Sentía que sus años
la estaban poniendo a prueba.
Como si el paso del tiempo
revotase entre cuatro paredes
que
olían a bata blanca
y le estallasen en el rostro
creándole un centenar de
arrugas.
''Si supiese lo guapa que está,
dejaría de tocarse el pelo
tratando de colocarlo
de esa forma imposible.''
Él la mira desde los pies de la cama
y se le escapan las
esperanzas
desde unos ojos que hace días
se me antojan verdes.
¿Cuánto amor cabe en una sala de espera?
¿Y en una espera
sin sala?
A veces despertaba en mitad de la noche
y la veía recostada
al otro lado de la habitación,
parecía que andase flotando en mitad de un
océano,
resguardada de los vientos del norte
y amparada por todas las promesas
de este sur que la adora.
‘’No me miréis’’ solía decirnos
y nosotros encontrábamos
poesía
en cada uno de los impulsos de su voz.
Estaba enferma,
de la misma forma que enferma
un día con
sol.
¿Y quién no lo está?
Hemos enfermado de promesas rotas,
de amores vacíos,
de cartas que no llegan,
de destinos perdidos en medio de frases sin sentido.
Ella estaba enferma,
y sin embargo nada se me antojaba
más
sano que su sonrisa,
enmarcada entre comisuras
que guardaban belleza hecha risa.
No se cual es su destino,
pero hoy le he dado una patada,
y
le he mandado a hacer puñetas:
de tu vida me encargo yo.
Vamos a adormecer los temores
con el primer toque de queda,
apagaremos la luz de los silencios
y haremos ruido,
para que la esperanza pueda
encontrarnos
pronto y siempre.
Hay ojos que lo pintan todo de colores
con una sola mirada,
como si sus pupilas fuesen acuarelas
y sus ganas de ser, pinceles en manos
artistas;
y yo me siento lienzo
cuando estoy cerca de las arrugas
que hablan de
tiempos gloriosos,
de su primer y único amor,
de cada unas de las veces
que ha
puesto los pies en tierra firme
después de llevar días perdida
entre sueños
imposibles.
A veces me quedaba a vivir en tu respiración,
con la
sensación de estar acunada
en una duermevela blanca
que habla del mañana,
y
siempre estás,
te prometo que el mañana siempre me habla de ti,
que se ha
enamorado de tus ganas de vivir.
Vuelvo a observarle,
él sigue mirándote,
ahora sus ojos
lloran,
y puedo ver la sal desde aquí,
curando heridas que parecen abiertas
desde que sueles dormir demasiado.
Pero debajo de esta cama
no hay monstruos,
solo cientos de
canciones,
de libros, de lugares
y personas que sienten latir el corazón
cuando
escuchan el tuyo.
A veces hay más vida
en una mano inerte
que en unos pies que
corren.
A veces existen habitaciones grises
que guardan a personas
de colores.
Precioso poema, precioso lo compartié si por favor
ResponderEliminarMuchísimas gracias Magdalena, nada sería de mis letras si no pasarais vuestras pupilas por ellas.
EliminarAmparo.