Te mastico, te trago y te digiero.
Te masco como a un puñado de tabaco
que se me coge a las muelas
y no sale ni con otra lengua.
Ni a lametones de otra vida
que no sabe nada de tu muerte;
ni de las cientos de veces
que le he llorado a tus amaneceres,
queriendo parar el tráfico de tus vaivenes,
levantando tanto la mano
que me dolían los hombros de sostenerte las dudas.
La jodida estatua de la libertad pero en tu mapa.
Delimitando la subida de mis brazos
con la anchura de tus pretextos.
Pero me acostumbré,
y al final todas las faldas quedaban mejor
si estiraba los brazos
y te miraba tan inocente,
que era mentira lo que te decían mis ojos
solo porque mis intenciones por las noches
hablaban mucho más fuerte.
Ensordecedoras.
Me sentía un pájaro en una jaula
con la puerta de par en par,
pero sin saber volar;
asomando la cabeza hacia la libertad
y rechazándola porque sabía
que no iba a saber sostenerme.
Y una hostia segura
es mucho peor que una evidente.
Cantaba fuerte
para que quisieras tenerme en cautividad toda la vida,
pero que me dejases ser salvaje.
Picotear todas las manos que se asomasen
y no llevasen esa cicatriz en el dedo meñique
de cuando jugabas a ser celoso
y te enfadabas por todos aquellos
que se ofrecían a llevarme al fin del mundo.
Pero menudo timo,
que tengo media orza del zapato
asomando al último precipicio
de la última opción de todos nuestros futuros,
y nadie me ha acompañado.
Ni siquiera tú.
Ahora cuando me hablan del fin del mundo
suelo responder que mejor me lleven al principio.
Al principio de todos los mundos
y me muestren otro camino
que no lleve a una calle sin salida.
¿No decía Galileo que todo esto era redondo?
Que me enseñen a darle la vuelta
sin acabar tropezando siempre
con todo lo que dejamos a medias.
Sin vomitar
como en una borrachera de alcohol barato
y desear quedarme en los dieciséis,
cuando tres líneas mal escritas
y un paseo en moto te aclaraban las ideas
y te hacían imaginar el día de tu boda.
Desde mi jaula se ve otra jaula.
Y otra.
Y otra.
Hasta otra más.
Y en todas estoy yo.
Como si me coleccionaras por fascículos,
evitando que se juntaran todas mis partes
y tuviésemos el valor de abrir las alas de par en par.
Me desmontas
y cada día me das un trocito de mi que desconocía.
Me conozco a través de ti
y eso es una putada.
Riego la falta de iniciativa
de todos esos idiotas
que piensan que un corazón roto
ya no sabe querer;
como si para querer a alguien no fuese necesario
odiar la falta de cojones de otra persona.
Y yo odio tanto la tuya
que creo que puedo querer desmesuradamente.
Pero picoteo todas las manos que aparecen,
a ver si a alguna consigo darle en el meñique
y cientos de copas después,
cuando me lleve los dedos a la boca,
paso los labios por la herida
y vuelvo a sentir(te).
Los mejores orgasmos siempre se tienen en casa.
Nadie puede correrse plácidamente
si no se siente a salvo.
Y nadie se siente a salvo
si no le besan con sabor a hogar.
Te mastico, te trago y te digiero.
Me duele la tripa como si llevase días sin comer.
No me puedo creer que empieces a no ser suficiente.
Te escupo,
en una bocanada,
en un intento de sacar al monstruo que creaste,
tiene tus ojos, tan guapo.
Tan tuyo, tan nuestro.
Abro la boca de par en par
y dejo que vuelva a entrar.
Y mastico,
como si estuviese mascando un montón de marranadas
en una de esas tardes de película
que ya nunca son conmigo.
He cerrado la puerta de la jaula
y me he anudado las alas con fuerza.
Domestícame.
Quiero sentirme en casa.
Ahora cuando me hablan del fin del mundo
ResponderEliminarsuelo responder que mejor me lleven al principio.
enhorabuena por el poema y por abrir la entraña y sacar los monstruos
Muchísimas gracias, lo cierto es que es realmente difícil sacar todo aquello que, de algún modo, nos corroe, si no lo fuese, todos estaríamos sanos, sentimentalmente hablando.
EliminarAnte tanta vehemencia hay que ver quién te hará sentirte en casa. Je, je.
ResponderEliminarVisceral y hermoso como siempre, Amparo. ¡Saludos!
Jajajajaja si que es difícil, si jajajaja
EliminarMuchísimas gracias Nahuel!
Un saludo.