Yo siempre he sido de perder
hasta que perdiendo gané
contigo.
Y se que no tiene mucho sentido.
Pero perder algo repetidas
veces
de alguna forma incansable
lo hace tuyo.
Ya no se muy bien en que creo.
Si el amor eterno existe
o si
es más bien el declive
lo que conseguimos repetir hasta la saciedad.
Si un amor estable puede perdurar
más allá incluso de una
lista de posibilidades
que se presenta cerrada,
o si son los amores
intermitentes
los que consiguen hacerse hueco
entre bragas y borracheras
para
romper con ideales de película.
Igual todo lo que te trajo hasta a mi
ha sido una secuencia
cinematográfica
con un guion que nos recuerda a los suburbios
de una ciudad que
rara vez duerme.
Porque dormir es solo retrasar la evidencia
de que tú y yo
despiertos nos rompemos tantas veces
como aguante el cuerpo.
Ya no se a que bando pertenezco,
si me declaro nacionalista
de una patria que me vomita repetidamente
hasta lugares a los que no quiero
volver,
o anarquista en contra de protocolos exhaustivos
que no te dejan alzar
la risa.
Pero se que andamos en guerra.
Y prefiero eso a una paz que
no te traiga de vuelta.
Somos rebelión,
revolución
y bandera.
Y si una noche nos
acostamos
sin cargar el revólver,
habremos dejado de tenernos miedo.
Y no se si creo en el infierno,
en el cielo,
o en todo lo
que se queda en medio.
Pero lo primero me recuerda a unas piernas abiertas
que
nunca son las mías;
y lo segundo,
a tu saliva esparramándose por mi piel
hasta
borrar cualquier intento de sobrevivirte.
No busco que me hagas promesas.
Ni que jures haber enterrado
a todas tus distracciones
en las profundidades del jardín del vecino de al
lado.
Ni siquiera necesito aparecer en tu epitafio
ni que tú escribas en el mío
que siempre me recordarás.
De nada me sirven todas tus muertes
si no eres capaz de
quedarte una puta vida.
Solo necesito una de las siete.
Las restantes dejo que las
malgastes
entre callejones sin salida,
asegurándoles que hace mucho que no te
corres
pensando en mi capacidad para llevarte la contraria.
De un polvo con una a un polvo conmigo
solo hay una copa de
distancia
y un mensaje ilegible.
De irte a que te quedes,
solo hay una canción
adecuada
cualquier tarde de domingo.
Hace tres días que me colé en tu casa
y te resintonicé la
radio.
Ahora vas a culpar al destino
que siempre te trae hasta a mi,
mientras
yo me callo como una puta barata
que oculta que tiene tres tallas menos de
sujetador.
Les he llorado a todos mis esfuerzos
por mantenerte atado a
una mesa
en la que ya no se cena en familia;
todos los platos se enfrían
y ya
no tengo calor ni entre las piernas.
Pero el puto corazón sigue palpitando
y tú te ríes.
Te ríes
tan fuerte
que ya no lo escucho bombardearme el organismo
a golpe de pólvora.
Ha debido de pararse.
Y me lluevo encima.
Alguien me toca el pelo
mientras me susurra suave,
como
quien limpia una lámina de cristal
con miedo a que se haga añicos,
que si
lloro, se está curando.
Que si lloro se está curando.
Curando.
Curando.
Y entonces lloro,
porque se cura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario