No se si
hablar de ti,
o hablar sobre mi.
O dejar de hablar de los dos.
Me tienes
hasta el moño.
Hasta un
moño despeinado,
enredado.
Un moño mal hecho
que recuerda al buen sexo.
A tirones.
A
enfados que duran
cuatros habitaciones de la casa.
Dos sofás.
Una cocina.
Y
enemistarse con todos los vecinos.
Nadie me
trae bizcochos
cuando llego nueva al edificio,
porque tú siempre tienes puesta
tu cara
de pocos amigos.
Y a mi,
que tanto debería de molestarme,
solo me dan
ganas de hacerte el amor.
Tu antipatía
me despierta las cosquillas.
Me miras de
arriba abajo,
como quien contempla un buen postre
antes de llevárselo a la
boca.
Como si el disfrute fuese más
tener el poder de decidir cuando devorarlo.
Y te miro:
‘’ahora no’’.
Sonríes,
con
cientos de orgasmos entre los dientes
y te avalanchas.
Me recuerdas
a un tsunami
en los países más subdesarrollados;
yo soy la casa que se parte
por la mitad.
Me tiemblan
las piernas
lo justo para que se me caiga la falda.
Nuestra
historia de segunda mano
nunca tiene suficiente.
Tenemos una conciencia barata.
Y lo barato siempre sale caro.
A veces no
se que resulta más lógico,
si acordarme de todo lo que hemos vivido
o elegir
una amnesia voluntaria
que me lleve a creer que todos los días
te conozco de
nuevo.
Que siempre
es la primera vez.
La primera
vez que te vas.
Absuélveme
de mi misma,
de mis propios reproches.
Y dime que camine con Dios,
mientras te
profetizas como a la mejor religión.
Como no ibas
a cogerme el teléfono
por muy guapa que fuese aquella
con la que compartías el
intento mil en olvidarme,
si yo siempre aparezco vestida de añoranza.
‘’Ven cuando
quieras, menos tarde’’.
Y noto como
me precipito sobre un colchón
que es como el de ayer pero diferente,
porque hoy
no cojo la postura
y huele a otras caídas en las que no me reconozco.
Caer nunca
es volar,
aunque no tengas los pies en el suelo.
Vamos a
subir al tejado
a matarnos a reproches;
antes de que el nosotros acabe con los
dos.
Y si después
de gritarte uno a uno
todos tus defectos
aun crees que soy tu mayor virtud,
te
escribo una poesía que te calme los demonios.
Te la
recitaré en voz alta,
mientras me voy anudando a las vías del tren,
que me
pasen por encima todos los vagones
en los que nunca has viajado conmigo.
¿Sabes?
En algunas
ocasiones
las oportunidades pasan de largo,
vemos como se nos escapan.
En otras,
sin embargo, nos arrollan,
y después de ellas,
ni siquiera quedamos nosotros.
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