He heredado un mapa manoseado con manchas de café, y alguien sin nombre ni apellidos me recuerda a mí. No me alcanza el amor para tanto vacío, y lo siento, pero hay distancias inabarcables. ¿En qué momento del poema llega la catarsis?
No soy cobarde porque reconozco que quiero quedarme, aunque
me vaya. Y no ser cobarde no significa ser valiente. No ser cobarde es
reconocerse.
Reconocer que sabías de la trampa pero fingiste ser ratón.
¿Y qué? ¿Quién va a decirte que deberías no haber caído? La vida se divide en
los que deciden no caer y en los que se rinden a la evidencia de que escapar
del abrazo no significa terminar con nada.
O eres de los que aprietan el gatillo contra su propia
cabeza o eres de los que corren después de haber disparado contra el otro.
Tengo medio mundo adentro gritando en nombre de una ciudad
en la que nunca se venden libros en la calle. Ni se regalan flores con tarjetas
simples para vidas complejas. Alguien me pide que rinda obediencia a quien
exige mi sumisión. Como un gato callejero al que le faltan vidas.
Todo lo que eres se va contigo. A donde vayas. Y puedo ser
muy estúpida para librarte de la culpa. Puedo acostarme con tu mejor amigo para
convertirte en un famoso escritor, ya sabes, la gente feliz no escribe.
Háblame de tus traumas. De los que solucionaste.
De los que no pudiste.
Y de los que no quieres deshacerte.
Aunque en realidad, son los últimos los únicos que me
importan: traumas por convicción propia, porque es mejor vivir en el error que
caer en el acierto.
Hoy me he dado cuenta de que te fuiste de casa para dejar de
oír a tu conciencia, como quien apaga el televisor cuando bombardean Siria.
¿Soy para ti un conflicto internacional entre tus hemisferios?
Ya no voy a besarte en ninguno de los días de mi vida y
nunca ningún día de mi vida ha tenido tan poco sentido.
Tan poco sentido
escribir a quien lee para otra.
En otra habitación frente a otra ventana desde la que se ve
diferente la luna. Más grande, como un queso redondo que me recuerda que una
vez fui ratón y me dejé caer en la trampa. Sin patalear, como el condenado a
muerte que asume con entereza su final.
¿Algún pecado capital?
Todos. ¿Qué es sino vivir? Pecar hasta que te nieguen la
entrada al reino de los cielos, porque yo no creo en nadie más que en ti. Y
fíjate para lo que me ha servido. Matar en nombre de un Dios misericordioso. Como un títere al servicio de otro.
Estoy usando palabras que otros han gritado. Palabras que otros han escupido. Palabras que se han usado para hacer temblar algún corazón, a veces el propio a través del ajeno. Como casi todo en la vida.
Porque lo que es propio a través de lo ajeno, es doblemente
propio.
Y de repente todo se convierte en lugar. Que no destino.
Porque los destinos limitan mientras que los lugares abarcan. Todo se convierte
en lugar donde contener el aliento, porque hay cosas que desaparecen con solo
respirar. No quiero escucharte los pulmones, quiero sentirlos quietos, como bestias que se amansan abandonándose a su suerte.
¿Buena o mala? Y es mejor que sea mala para ser capaces de apreciar la buena.
¿Sabrías lo que es vida sin muerte?
He respirado. Joder. He respirado y ya no hay lugar. Y claro, ¿a dónde van dos personas que no encuentran su lugar en el mundo?
Seguramente no hagamos nada demasiado grande, pero guardo la nota que me escribiste después de marcharte:
‘’Nunca se si irme
o si quedarme:
dualidad’’.
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