Que bien debía de sentarle París.
Deslizándose suave entre
acentos franceses.
O en el sur. Con los ojos hechos olas
y la boca hecha
poesía.
Con sus manos desabrochando
los nudos de mi bikini
y sus pies
enredándose con los míos
bajo un manto de arena fina.
Hasta las sirenas habrían tirado de su traje de baño.
‘’¿Qué escribes?’’
Me preguntó antes siquiera de decirme su
nombre.
‘’¿Cómo se llama’’? Pensé.
‘’Ah joder, no lo sé’’ Me contesté.
Y podría haberle respondido
que andaba trabajando en una
complicada
y excitante tesis doctoral.
O haber adoptado el papel de bohemia
y
responder ‘’escribo sobre todo y sobre nada a la vez’’.
Hasta podría haberme
hecho la interesante
y objetar que solo se lo enseñaría al acabarlo.
Pero no.
Porque aquella noche había soñado
como me besaba
los muslos
y tenía toda mi concentración
puesta en recordar aquella estampa.
Es como cuando alguien se muere
y te empeñas en retener su
imagen en tu cabeza.
Solo pude ser sincera: ‘’sobre ti’’.
(‘’Y aun sin saber su nombre’’).
Y allí nos quedamos.
Entre el ‘’no deberías de mirarme así’’
y el ‘’me parece que ya no tiene remedio’’.
Volví a acordarme de Héctor
de sus manos desabrochando mi
sujetador.
Y de su moto.
Durante un tiempo escribí para él versos que nunca
leyó.
Y que yo no le enseñé.
Nadie tiene porque saber si escriben sobre él.
Pero yo se lo acababa de confesar.
‘’No me fío de las escritoras
son capaces de escribir sobre
lo que sienten sin sentirlo.’’
Y cuanta razón tenía, pero no era el caso.
Recuerdo cuando Ainhoa me cambió su vestido
por unas cuantas
cartas para su novio Raúl.
Durante unas horas amé con desesperación
al novio de
mi amiga.
Escribí para él letras llenas de amor vacío.
Aquello les mantuvo
unidos un par de años
hasta que Raúl le pidió que le recitara
algo espontáneo
y único.
Que putada.
(‘’Pero él no era Raúl, de hecho ni siquiera sabía su
nombre’’).
Me encogí de hombros.
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