Escucho
las voces
de
los que nunca llegan;
de
aquellos a los que se les oprime
con
conciencia
y
se les exige sumisión.
Las
voces de todos los muertos
que
paseamos con himno y bandera;
a
los que otorgamos cinco segundos
en
televisión.
Globalización
parcial
solo
de aquello
que
nos interesa enseñar,
y
lo demás,
con
ligereza,
que
parezca un poco
menos
dramático
el
dolor de a quienes
hemos
arrancado
del
vientre de su patria,
hasta
convertirlos
en
fetos sin madre;
hasta
hacerles vomitar uno a uno
el
recuerdo de las calles
por
las que no volverán a jugar.
Estamos
mintiéndonos
a
nosotros mismos
autoinflingiéndonos
la idea
de
que proclamando nuestro apoyo
a
los derechos humanos,
es
suficiente;
pero
ninguna protesta pasiva,
ningún
convencimiento dormido,
es
suficiente frente al ruido
de
un niño que despierta hambriento
en
el seno de una familia muerta.
Lo
más curioso es que
cuanto
más tenemos,
menos
creemos poder dar;
menos
queremos ofrecer.
Entonces
más es menos,
siempre.
Más
dinero,
más
poder,
más
comida,
más
ropa,
se
vuelve ineludiblemente
en
menos generosidad,
menos
empatía,
en
definitiva,
menos
humanos
y
mucho más otra cosa
que
se retroalimenta
de
valores infectados
de
vergüenza.
Que
es lo que siento,
y
lo siento.
No
quiero formar parte
de
una sociedad
que
proclama,
como
ensalzados
en
orgullo y verdad,
que
si no hay trabajo
para
los españoles,
como
va a haberlo para el resto.
Hace
unos días,
en
mi barrio,
en
el que no caen bombas
ni
llueven cadáveres,
pusieron
un centenar de palmeras
y
de farolas,
como
si fuésemos a ser exhibidos
a
la más prestigiosa
de
las revistas de decoración.
Si
dejásemos de aportar
para
esas cosas,
entre
otras cientos
de
dudosa importancia,
estoy
segura
de
que podríamos realizar
verdaderas
campañas
de
solidarización
con
todos aquellos
que
solo buscan sentirse
parte
de algún sitio;
dormir
sin el miedo de despertar
en
medio de un tiroteo.
España
tiene
los
brazos cerrados
mientras
miles de personas
corren
hacia ella
para
darse de bruces
con
crueles acuerdos
que
ponen en entredicho
sus
propias vidas.
Si
hoy te dijeran
que
no puedes salir de una ciudad
que
están bombardeando
porque
hay ciertos
intereses
económicos
por
encima de la vida de los tuyos,
¿qué
me dirías?
Además,
para
sumar otro grado de sandez
a
toda esta situación,
te
pediría que te comportaras,
que
no perdieras los papeles,
que
no intentaras entrar
de
manera ilegal,
que
obedecieras a las autoridades
y
que además,
te
sintieras agradecido.
Te
devolvería a la calidez
de
un hogar
que
se cae a trizas
con
la dulce nana
de
casas y personas
que
estallan por los aires
en
nombre de una guerra
que
nadie te ha explicado,
en
la que no participas
ni
quieres hacerlo,
de
la que no te sientes miembro
y
a la que no rindes
ningún
tipo de homenaje.
Estamos
alimentando
odio,
resentimiento,
rencor
y
rabia;
nos
estamos separando
como
si no todos
fuésemos
personas.
Los
tachamos de ser todos iguales,
de
su religión,
su
cultura,
su
manera de vivir.
Y
que pena
que
nuestras mentes
cerradas
y tercas
no
alcancen a ver
que
no hay
un
patrón de conducta;
que
formamos parte,
casi
por inercia,
de
un territorio,
de
unas circunstancias
y
por supuesto,
de
un estilo de vida,
pero
que nada de eso determina
que
se cultiven bestias.
Miremos
con recelo
al
terrorista
o
al kamikaze
por
el simple hecho de serlo,
porque
no hay motivo
que
impulse la barbarie
y
aunque algunos de ellos
proclamen
que si los hay,
no
es más que la excusa del tonto
que
necesita creer
que
no es un monstruo.
Pero
si lo es.
Siempre
lo es.
Se
escuchan los pasos de alguien
que
nunca termina
de
salir de casa;
y
los gritos adentro de una madre
que
ya no lo es
y
de un hijo que tampoco;
y
al otro lado
de
una frontera traicionera,
en
una casa
en
la que se cena en familia,
con
el televisor encendido,
un
hijo que si lo es,
cuenta
a una madre
que
también lo es,
algo
sobre un amigo del colegio
que
no come cerdo.
Pero
que baila,
que
ríe,
que
juega,
que
canta
y
que quiere a su familia
tanto
como quieres tú a la tuya.
Al
que su madre
prepara
bocadillos y galletas,
y
le besa las rodillas
cuando
se cae en el parque.
"Su
mamá lleva velo".
Y
qué.
Se
escuchan las voces ahogadas
de
cuerpos sin vida
apilados
uno contra otro
mientras
nosotros acallamos
nuestras
conciencias
convencidos
de que
no
hay forma de ayudarles,
de
que hemos hecho suficiente.
Sumergidos
en convencimientos
morales
y éticos
que
nos permitan
no
sentirnos igual de monstruos
que
aquellos
a
los que tenemos miedo.
Ahora
yo te pregunto una cosa,
¿si
la solución
a
un atentado aquí,
como
el de Bruselas
o
el de Francia,
fuesen
más bombas allí,
estaría
todo resuelto no?
Quiero
decir,
si
la solución a la violencia
no
es otra que más violencia,
ya
debería de estar solucionado.
Se
escuchan las voces de familias
que
quizás un día,
podrían
ser la tuya;
las
voces de unos muertos.
Nuestros
muertos.
Lo único que puedo decir, es que, que bueno que me pase por aquí...
ResponderEliminarRefuerzas convicciones de espíritu :')
...GRACIAS Amparo.
Gracias a ti Armando, porque estoy segura de que con tu reafirmar convicciones, inevitablemente, se aseguran de nuevo las mías.
EliminarUn abrazo enorme.
Seguro que sí, es el noble fluir de la fuerza del cosmos que viaja sobre las almas libres.
EliminarUn abrazo enormemente grande Amparo.
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