Yo no quería que nadie me salvara, nunca he querido. Ni
siquiera tú.
Pedirte que me salvaras era pedirte que te fueras.
Quizás no te lo
dije las suficientes veces, que prefería morir para que nosotros viviéramos.
Tal vez no lo hice y por eso te fuiste. Y si fue así, no se si martirizarme o
agradecerlo. Estoy en ese punto en el que estás a la misma distancia de todo.
No insistí en que respirar sin sentir cristales atravesándome la garganta, no
era para nada esencial.
Nunca necesité sentirme bien si sintiéndome mal,
estabas aquí. Puede que también, jamás haya tenido demasiado claro que era el
bien y el mal. Si estar triste significaba que te quedabas, entonces era feliz,
y si yéndote a la larga sería feliz pero ahora me sentía increíblemente triste.
Tampoco sabía cuantos encontronazos conmigo misma y con tu ausencia requería
aquello de ‘’a la larga’’.
Ha sido muy difícil toda esta recuperación a medias.
No se si me hacían mas daño tus heridas o las heridas que yo me hacía sobre las
tuyas, para no olvidar que tenía que recordarte. Y lo hago, aunque no sepa muy
bien de que forma. A veces no podía dormir, enfadada conmigo misma por ser
feliz. Ahora ya lo soy y no me enfado. Pero tampoco lo soy todo el tiempo;
quiero decir qué, hay días que te sigo dedicando el no encontrarme bien del
todo. Pero claro, tampoco se muy bien que es todo y que es nada. Siempre te
escapas entre las cientos de cosas que no se que significan porque me dan
miedo.
Otras noches, en cambio, escuchaba tiroteos y manos que me apretaban el
cuello para que saliera de allí. Pero el premio siempre era quedarse y
repetirme que no quería salvarme. No quería salvarme pero quería que te
salvaras tú, quizás por eso no insistí más. Porque la única forma de salvarte
tú era irte. Tú creías que me salvabas a mi y yo creía que lo hacía contigo, y
esa era nuestra forma de querernos. No
se si estaba bien o si estaba mal, porque como ya dije, no se que suele estar
bien o que suele estar mal.
A veces me recuerdo a mi misma lo duro que fue
perderte hasta que me hago llorar y luego me obligo a vivir apartada de ti,
hasta que me hago reír. Y así todo el tiempo.
Y cuando cierro los ojos hasta que todo está oscuro, veo cientos de
cuervos devorando cadáveres que se amontonan dentro de una casa de madera llena
de termitas, y eso que debería de darme miedo, se lo cuento a mi psicólogo como
fascinada por todos los estragos que has hecho en mi.
Porque los has hecho.
Mi
hermana dice que hay personas que marcan y que tú lo hiciste conmigo, y que
además, solo se quiere así una vez en la vida. Y menos mal, porque no creo
poder salir viva de otra historia como esta. Así que ahora quiero más despacio,
y follo con el corazón liado en cinta aislante, para que no pase la
electricidad. Pero aun así quiero mucho; aunque tampoco sepa que es mucho y que
es poco. Pero creo que es mucho porque hay días en los que me siento.
Otros no, claro.
Le he preguntado a mi hermana si ella sabe porque me marcaste,
porque ella suele saber mucho más que yo. Pero dice que no lo sabe, todas las
grandes preguntas van siempre acompañadas de la misma respuesta; cuando no se
tiene ni idea del porqué, entonces es cuando se sabe todo.
Incongruencias del
sistema cardiovascular.
Otras noches, como te contaba, sentía una estampida de
miedos, de sensaciones que se aglutinaban y me ponían contra las cuerdas hasta
que me sangraba la espalda, mientras me gritaba a mi misma que no quería
salvarme. No me llevaba muy bien conmigo misma, ni me gustaba pasar tiempo en
mi compañía. No quería ni validación ni aprobación propia. Tampoco es tan
difícil vivir al margen de hemisferios de ti misma con los que no mantienes
relación, es como asistir a una fiesta en la que solo hablas con quienes
compartes opinión. Y así una y otra vez, una y otra vez, hasta que el círculo
se reduce y toma tintes de bucle repetido.
