Tengo tantas formas de recordarte,
que a veces se me antoja
que no eres una,
sino varias personas.
Que me dueles con la variedad de lo perdido.
No alcanzo ya a descifrar la forma de tu sombra,
si eras
valiente o si corrías cuando me acercaba,
si brillaban tus ojos al leerme
o se
cansaban tus pupilas de la música de mi lápiz.
He sido cobarde,
y he buscado todas las formas
de que no me
dijeras la verdad,
tratando de fingir que podría despistarla eternamente,
que
allí donde ella fuese, no nos encontraría.
Después, lo he seguido siendo
cuando una vez que nos había
alcanzado,
traté de disfrazar tus defectos,
hacer de tus actos dioses de carne
y hueso.
Mientras el barro salía por las costuras
de nuestra
historia
y lo ensuciaba todo,
con la lentitud de aquello que va a doler
durante mucho tiempo
y la seguridad de que no había nadie,
ni tú ni yo,
para
limpiar aquel desastre.
Vivíamos a la espera de que todo explotase,
como un orgasmo,
primero con fuerza y más tarde, hecho eco.
Un eco encerrado entre cuatro paredes
que le daban cobijo.
Y de pronto,
toda tu religión está construida de recuerdos
y
tenemos que escoger alguno
que nos permita escapar un tiempo de nosotros
mismos,
y de esa espera interminable
mirando las agujas de un reloj que nunca
gira.
Me acuerdo de ti,
aun huyendo a otro momento de otro día
cualquiera,
me acuerdo de ti.
Del café entre tus manos.
De tus manos en mi taza del café.
Del olor a mermelada en tu boca.
De la mermelada que siempre huele a ti.
De tus
labios goteando el jugo de las primeras naranjas.
De las cientos de naranjas
mordisqueadas
que tienen la forma de tus labios.
Y caigo en la cuenta de que nosotros mismos
pusimos los barrotes
a esta cárcel
a la que cariñosamente llamamos ‘’hogar’’.
Vivo sin ti todos los instantes del día
y sin embargo,
comparto contigo cada uno de los pasos
que no te pertenecen.
Tengo sobre la espalda varias camas vacías
y alguna boca
valiente
que se atreve a preguntarme aquello de:
‘’¿cuánto tiempo llevas sin
correrte?’’
Y me pongo a pensar:
‘’¿de ausencia o de placer?’’
Y las cuentas siempre acaban dando
la misma respuesta:
llevo
sin correrme de placer
exactamente el mismo tiempo
que llevo haciéndolo de
ausencia.
De tu ausencia.
Que es tan espesa que cualquier pintor
la habría utilizado
de acuarela.
Un paisaje de añoranzas
con un ejército de errores al fondo,
en el horizonte,
que sostengan entre sus manos rifles
cargados de preguntas sin
respuesta
que en la mayoría de los casos son peores que las balas.
Cinco sentidos desordenados y un sexto, tú,
que me hace ver
todas las noches
a los cientos de muertos que nos lloran
y echan paladas de
tierra sobre esta esperanza idiota
que ni siquiera ha sido invitada al
entierro.
Te he vomitado con el mareo que supone siempre
echar la
vista atrás,
hay estómagos que no afrontan las derrotas,
que no digieren las
promesas rotas;
y después, he intentado llorarte
pero las lágrimas están
negadas a los cobardes.
No me retiré a tiempo de un juego en el que eras muy bueno.
La cama.
Mis miedos.
Mis ‘’jamases’’.
Mis infiernos.
Nuestro cielo.
Que podría escribir una nueva Biblia
con todos los milagros
que te cabían en el ombligo.
Adicta al desgaste de tus contradicciones,
a la erosión de
tus costillas sobre mi pecho,
al desagüe de tu garganta
que coleccionaba letras
de un poeta de alcantarilla.
Te dedico de aquí en adelante
mis momentos más incómodos
y
el desastre de mi habitación,
mis drogas y mis vicios,
mi poca educación;
te
regalo las palabras mal sonantes,
los errores innecesarios
y la sensación de
sentirse nadie
cuando desaparecen los ojos que te bombean el corazón.
Te dedico todos los infinitos que quepan
dentro de una
historia que nunca ha entendido de calendarios.
Y te dejo que elijas de que prefieres correrte tú.
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