Si un suicida se parase a ver la vida
que se te escapa de
las pupilas,
hallaría el motivo para quedarse
y la muerte le resultaría
aburrida.
Como si te inyectasen
una buena dosis de adrenalina
y de
repente,
fueses uno de esos atletas
que corren desgastando el asfalto
que les
llevará a la meta.
Como un escritor que se desangra en versos
y le gotean
letras de las venas
que llegan al corazón en un río de palabras,
para
desembocar en unos ojos ajenos
que alcancen a ver la belleza
que se le escapa a las manos que lo crean.
Si se parase un instante
aquel tocadiscos cansado y te
mirase,
vería de nuevo la magia de las viejas canciones,
los instantes entre
música
y notas descolgadas en besos
que han quedado anclados en el pasado,
enterrados en tumbas sentimentales
que esperan la señal para llover en forma de
recuerdo.
Sonarían de nuevo notas muertas,
que volverían a poner en
movimiento algunas caderas
que te atrapan y te hacen hueso;
volarían de nuevo
los vestidos
de la esquina de tu calle,
y se vestirían de lunares y peineta
todas las señoras que quieren casar a su descendencia.
Si aquel reloj de tu cocina
(o de todas las cocinas del
mundo)
se fijase en lo bien que queda tu culo desnudo,
atrasaría todos los días
media hora el minutero
solo para evitar el momento en el que sales de casa
y te
olvidas de que llevas el tiempo cosido en las pestañas,
y que allí por tus
lunares
hay un reloj que siempre marca la eternidad.
Si dejas de pasear
tus siete pecados capitales por mi
armario,
mandarás a mi lavadora de un plumazo a la lista del paro,
sin ningún
corazón o sudadera que se haya manchado
de las ganas de revolcarme contigo
entre vicios
que envidian la droga de tus orgasmos.
Cuando las ruinas de tus pérdidas y errores
se visten de
gala,
nadie pone en entredicho lo bonito de un fracaso,
y el cadáver de tus
días pasados
se siente más vivo que muerto
cuando le dejas pasear por tu
memoria de puntillas,
sin armar mucho alboroto;
te baila en la azotea de tus
recuerdos
y se contonea con ese aire trágico
que posee siempre el pasado.
Si los sueños abrieran los ojos,
verían la realidad de tu
cuerpo,
ese sinfín de infinitos que se te dibujan en el torso
y juegan a
sentirse libres
en una sociedad de autonomía condicional.
Que saltan por los puntos y finales,
como si solo fuesen
puentes que cruzar
para dar paso a otro comienzo,
a otro ventanal que se abre
con vistas a Central Park,
en invierno,
cuando todo está cubierto de nieve
y
sin embargo,
nos quema el sol de las casualidades.
Si la borracha del bar de siempre te viese,
pediría otra
ronda de whisky
y le juraría al camarero que esta vez bebe
con un motivo hecho
hielo, vaquero o paquete.
Que le sirva uno más cargado
a ver si así vuelve a verte.
Y se arma de valor para pararte y decirte:
¡eh tú! ¿no
bebes?
No bebes porque es de tu boca
de donde se calma la sed.
De
tus manos de las que sale el hielo
cuando te cansas de las curvas de mi cuerpo.
De tus años emana el buen vino.
Y de tus mentiras,
lo fácil que resulta ser
infiel con uno mismo
cuando aseguras guardar tequila en tu saliva.
Los días cualquiera para enamorarse,
podrían ser este ¿no?
Quédate y prueba,
que tengo una colcha llena de errores
y toda una noche para
contarte
que ninguno traía secretos en los ojos
ni maravillosas grietas en
donde vislumbrar otro paisaje.
Me fumaría la hierba de tus ojos
con la misma facilidad que
me lías la vida
y me chutas de promesas
que me adormecen los miedos que antaño,
se venían conmigo a cenar a la mesa.
Si aquel cigarro supiese de la existencia de tu boca,
de lo
lento que consumes a quien te importa,
saltaría de aquellos labios
que no saben
apreciar la elegancia de una muerte lenta
que se hace hueco en tus pulmones sin
pedirte permiso,
y caminaría calle abajo
hasta que lo cogieras entre tus
dientes
y le prometieras, como a todos esos vestidos,
que nada has probado con
más ganas
que aquel montón de mierda que se te antoja paraíso.
Si supiesen los mares enfurecidos
y los cielos despejados
que en tu cama hay un hueco
desde que no duermes conmigo,
irían aprisa al
encuentro con tu sonrisa
y te jurarían amor eterno manoseado
para que dejaras
de sentirte solo cuando aun ahora,
y solo a veces,
te da por recordar que mi
pelo se hacía oro
y mi espalda, tobogán.
A todos les entiendo,
pero en esto de perder las bragas por
tus promesas,
soy una aventajada.
Estoy calculando cuando volver a lanzarte
la siguiente
protesta,
que respondas con represalias
y me mandes a la mierda
y cuando
parezca que estoy cansada de agrietarme,
suene tu voz en mi cabeza:
‘’Rómpete un poquito más’’.
Y a mi desastre le pasa
como a cualquier kamikace,
que no
puede dejar de alimentarse de catástrofes.
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ResponderEliminarespectacular, amparo. saludos
ResponderEliminarTe deje un un mensaje
ResponderEliminarTe quiero mucho, Amparo.
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