Podemos llamar distancia a los kilómetros
que separan tus
ganas de las mías
al tiempo que pasa entre uno y otro gemido.
A los días que dejamos que pasen
sin saber cuantas veces nos
hemos llorado y fumado estos domingos.
Y después, podemos disfrazar
todo esto de acierto y fingir
que el tequila
es solo cosa del sábado noche
y no el remedio casero para no
pensar en tu culo.
Hasta podemos romper todos los relojes
evitando que
nuestras cicatrices se vuelvan inmunes al paso del tiempo.
Puedo si quieres, dejar de hacerte letras
y poner entre mis
textos el nombre de otro señor
que no me recuerde nunca a ti.
Que yo menos los
orgasmos, puedo fingirlo todo.
Igual así, Noviembre deja de existir
y consigo hacerme un
calendario de once meses
en los que poder perderme sin ti pero solo para
encontrarte.
Porque te he perdido.
Del mismo modo que se pierde la virginidad.
La fe. O el
sueño cuando empiezas a codearte con el insomnio.
Como Van Gogh perdió una oreja y ya nunca la recuperó.
Como cuando pierdes el tren, el de la estación y el
metafórico
y sin embargo no te mueves por miedo a perder alguno más.
Te quedas allí, en ese peligroso umbral
entre la esperanza y
la desesperación.
También podemos no volver a llamarnos, ni a escribirnos.
Hasta podemos dejar de follarnos
y cualquier otra forma de destrucción.
Meternos en otras camas y en otras promesas.
Puedo contarle a otros revolcones
lo que nunca me has dejado
decirte.
Mostrarles, a base de piadosas mentiras, lo que tú no has querido ver.
Y construir relaciones tan paralelas a la realidad
como lo
ha sido nuestra historia.
Que todo empieza en una distancia
las que están desde el principio
las que creamos y las que no queremos ver.
Y joder nosotros las hemos coleccionado.
Igual Sabina nos
dedica una canción
que diga algo como: ‘’Son tan grandes nuestros kilómetros
que ya no se hallan nuestros gemidos’’.
Estaríamos en boca de cualquiera.
Que todo empieza en una distancia
y acaba del mismo modo y
en el mismo lugar.
Y siempre contigo.
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