Cuantas veces hemos deseado que vuelva.
Como si el verbo ‘’volver’’
fuese la solución a las noches a
solas,
olvidando que para volver
antes ha tenido que marcharse,
que regresar no
es más que la consecuencia directa
de haber huido.
Y entonces el verbo ya no suena tan bien.
Y empezamos a ver
que cojea de alguna de sus vocales
y camina con un tópico pesado en los
zapatos:
si se fue una vez, podrá hacerlo dos.
Y te quedas con el eco de los cientos de deseos
que no
perduraron a su huida,
que se los llevo cogidos a sus muñecas,
que se
adentraron en el camino que siguen sus venas,
contaminándole la sangre
del
mismo modo que un recuerdo
contamina el insomnio.
Otras el deseo se hace sonido:
una canción, un beso, un
gemido o una promesa.
Creo que los grandes versos
se elevan hasta llegar a los
oídos
de los que ya no están entre nosotros,
dime, ¿alguna de mis letras te ha
salpicado?
¿le han hecho mis escritos el amor a tu atención?
Claro que ansío tu regreso
pero podrías volver del aseo a
la cama,
o de la cama al sofá, del trabajo o del mar,
mis condiciones no son
tan altas,
solo te pido que no regreses después de haberte ido.
Al menos quédate el suficiente tiempo
como para poder
deslizarte los lunares,
colocarlos en sitios estratégicos
y que nadie más se
atreva a ver constelaciones
en un cielo que me pertenece.
Te sueño con la misma paciencia
que se pone cuando se tiene
la certeza
de la eternidad de un sentimiento.
Sin prisas, sin urgencia, sin diligencia.
Vuelve una mañana
que pueda verte bien las pupilas,
y me
confiesen tus ojos
todo lo que me niegan tus circunstancias y miedos.
He soñado tantas veces con el olor de tu regreso,
olor a
hogar, a café recién hecho.
Como si toda una casa te cupiese entre las manos
y
todos tus kilómetros entre mis versos.
Si me dices que vas a hacerle caso al anuncio
y volverás a
casa por Navidad,
hago de todos los calendarios Diciembre,
y de cualquier brisa
leve,
un motivo para resguardarme del frío.
Se que si me concentro
puedo verte deambular por los pasillos,
pero hace tanto que no andas por aquí,
que mis pupilas se han enemistado con tu
reflejo
y no me dejan concentrarme en los vértices de tu cuerpo.
He olvidado tus esquinas y recovecos.
No entiendo porque te has ido,
y la verdad, lo prefiero,
porque
hacerlo sería
construir una amistad con la cobardía
y hacerme cómplice de tu
falta de cojones.
Y yo nunca he sido
de las que corren solo por verle las
orejas al lobo.
Si fuese tan feroz
enseñaría los colmillos.
Que si, que yo también duermo abrazada
a los abstracto de un
regreso,
pero no dejes que la euforia te borre los conocimientos,
pues para
volver, antes ha habido una huida
y cuando estas se suman,
los regresos dejan
de poder hacerse verso.
Y mueren las palabras acunadas entre historias a medias
que
se ríen de la velocidad con que abres los brazos (o las piernas)
cuando se
disfrazan de eternidad.
Y juegan contigo a las promesas.
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