Despertar
a veces es como haber perdido el sentido del
tiempo
y créeme que se que debería ser a la inversa,
que es el sueño y no la
vigilia
lo que nos confunde.
Pero después de haber dormido
tantas noches con mis pies
enredados a los suyos,
dime como hacer para no sentir
que es el despertar el
momento del día
que nos roba dosis de vida.
Y son los sueños quienes nos inyectan adrenalina
y nos
adormecen los miedos.
No se exactamente como nos encontramos
pero lo hicimos.
Era tarde para estar despierto
y temprano para haber
olvidado
que no dormíamos porque quizás
no había ya nada con lo que soñar.
Si hubiésemos estado de copas
se habrían encontrado
nuestros ojos.
Mi vestido se habría enamorado de sus gestos
y mi desnudez de su
descaro.
Nos habríamos besado
con ese mágico poder que confiere la noche
haciéndonos creer que se eternizará
y no habrá nada de lo que preocuparse
mañana.
Si nos hubiésemos visto por la calle
mis pies se habrían
desviado del camino
y le habrían seguido a un lugar que no me interesa,
hipnotizada por la melodía que desprenden algunas personas
cuando caminan o
cuando viven.
Pero no fuimos nosotros quienes nos hallamos,
más bien lo
hicieron nuestras palabras.
Y entonces, como sucede mientras sueñas
perdimos la
conciencia del tiempo y del espacio.
Aunque sonriamos en otros brazos
o encontremos belleza en
otros pies desnudos
que asoman por debajo de la sábana,
hay ojos que se quedan
con lo leído
y en noches en las que maldices las casualidades a medias,
las
pupilas se hacen letras
y el pasado, tintero.
Esa noche estaba escribiéndole
con la seguridad que se
tiene cuando algo se ha acabado,
porque aunque no lo sepáis
mientras la ropa
está por el suelo
y el corazón sigue respondiendo a las caricias,
nuestras
líneas se vuelven subjetivas
y nuestro miedo a meter la pata en ellas
nos
controla los dedos y el lápiz
como si fuésemos títeres de sus deseos;
solo si
todo ha terminado
nos deja libres
y escribimos con la templanza que aporta
siempre un final.
Hallarse en vidas ajenas
con líneas dedicadas a distintos
hogares o temores
a distintos pavores tal vez,
es tan complicado como mantener
el equilibrio
con los tacones de los sábados.
Pero es justo a veces esa falta de sensatez
la que nos hace
poner el reloj en marcha de nuevo
incluso aunque no marque ninguna hora
incluso aunque las marque todas a la vez.
Alguien dijo que la fuerza
más grande en el mundo,
es el amor.
Y yo no voy a discutir a los sabios,
pero decidme que sería
el amor
si no le acompañasen palabras.
Que sería desnudarse si no pudiésemos
llevarlo al papel más tarde.
Que de nostálgico tendría una ruptura
si no la
hiciésemos protagonista de nuestros folios en blanco.
¿Cómo íbamos a revivir la
intensidad de unos ojos
si no pudiésemos escribir sobre ellos?
El pasado sería solo pasado
y no hay nada más triste que no
poder ser cómplice de él,
al menos, un par de noches semanales.
Hay muchos tipos de amor,
eso puede ser cierto,
pero a mi
parecer
solo uno nos hace temblar incluso cuando se va.
Solo uno nos guarda para siempre
aun a pesar de que deje de
respirar.
Solo uno ocupa carpetas y cajones de un escritorio viejo
o del
trasfondo de un armario en el que apilamos amores y citas
que aun con el paso
del tiempo
nos siguen viniendo a veces a la yema de los dedos
y nos arrancan
versos y preguntas suicidas.
¿Quieres irte sin dejar rastro?
Entonces escoge uno de los
noventa y nueve amores que te quedan
y olvídate de los que escriben,
porque te
harán odio, bragueta o revolcón;
te harán esperanza, final o reencuentro;
te
harán oxígeno, aeropuerto o perdición.
Y por eso nos encontramos
porque no hay nada más hermoso
que vivir en líneas de otro;
que cuando un valiente te eterniza
no es más que
una invitación a sus insomnios,
a sus cadenas perpetuas de corazones
a los que
no les importa la condena.
Un túnel sin salida por el que disfrutar del viaje.
