miércoles, 3 de enero de 2018

Frío en los huesos.

Lo he sentido en los huesos. El tintineo de algo que se mueve despacio, agazapado, sigiloso, quizás por temor a ser descubierto, quizás simplemente porque nunca supo brillar con más fuerza: no hay estrellas en todos los cielos. Ni luces en todos los caminos. Lo siento en los huesos, quebradizos, frágiles, débiles, sin ningún otro motivo que tal vez el tenerte demasiado lejos. “¿Que es lejos?” Me preguntas mientras me retiras el pelo de la cara. “Que estás aquí y no te siento”. Que forma más horrible de perder a alguien: sin kilómetros ni relojes ni trenes ni ofertas de trabajo al otro lado del mundo. Vuelve a caerme el pelo sobre la frente pero tus dedos ya están a otra cosa, mariposa. Negra, malherida, volando a ras del suelo, sin oportunidad de elevar los pies. Que lejos está hoy Marte. El universo y nuestros planes. Mañana cuando volvamos a vernos, ¿estarás tan lejos como en este momento? Lo he sentido en los huesos, el olor a café recién hecho, a pan tostado, el aroma a mermelada de fresa y sábanas planchadas, echo tanto de menos todo lo que no he tenido, a ti, por ejemplo, encabezando una lista de imposibles que recuerdo tantas veces como veces lo he querido olvidar. Te pareces tanto a las cosas que ya debería haber aprendido de memoria, como que todas las palabras esdrújulas se acentúan. No tenemos que arreglar nada, tranquilo, no necesito atenciones ni cuidados ni tarjetas de ánimo y cariño; este animal desgraciado, callejero, moribundo, se ha aceptado. Y escribe poesía, de noche y de día, anda siempre cansado. Lamiéndose las heridas con auto compasión, delante de un espejo que dispara contra él aunque nunca acierta: soy transparente, incandescente, un fantasma del pasado que me cuenta historias para camas en las que nadie quiere dormir. Lo he sentido en los huesos, la furia, el enfado, la pasión y los tropiezos. He abierto los ojos de par en par y me he visto dentro de la jaula de los leones. Feroces y hambrientos pero ¿que tripa se llena solo con ausencias? Me siento un pájaro sin alas, ciego, obediente, redimido. Hoy es mi día libre y noto la vida presa. Magullada, con polvo en las hombreras, casi ridícula, pasada de moda, de vuelta, de tuerca. Eres el chico malo de cualquier historia; que no de la mía, sino de cualquiera que se parece tanto a mi, que siento empatía. Y le retiro el pelo de la cara y le susurro al oído: “hay quien nunca ha estado cerca, aunque le hayas sentido”

“¿No podemos hablar de otra cosa?” Vente a este lado, donde nadie sabe de mí y yo me siento parte de todo: de los intentos de supervivencia, de los tachones en las canciones que hablan de amores tan fugaces que no dio tiempo ni a pedir el deseo; de besos al galope, a destiempo, de añorar tener las manos llenas de tus manos, de la nostalgia, la melancolía, las prisas y las estaciones frías. Del Sur que siempre hace de calma. Lo he sentido en los huesos, y no te quiero mentir, cada día recuerdo menos tus ojos, tu rostro, el epicentro de tu tristeza ya no me da ganas de escribir; tus arrugas al reír se han vuelto surcos en una tierra en la que ya no crecen flores. Y he rezado, porque me siento víctima. ¿Tú crees que todos somos prescindibles? Supongo que, depende de la partida. Del enfrentamiento, de la fuerza con la que vamos a golpearnos cuando nos golpeemos. No te siento propio, aunque lleve tu saliva, pero si cercano, familiar, tan allegado que noto como me respiras en la nuca cuando intento conciliar el sueño. 

Lo he sentido en los huesos: el frío, hasta que ha cogido color a cerezo pero olía a mandarinas agrias de un huerto por el que paseábamos de la mano, a escondidas por si nosotros mismos nos descubríamos y nos contábamos que cuando duelen los huesos, no hay forma humana de que el amor se resista al vacío.