He abierto
las piernas
para otros orgasmos
mientras las fotos de mi habitación
me
recordaban todo lo que pudimos ser
y no fuimos.
Y me he
dejado desnudar
con la certeza de aquel
al que le pesan las incertidumbres mal
apiladas
dentro de un paquete de cigarrillos.
Veinte
vicios
que se me escurren entre los dedos
tan rápido como lo hiciste tú.
El primero
para dejar de pensar
en todas aquellas que quieren jugar
con las balas que
guardas por si regresan
las ganas de tenerme ganas.
Se las
esconden bajo la falda
hasta que algo explosiona
y vuelves a perder el interés.
El segundo
por si apareces,
para que mis manos parezcan distraídas
y no se note que los
dedos
se mueven aprisa: uno, dos, tres, cuatro…
Repasando tus lunares.
El tercero
por si vuelves
a querer despedirte con un beso
y mi boca te confiesa
que desde
que tú no pasas,
no pasa nada que merezca la pena que pase.
Así que no
escribo.
Escribir sin
motivos
es pelearse con los folios en blanco.
El cuarto
para disimular este vértigo que siento
cuando miro hacia abajo
y toda la ciudad
duerme
mientras yo le doy una y otra vez
al botón de reproducir
y suena Sabina:
‘’ a ti que te lo montas de niña tonta
en medio de una orgía.’’
Una orgía de
recuerdos
y promesas paridas con el esfuerzo
que supone fingir que todo puede
salir bien.
El quinto
para sobrellevar tus defectos y manías
que me miran sexys
desde la otra punta
de la barra
de un bar que juega a darnos otra oportunidad.
Pero no la
queremos,
porque nosotros ya
no nos queremos querer.
El sexto
para atraer a otros clavos
que quieran sacarte a golpe de refrán popular:
‘’amor con amor se cura’’.
El séptimo para
convencerme de que un vicio
puede sustituir a otro provisionalmente.
El octavo es
para sobrellevar tu huida número mil;
aquella en la que estaba a punto de
creerme
que te quedarías para siempre.
El noveno
solo es un intento
de apartar de la mente
que hace demasiado tiempo
que no me
dan la mano.
¿Nadie va a quedarse
hasta que todo vuele por los aires?
Porque
voy a necesitar ayuda
para reconstruir ciertas cosas
y mover algunos muebles.
El décimo es
un pulso con mis pulmones
que siguen respirando tus aguijones.
El undécimo
para arrancar esa sensación
de que vivo anclada a una estación
en la que pierdo
todos los trenes
por mucho que llegue a la hora.
El doceavo
se lo regalo al peor de mis demonios,
para que muera conmigo
en un intento de
aparentar tranquilidad.
El treceavo
me sabe a polvo de reconciliación
en el baño de un local de mala muerte,
mientras me tocas el pelo sudado
y me lames las pecas.
El
catorceavo me molesta en la lista pendiente
de cosas que me recuerdan a ti,
encabezada por toda mi ropa interior.
El quinceavo
me recuerda que lo que más me duele
es que no te duelo suficiente
como para
volver;
decía Bukowski:
‘’cuando pienso en mi muerte,
pienso en que alguien te
hace el amor
cuando no estoy’’,
pero a ti no te duele suficiente
que sean otras
manos
y siempre mi cuerpo.
El
dieciseisavo me lleva al tejado,
a poner los pies en el borde
y fantasear con
dejarme caer
mientras grito tu nombre,
a viva voz,
que se me destrocen las
cuerdas vocales
justo antes de llegar abajo
y cuando te llamen para
reconocerme,
no te quede otra que confesarles
que me tiré por amor.
Los
suicidios por amor
siempre tienen algo de poesía.
Y como decía
Bécquer:
‘’poesía, eres tú’’.
Así que a
ver como les explicas
que has participado en esto.
El diecisieteavo me sabe a cerveza barata,
y a tu sonrisa que desnuda con las prisas
de alguien que no va a quedarse
demasiado tiempo.
El
dieciochoavo me recuerda
lo mal que me llevo conmigo misma
desde que me hiciste
conocerme.
Y te odio
por odiarme.
Y me odio porque no puedo odiarte.
El
diecinueveavo me molesta en la garganta,
y el humo me pica en los ojos;
me
recuerda aquello de que
‘’el amor es ciego’’
y a ti diciéndome que te
enamoraste
a primera vista.
Mentiroso.
Y
cobarde.
Y te creo,
porque en esta historia
vinimos a contar mentiras.
El veinteavo
me lo fumo
hasta que se me queman los labios,
mientras nos imagino tostándonos
al sol de una playa
en la que nunca haremos el amor.
El paquete
está vacío
y me pica el velero de la nuca,
que siempre apunta al sur.
No puedo
perdonarte todos los poemas
que he escrito en tu ausencia,
ni dejar de culparte
por aquellos vicios
en los que he caído huyendo de ti.
Pero te
quiero claro,
porque cuando no consigo dormir por las noches
aun pienso en que
ojalá tú si.
que lástima que tus letras no estén recogidas en un libro para poder dormir con ellas debajo de la almohada
ResponderEliminarAy Juan, creo que eso es tan difícil de conseguir, pero ojalá un día pueda.
EliminarMiles de gracias y miles de abrazos.
Veinte cigarros de amor y una canción desesperada...
ResponderEliminarMuy desesperada, como todas las grandes canciones de amor.
EliminarEl dolor plasmado en cada línea, la desesperación de cada verso...
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