Era la chica
bonita de mi cama,
y la niña de los cientos de ojos
que jugaban a desnudarla.
En otros
sueños.
En otros
cuerpos.
Todo el que
conseguía una de sus miradas,
se sentía el rey del mundo,
pero ella nunca creyó
en la monarquía.
Quizás por
eso nunca dijo que quisiera ser princesa.
Tarareaba
viejas canciones en francés
cuando subía en el ascensor,
y no había ni uno solo
de sus vecinos
que se resistiera a acompañarla hasta su puerta.
Los fines de
semana salía
subida en unos tacones de infarto
mientras sonaba Platero y tú en
sus caderas.
Era mucho de
drogas,
de extremos,
de versos.
Pero no
había forma de que probara el amor.
Solía decir
que odiaba las cursilerías
mientras te recitaba a Bécquer
y su voz de tipa dura
se iba desvaneciendo
hasta quedarse dormida
agotada de luchar contra sus
infiernos.
Porque ella
el cielo no lo conocía,
pero todos la conocíamos a ella
y a ese cielo que tenía
por culo
o por sonrisa.
Tenía la
cómoda llena de invitaciones,
de flores, de descaros,
pero ninguna le
despertaba las ganas
de su vestido azul,
ni de la lencería roja.
Me gustaría
ser capaz de describírtela
con más detalle,
y te juro que serías capaz de
enamorarte de ella
en lengua de otros.
Tiene más tatuajes
que piel
y tantas historias, que,
o le regalas media vida,
o te mueres por (sin) conocer
(ni) una sola parte de ella.
Y milagros,
también tiene milagros,
más que la Biblia:
uno por cada vez que bosteza
y siete
por cada uno de los momentos
en los que se contonea
y te deja que la hagas el
centro
de tus sueños.
O de tus
erecciones.
O de ambas
cosas.
La puedes
querer dos o tres veces al día
por cada vez que se olvida de llamarte
y recibes
un mensaje:
‘’Nunca dije que fuera perfecta’’.
Y es en lo
único que suele equivocarse.
Tiene el
pelo ceniza,
y cuando se ondea suave,
te recuerda a los restos que quedan de ti
después de que su huracán te alcance
y no te de tiempo, siquiera,
de agarrarte
a sus caderas.
Aun no te
has acabado la cerveza
y ya estás pensando
en como debe quedarle a tu
descendencia
su color de ojos,
o cuantas veces necesita que la llames puta,
para sentirse la protagonista
de una de las canciones de extremoduro.
O para
correrse.
Siempre que
me empeñaba
en encontrarle algún defecto,
se giraba con un cigarrillo entre los
dientes,
y eso que no fumaba,
pero le quedaban tan bien los vicios
cerca de su
boca,
que a ver quien tenía cojones de contradecirla.
Era una obra
de arte
con una nariz llena de pecas,
por la que cualquiera habría creído
en el
compromiso.
Y te lo digo
yo,
que después de su saliva,
no hay una sola herida
que cicatrice con tequila.
Ya había leído una de las estrofas del poema, pero me ha encantado conocer a una chica tan bonita; tanto que hasta me he puesto para hacer este comentario a Fito y sus Platero y tú. ¿Sabes en quién he pensado? En la protagonista (esto no lo sabe mucha gente) de " Veneno en la piel" de Radio Futura. Cristina Rosenvinge. Tan bonita (en su día) y tan irresistible. Pero seguro que has hecho el texto pensando en otra...
ResponderEliminar