es que hayas dejado de ser
es que ahora eres de otra forma
que aún no sabes describir,
o que te asusta:
quizás más desconfiada,
quizás más fría,
quizás eres el puto iceberg del Titanic.
Pero sin Leonardo DiCaprio.
Una pena.
Y entonces,
un día cualquiera,
exactamente como el mismo
día cualquiera que se fue,
empiezas a escribir
con un único objetivo:
recordarte a ti misma quien eres
O inventarte.
Tú decides.
Como cuando el doctor te dice
que hay que dejar de fumar.
Porque si.
Porque todo lo que te consume
hay que dejarlo, antes o después.
Como una especie de cobardía
disfrazada de salud.
"Si quieres seguir vivo,
ve pensando en dejarlo"
Y obedeces
hasta que todo estalla en mil pedazos.
Los primeros días son horribles.
Bebes más que respiras.
Y lloras todo lo que bebes.
Una mierda, eso es.
Palabras de consuelo
e historias de amor
que al final acabaron bien;
pero eso no va a pasarte a ti
y tú lo sabes.
Porque cada uno
conocemos nuestro infierno
y cuanto ha ardido en él.
Todo se convierte en un bucle
de odio infinito.
Empiezas odiándote a ti
y acabas en el mismo punto.
"Quiero oír que no voy a recuperarme,
quiero que alguien me diga
que de esta no voy a salir viva"
A ver si así me dan los cojones
y por tal de llevar la contraria
acabo con todo esto.
Pero dejad la compasión
porque me dan ganas de follármela
pero mal.
Como esos polvos
con demasiado alcohol
en los que lo único que se levanta
eres tú para irte a casa.
Y las semanas de después
bah,
un cuento Disney
pero sin princesa y sin dragón;
como jugar al "me quiere, no me quiere"
con una margarita sin pétalos.
Una desidia, vaya.
Te encuentras teniendo que devolver
todos los préstamos que has pedido
para poder seguir.
Le debes cuatro meses a tu límite,
seis a tus fuerzas,
ocho a tu dignidad,
doce a tus principios...
Demasiada deuda para tan poco capital.
Pero las deudas son las deudas
imperdonables incluso para ti misma.
Así van pasando los meses,
y aquí es donde llega mi máxima preferida:
"un clavo saca a otro clavo".
Te pones a buscar clavos por ahí:
unos oxidados, otros torcidos
y algunos con la misma misión que tú,
olvidar.
Los últimos son los peores
porque cuando dos clavos
se encuentran para olvidar
no hay cojones de sujetar el cuadro.
Pero lo intentas y vuelves a decir
"te quiero"
acojonada con la idea de vivir
sin escucharlo.
Lo repites.
Como antes recitabas
poesías de Neruda;
así, de memoria y sin mucho sentido.
Te quiero.
Te quiero.
Te quiero y eres un imbécil
por creer que lo hago de verdad.
Y folláis,
pero con velas y sin pasado.
Fingiendo orgasmos
tan vacíos de placer
como llenos de olvido.
Y que triste.
Y que bonito todo este empeño
por dejarte atrás.
Después juegas a explicarle
que no es lo que buscas.
Como si en algún momento
hubieses buscado algo.
Que no,
que esto no se trata de buscar,
ni de encontrar,
ni siquiera de encajar.
Todo esto es olvidar;
y caes en la cuenta
de que incluso ahora que no está,
vas en el mismo tren de siempre,
dirección sus manos
camino de su bragueta
cabeza al precipicio.
En unas vías
rodeada de cadáveres sentimentales
que en cualquier momento
harán descarrilar a tu cordura
que titubea sin saber
donde parar a poner el huevo.
Y acabas donde cada miércoles
que parece viernes:
"otro whisky, por favor"
Le miras desde la barra
como si el camarero,
que parece saber ahora más de ti
que tú misma,
trajese el paraíso entre sus manos.
Sacas tu mejor sonrisa
resumida en un buen escote,
y le preguntas,
con el mismo miedo
que cuando aquel jodido monstruo
dormía debajo de tu cama:
"como coño se sale del infierno".
Y se ríe,
porque a saber cuantos escotes
han pasado por allí
buscando la misma salida.
Tras todos estos meses
en los que a duras penas
has conseguido solventar algunas deudas
te das cuenta de lo poco
que queda de ti.
