Todo lo que no se dijo a tiempo
ya no se necesita escuchar.
Porque todo es nada.
Decir no es más que silencio.
Tiempo es
espera indefinida.
Dejar de necesitar es dejar de querer,
algo,
lo que sea,
o
todo.
Y escuchar..
¿Cuánto hace que no te escucho?
Si es que acaso en algún momento
lo he hecho de verdad.
¿Verdad?
No, verdad no.
Mentira.
Desde que empezaste a decirlas
yo tuve que fingir que no lo
sabía.
Mi pelo rubio pide tus dedos a gritos.
Y esto si que es
verdad,
te lo juro.
Ahora nos separa el tiempo,
los relojes se han congelado en
una estación
por la que ya no pasan trenes,
así no caes en la tentación de
volver.
Pero la tienes.
Porque todas las noches
oigo los pasos que
nunca das.
Los cuento.
Ciento veintitrés pasos
que te acercan y te alejan de mi.
Te acercan
y te alejan
y te acercan
y te acercan
y te alejan.
Mientras yo
me mareo
de mirar hacia delante
y hacia atrás.
Como un continuo intento de
recuperación
que sabe a dolor de estómago
y huele al alcohol más barato de toda
la ciudad.
Tu perfume.
Que cualquiera se vende barato por él.
¿Ya nunca tienes miedo?
Y si vas a decirme que no,
no pienso
creerte.
No suelo creer las cosas
que no me gusta creer.
Así que digamos que tienes miedo,
porque prefiero pensar que
es así.
Que tienes tanto miedo como yo,
y volveré a sentir como era aquello
de que sin
quererlo,
me hicieras sentir mejor.
He parido promesas con tanto esfuerzo,
que decidí volver a
tragármelas
y que vivieran en mi vientre.
A veces dan patadas
y otras me
provocan náuseas.
En fin,
llevo un feto muerto dentro de mi.
Le canto nanas en voz baja,
para que no creas que desatiendo
a nuestro hijo.
Soy una buena madre.
¿Y una buena esposa?
Eso ya no.
Pero te guardo luto.
Las bragas en todas mis citas
son siempre negras,
en tu nombre,
o en tu ausencia.
Como tener una tumba entre las piernas.
Descuelgo el teléfono
todas las noches antes de dormir
y
contengo la respiración,
te escucho chirriar los dientes.
Te cuento como ha ido el día,
el problema con los vecinos,
aquel polvo
que me recordó a tus polvos
pero peor;
las asignaturas,
la
borrachera
y la falda pegada
con la que siempre quieres
volver a intentarlo.
Y después silencio.
Espantoso.
Un cementerio desolado
al otro lado del teléfono.
Nunca estás ahí el suficiente tiempo
como para que pueda
despedirme.
Así que hoy he descolgado el teléfono,
y he sido concisa:
Todo lo que no se dijo a tiempo
ya no se necesita escuchar.
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