Voy a hablarte de él casi en silencio,
que la poesía no
escuche nada de su nombre,
para evitar los celos que siente
cuando ni uno solo
de sus mejores versos
alcanza la misma altura de su vuelo.
Y todo sin levantar los pies del suelo.
Viste las formas de un macarra,
de los que buscan faldas;
de
aquellos que beben sin el control de su hígado
y viajan a camas improvisadas
cuando se encienden las luces de los locales
y el amanecer nos obliga a
continuar la fiesta en otra parte.
En otras piernas.
Lleva marcada su vida en la piel,
y créeme, si le vieras,
ninguna historia es mejor que la de su pecho o su espalda,
que la del número de
su brazo
o el nombre que esconde al comienzo de su pantalón.
En las manos guarda malas formas,
poca educación y escasos modales,
y en su bragueta,
las ganas incontrolables de ser animales.
Pero no siempre mantiene la máscara,
a veces te mira con los
ojos llenos de esperanzas,
como si fuese tu desnudez
el motivo de todas sus
guerras,
y por un segundo te sientes trinchera
y le invitas a dormir
con la
ingenuidad de quien nunca ha probado
una droga de diseño
y no conoce los
efectos secundarios de una adicción.
Y joder,
una vez que se queda contigo
después del polvo y el
orgasmo,
cuando todo lo gritado entre gemidos
ya no es más que eco,
puedes ver
en el balcón de su sonrisa
el firmamento,
con todas las estrellas
encendiéndose
en sus dientes,
para dejar la marca perfecta de su visita en tu piel.
Como quien no necesita permiso de tu vida
para quedarse en
ella,
como si viajara por tus días
con la seguridad de un nacional en su tierra
querida.
Tendrías que verle mirarte
y fingir que no lo haces,
solo
para que no aparte sus ojos
de los vértices de tu cuerpo
y pudieses sentirte,
por un instante,
la mejor de sus conquistas,
la reina de los mares que guarda
en su saliva.
Dime si alguna vez te has sentido propiedad de alguien,
si
el corazón, los pulmones y el temblor de tus rodillas
han decidido abandonarte para
irse a orillas de otra cama
y declararse prófugas
de todo lo que no tiene que
ver con sus lunares.
Deberías sentir por un instante
como el mundo se va de viaje
detrás de sus pasos
y como el sol le cabe en los zapatos;
como conquista a la
luna con pocas palabras
y la convence para que se vaya a vivir a su ventana.
Y luego te convence a ti
de que no hay luna más bonita
que
la que se ve desde su habitación.
Y le crees,
porque cuando sus ojos se adentran en tus dudas
y las enamoran,
has perdido la partida
por muchos ases en la manga que
guardaras.
Tengo a todas las faldas
esperando el tacto de sus dedos
para tener un motivo por el que elevarse.
Ahora solo están guardadas,
aburridas y planchadas,
con la
poca gracia de cualquier prenda
que aun no sabe del poder de tu existencia.
A veces,
cuando me confiesa que no hay nadie más que yo,
siento
como se me recolocan las esperanzas,
las ganas de una vida compartida;
las
ansias de bajar las persianas
con la misma prisa que la bragueta.
En serio que deberías de conocerle,
y entenderías como se
encierra la magia.
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