Sonó a disparo
que alcanza al pájaro adecuado.
Ni uno en la mano
ni ciento volando.
Y tú y yo jugando
a que follaríamos mil veces más.
Me dolía la espalda allí
por donde ibas pasando tus manos
y
me derretías los lunares
mientras te hacía promesas
que dejaban de respirar
antes de que las hubiésemos parido.
Sonó de nuevo,
y se me calló la taza del café
sobre la
alfombra de color claro.
Parecía una mancha de sangre antigua,
como si aquella
habitación
ya hubiese visionado mi cadáver,
tendido,
sin tiempo para ningún
café más.
Escuché las galletas
dando contra el fondo de la taza,
suicidándose todos nuestros posibles desayunos;
salpicando sangre a nuestra ropa.
¿Nos la quitamos?
Nos la quitamos.
Que guapo estabas sin parecer muerto.
No te asustes,
de las siete aun nos queda una.
¿Una vida o una muerte?
Y yo sabiendo que la malgastaríamos igual,
pero que bien
sienta saber
que tienes una oportunidad más
para hacerlo mal.
Estropearlo juntos
nos hace sentir mucho más cerca del
acierto,
de hacerlo bien
porque se nos están acabando los gatos
y ya no hay
fiestas en ningún tejado.
Mucho más cerca del acierto,
sin embargo,
fue siempre estar
lejos de nosotros mismos.
Sonó otro disparo
y vibraron las ventanas
como si cientos de
avispas
chocaran contra ellas.
Te vi caminar hacia ella
y abrirla,
y después sentí los
aguijones bajando por mi garganta,
mientras hacía un esfuerzo por tragarlos
deprisa.
Me masajeabas el cuello
hasta que la piel se volvía casi
transparente
y hundías tus dedos a través de ella,
rebuscando algún órgano
vital
que siguiese respirando.
Escuchaba las avispas revolotear
cada vez más y más fuerte.
Y se iban al siguiente disparo.
Recuerdo recoger mi ropa del suelo
y salir de tu apartamento,
mientras desnudabas a una chica morena
que no tenía pecas,
¿qué ibas a besarle
todas las mañanas?.
En la calle de atrás,
estábamos los dos, solos.
Sosteníamos un revolver
mientras nos gritábamos sin ni
siquiera abrir la boca.
Miré hacia la ventana de tu habitación,
la chica morena me
saluda,
y por un instante siento compasión,
aunque no se si de ella o de mi
misma.
Alguien ha encendido la radio:
¿bailamos?.
Nos clavamos las almas,
sin piedad.
Se escucha un último disparo
y me duele el pecho.
Aflojas el gatillo y me susurras:
‘Tus vidas con quien quieras,
tus muertes solo conmigo.’’
colosal, como nos tienes acostumbrados,
ResponderEliminar...tus muertrs sólo conmigo.
Es un regalo, ya lo sabes, saber que te gusta.
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