Y vienen las náuseas.
Tú siempre me
has querido, yo lo se. Me has querido más de lo que me he querido yo. Y me has
cuidado. Y tu huida no puede echar por tierra todo eso. También me has mentido
y me has abandonado, y otras veces, me he abandonado yo.
Algunos días me
pregunto que te diría de entre el montón de cosas que me gustaría decirte, y siempre llego a la misma conclusión, te diría que no puedo
perdonarte el haberme sentido tan sola. Y después, siempre pienso que no se si
eso fue culpa tuya o mía.
Si alguno de tus conocidos lee esto, tú te defenderás
diciendo que me buscaste, que después de la decimosexta vez que te fuiste, me
buscaste. Y ojalá que eso sirva para aplacar el juicio de los demás, y el tuyo propio.
Porque no quiero que nadie sea duro contigo, ni siquiera tú mismo. Y porque
además, es cierto, lo hiciste. Pero yo, que llevaba tanto tiempo sin hablarme,
empecé a darme voces. Y tenía poco tiempo, y vivía acelerada para no pensar.
Creo que hice lo correcto para esta recuperación a medias. Y si me preguntas
que porque lo creo, te diré que no lo se. Como siempre se dice a las grandes
preguntas. No lo sé pero lo sé. Y tú también. Porque despegarnos de cuajo fue
la única forma de empezar a oírnos a nosotros mismos.
Imagino que tengo que
darte las gracias por haber dado el paso, y haber asumido quedar de cobarde por
los siglos de los siglos, solo para que pudiésemos volver a reconciliarnos con
nuestra existencia. Hay una frase por ahí que dice que hay quienes simplemente
no son para ti, pero ellos no tienen la culpa. Y estoy de acuerdo con la
primera parte, con la segunda no tanto. Quizás porque creo que siempre pudiste
quererme de otra forma. No más. Solo de otra forma. Aunque que importancia
tiene ya eso. De igual modo, lo cierto es que gracias a tu forma de quererme,
mal, por supuesto, yo he aprendido a querer mucho. He aprendido que se querer
mucho. Querer más de lo que se odian dos personas peleándose frente a una
demanda de divorcio. Tal vez solo pueda quererte mucho y así, a ti, pero eso no
importa, porque se que puedo hacerlo. Es como quien escala una montaña tantas
veces que se siente en casa, y si de repente le proponen escalar otra, siente
pánico y se ve incapaz. Que más da, si la suya la escala como si hubiese nacido
para eso. Que entiéndeme, espero haber nacido para mucho más, pero ser
capaz de haberte querido como te quise, equivale al mismísimo Everest.
Después de que te fueras seguí gritando que no quería salvarme, y quienes lo intentaron
con fórmulas matemáticas, con sexo esporádico o con compromisos acelerados, se
dieron de bruces con alguien que adoraba estar medio rota. Porque estar rota
por ti era estar preparada para otras cientos de cosas que ya no iban a dolerme
tanto. Tú siempre me decías que era muy fuerte, y aunque esquivo las galletas
tostarica en un intento de evitar el revoltijo de meriendas llenas de
recuerdos, quizás si lo sea. Quizás lo sea mucho. ¿A qué si? Quizás lo sea
tanto que ni siquiera pueda serlo más. Solo que claro, a veces titubeaba,
porque hemos tenido tantas cosas buenas, puede que casi todas lo hayan sido,
porque dentro de esa manía tuya de quererme mucho y mal, siempre sabías hacer
las cosas bien. Esto es un homenaje a tu cuerpo sin vida dentro de mi
habitación, y no hablo bien de ti porque siempre se hable bien de los muertos.
Lo hago con razón y con peso. Y porque ya no me dueles como duelen las cosas
que solo hacen mal.
Porque me has hecho bien.
