Amor mío,
te escribo desde no se que lugar de nosotros
mismos para contarte que no llegaste a mi buscando un hueco dentro de una zona
de confort; tú te expandiste hasta ahogarme, me atropellaste, me salvaste y me
condenaste en tantos sentidos tan dulces. Me hiciste volar hasta caer tantas
veces como cielos he visitado contigo. No hay un solo pájaro en el cielo triste
de esta ciudad que hoy te llora, al que tenga que envidiar. Tu falda volaba más
que cualquier ala. He cerrado los ojos y te he visto girar sobre ti misma
tantas veces, que me he mareado y se me ha escapado media vida en las vueltas
de tus rodillas. Siempre me decías que el amor era libre y que a veces incluso,
se escapaba a otras camas para tener la oportunidad de añorar siempre la misma.
Y yo, que no entendía nada, estaba de acuerdo con todo. Así que andaba de aquí
allí, sobre bocetos y ensayos de amor libre para darme después de bruces con tu
nombre escrito en todos los edificios de Madrid. Todo contigo era diferente,
incluido yo.
Ahora pienso en ti y siento esa especie de presión en el
pecho, como si un centenar de escorpiones estuviesen saltando encima de tu
tumba, y todo París no fuese más que un desierto con un monumento enorme
rodeado de jardines que me recuerda, que ya nunca vuelo demasiado alto. Ni
respiro demasiado profundo por si recuerdo el olor del mar y tu imagen en
bikini me genera una erección de esas que se conectan con las ojeras y no dejan
dormir al corazón.
No hay un solo triunfo a lo largo de la historia que se haya
conseguido con los pies en el suelo, y tú sabías mucho de eso. Me dijeron que
estabas loca, pero a mi las morales ajenas disfrazadas de altares que juzgan y
miran desde arriba, siempre me han dado pereza. Tú me dabas oxígeno y agua. Y
oxígeno y agua. Y oxígeno y agua hasta que me sentía parte de un pequeño
universo que se mantenía a flote solo con tu magia. Una planta en medio de
Marte. Verde. Grande. Muy grande. Que se ve desde La Tierra si eres un pájaro
que ha conocido a una chica como tú. Porque no hay otra forma que no sea esa de
volar tan alto. O si eres un pez que nada por las profundidades más oscuras del
océano.
Si supieses el montón de chicas guapas que hay en Madrid sin magia.
Hoy he bajado a la parte más fría de nosotros mismos y he
hundido las manos llenas de heridas en el agua helada, hasta que me han dolido
tanto como la última vez que te toqué; después las he sacado y las he mirado
hasta que se han convertido en polvo pero sin gemidos. En polvo pero sin
reconciliación. En polvo sin ti que no es más que polvo. Sucio. Seco. Gris. Y
he pensado en Hugo. En Aitor. En Lucía. Y en Daniela. Que nunca van a
desprenderse de tu seno materno. Ni a probar tus pezones sin que yo sienta
celos. Que no van a tener tus ojos profundos. Y he sentido las cataratas del
Niágara dentro de las pupilas, he pestañeado, hasta que me he visto saltando a
una zanja llena de cocodrilos. Tú paseabas de la mano por el puente que cruza
la zanja. Y yo no podía llamarte porque ya no era pájaro, ni pez.
Ya no tengo espejos en casa. Y la casa ya no es hogar. Hay
cristales por el suelo que se clavan en la goma de los zapatos y chirrían. Te
llamo a un teléfono que no existe mientras cientos de bombas cardiovasculares
se me cogen al pecho y solo se van cuando vuelve algo de amor propio. Del que propiamente
te tenía y me mantiene con vida. No hay una sola almohada blanca, por mucho que
me restriegue los ojos. Amarillas, con olor a tabaco. Negras, como el pozo cerrado que
ambienta una película de terror.
Con todos los cielos que tú tenías, vida mía, como me has
dejado en este infierno sin horarios de visitas. Así que, no me taches de
cobarde, porque se necesita valentía para asumir esta derrota sin jugar a la
ruleta rusa conmigo mismo. Y no temerle a ninguna bala. Que para mortal ya
estabas tú con esos aires de vecina del cuarto de las canciones de los ochenta.
Se me está vaciando el mar y el cielo cada día se confunde
más con el suelo, quizás amor, estoy volviendo a la mundana normalidad, quizás
voy a dejar de estar loco y los días no van a ser otra cosa que nuevas
oportunidades para sentirme cuerdo.
Y si eso pasa, mi vida, si eso pasa después de ti, de tus vuelos, y
en los edificios de Madrid no hay más que ventanas con la luz apagada a las
tres de la mañana, si que creo que voy a perder la cabeza con la tristeza de quien ya no tiene motivos para no mantenerse cuerdo.
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