Hubo una vez que me dijiste
que te quedarías siempre,
pero
siempre tiene los días tan contados
como un fumador compulsivo cuenta
los
cigarrillos que le quedan a su paquete.
Cada vez respiras más flojo
y sospecho que en unas semanas
no necesitarás los pulmones,
al menos en mi habitación.
Una vida tuya
que vas a desparramar en otro colchón
y tu
gato interior no hace más que avisarte
de que solo le quedan tres.
Le amansas y le acaricias el lomo
hasta que deja de gruñir.
Se viene a los pies de mi cama,
un exilio voluntario bien
lejos de ti
y de tu manía de confundir la intensidad
con las prisas.
Vivir atropellado por tus recuerdos
que corren tan rápido
que tienen tintes de futuro,
y al final,
te ves repitiendo reiteradamente
escenas que te saben a reminiscencia.
Mermelada de naranja tan ácida
que ya nunca desayunas,
a no
ser que las piernas sean largas,
entonces tus costumbres hacen la maleta
y se
despiden de ti:
hasta tu próxima soledad programada.
Y no suele ser muy tarde.
Vuelven las mañanas
de ayunos.
Después nos vemos,
temprano,
cualquier día de Julio,
y me
devoras por despiste
hasta saciar la hambruna
que supone serle fiel a tus
principios.
A mi no, claro.
Desde el salón suena la quinta sinfonía,
e imagino a
Beethoven delante de un piano
pensando de que forma hundir sus dedos en las
teclas
y que sonara bonito.
Tú te pareces a él
y yo soy el jodido piano.
De color madera
oscuro, áspero, casi enfadado.
Es domingo desde hace ya
unos cuantos meses,
desde que no me
haces de bestia
y yo de presa.
Todo sigue entero,
de una pieza.
No hay armarios
que se
hayan proclamado en huelgan
si no abres sus puertas desnudo
y murmuras que no
sabes que ponerte hoy.
Ninguna canción se ha ido
a la lista del paro
porque no
la tarareas ya en la ducha.
Ni siquiera mi cama
se ha colgado el cartel de:
cerrado por derribo.
Todo sigue entero y yo a la mitad.
La otra está sumergida en la bañera
asomando los pies y las
pestañas.
En la radio suena algo
que bajo el agua se distorsiona.
Estoy a punto
de perder la cabeza
y tú sigues de juerga.
Apuesto a que llevas
la camisa de color azul
y los vaqueros
desgastados.
Aunque tampoco estás entero,
tu mitad se ha venido a la bañera conmigo.
Vamos a besarnos
hasta que se nos llenen los órganos vitales de agua
y nos
sintamos vivos.
No escupas, traga,
traga hasta que se inunden nuestras
mitades
y flotemos.
Si no hemos podido ser gatos,
seremos peces.
Pero seremos
algo,
como último intento.
Rodéame el costado con tus brazos
y no dejes que suba a la
superficie.
Hazme el amor aunque estemos incompletos.
Que no pueda ser en otro
momento,
que sea ahora,
que sea ya,
que sea contigo.
Aunque mi otra mitad se haya colocado
el arma bajo la falda,
y al mínimo vuelo empiecen
a rodar cabezas.
Nos hemos perdido tantas veces,
que no creo que sea un
requisito indispensable
eso de sentirse completos.
A la mitad contigo y tu
mitad conmigo.
Y al resto, vamos a hacerles un funeral
donde se nos escape
la risa.
Intenso como siempre. Es difícil seguir cuando uno no tiene su mitad y posee la del otro en su lugar. ¿Cómo devolverlo o cómo asimilarlo? Incompletos ya son. Deshacerse de esa parte sería lo ideal, pero es muy difícil y, de conseguirlo, existe el temor de quedar como un fantasma, que vaga en el mundo de los vivos por haber perdido el camino para trascender a donde corresponde.
ResponderEliminarPor cierto, vi que agregaste el gadget de seguimiento del blog. ¡Ahora podré seguirlo! ¡Síiiiii! Je, je, je.
¡Saludos!