jueves, 7 de enero de 2016

Veinte cigarrillos y otros vicios.

He abierto las piernas 
para otros orgasmos 
mientras las fotos de mi habitación 
me recordaban todo lo que pudimos ser 
y no fuimos.

Y me he dejado desnudar 
con la certeza de aquel 
al que le pesan las incertidumbres mal apiladas 
dentro de un paquete de cigarrillos.

Veinte vicios 
que se me escurren entre los dedos 
tan rápido como lo hiciste tú.

El primero para dejar de pensar 
en todas aquellas que quieren jugar 
con las balas que guardas por si regresan 
las ganas de tenerme ganas.

Se las esconden bajo la falda 
hasta que algo explosiona 
y vuelves a perder el interés.

El segundo por si apareces, 
para que mis manos parezcan distraídas 
y no se note que los dedos 
se mueven aprisa: uno, dos, tres, cuatro… 
Repasando tus lunares.

El tercero por si vuelves 
a querer despedirte con un beso 
y mi boca te confiesa 
que desde que tú no pasas, 
no pasa nada que merezca la pena que pase.

Así que no escribo.

Escribir sin motivos 
es pelearse con los folios en blanco.

El cuarto para disimular este vértigo que siento 
cuando miro hacia abajo 
y toda la ciudad duerme 
mientras yo le doy una y otra vez 
al botón de reproducir 
y suena Sabina: 
‘’ a ti que te lo montas de niña tonta 
en medio de una orgía.’’

Una orgía de recuerdos 
y promesas paridas con el esfuerzo 
que supone fingir que todo puede salir bien.

El quinto para sobrellevar tus defectos y manías 
que me miran sexys 
desde la otra punta de la barra 
de un bar que juega a darnos otra oportunidad.

Pero no la queremos, 
porque nosotros ya 
no nos queremos querer.

El sexto para atraer a otros clavos 
que quieran sacarte a golpe de refrán popular: 
‘’amor con amor se cura’’.

El séptimo para convencerme de que un vicio 
puede sustituir a otro provisionalmente.

El octavo es para sobrellevar tu huida número mil; 
aquella en la que estaba a punto de creerme 
que te quedarías para siempre.

El noveno solo es un intento 
de apartar de la mente 
que hace demasiado tiempo 
que no me dan la mano. 
¿Nadie va a quedarse 
hasta que todo vuele por los aires? 

Porque voy a necesitar ayuda 
para reconstruir ciertas cosas 
y mover algunos muebles.

El décimo es un pulso con mis pulmones 
que siguen respirando tus aguijones.

El undécimo para arrancar esa sensación 
de que vivo anclada a una estación 
en la que pierdo todos los trenes 
por mucho que llegue a la hora.

El doceavo se lo regalo al peor de mis demonios, 
para que muera conmigo 
en un intento de aparentar tranquilidad.

El treceavo me sabe a polvo de reconciliación 
en el baño de un local de mala muerte, 
mientras me tocas el pelo sudado 
y me lames las pecas.

El catorceavo me molesta en la lista pendiente 
de cosas que me recuerdan a ti, 
encabezada por toda mi ropa interior.

El quinceavo me recuerda que lo que más me duele 
es que no te duelo suficiente 
como para volver; 
decía Bukowski: 
‘’cuando pienso en mi muerte, 
pienso en que alguien te hace el amor 
cuando no estoy’’
pero a ti no te duele suficiente 
que sean otras manos 
y siempre mi cuerpo.

El dieciseisavo me lleva al tejado, 
a poner los pies en el borde 
y fantasear con dejarme caer 
mientras grito tu nombre, 
a viva voz, 
que se me destrocen las cuerdas vocales 
justo antes de llegar abajo 
y cuando te llamen para reconocerme, 
no te quede otra que confesarles 
que me tiré por amor.

Los suicidios por amor 
siempre tienen algo de poesía.

Y como decía Bécquer: 
‘’poesía, eres tú’’.

Así que a ver como les explicas 
que has participado en esto.

El diecisieteavo me sabe a cerveza barata, 
y a tu sonrisa que desnuda con las prisas 
de alguien que no va a quedarse
demasiado tiempo. 

El dieciochoavo me recuerda 
lo mal que me llevo conmigo misma 
desde que me hiciste conocerme.

Y te odio por odiarme. 
Y me odio porque no puedo odiarte.

El diecinueveavo me molesta en la garganta, 
y el humo me pica en los ojos; 
me recuerda aquello de que 
‘’el amor es ciego’’ 
y a ti diciéndome que te enamoraste 
a primera vista.

Mentiroso. 
Y cobarde.

Y te creo, 
porque en esta historia 
vinimos a contar mentiras.

El veinteavo me lo fumo 
hasta que se me queman los labios,
mientras nos imagino tostándonos al sol de una playa 
en la que nunca haremos el amor.

El paquete está vacío 
y me pica el velero de la nuca, 
que siempre apunta al sur.

No puedo perdonarte todos los poemas 
que he escrito en tu ausencia, 
ni dejar de culparte por aquellos vicios 
en los que he caído huyendo de ti.

Pero te quiero claro, 
porque cuando no consigo dormir por las noches 
aun pienso en que ojalá tú si.




5 comentarios:

  1. que lástima que tus letras no estén recogidas en un libro para poder dormir con ellas debajo de la almohada

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    1. Ay Juan, creo que eso es tan difícil de conseguir, pero ojalá un día pueda.
      Miles de gracias y miles de abrazos.

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  2. Veinte cigarros de amor y una canción desesperada...

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    1. Muy desesperada, como todas las grandes canciones de amor.

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  3. El dolor plasmado en cada línea, la desesperación de cada verso...

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