Me he descolgado de la poesía
como se descuelga la lluvia de
las nubes
en las madrugadas de invierno,
como se descuelga el rimmel
de unas
pestañas que lloran sin remedio.
Puede que antes fuesen las letras
mi único cobijo,
pero hoy
solo busco sobrevivir a ellas,
que dejen de ser los versos balas
en un campo de
batalla abierto.
Nunca pretendí aprender a escribir,
era mucho más egoísta,
solo buscaba que fuesen las letras
quienes me sanaran entre versos
de Benedetti,
Neruda o Bukowski.
Les pedía un rescate, una liberación,
que montaran un
campamento en medio de aquel desastre,
y me hicieran de consuelo cuando tus
manos se habían ido
en busca de otro vuelo del que yo no era el destino.
Creo que no hay nada más cierto
que el hecho de que aquello
que no se dijo a tiempo,
ya no se necesita escuchar;
que las agujas se olvidan
de las cuentas pendientes.
Que yo siempre he sido una escéptica de tus promesas,
pero
que bien sientan cuando las servías en bandeja
y tus ojos me invitaban a un
baile
del que tendría que salir huyendo a las doce,
cuando yo seguía siendo
cenicienta,
y eras tú el que se olvida de su papel de príncipe.
Dime cuantas muertes te caben en las pupilas,
que yo ya he padecido
una por cada noche
de las quinientas de Sabina,
y quiero saber cuantas me
faltan
para que empieces a resucitarme,
y sea tu saliva la curación de las
heridas
que torpemente no atina a coser la poesía.
He cogido vagones de tren
donde tus promesas y mis ganas de
creérmelas,
hacían de combustible,
que el amor, tal vez, no sea más que eso,
tener valor de emprender un viaje
que no te lleve a ninguna parte.
Me he puesto frente a la poesía
y le he plantado cara:
no
quiero olvidar el placer de desnudarle.
Y tú me oías y te reías:
¿qué haces enamorada de mí?
¿qué haces enamorada de mí?
Y las mejores preguntas
son aquellas que no tienen
respuesta,
que se necesita una vida siquiera
para hacer un boceto que sirva de
réplica.
Estoy haciéndote poemas
que te escuchen en tus generaciones
venideras:
en las de las promesas, en las de los nuevos amores,
en la de otras
camas, otros orgasmos, otros miedos,
y sin embargo, siempre mis letras,
que se
te cuelen en las venas
y te hagan llorar ríos de recuerdos,
hasta desembocar en
el mar de los sueños
que guardas por si un día tienes cojones de intentarlos.
¿Cómo estás?
Preguntan las bocas que no saben de derrotas,
y
solo una, con el valor que se escapa a veces
entre unos dientes que hacen de
muralla,
se para frente a todo lo que has olvidado que eres
y te dice: ¿cómo te
gustaría estar?.
Y sonríes, con el murmullo en tu cabeza
de una esperanza que
se viste de fiesta
para bailar al son de la música de tus ilusiones,
que se han
vuelto locas entre historias de cuerdos
que no derriten el hielo.
Y entonces aparece Bécquer,
con esa eterna confianza de la
poesía hecha corazón,
persona, manos y pupilas;
aparece con la tranquilidad que
aportan unos versos
estructurados en forma de hogar, de calidez, y pregunta,
como si llevase toda la vida
esperando darte cobijo entre sus letras, aquello
de:
¿Qué es poesía?
¿Y tú me lo preguntas?
Poesía, eres tú.
Maravillosa. Un saludo.
ResponderEliminarMuchísimas gracias!
EliminarY tú, querida Amparo;tú eres poesía.
ResponderEliminarSalvador
Gracias Salvador, siempre tienes las palabras justas, en tus escritos, en tus comentarios, da igual el lugar, pero siempre son ideales.
EliminarCon todo mi cariño,
Amparo.