El espejo no engaña
y tus ojos parecen ahora más pequeños
tus manos más arrugadas
y tu piel ha perdido el brillo,
te excusas de eso en la falta de buen sexo.
Y le maldices,
por haberte hecho guapa cuando estaba.
Guapa con él.
Y haberse llevado tus posibilidades
de ligar con el camarero cuando se fue.
Fea sin él.
Y se acabó lo que eras;
no es que hayas dejado de ser
es que ahora eres de otra forma
que aún no sabes describir,
o que te asusta:
quizás más desconfiada,
quizás más fría,
quizás eres el puto iceberg del Titanic.
Pero sin Leonardo DiCaprio.
Una pena.
Y entonces,
un día cualquiera,
exactamente como el mismo
día cualquiera que se fue,
empiezas a escribir
con un único objetivo:
recordarte a ti misma quien eres
O inventarte.
Tú decides.
Miau.
Le he dicho tu nombre
a todas las calles de mi ciudad;
he dejado que los hielos
de las cientos de copas
que me he tomado en tu honor,
se hiciesen el amor.
He hablado con los gatos de mi tejado,
a ver si ellos te habían visto pasar;
y hasta he conversado con la Luna
las noches en las que me liaba
más de un par de petas.
Me hablaban de ti las farolas,
y las cientos de bocas
que no eran la tuya
pero lo parecían.
La puta del bar de mala muerte
jura haberte regalado
algo de sexo tántrico
sin cobrarte dice,
porque tus ojos no entienden de dinero.
No la creo, en lo de tus ojos si,
pero una puta nunca regala servicios.
Debiste de pagarle, seguro.
Tal vez le diste el alma.
Medio desnuda
sentimentalmente hablando,
sigo adelante,
parándome
en todas las pensiones sin estrellas,
que desde que no estás
paso del firmamento.
Sólo quiero sábanas blancas,
impecables, nuevas.
Es la única condición
que le pongo al gordo de recepción.
Si están rotas, arrugadas o manchadas,
van a recordarme a nuestro amor.
Se lo explico,
hasta que me mira con cara de espanto
y piensa más en voz alta que baja:
"otra loca más".
Es en lo único que estoy de acuerdo
con el gordo.
Esas noches de motel sueño contigo,
en una bañera enorme
recitando en francés algo
que te has aprendido de memoria.
Te veo reír y después ya te escucho,
fuerte, muy fuerte
hasta que despierto sudando.
Joder.
Las sábanas están manchadas.
Salgo de allí,
que ya todo huele a ti pero sin ti.
Y acabo como siempre,
en el tejado,
preguntándole a los gatos
si te han visto salir.
a todas las calles de mi ciudad;
he dejado que los hielos
de las cientos de copas
que me he tomado en tu honor,
se hiciesen el amor.
He hablado con los gatos de mi tejado,
a ver si ellos te habían visto pasar;
y hasta he conversado con la Luna
las noches en las que me liaba
más de un par de petas.
Me hablaban de ti las farolas,
y las cientos de bocas
que no eran la tuya
pero lo parecían.
La puta del bar de mala muerte
jura haberte regalado
algo de sexo tántrico
sin cobrarte dice,
porque tus ojos no entienden de dinero.
No la creo, en lo de tus ojos si,
pero una puta nunca regala servicios.
Debiste de pagarle, seguro.
Tal vez le diste el alma.
Medio desnuda
sentimentalmente hablando,
sigo adelante,
parándome
en todas las pensiones sin estrellas,
que desde que no estás
paso del firmamento.
Sólo quiero sábanas blancas,
impecables, nuevas.
Es la única condición
que le pongo al gordo de recepción.
Si están rotas, arrugadas o manchadas,
van a recordarme a nuestro amor.
Se lo explico,
hasta que me mira con cara de espanto
y piensa más en voz alta que baja:
"otra loca más".
Es en lo único que estoy de acuerdo
con el gordo.
Esas noches de motel sueño contigo,
en una bañera enorme
recitando en francés algo
que te has aprendido de memoria.
Te veo reír y después ya te escucho,
fuerte, muy fuerte
hasta que despierto sudando.
Joder.
Las sábanas están manchadas.
Salgo de allí,
que ya todo huele a ti pero sin ti.
Y acabo como siempre,
en el tejado,
preguntándole a los gatos
si te han visto salir.
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