‘’¿Cómo se llama?’’ Le pregunté.
‘’Ni idea’’ me respondió.
Y volví a verle todas las noches de sábado
en el mismo local
mugriento.
Pantalones rotos, camiseta a juego
y sonrisa de ‘’esta noche tú no
te escapas’’.
Caían como moscas
y me daba por pensar cuantos sujetadores
se habrían quedado a vivir debajo de su cama.
Antes siquiera de conocerle
ya era un buen motivo sobre el
que escribir.
A veces pensaba en él como un depredador
un lobo con piel
de cordero
que se alimentaba de corazones o de bragas
aún no estaba segura.
Otras, era solo la sombra proyectada
de un fracaso que le marcó: la buscaba en
todas las mujeres.
Y la sutileza que nunca ha sido mi fuerte, me delató.
Mis
ojos buscaban letras en él, en sus orejas
en su boca ladeada, en la costura de
la entrepierna de su pantalón.
Estaba más guapo que nunca.
No se cuanto de guapos suelen
ser los lobos disfrazados
o los chicos con corazones mutilados.
Pero él se me
antojó lo suficientemente guapo
como para dedicarle canciones en una emisora
desconocida
durante las próximas semanas.
Lo suficientemente guapo
como para
llamar a deshoras y colgar al primer ‘’¿Diga?’’.
Supongo que se vio en mis ojos y sonrió.
No supe que hacer con las manos.
Si hubiese estado en mi
habitación
supongo que masturbarme o escribir.
Pero no lo estaba, así que las
metí en los bolsillos
e hice un ademán de ‘’no me importa en absoluto que te
estés acercando’’.
Y pasó de largo, como el autobús de la línea dieciocho.
Pero sus ojos siguieron días clavados en mis folios.
En la ‘’L’’
inclinada de principio de frase o en la ‘’O’’ de orgasmo.
Clavados en mi escote.
Dejé de visitar aquel local.
Mentirosa.
Dejé de visitar
aquel local
porque una noche cualquiera dejó de hacerlo él.
Mejor.
Y volví a encontrarle, y aquel día
si que estaba más guapo
que nunca.
Como si sus ganas de violar corazones se hubiesen esfumado.
Sereno,
tranquilo.
Con los ojos marrón esperanza, marrón sexo, marrón poesía.
Me senté en la barra y le miré.
En aquel momento me acordé
de Pablo.
Decía que yo era bonita, aunque no tanto como Clara
pero más
simpática.
Que mi pelo olía a lavanda
y que mi letra se parecía a aquella que se
práctica
en los cuadernos de verano.
Pablo y yo nos besamos durante dos cursos
enteros
hasta que conocí a Héctor y el sonido de su moto.
‘’¿Cómo se llama?’’ Volví a preguntarle.
‘’Ni idea’’ Volvió a responderme.
‘’Una manchada a ser posible con leche fría y’’…
¿Me dices
tu nombre? ¿Tu teléfono?
¿Tus planes de futuro y el lado de la cama donde
duermes?.
‘’...Y dos azucarillos, por favor’’.
La tercera tarde que paré
en aquella cafetería de la esquina
me invitó a la manchada.
Y yo a la sonrisa.
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