¿Y si fueras invierno?
Te imagino con las manos en los bolsillos
y los dedos
encerrados entre lana,
evitando que entren en contacto con mi piel
y se desate
ese incontrolable deseo
de hacer de la caricia, revolcón.
Con calcetines ceñidos
en los que tus pies se dividen el
espacio
en proporciones perfectas,
de donde no puedan escaparse
los pasos que
te alejan de mi.
Con una bufanda que retenga
todas las palabras con sabor a
despedida,
y deje escapar solo aquellas
que suelen ser aliento para el corazón;
te dejo que esas las grites,
que en esto de quererte
no me importan las
medidas,
ni enemistarme con la razón.
La boca hecha hielo
y las mejillas escarcha.
Que tus orejas necesiten de mis palabras
para sentir el
calor que solo proporcionan
unos versos dedicados.
Madrid convertida en una pista de patinaje
por la que te empujen
mis ganas de olvidarte por un rato,
para recordar lo que es estar conmigo misma
sin nadie que me aparte el pelo
cuando vomito dudas y miedos.
Te imagino esperando en cualquier portal a mis piernas
envueltas en unos pantalones gruesos,
que pueda verte el verano atrapado en los
ojos
cuando recuerdas el vuelo de mi falda,
y Noviembre sea un poco menos frío
solo porque existes.
Tomar chocolate caliente
en cualquier cafetería
que no sepa
que dejarás de amarme,
y parezca el escenario perfecto
para hablar de la
eternidad.
Escribe en una servilleta el nombre
de nuestros cuatro
hijos,
mientras me miras
con cientos de poemas inacabados en las pestañas,
y
con urgencia, como quien espera un orgasmo,
irme a casa para describir lo
perfecta que me resulta
tu comisura derecha cuando se ladea
robándole al mundo
alguna de sus siete maravillas.
En unos meses vas a pedirme que te entienda,
y tendré que
fingir que me sobra empatía,
entre medio de explicaciones que no entiendo
solo
porque no me apetece entenderlas,
porque aunque tú no lo sepas
entender una
despedida es la forma más mezquina
de hacerte cómplice de ella.
¿Y si fueras primavera?
Tus carcajadas serían la personificación perfecta
de una
flor que se abre.
Me llamas para contarme
lo bonito que se hace Madrid
incluso
aunque yo no esté por allí.
Y sonrío, porque hasta mi ausencia en tus días
deja
de molestarme
si eres tú quien me habla de ella.
Aunque ojalá me echases de menos
y el sonido de todo lo que
haces (sin mi)
te dejase de eco algunos de los versos
que se me caían en cada
botón que me desabrochabas
de la camisa o de la vida.
Quiero saber si se ha derretido todo tu hielo
o tengo que
cogerme el chubasquero
por si una lluvia fina,
de las que no limpian pero
empapan,
va a sorprenderme camino hacia tu casa,
y voy a llegar a tu cama como
esas noches de domingo
que me llueven ausencias de los ojos.
A veces el sonido del agua
me impide saber si el corazón sigue
latiendo
o se ha parado y todo cuanto vivo
no es más que un sueño.
Hace mucho que no me quitas
las bragas y el aliento,
y ahora
que tus manos se han deshecho del invierno
deberías hacerlo,
que ya no hay
peligro de que se me constipen los deseos.
Me gustaría que vieses
a través de mis piernas y mis manías,
la felicidad;
que pudieses preguntarle con la desnudez
de aquel que ama sin
saber porqué,
que quiere ser de mayor,
a ver si te contesta algo que te recuerde
a mi
y me persigues por mis párrafos
borrando todos los puntos y finales.
Que cada punto
no sea más que el complemento perfecto
de las íes que pronuncias al hablar de la vida.
Y cada final las ganas de
volvernos a conocer
en todos los bares que huelen a comienzo
y no dejan entrar
a las despedidas.
Si la primavera pudiese hacerte volver
te juro que creería
en ella,
y la veneraría en todos mis escritos.
Y se que hacerte volver
no es más que la consecuencia de
haberte ido,
pero contra el invierno que esconden
tus miedos y kilómetros
no
tengo mucho que hacer,
y eso que lo he intentado todo.
