Supe que ciertas cosas están destinadas a ser separadas de
cuajo con la misma fuerza que chocaron.
El lado inverso;
el reverso.
El regreso del golpe.
Vi toda mi infancia liada en sus dedos, y sentí que toda mi
vida no había sido más que un títere movido para llegar hasta aquel momento.
La nada del todo más intenso.
Me lloran encima las calles de nuestra ciudad y en todos los
desconocidos encuentro algo de ti que conocía muy bien; y así es como me
habitas aunque recorras otro cuerpo.
He paseado por la plaza donde está escrito aquello de los
cerezos y la primavera y he pensado que he olvidado el paso del tiempo porque
ya no pasa nada que merezca la pena que pase; y porque el frío, la lluvia y el
viento se me han cogido con fuerza a todos los intentos de no soñar contigo
como reproche a lo poco que lo haces tú conmigo.
Porque ya no recibo tus mensajes de madrugada. Ni llamas a
la puerta cuando tienes cama donde caer pero nunca te dejan hacer de muerto. De
herido emocional. De tullido de guerra que se recuenta las balas a oscuras
todas las noches de soledad.
He abierto un poco el ala derecha de la ventana y se ha
colado la música que se escapa de tu casa. Y el olor a café tostado y a
mermelada de fresa. Eres feliz al otro lado de mi. Y yo estoy tan triste, y
siento el desamparado de todos tus miembros, que se me han despegado del cuerpo
y me han dejado la piel áspera.
Y un dolor agudo en la nuca que no me deja descansar y que
me da ganas de vomitar todas las noches los mismos miedos,
los mismos sermones,
los mismos abismos.
los mismos abismos.
Se me ha secado la fe gota a gota, como la saliva de los
lóbulos de las orejas que me dejabas cuando hacíamos el amor. Y es muy difícil la vida desde este lugar con cruz pero sin
creencias, con religión pero sin milagros.
Aunque lo más complicado de todos estos meses que llevo sin
ti, es sentir que te conozco lo suficiente como para saber que no vas a volver,
y que no te encontraré donde siempre, que no hay dirección a la que enviarte
cartas, ni teléfono al que llamar solo para decirte que sigues en este pecho.
Retumbando,
resonando.
Saber que no vas a volver me obliga a tantas cosas que no
quiero elegir solo porque yo, te elijo siempre a ti. Y a cada uno de tus besos que terminan con mi libertad. Con
las canciones. Con los pronósticos favorables.
Desde esta elección con final advertido, desde este cuerpo que
gira dentro de una habitación cerrada y que no sabe nada del destino, voy a
decirte, en voz baja y tiritando de frío, que vuelvo a esperarte solo porque yo
nunca me he ido. Que sigo donde me dejaste. Con todo este dolor mío y todo el aguacero que se me escapa de las muñecas cuando intento cogerte con los
ojos y guardarte al fondo, como una idea; y nunca puedo.
Que voy a esperarte porque dejar de hacerlo sería,
irremediablemente, enemistarme con esa parte de mi que recita poesía. Y baila en una azotea y se suicida solo para volver a la
vida y apostar todo de nuevo a
encontrarte.
Y perder.
Y perder.
Y perder.
Siempre en la misma ruleta, mientras de fondo suena Sabina y
quinientas noches me parecen una broma de mal gusto.
Y las heridas,
los llantos,
los daños
y los golpes
se me amontonan en las costillas
y se me clavan con fuerza
sin piedad ni misericordia.
Pero mientras todo esto pasa,
tú vuelves,
y el arte,
convaleciente,
y se retuerce
y me devuelve a la vida.