Nadie puede saber lo que esconde un libro
si nunca se ha
interesado tanto por uno
que ha acabado con la nariz metida
entre sus páginas
hasta las tantas de la madrugada.
Los ojos se mueven aprisa por los renglones
y el corazón se
acelera cuando está a punto de llegar
el beso tan esperado o la resolución del
misterio.
Leo desde que tengo uso de razón.
Siempre he sido de las que necesitan
un libro antes de dormir.
Recuerdo que cuando era una cría
y veía una película de
terror
luego tenía que leer ‘’Manolito Gafotas’’
‘’Lisa y el gato sin
nombre’’
o ‘’Tintof, el monstruo de la tinta’’
que eran libros que siempre me
hacían sentir bien.
Creo que la conexión que entablas con los libros
es tan
humana, como la que te une a una persona.
Cuando el libro es viejo, te sientes en casa, a salvo.
Sabes
lo que pasará en la siguiente página
pero eso no hace que te canses de
releerla.
Es como conocer el carácter de tu mejor amiga
que sin
sorprenderte, te sigue encantando.
O como saber de antemano lo que sentirás
si abres el correo
y tus ojos se topan con un ‘’buenos días nena’’.
Además, un libro que lleva a tu lado años
tiene marcas, en
mi caso, hasta marcados con lápiz
flojito, mis párrafos preferidos.
A los que acudo cuando se lo que siento
pero no puedo
explicarlo y necesito que las letras
lo hagan por mi.
Creo que esas marcas pueden ser comparables a los tatuajes.
Como no querer separarte
de un momento determinado de tu vida, y eternizarlo.
Cuando el libro es nuevo, te sientes más insegura.
No sabes
lo que pasará, ni lo que sentirás.
Cada
página es un misterio.
El olor a nuevo.
Las páginas tan perfectas que aun no
parecen tuyas.
Y es que como con todo
moldeamos los libros hasta que nos
pertenecen.
Hasta que hay tanto de
nosotros en ellos
que podemos sentirnos a salvo.
Para que todo esto pase
antes tienes que haber dado con tu
libro.
Con aquel que debe iniciarte en la lectura.
Soy de las que piensan que absolutamente todo el mundo
amaría la lectura si diese con ‘’su libro’’.
Da igual si con siete años
o con veinte o igual con
cincuenta y seis
tienes que encontrarlo o mejor
tienes que dejar que él te
encuentre a ti.
Andarás mirando los libros de un escaparate
o leyendo la
sinopsis de alguno, y sentirás curiosidad.
Tal vez en una de esas limpiezas generales que tanto odias
encontrarás
un libro de cuando tu madre era joven
o igual en una tienda de objetos de
segunda mano.
Nunca se sabe, pero si prestas atención, tu libro siempre
aparece.
En mi caso me topé con un pequeño libro de mi abuela, en francés.
Una historia de princesas y dragones
que he releído hasta
aprenderme de memoria.
Creo que esa fue mi primera idea del amor.
A partir de entonces
me he escondido debajo de las sábanas
para leer
me he llevado libros al instituto y me he puesto al final de clase
para que el profesor no se percatase
de que mis ojos abiertos de par en par
no
eran por sus explicaciones.
He leído en autobús, en tren, a orillas del mar
y
hasta en la cola de renovar el DNI.
Yo tengo mi autor, pero eso se consigue con el tiempo.
Es de
estos escritores que piensas:
¿pero como se ha metido este señor en mi cabeza
y
ha escrito justo lo que necesito explicar?
A veces la conexión es tan inmensa
que prefiero leer antes
que escuchar un consejo
o tomar un café en compañía
y sé que puede sonar
repelente
pero son cosas que solo entiende una lectora.
Marina, es uno de los libros de Carlos Ruíz Zafón
que yo
personalmente adoro.
Cuando las cosas entre él y yo se pusieron feas
el decidió
comprarse el libro.
Yo le había hablado cientos de veces sobre él
y como por
aquel entonces nuestro enfado
era más grande que todo París
pensó que podría
leérselo e ir comentándolo juntos.
Marina nos mantuvo unidos bastantes semanas.
Ahora, cuando
una noche decido
volver a perderme entre sus hojas
siempre me recuerda a él.
Es el libro más ‘’mío’’ que tengo.
‘’Marina dijo una vez
que solo recordaremos lo que nunca
sucedió’’.
Creo que Zafón escribió eso para mi;
y este es el llamado
‘’egocentrismo de lectora’’.
Todos los libros esconden entre sus hojas
aun más de lo que
el escritor nos quiere transmitir
que ya es mucho; cada párrafo es un
laberinto
del corazón de quien lo escribió.
Y si tienes los ojos bien abiertos
estoy segura de que un día, cualquiera
te encontrarás
en un libro
y te verás tan bonita o tan triste
o tan melancólica en palabras
de otro
que te echarás de menos cada segundo
que no puedas leerte en otras
letras.
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