Hay veces en las que no eres más
que uno de esos cuadros del Museo
del Padro
al que ni siquiera puedes fotografiar.
¿Y si fueras verano?
Podrías ser uno de los aviones
que aterrizan en islas
paradisiacas
en las que coger color
para que no se noten tanto las heridas.
Vamos a cambiar de aires,
que el olor a mar te abra los
pulmones en canal
y la sal te sane todas las huídas
que se te han cogido a las
venas
y te han contaminado la sangre que bombea el corazón,
y va lento.
Tan despacio como todos los recuerdos
que enemigos de la
prosperidad,
caminan a cámara lenta.
Que el mar haga de cada ola
una forma de borrar las huellas
que no han llevado a ninguna parte.
Quiero comerte la boca con las ansias
que se tienen a los
dieciocho años de devorar el mundo;
de perderse en las horas de un reloj
que
las marca a la misma velocidad
con la que dejamos los kilómetros atrás
en cada
prenda de ropa que nos quitamos.
Te he dedicado todos mis bikinis,
los he anudado con la
esperanza de que se caigan
cuando se apoderen de ti los miedos,
y mi desnudez
te haga descarrilar el tren
de todo lo que no hemos sido,
a pesar de tener la
oportunidad.
Pon tus ojos en mi ayer
y escoge la ropa interior que te
haga olvidar el pasado,
que podamos hacer de esta noche
un edificio con un
balcón orientado al futuro;
que el sol se esconda y se ponga siempre en tu
sonrisa
y tus lunares sean las coordenadas mal colocadas
de todos nuestros
fracasos.
Los orgasmos de tu mano
son una forma de morir de vida y de
amor
y ver la muerte tan de lejos
que por primera vez unos labios
no te saben
a prisas ni a excusas;
que las pausas nos sirven solo para empezar de nuevo
y recordarme lo que es estar sin ti,
quitarme las ganas de salir de copas con la
soledad
que es conocida en todas las barras de todos los bares
de la calle del
olvido.
Se me están derritiendo las caricias
y necesito de la sombra
de tus brazos
para apreciar el infinito.
¿Y si fueses otoño?
Las cientos de hojas que caen del árbol
que ha sido hasta
entonces casa y cobijo;
y que llevan tres estaciones sin experimentar
la sensación
de precipitarse
hasta que las manos que las sujetaban
han dejado de hacerlo.
Supongo que en resumidas cuentas,
en eso consiste la
confianza, en no prever la caída;
si lo hiciéramos y el golpe no nos rompiera
alguna esperanza
sería señal de que estábamos alerta
¿y quién narices confía
con los ojos bien abiertos?
El paso de los días junto a alguien
adormece las
precauciones
y nos lleva irremediablemente
a guardar todos los carteles de
peligro y de cerrado.
Ahora somos un jodido parque del centro de Madrid
donde los
niños juegan, corren y ríen;
donde los adolescentes se colocan y se enamoran;
donde los adultos miran las piernas de todas las madres
que pasean sus carritos
por allí.
Nadie está alerta,
los niños no piensan que el juego
puede
acabar en una rodilla raspada;
los adolescentes han olvidado las charlas
sobre
drogas o amor de sus institutos,
y los adultos han dejado de apreciar
que desde
la ventana del cuarto
se divisa todo el parque,
y sus mujeres asoman por allí
sus sospechas,
que se inquietan y se avivan con el olor de la infidelidad.
Tus ojos son del color de las hojas que caen
marrones y
tristes;
los míos, solo son tristes
porque cuando los ojos dan cobijo a las
decepciones
pierden su color.
Me gustaría oír como tus pisadas
aplastan la hierba seca, y
cruje;
sentir que te vas acercando por muy lejos que estuvieses
y que traes
entre los dientes una pérdida.
La de ti mismo.
Que te has perdido como se pierde la vida un suicida
o la
belleza ajena un egocéntrico.
Es el egoísmo lo que más me molesta de ti,
que no pensaras
que perdiéndote, me perderías
o que lo pensaras y no te importase,
a cuál
peor.
El caso es que han pasado cuatro estaciones
y algunos años,
y aunque se me está haciendo tarde
para pensarte y para buscarte,
se me ha
vuelto sin embargo el corazón
terriblemente pronto para olvidarte.
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