viernes, 8 de enero de 2016

Tengo un escorpión que se parece a ti.

Diles a tus avispas que se vayan, 
que por aquí ya nunca es primavera 
y nadie me regala flores.

Dime algo, 
¿cuántas veces me miraste antes de irte?

Nunca las suficientes.

Si hubieses visto que me salía urticaria 
cada vez que decidías que no teníamos remedio, 
habrías buscado una solución 
con la que el corazón 
no me bombease sangre amarga.

Como la leche que dejas en el frigorífico 
aun sabiendo que está mala.

Ya no quedan seres humanos en esta casa, 
ni siquiera yo.

Así que no compro mermelada, 
ni miel, 
ni chocolate. 

Un poco de agua, 
para esas veces en las que me apetece 
beber con pajita 
y algo de pan, 
para despistar al estómago que se queja 
desde que no te lame los huesos de las caderas.

Me he puesto frente al espejo, 
de espaldas, 
me dolían los hombros, 
y los pies se movían inquietos: 
¿tu también te vas?

Me ha preguntado la niña con trenzas del espejo, 
que es como yo pero en otros años, 
y que me duele por todas las soledades 
de mi yo pasado.

La he mirado fijamente, 
estaba llena de urticaria 
y ya no tenía trenzas.

Ojalá me hubieses dicho 
a donde sueles ir cuando huyes 
de alguien que te quiere.  

Habría pasado por allí, 
y te habría llevado algo de abrigo.

¿Se ve la ventana de mi habitación 
desde aquel sitio en el que estás? 
Porque de ser así, 
puedo desnudarme despacio, 
mientras ceno con las manos 
y se me suelta la goma del pelo.

Después me miraré al espejo 
y te gritaré eso que tanto te gustaba: 
¡me ha salido otra peca!

Es muy difícil encontrar a alguien 
que sepa llamarte puta 
en el momento adecuado, 
y que te trate de amor 
el resto del tiempo.

Y te juro que he tratado 
de enseñarles a otros 
cuando decirme obscenidades al oído, 
pero hay momentos que nunca son exactos 
si la persona no es la adecuada.

Así que he repetido mil veces 
un ejercicio que solo me ha hecho venerarte 
por aquellas cosas que parecían tan fáciles 
cuando las hacías tú.

Joder, 
que compleja es la rutina 
en otro cuerpo que es siempre cuerpo 
pero nunca hogar.

Lo peor de todo, 
es que no tengo más planes 
que llenar la bañera 
y sumergirme dentro 
mientras me aguanto las arcadas.

¿Será que Dios quiere 
hacerme vomitar mis pecados? 

No vas a caberme por la boca.

Hay quien dice que se quiere a alguien 
desde que se le sueña: 
¿las pesadillas cuentan?

Hace días encontré debajo de la cama 
un escorpión,
y le di tu agua 
y tu trozo de pan, 
porque no me gusta cenar sola.

Hoy he salido a tender la ropa, 
mientras la niña de las trenzas
llora desconsoladamente, 
y he dejado la puerta abierta, 
porque el escorpión no deja de mirar por la ventana 
y ya no quiere comer nada.


Cada día se parece más a ti. 



jueves, 7 de enero de 2016

Veinte cigarrillos y otros vicios.

He abierto las piernas 
para otros orgasmos 
mientras las fotos de mi habitación 
me recordaban todo lo que pudimos ser 
y no fuimos.

Y me he dejado desnudar 
con la certeza de aquel 
al que le pesan las incertidumbres mal apiladas 
dentro de un paquete de cigarrillos.

Veinte vicios 
que se me escurren entre los dedos 
tan rápido como lo hiciste tú.

El primero para dejar de pensar 
en todas aquellas que quieren jugar 
con las balas que guardas por si regresan 
las ganas de tenerme ganas.

Se las esconden bajo la falda 
hasta que algo explosiona 
y vuelves a perder el interés.

El segundo por si apareces, 
para que mis manos parezcan distraídas 
y no se note que los dedos 
se mueven aprisa: uno, dos, tres, cuatro… 
Repasando tus lunares.

El tercero por si vuelves 
a querer despedirte con un beso 
y mi boca te confiesa 
que desde que tú no pasas, 
no pasa nada que merezca la pena que pase.

Así que no escribo.

Escribir sin motivos 
es pelearse con los folios en blanco.

El cuarto para disimular este vértigo que siento 
cuando miro hacia abajo 
y toda la ciudad duerme 
mientras yo le doy una y otra vez 
al botón de reproducir 
y suena Sabina: 
‘’ a ti que te lo montas de niña tonta 
en medio de una orgía.’’

Una orgía de recuerdos 
y promesas paridas con el esfuerzo 
que supone fingir que todo puede salir bien.

El quinto para sobrellevar tus defectos y manías 
que me miran sexys 
desde la otra punta de la barra 
de un bar que juega a darnos otra oportunidad.

Pero no la queremos, 
porque nosotros ya 
no nos queremos querer.

El sexto para atraer a otros clavos 
que quieran sacarte a golpe de refrán popular: 
‘’amor con amor se cura’’.

El séptimo para convencerme de que un vicio 
puede sustituir a otro provisionalmente.

El octavo es para sobrellevar tu huida número mil; 
aquella en la que estaba a punto de creerme 
que te quedarías para siempre.

El noveno solo es un intento 
de apartar de la mente 
que hace demasiado tiempo 
que no me dan la mano. 
¿Nadie va a quedarse 
hasta que todo vuele por los aires? 

Porque voy a necesitar ayuda 
para reconstruir ciertas cosas 
y mover algunos muebles.