Planeaste mi muerte directriz a
directriz y has dejado que yo organice mi vida con la libertad condicional que
se le da a quien empieza con sus primeros pasos. Porque se que estabas si te
hubiese buscado. Has sido una nueva medida en este universo lleno de recovecos,
y después de ti, quizás ya no vuelva a darme miedo ningún otro infierno.
Quien
sabe.
Aunque he vuelto a querer, claro, mucho aunque no tanto. Porque mi
hermana dice que solo se quiere así una vez en la vida, y yo la creo. Con los
ojos tan vendados como los tenía contigo. La creo con todos los semáforos en
rojo y coches en todas las direcciones. Ya no pienso que la debilidad sea dejar
de ser fuerte. Ser débil cuando se quiere como te he querido, solo te hace ser
humana. Así que acepto un corazón que por instantes sea frágil, pequeño, poco
decidido y desconfiado. Que vamos a hacerle ¿verdad?.
Todo después de ti ha
cambiado, eso seguro. Sobre todo yo. He cambiado tanto que ya no se si te
gustaría, pero espero que tú estés igual y así siga teniendo sentido todo lo
que cuento sobre ti. Las heridas tal vez sean feas, pero si te vas a la raíz,
donde aun hay vida, quizás te sorprenda tanto oasis. No voy a quitar tu templo,
hay cosas que son sagradas y de las que no quiero terminar de curarme mientras
me dejen enfermar frente a otras. Si me prometes ser compatible con el resto, y
permitir que me llene la boca con amor, yo prometo guardarte siempre un sitio,
aunque ya no te rece. Aun a pesar del
poco desahogo espacial.
Se que a veces no te quieres, quizás porque es difícil
quererse más de lo que te quise yo, y ahora quererse menos suena a desperdicio;
pero no te des demasiada guerra, que ya hemos tenido suficiente. Si necesitas
razones, yo las tengo todas, y te las di, ¿lo recuerdas? Búscalas porque yo
sigo creyendo en ellas. Y aunque tú resumas todas las posibles formas de estar
con alguien, igual se me ocurre una nueva manera. Y a ti también. Dile a quien
sea que haya por allí que te recuerde todos los motivos, y cuando al primero
que te pregunte ''¿por qué te gusta?'', le respondas ‘’no lo sé’’, algo irá bien. O
mejor.
Yo nunca he querido curarme de ti, ni salvarme. Me siento en equilibrio
dentro de cualquier montaña rusa mucho más que en las líneas socialmente
rectas. Ahora que ya estoy mejor, que me he operado a corazón abierto y he
meado gota a gota toda la anestesia hasta sentirme despierta; que puedo volver
a ver porno duro y sexo sucio, quiero hablarte de salidas.
En toda habitación
cerrada hay una.
Cuando hayas llorado hasta que se te encharquen los pulmones y
las lágrimas ya no te molesten en las pupilas, vas a ver la salida. Y alguien
va a concederte la oportunidad de que desconfíes. Tú mismo vas a concedértela.
Mientras estés en esa habitación, mastúrbate. Quéjate. Grita que el mundo es una
mierda y no dejes que nadie cuestione como deberías de sentirte. Hay monedas
que solo tienen una cara cuando las encuentras. No te preocupes si nada es lo que parece.
Vas a encontrar una salida y lo mejor de todo es que al otro lado, no
voy a estar yo.
Incluso en este justo momento
ResponderEliminarEn que nada ocurre
Calma blanca, ropa de cama de hotel,
Olores de vida plena.
Sexo ligero, agua fresca
Zumo de fruta y café.
Incluso ahora
Que ya no hay miedo, que nada tiembla
Sal de baño, brillo dorado en la piel
Y un beso sincero en la boca.
Pies descalzos, arena virgen
Copacabana y claqué.
Cine desierto, sol en la cara
Latina ardiente, ron de caña
Domingo desde las tres,
Terraza de vino y rosas.
Soñar despierto, ormir contigo
Viajar despacio y volver.