Hay ojos que congelan el alma y paran los días,
como si fuesen
notas cogidas con clavos
a una pared que se desmorona.
Hay manos por las que llueven recuerdos y meses
con la misma
facilidad que llora el cielo
cuando algún artista del Renacimiento lo pinta de
gris.
Hay bocas que entonan sonrisas
con la magia de una
instantánea
escondida tras unos párpados
que tienen el valor de soñar.
Hay pies que caminan siempre en el mismo sentido
aun a pesar
de cambiar de dirección.
Hay pulmones en los que habitan fragancias
que hablan de
tiempos lejanos
y que abren viejas heridas
como se abre una flor a la llamada
de la primavera.
Hay estómagos que no digieren las derrotas
y sienten
náuseas cuando echan la vista atrás
y se pierden entre recuerdos que huelen a
tabaco de liar.
Hay tatuajes que hablan de la vida
y marcan con la
delicadeza de un cincel en mano experta,
ese momento que nos sigue empañando
las retinas
y dejando al descubierto nombres
que ya deberíamos de haber
olvidado.
Hay cabezas que se niegan a vencerse
ante el placer que
proporciona el olvido,
y se resisten firmes entre batallas,
aun a pesar de que
el destino las proclame perdedoras.
Hay cabezas que se quedan a jugar la
partida aun sin cartas
y que se oponen a los finales,
por mucho escote que
lleven.
Hay voces que se nos quedan en la garganta
y nos roban las
palabras,
por miedo a que la vibración
de nuestras cuerdas vocales nos sepa a
añoranza.
Hay rodillas que se mecen solas,
tarareando canciones
que
dejan al descubierto historias a medias,
como no haber conseguido entrada para
el espectáculo
y haberlo tenido que ver desde fuera,
agudizando un oído que se
volvía sordo
cuanto más se acercaba el final.
Hay sentimientos cobardes
que dibujan esperanzas muertas,
ahogadas entre preguntas suicidas
de las que nunca se tiene respuesta,
porque
la boca que debía responder
está haciendo la maleta.
Hay sentimientos valientes
con capa y espada,
que surcan
caminos llenos de adversidades
empujados por el sonido de un beso
y por el
tacto de unos lunares
que se mueven aprisa por una piel hecha deseo.
Hay quienes mueren cuando muere el amor,
y abandonan la
función con una historia en los bolsillos,
que nunca contarán, que nunca
escribirán, que nunca releerán;
y hay quienes se quedan, aun cuando el amor se
aleja de ellos,
para contar que un día sintieron el peso de unos ojos
que se
abren en una mañana de Enero
y te miran,
con las pestañas del color de la
esperanza
y la boca derritiendo versos.
Hay costillas que guardan secretos entre rejas,
que no
asoman la cabeza por el miedo a ser descubiertos,
pero respiran,
y si apagas
las luces y te vistes de paciencia
conseguirás verles.
Hay hombros que ya no guardan promesas, ni lágrimas;
que
cobijan en sus lunares la tristeza
de no tener a nadie que olvidar;
que
esconden en sus pecas la desdicha
de no ansiar olvidar el sonido de una risa.
Son hombros desnudos, aun con ropa.
Hay corazones que laten despacio,
bombeando los pocos
recuerdos que quedan
de una historia sin vida;
de un centenar de meses que se
atesoran en el calendario,
con la tranquilidad de que no habrá manos que los
arranquen,
porque hay días y momentos que están latentes
en todas las hojas de
todos los calendarios de todos los años.
Hay otros corazones que van deprisa,
como si llegasen tarde
siempre a cualquier parte,
con el miedo de que sea otro
quien le robe los
insomnios y las medias.
Y hay quienes
teniendo todos los órganos vitales en pleno
movimiento,
siguen estancados, casi muertos, en medio de un recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario