He estado
pensando en el mundo,
en general.
En todas las
ventanas
de las cientos de casas
que miran al mar,
en los niños
que asoman sus
ojos inquietos
en busca de algo que les haga de distracción
mientras sus madres
creen que hacen la tarea.
He visto caer
agua de un cielo
que llora desde que decidimos a golpe de gobierno,
quienes
iban a ser personas
y quienes no iban a tener derechos.
Estado del
bienestar
del bolsillo de unos pocos.
He imaginado
conciencias dormidas
entre algodones de azúcar,
mientras una mano les
acariciaba la nuca
en un intento de calmar sus últimos pecados.
Cristianos
que besan los pies de un santo
y le niegan el respeto a aquellos que duermen en
el suelo.
Musulmanes
que se inmolan
en nombre de un dios misericordioso
al que ofrendan a sus hijos
como si la vida solo fuese un negocio.
He pensado
en todas las puertas que se cierran
y nos dejan dentro de una habitación
donde
todo nos resulta tan familiar,
que ni cerrar los ojos nos libra del recuerdo.
He visto
alabar a aquel que vuela,
con poder, dinero y fama,
y despreciar al que se
arrastra
por un puesto de trabajo
en la industria de su pueblo.
Quien
decidió que volar era lo admirable.
He imaginado
hombres
que destrozan y devastan tierras
solo por obtener su fruto,
al precio
que sea,
y consideran a todo aquel que las trabajó y labró,
un mero medio para
el objetivo final,
que siempre es el dinero.
Fieras que
no aúllan,
ni gruñen,
ni maúllan;
fieras que hablan.
Fieras que se comunican.
Fieras que engañan.
Que roban.
Que comercializan con todos nosotros.
Que manejan
maquinarias que no lloran
cuando tiran abajo los muros
de la casa de una mujer
de ochenta años
porque la legislación ha cambiado.
¿Quién
carajo es Legislación?
La anciana solo conocía a Eulalia,
la vecina de abajo,
y
a Marisol, la mujer de Agustín.
Así que dime,
dime quien es
Legislación,
que tal poder tiene para arrasar
con todo aquello que me
pertenece.
He visto
pájaros que no vuelan
porque no les enseñaron;
les hicieron creer que sus alas
eran torpes
y sus picos no servían para cantar.
Jaulas
abiertas
de las que nadie se atreve a escapar.
Y cárceles tan cerradas,
que a
los dos meses te abren sus puertas.
Explícale a
una madre
que no se considera asesinato
porque no hay rastro del cadáver,
aunque
su hija lleve meses sin cenar en casa.
Niños que
juegan al escondite
mientras soplan dientes de león
y piden deseos complejos
porque si fuesen sencillos,
dejarían de necesitar el diente de león,
y esa es
la mejor parte.
Vestidos de
flores
que se ondean en verbenas
donde suena la música de siempre;
vestidos
grises
que cruzan campos plagados de minas
y la felicidad se resume en llegar
al otro lado.
Dos piernas.
Dos brazos.
Y ha sido un buen día.
Familias que
inculcan culturas y religiones
a golpe de infiernos y castigos,
de fe ciega,
extremismo,
intolerancia
y sacrificio.
Que no leen
cuentos con finales felices
ni les recuerdan que son libres de elegir sus
principios.
Algo así
como llevar una etiqueta.
Dicen que no
se nace con suerte,
que la suerte se hace,
y dime tú si no se necesita nacer
con suerte
para que el vientre que te hace de hogar,
esté en el lado adecuado
de la frontera.
Que pena el
mundo,
en general.
Que pena el
ser humano,
en concreto.
Y eso seguirá así hasta que los intereses de unos pocos desaparezcan, hasta que las obsoletas religiones dejen de esclavizar, hasta una bala deje de ser más barata que un libro, hasta que se termine el amparo para los que hacen mal a este mundo. Una situación muy compleja que tardará años en resolverse, pero que si no se comienza ahora el ocaso de la raza humana será inevitable.
ResponderEliminarSi, siempre recuerdo la misma frase cuando se habla de estos temas: la riqueza de unos pocos a cambio de la miseria del resto.
EliminarEl hombre humano, bajo cualquier forma, ha perdido su significado.