Recuerdo abrir la ventana
y verla desnuda.
Con el sol
colándose entre su pelo
y un campo de fresas sobre su espalda,
punteando cada
trocito de piel
hasta vestirla de pecas.
Sus pies se clavaban de puntillas
en el suelo de madera,
como si viviese en un constante baile.
Bailemos mal
pero bailemos juntos,
que a veces es mucho
mejor la compañía
que el acierto.
Nunca miraba a los ojos por si se encontraba
y entonces
tendría que explicarse demasiadas cosas:
Como,
por ejemplo,
¿dónde dejaste la mermelada
que olía a
sus mañanas?
Y no se podría mentir,
así que terminaría por confesarse que
la guarda
en la estantería del fondo de la cocina
entre miles de tarros
imposibles.
Esa tarde la pasaría hundiendo los dedos en ella,
recordando
el amor.
Siempre estaba dentro de aquella casa,
como flotando en
mitad de un lago
de agua estancada.
Nadie la conocía,
salvo yo.
Y ella tampoco sabía nada de mi.
A veces le dejaba carteles cogidos a la ventana,
la invitaba
a cenar
y le escribía mi número de teléfono;
le contaba que quería verla
y que
sentía no poder ir a buscarla.
Pero nunca la vi salir
de aquellas cuatro paredes.
Recuerdo sus tobillos inquietos,
escapando de algo que
escapaba de ella,
y jodido bucle,
más largo que su pelo.
Que se enreda
y se enreda
y se enreda.
Y cuando te das
cuenta,
hay que cortarlo de raíz.
Pero seguía tan guapa.
Se le veía la nuca,
al aire,
mientras bailaba
como mutilada
por el amor.
Te echo tanto de menos
que he descolgado todos los espejos
porque hay algo en mi que me recuerda a ti
y empiezo a escuchar algo de música,
lejos.
Me asomo a la ventana
y ya apenas veo tu silueta
y la casa
parece hundirse.
He plantado unas fresas
que mojo en mermelada
y vuelve a
saberme bien,
como si hubiese olvidado algo que antaño,
fue de crucial
importancia.
Unas manos como las mías
pero que no lo son,
me tocan el
pelo,
con el cuidado que se pone en coger a un bebé
que se está desprendiendo
del seno materno.
‘’Te estás recuperando’’
me dice.
He despertado después de días durmiendo,
y alguien ha
colocado todas mis fotos,
mis cuadros, mis vestidos granate;
los zapatos de
tacón
y los espejos.
Me he sentado en el tocador
y me he mirado.
Han vuelto las
pecas.
Desde la ventana ya solo se ve el mar
mientras alguien que
se parece mucho a mi,
me dice, desde el espejo:
''bailemos mal pero bailemos’’.
no hay nada mejor que vuelvan las pecas (bueno, hundir los dedos en ése tarro de mermelada también debe de ser interesnte), un placer leerte, como siempre.
ResponderEliminarEl placer siempre es mío. Mío y todo mío.
EliminarYo no soy de leer poesía pero es que ya lo tuyo es otro nivel
ResponderEliminarMuchísimas gracias Kéllyta, me alegra saber que a pesar de no ser este tu género favorito, encuentras algo por aquí que te guste.
EliminarUn abrazo.