Me han
contado las señores de mi calle
que te has paseado por allí.
Se ha
llenado todo de vestidos
y de zapatos de tacón;
como si la vida hubiese
despertado
y no quedase en todo el mes de Abril
ni una sola cadera que no se
ofreciese
a que descarrilases tus maneras por sus curvas.
Y todas han
deseado a su descendencia con tus ojos.
Dicen que no
has mirado hacia mi ventana,
y que caminabas como si otra boca
te hubiese
lamido la memoria.
He dejado de
ser la reina de tus recuerdos.
Y ahora que
otras rodillas ansían tus besos,
y que acaricias otro pelo.
Ahora que tienes
otro cuerpo
al que prestarle tus camisas,
y otros oídos a los que regalar
promesas;
ahora que nos has liberado
de aquella cárcel que olía a paraíso
y que
el sexo no tiene nada que ver
con el desastre de mi habitación
ni con el cajón
de la ropa interior,
creo que puedo escribirte sentada
en tu lado de la cama.
Con
paciencia, con calma,
con la serenidad de quien ya
no tiene que darle
explicaciones a una bragueta,
ni convencer a unas cuerdas vocales
de que los
mejores versos son recitados
por otra boca.
Leídos por
otros ojos
y guardados en otras manos.
Que los
mejores libros
son los que regalas con dedicatoria,
y te despides ''con Cariño’’.
Que empieza
por C de CONTIGO,
con C de CUANDO ESTÁS,
con C de CUANDO VOLVERÁS.
Te la envío
a una dirección que no existe.
Mis doce perfectas
formas de perderte:
Primera: nunca te
guardé ningún secreto,
y el misterio, como la magia,
se fue descubriendo,
hasta
dejarme tan desnuda
que mi talón de Aquiles y mi lista de defectos,
se veían
desde tu casa.
Segunda: dejé que mis
orgasmos
solo se activasen con tu cuerpo,
y me deshice demasiado pronto
de
todos los candidatos a futuros bilaterales.
Tercera: puse todas las
cremalleras
tan a la vista,
que se bajaban solo con mirarme.
Cuarta: mi pasatiempo
preferido
siempre era tropezar contigo,
como si mis zapatos estuvieran
predestinados
a tu declive.
Quinta: nunca me
importó subir a tu cima
a esperar otra caída
mientras escuchaba todo aquello
de
tu miedo al compromiso.
Sexta: dejé que
colocaras en mi cama
un calendario de visitas
al que solo acudían tus encantos.
Séptima: me perdí
contigo
creyendo que te quedarías
en aquel lugar sin nombre,
y al final acabé
sola entre
cientos de definiciones del amor
que nunca hablaban de quedarte
conmigo.
Octava: no me
importaban los cientos de escotes
y las miles de piernas
que protagonizaban tus
sábados noche
si el domingo necesitabas mi poesía.
Novena: te puse en
lencería
a todas mis debilidades
y te las entregué a sabiendas de que
todo lo
que das a tu enemigo
cuando bajas la guardia,
se vuelve contra ti en el campo
de batalla.
Décima: nunca pregunté
a cuantas más
con las mismas ganas,
con las mismas palabras
y la misma mirada.
Undécima: jamás te dije
que te fueras o te quedaras,
y jugué a desnudarme contigo
en el sinfín de
matices que hay
entre esos dos extremos.
Doceava: nunca supe que
hacer contigo
cuando empezaste a importarme.
Con
todo mi cariño.
Y cariño con C de: te espero en CASA.
No es casual que en "Suenas en mi radio" nombres a la chica del muelle de San Blas. Como en otras muchas canciones y coplas desde que Ulises (con U) o Odiseo (con "O") dejase Ítaca y a Penélope esperando con una infinita paciencia. Algunas que esperan se convierten en estatuas de sal porque lo hacen desde la misma playa "Naturaleza muerta" en la que Ana espera a que el mar le devuelva a su Miguel, y aquí me invento que antes de convertirse totalmente en estatua de sal su lenga a punto de solidificarse pronunció una "M". Otras adoradoras de la venidera esperanza, se volvían locas y Doña Concha Piquer las describía saludando a los viajeros en una estación ("la niña de la estación") o como en otra de sus divinas coplas "tatuaje" tatuándose el nombre de aquel marinero, esta vez con todas las letras. Maná, como tú has nombrado, también hizo una canción de su particular Penélope (En este caso se trataba de una historia real). Pero el que dio en la diana, como buen poeta, fue "El Nano". Serrat y la triste historia de su particular Penélope y los sauces del parque desnudándose o vistiéndose de hojas año tras año...
ResponderEliminarMuchas veces te veo así.Tejiendo y destejiendo porque no quieres tener que dar la espera por finalizada. Lo mejor es que en tu espera, cada punto que das es siempre un escrito rebosante de sentimientos desnudos y valientes y que con ellos deleitas al lector.
Te confesaré que muchos de mis poemas son también macramé de agujas gordas y que tienen su letra. En ocasiones me ha tentado la idea de hacer un acróstico casi secreto que sólo la destinataria descubriese después de descifrar lo que digo entre lineas. Se trataría de una locura más, tanto como imaginar que una botella lanzada al mar con un mensaje llegue a su único y acertado destino. Lo caval de todo esto es que tenemos la mejor escusa para sacar a pasear los sentimientos por el teclado o la hoja blanca, y yo que me alegro de eso. Un beso, que parece que rima.
Tienes razón Salvador, me encantan las historias de esperas, quizás porque creo que lo fácil es estar mientras la otra persona lo hace, pero aquel que sigue sin que la otra persona esté, es un valiente, un inconformista. Lo sencillo sería enamorarse de otros ojos y quererlos tanto que poder dedicarle miles de versos, pero me gustan aquellos que se quedan cuando no hay nadie y amansan la espera con poesía.
EliminarNo quiero decir que tengas que parar toda tu vida para esperar a alguien que no sabes si volverá, pero si puedas dejar que un trocito de ti se quede eternamente en el muelle de San Blás, hay historias que lo merecen.
Y la mejor forma de demostrar que una historia merece tu espera, es regalarle versos que la eternicen.
Siempre es sensacional cuando te pasas por aquí, eres enormemente bienvenido.
Vaya formas de perder a alguien. Je, je, je. Me hizo un poco de gracia el juego de las "c", sobre todo al final.
ResponderEliminarOtro bello poema que se generó en tu mente, viajo por tus brazos y se escurrió en tus dedos. ¡Saludos!