‘’Escribo sobre ti’’
Le dije una noche desde el lado
izquierdo de su cama.
Y me miró.
Sus ojos marrones
me daban ganas de llegar tarde a cualquier
parte.
Al trabajo, a la cena en familia, incluso a mi misma.
Llegar tarde al
futuro porque el presente
tiene entre sus piernas mucho que fotografiar.
Era como una mañana de Enero
con sol de Agosto, y hacerlo
sin condón.
Como dejar que te cuenten los dedos de los pies
y aguantar las
cosquillas.
No podía recriminarme que escribiera sobre él
porque nadie
podría haberle dejado escapar
sin saborear entre letras lo bello de eternizarle.
‘’Deberías escribir sobre alguien
que pueda quedarse el
suficiente tiempo como para leerlo’’.
Después de Diego creo que conocí a Mario.
Me sacaba unos
diez años y sus manos eran ásperas.
Me regaló algún vestido poco apropiado
y
siempre me encantaban.
Mario preparaba unos espaguetis riquísimos
y los
acompañaba de vino.
Yo fingía que me gustaba y le sonreía con delicadeza.
Me
aburrí de tanto protocolo.
Además, nunca me dejaba echarles queso.
Y decía que
los vaqueros no me sentaban bien.
‘’¿Vas a irte?’’
Y creo que mis ojos
que hasta entonces todo
lo que habían hecho
era bajarle la bragueta, le resultaron tiernos.
‘’No me iré’’ dijo
porque la mentira en el noventa por
ciento de los casos
se utiliza para atajar hacia la felicidad.
Pero yo sabía que se iría.
Porque hay personas
que no pueden
quedarse demasiado tiempo.
Creo que por la falta de equilibrio.
Hay quienes son
todo o nada.
Y aunque ‘’todo’’ en principio
no suena destructivo en absoluto,
lo cierto es que nadie puede ser
‘’todo’’
el suficiente tiempo
como para no morir en el intento
de estar a la
altura de las expectativas.
Supongo que por eso empecé a comprar
libros de autoayuda.
Y
nunca le dije ‘’te quiero’’.
Todos empezaban con ‘’Como olvidarse del tabaco’’
‘’Como
dejar atrás la autocompasión’’
‘’Como avanzar sin recuerdos’’
Pero yo no
podía buscar ninguno sobre él
porque seguía sin saber su nombre.
No le dije que le quería
pero posiblemente lo hacía, vete
tú a saber.
Nunca supe que se siente
cuando se quiere de una forma distinta a
aquella.
Me había aprendido de memoria
los vértices de su mal humor
y los agujeros que quedaban de todos aquellos piercings.
Sabía que a las cinco
y cuarenta y cinco de la madrugada
era mejor que estuviese dormido
porque si
no, no se que fantasmas le perseguían.
Además, conocía algunas de esas
historias
que solo cuentas cuando el 60% de tu cuerpo
es droga y no agua.
También sabía lo que pensaba
cuando se miraba al espejo
y que me quería aunque
no lo dijera
porque sabía que yo le quería aunque no lo mereciese.
Y lo tenía apuntado, porque el amor como todo se olvida
y
yo ni siquiera sabía su nombre.
También tenía anotado esas canciones prohibidas
que hablan de
la caída libre desde su ombligo;
y algunos refranes donde Roma siempre era él.
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