Diles a tus avispas que se vayan,
que por aquí ya nunca es
primavera
y nadie me regala flores.
Dime algo,
¿cuántas veces me miraste antes de irte?
Nunca las suficientes.
Si hubieses visto que me salía urticaria
cada vez que
decidías que no teníamos remedio,
habrías buscado una solución
con la que el
corazón
no me bombease sangre amarga.
Como la leche que dejas en el frigorífico
aun sabiendo que está
mala.
Ya no quedan seres humanos en esta casa,
ni siquiera yo.
Así que no compro mermelada,
ni miel,
ni chocolate.
Un poco
de agua,
para esas veces en las que me apetece
beber con pajita
y algo de pan,
para despistar al estómago que se queja
desde que no te lame los huesos de las
caderas.
Me he puesto frente al espejo,
de espaldas,
me dolían los
hombros,
y los pies se movían inquietos:
¿tu también te vas?
Me ha preguntado la niña con trenzas del espejo,
que es como
yo pero en otros años,
y que me duele por todas las soledades
de mi yo pasado.
La he mirado fijamente,
estaba llena de urticaria
y ya no
tenía trenzas.
Ojalá me hubieses dicho
a donde sueles ir cuando huyes
de
alguien que te quiere.
Habría pasado por
allí,
y te habría llevado algo de abrigo.
¿Se ve la ventana de mi habitación
desde aquel sitio en el
que estás?
Porque de ser así,
puedo desnudarme despacio,
mientras ceno con las
manos
y se me suelta la goma del pelo.
Después me miraré al espejo
y te gritaré eso que tanto te
gustaba:
¡me ha salido otra peca!
Es muy difícil encontrar a alguien
que sepa llamarte puta
en
el momento adecuado,
y que te trate de amor
el resto del tiempo.
Y te juro que he tratado
de enseñarles a otros
cuando
decirme obscenidades al oído,
pero hay momentos que nunca son exactos
si
la persona no es la adecuada.
Así que he repetido mil veces
un ejercicio que solo me ha
hecho venerarte
por aquellas cosas que parecían tan fáciles
cuando las hacías
tú.
Joder,
que compleja es la rutina
en otro cuerpo que es siempre cuerpo
pero nunca hogar.
Lo peor de todo,
es que no tengo más planes
que llenar la
bañera
y sumergirme dentro
mientras me aguanto las arcadas.
¿Será que Dios quiere
hacerme vomitar mis pecados?
No vas a
caberme por la boca.
Hay quien dice que se quiere a alguien
desde que se le
sueña:
¿las pesadillas cuentan?
Hace días encontré debajo de la cama
un escorpión,
y le di tu
agua
y tu trozo de pan,
porque no me gusta cenar sola.
Hoy he salido a tender la ropa,
mientras la niña de
las trenzas
llora desconsoladamente,
llora desconsoladamente,
y he dejado la puerta abierta,
porque el
escorpión no deja de mirar por la ventana
y ya no quiere comer nada.
Cada día se parece más a ti.