El décimo es un pulso con mis pulmones 
que siguen respirando tus aguijones.

El undécimo para arrancar esa sensación 
de que vivo anclada a una estación 
en la que pierdo todos los trenes 
por mucho que llegue a la hora.

El doceavo se lo regalo al peor de mis demonios, 
para que muera conmigo 
en un intento de aparentar tranquilidad.

El treceavo me sabe a polvo de reconciliación 
en el baño de un local de mala muerte, 
mientras me tocas el pelo sudado 
y me lames las pecas.

El catorceavo me molesta en la lista pendiente 
de cosas que me recuerdan a ti, 
encabezada por toda mi ropa interior.

El quinceavo me recuerda que lo que más me duele 
es que no te duelo suficiente 
como para volver; 
decía Bukowski: 
‘’cuando pienso en mi muerte, 
pienso en que alguien te hace el amor 
cuando no estoy’’
pero a ti no te duele suficiente 
que sean otras manos 
y siempre mi cuerpo.

El dieciseisavo me lleva al tejado, 
a poner los pies en el borde 
y fantasear con dejarme caer 
mientras grito tu nombre, 
a viva voz, 
que se me destrocen las cuerdas vocales 
justo antes de llegar abajo 
y cuando te llamen para reconocerme, 
no te quede otra que confesarles 
que me tiré por amor.

Los suicidios por amor 
siempre tienen algo de poesía.

Y como decía Bécquer: 
‘’poesía, eres tú’’.

Así que a ver como les explicas 
que has participado en esto.

El diecisieteavo me sabe a cerveza barata, 
y a tu sonrisa que desnuda con las prisas 
de alguien que no va a quedarse
demasiado tiempo. 

El dieciochoavo me recuerda 
lo mal que me llevo conmigo misma 
desde que me hiciste conocerme.

Y te odio por odiarme. 
Y me odio porque no puedo odiarte.

El diecinueveavo me molesta en la garganta, 
y el humo me pica en los ojos; 
me recuerda aquello de que 
‘’el amor es ciego’’ 
y a ti diciéndome que te enamoraste 
a primera vista.

Mentiroso. 
Y cobarde.

Y te creo, 
porque en esta historia 
vinimos a contar mentiras.

El veinteavo me lo fumo 
hasta que se me queman los labios,
mientras nos imagino tostándonos al sol de una playa 
en la que nunca haremos el amor.

El paquete está vacío 
y me pica el velero de la nuca, 
que siempre apunta al sur.

No puedo perdonarte todos los poemas 
que he escrito en tu ausencia, 
ni dejar de culparte por aquellos vicios 
en los que he caído huyendo de ti.

Pero te quiero claro, 
porque cuando no consigo dormir por las noches 
aun pienso en que ojalá tú si.




lunes, 4 de enero de 2016

Bailemos mal pero bailemos.

Recuerdo abrir la ventana 
y verla desnuda. 

Con el sol colándose entre su pelo 
y un campo de fresas sobre su espalda, 
punteando cada trocito de piel 
hasta vestirla de pecas.

Sus pies se clavaban de puntillas 
en el suelo de madera, 
como si viviese en un constante baile.

Bailemos mal 
pero bailemos juntos, 
que a veces es mucho mejor la compañía 
que el acierto.

Nunca miraba a los ojos por si se encontraba 
y entonces tendría que explicarse demasiadas cosas:

Como, 
por ejemplo, 
¿dónde dejaste la mermelada 
que olía a sus mañanas?

Y no se podría mentir, 
así que terminaría por confesarse que la guarda 
en la estantería del fondo de la cocina 
entre miles de tarros imposibles.

Esa tarde la pasaría hundiendo los dedos en ella, 
recordando el amor.

Siempre estaba dentro de aquella casa, 
como flotando en mitad de un lago 
de agua estancada.

Nadie la conocía, 
salvo yo.

Y ella tampoco sabía nada de mi.

A veces le dejaba carteles cogidos a la ventana, 
la invitaba a cenar 
y le escribía mi número de teléfono; 
le contaba que quería verla 
y que sentía no poder ir a buscarla.

Pero nunca la vi salir 
de aquellas cuatro paredes.

Recuerdo sus tobillos inquietos, 
escapando de algo que escapaba de ella, 
y jodido bucle, 
más largo que su pelo.

Que se enreda 
y se enreda 
y se enreda. 
Y cuando te das cuenta, 
hay que cortarlo de raíz.

Pero seguía tan guapa.

Se le veía la nuca, 
al aire, 
mientras bailaba 
como mutilada por el amor.

Te echo tanto de menos 
que he descolgado todos los espejos 
porque hay algo en mi que me recuerda a ti 
y empiezo a escuchar algo de música, 
lejos.

Me asomo a la ventana 
y ya apenas veo tu silueta 
y la casa parece hundirse.

He plantado unas fresas 
que mojo en mermelada 
y vuelve a saberme bien, 
como si hubiese olvidado algo que antaño, 
fue de crucial importancia.

Unas manos como las mías 
pero que no lo son, 
me tocan el pelo, 
con el cuidado que se pone en coger a un bebé 
que se está desprendiendo del seno materno.

‘’Te estás recuperando’’ 
me dice.

He despertado después de días durmiendo, 
y alguien ha colocado todas mis fotos, 
mis cuadros, mis vestidos granate; 
los zapatos de tacón 
y los espejos.

Me he sentado en el tocador 
y me he mirado. 

Han vuelto las pecas.

Desde la ventana ya solo se ve el mar 
mientras alguien que se parece mucho a mi,
 me dice, desde el espejo: 
''bailemos mal pero bailemos’’.