Paisajes que hablan de bostezos,
de gestos, de énfasis, de
éxtasis,
del nirvana entre unas piernas que amanecen
enredadas a un ‘’para
siempre’’.
No se muy bien si me explico o si me entiendes,
que más dan
los modales cuando todos hemos sido animales
y nos hemos faltado al respeto con
ansias de hacernos daño
y dejar, por lo menos, una cicatriz de recuerdo.
Yo no se que piensa el mundo
pero quien no puede dejar
herida o huella
o ganas de destrozar un recuerdo
a golpe de tildes y futuros
unilaterales,
no ha hecho más que pasar por la vida de alguien
con la ligereza
de un pañuelo seco
en el que no ha caído ni una sola lágrima o promesa.
Cuando sus primeras palabras, las de verdad,
se adentraron
sin permiso en mis pupilas,
recuerdo que llovía
y como siempre que el cielo se cobra una pérdida,
yo andaba acelerada,
dispuesta a salir de aquella autovía
que se me antojaba tierra de memoria.
Pero me encontró o le busqué
o tal vez me dejé encontrar
y
aflojé el ritmo de mis piernas
para cederle velocidad al del corazón.
Ayer, hoy y mañana se fusionaron en una frase:
‘’en este
momento’’.
Y todo se tornó un lago claro, limpio, tibio,
donde bajar a mojarse
los pies y las palabras.
Sentados al borde de un abismo,
sus manos se volvieron
hogar,
y su experiencia, sus vivencias, sus líneas
mucho más eficaces y
cautivadoras
que cualquier otra droga emocional.
Se me paró el pensamiento en seco
solo para invitarle a una
copa
en medio de conversaciones intelectuales
y miedos con la falda muy corta.
Se me habían dormido los recuerdos
y no me dolían ya tanto todos los
tropiezos.
Pero hay cosas que no pueden decirse,
que eso de :
‘’eh, tú,
¿dónde coño llevabas todo este tiempo?’’
es algo que pensaba cuando me topaba
con su presencia
y que callaba por el temor de meter la pata
en un agujero
tan hondo
que tenga que quedarme a vivir.
Y yo sin mar siento que no respiro.
¿Cuántas balas caben en una frase?
Apuesto que una por cada
punto y final;
otra por todas las veces que la distancia
se hace dueña del
orgasmo
y hay que gemir bien fuerte
para destrozarle el tímpano a los
kilómetros;
y bueno, puede que una tercera
por cada duda existencial que nos ha
ahogado
en una copa de whisky barato.
A veces estar perdida
no es estar desubicada o extraviada,
es más bien que el día que te encontraste no te gustó
y andas indagando otra
versión de ti misma
que te devuelva la esperanza en el ser humano y en ti.
En esos casos, crees que la meta es encontrarte
reconstruirte o reinventarte, como guste,
y olvidas, como él me dijo una vez,
que es el camino quien te crea;
que es el propio caminar en sí,
el escenario de
tus pies y tus vivencias,
y que la meta, al fin y al cabo,
es solo el punto
donde terminamos por llegar todos
para descansar unos huesos cargados de reuma
y una cara cansada de transportar arrugas.
Y bueno, puede que no toda vida
esté repleta de riquezas, de
dinero o de mansiones,
pero créeme si te digo que hay sueños y latidos
que
nunca compra una moneda,
y que hay ojos y manos
que no se ponen en venta.
Que le encontré por casualidad
y se quedó por complicidad.
Y cuando unas palabras te unen a la misma tinta
aun en
espacio y tiempo separados
no hay llovizna que enturbie lo que la poesía ha creado.
Que si quieres sentir la fuerza del verbo ‘’irse’’
me dejes
que te explique que lo único importante
es hacerlo para volver siempre
a un
lugar en el que no hallarse tan perdido;
a unas letras que te den cobijo
cuando
el pasado se ponga feo y cercano.
Deja que te embriaguen las palabras
como el más hábil de los
venenos
en esto de regalar orgasmos
a la primera frase que te arranque un
deseo.
Dejarás de buscarte
porque otras manos te habrán encontrado.
Nos conocimos, que más puedo contarte;
nos conocimos y
escogimos el amor
como forma de letra y la letra,
como forma de vida.
como forma de letra y la letra,
como forma de vida.
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