No vengo en son de paz,
así que si tienes por ahí toda tu
artillería,
te aconsejaría que empezases a sacarla.
Del mismo modo que te sacas
el amor de los pantalones
cuando
cualquier rubia está dispuesta a demostrarte
que el arte también puede ser
algo
muy vulgar y obsceno.
Y no es que esta vez no te traiga poesía,
es que vengo
cargada de versos hasta la médula,
para recitártela con tanta saliva
que se te
arruguen las yemas de los dedos
sin ni siquiera pasarlos por mi boca.
Estoy buscando el hacha
dentro del cajón de la ropa
interior,
y no va a importarme hacia donde salpique
todo este desastre.
No vengo en son de paz,
así que guarda tu sonrisa de
revolcón
y prepárate para el campo de batalla.
Que no te engañen los tacones,
porque terminaré por usarlos
para agujerearte el corazón a lo femme fatale,
follándote tu falta de
compromiso
hasta darte tres hijos que se desvanezcan
cuando vuelvas a estar
sobrio.
Ahora el tiempo nunca es clima,
siempre es distancia,
y hace
meses que cada día
todos los relojes van marcha atrás.
Le veo el culo a todas las horas,
que caminan de espaldas
con
bragas de lunares.
Esto es una guerra.
De las de balas que se te instalan
en
los órganos vitales
y te hacen ver toda tu vida
como una película mala
y
desenfocada que te marea.
Una picantona de los años ochenta,
con una de esas bandas
sonoras
que nunca pasan de moda.
Pero pasan.
Como pasas tú por debajo de mi ventana.
Me restriego los ojos
hasta que te veo desnudo
y toco el
cristal con los nudillos
pidiéndote que subas,
pero nunca recuerdo el número de
mi piso.
Así que saco el revolver
y disparo,
contra ti
y contra todos
los pasos
que te alejan de mi.
Te lo advertí,
estamos en guerra,
y ahora mi falda no va a
hacerte de trinchera,
porque he olvidado lo que es sentirse en casa
y no puedo
hacerte de hogar
cuando te echen de todos los bares.
Se que tienes miedo a despertar
en una cama que no conoces,
así que,
por muy largas que sean las piernas,
a ti nunca se te hace tarde,
y de
madrugada caminas por una ciudad silenciosa
en la que los gatos ronronean
y se
te enredan en los pies,
insinuantes.
Pero nunca dejan que los toques,
así que has dejado de
intentarlo.
Deambulas esquivando todos los lugares
en los que has
llorado mi ausencia
y evitando todos aquellos
en los que aun escuchas mi risa.
Deberías de haber traído un arma
y hundírmela en el pecho
sin reparo.
Es una guerra de vencidos:
perdimos cuando nos dejamos
y
ahora solo tratamos de saber
si hemos ganado algo.
Pero es una guerra,
y como en todas,
siempre hay un bando
que tiene que caer
para que otro sienta el orgullo de su bandera,
la única
diferencia es que en esta batalla,
no me importa ser yo quien caiga
si tú me
esperas en el suelo
con los brazos abiertos
en forma de esperanza.
Maravilloso, Amparo. Últimamente todos los poemas que he leído me han recordado cosas y a la vez me ha hecho pensar mucho. Pero este me ha gustado muchísimo *-*
ResponderEliminarMuchísimas gracias! Me alegra una barbaridad que hayas conseguido verte a través de lo que escribo, es la forma más bonita que tienen de conectar las dos partes de un relato: quien la escribe y quien la lee.
EliminarY aun me alegra más que me cuentes que ha sido así, es siempre un empujoncito para seguir.
Un abrazo inmenso.