He abierto
los ojos
y me he encontrado con cinco puertas.
Tengo los párpados vendados
pero
aun así, veo con claridad.
Están
pintadas.
La primera
tiene lunares.
Acerco la mano al pomo y noto calidez.
Recuerdo tu
piel.
Y te veo tendido boca abajo en mi cama.
Tienes la espalda llena de pecas,
salteadas,
en forma de firmamento.
Dejo de lastimarme
por no tener
ventanas.
Hay
habitaciones que guardan paisajes
aun sin vistas al exterior.
Voy subiendo
la yema de mis dedos
por tu columna vertebral,
hasta la nuca,
y después dejo
que mi mano caiga,
sin fuerza,
precipitándose al vacío de una cama
a la que no
volverás.
Ahora tu
espalda parece la Torre Eiffel,
y te fotografío,
como el turista que sabe que
no regresará.
Como el que vislumbra un milagro
y necesita conservar pruebas de
ello.
Te
contoneas,
suave,
y me recuerdas a un gato.
Que tengas
siete vidas
no quiere decir que seas un privilegiado.
Solemos creer que
cantidad es calidad,
y que va.
Cantidad es
acumular.
Calidad eres tú sin ropa
acumulando armarios
con percheros vacíos.
Te veo
asomar los pies
por el borde de la cama,
y me pregunto si no he sabido
abarcarte
y hay algo de ti que siempre se me escapa.
Como se le
escapa la buena suerte
por los bolsillos descosidos
al mendigo de la calle de
atrás.
Del mismo modo que se le escapa la buena suerte
a la prostituta que
estudió administración.
Me muevo
hasta la segunda puerta,
es de color gris.
Recuerdo que
te echo de menos,
pero no estoy pidiéndote que vuelvas.
Desde que no estás, mi
yo tuyo y mi yo mío,
se llevan mejor.
Pero te echo
de menos
en todos los momentos.
Así que la vida se ha vuelto más lenta.
Antes
siempre me parecía que no llegaba.
Ahora el reloj me da tregua.
Me está
devolviendo uno a uno
todos los minutos que me daba solo a la mitad
cuando
estabas aquí.
Y como nunca
se que hacer con tanto tiempo,
te echo de menos.
Te añoro en
todos los que me invitan
a fingir que me he recuperado.
En todos los que creen
que no hace falta
detestar la cobardía de otra persona
para tener la valentía
de mentir sin pestañear.
Si
estuvieses al otro lado de la barra,
mi vestido y yo empezaríamos a molestarnos
mutuamente,
y tú estarías hasta arriba de intenciones.
Ya no hay
segundas citas,
ni segundas partes.
No hay dos vaqueros iguales.
Me asusta que
otra boca me genere dependencia
en un intento de olvidarte.
Y al final,
terminar relacionando orgasmos ajenos
con mi empeño por sobrevivirte.
Un bucle en
el que mirar hacia delante
sea siempre caminar hacia atrás.
Deberías
haberte sentado conmigo en el asfalto
aquel día que jugamos a ser quienes no
éramos,
solo para que la vida nos diese la oportunidad de ser.
Sentarte
conmigo
y contarme que todo era mentira.
Que no éramos de verdad.
Que había un
monstruo en ti
que se comía a la niña de tus ojos.
Y esa
siempre era yo.
Di dos pasos
hacia la tercera puerta.
Estaba fría
y áspera.
Olía a cerveza.
Tenía dibujadas cientos de avispas
con aguijones de
cristal.
Te veo
caminar hacia mi,
con la mirada perdida en algún punto
de un mar que no tiene
puerto.
Y no sabes como lo siento.
Ojalá estar
en mi
fuese descansar de ti mismo.
fuese descansar de ti mismo.
Las avisas
no pican si no las molestas,
recuérdalo.
Quédate quieto
y despistas al veneno.
Se que te
masturbas de cara a un espejo
para recordarte que estás solo,
y poder llegar
tranquilo al orgasmo
sin temer que aparezca mi cuerpo
y te recuerde que tú solo
haces el amor conmigo,
que todo lo demás son meros intentos
de no morirte de
pena.
Yo mientras
araño las paredes de mi habitación,
tratando de abrirle paso a las avispas.
Noto los cristales en el esófago,
y no hay manera de digerirte.
Me he
quedado de pie en una baldosa
mientras todo a mi alrededor arde.
Soy un cigarro
enamorado de tu boca.
Escucho el
click del mechero
y me preparo para que vuele todo por los aires.
Siempre cojo
las pastillas para dormir
pero se me olvida el vaso de agua,
y de camino a la
cocina
me da tiempo a pensarte veintitrés veces.
Cuando
vuelvo a la cama
todas las avispas me hablan de ti.
Camino hasta
la cuarta puerta.
Es de color
azul y me recuerda al mar.
Huele a sal y
se oyen cantos de sirenas.
El mar siempre ha sido lo más parecido a la
libertad.
Y yo siempre he querido ser libre,
hasta que llegaste,
y empecé a
querer ser tuya.
Me encerré
en tu jaula voluntariamente.
Tenías tanto
miedo de perderme,
que terminaste por irte tú.
Me he
quedado dentro de una habitación desordenada
por la que ya no caminas desnudo.
En la que no
follamos
y el puto reloj me mira victorioso.
Nos ha ganado una batalla
en la
que no sabíamos que participábamos.
Formo parte de
una banda callejera;
para ser miembro, tienes que sabotearte.
Se me ha
puesto cara de inmigrante ilegal
cruzando tus fronteras,
con mis bragas de
bandera,
tentándote a que la cruces conmigo
y escapes de ti mismo.
No vas a
echarte de menos.
Voy a
cuidarte todas las versiones de ti mismo
que te hayan sido amputadas,
hasta que
dejes de sentirlas.
Pon tus pies
en el borde de la ventana,
junto a los míos,
y mira al vacío,
deja que el
vértigo se apodere de ti,
al final dejarás de ver tanto edificio y chimenea
y
sentirás el mar.
Estar a
punto de caer siempre huele a libertad,
no me preguntes porque.
Vamos a
saltar juntos.
Que yo me pierda.
Que tú te pierdas.
A ver si dejando de ser yo
y dejando de ser tú,
nos dejan ser nosotros.
Goleada al
destino.
La quinta
puerta tiene un espejo.
Me veo
desatándome la venda.
Del pomo
cuelga un revólver con cinco balas.
La primera,
se clava en tu recuerdo.
No consigo acordarme de cuantos lunares
tenías en el
lado izquierdo de la espalda.
La segunda,
va directa al reloj de tu muñeca.
Hace catorce días que tengo tres horas en las
que,
si subo el volumen de la radio,
no te echo de menos.
La tercera,
se incrusta en la colmena.
He escupido uno a uno todos tus cristales.
La cuarta
vuela la jaula en mil pedazos.
Y la quinta,
la guardo en el tercer cajón
de la mesita de noche,
porque si decides volver,
tendré que disparar a uno de los dos.
El alféizar
de la ventana es muy pequeño
para cuatro pies que no caminan en la misma
dirección.