miércoles, 8 de noviembre de 2017

Eran tiempos difíciles para la poesía.

Tengo a los pies de la cama una pecera como cementerio de lágrimas, y junto a la almohada una vela apagada para que no puedan encontrarme los malos sueños, ni los viejos fantasmas.
Un ataúd vacío, que no me deja sufrir la pérdida y un puñado de huesos mal apilados en una esquina del salón.

Están siendo tiempos difíciles para la poesía. Nadie se señala las heridas de guerra, ni habla del hambre, la penuria o la enfermedad.

Al otro lado de todas nuestras decisiones, no se como estás. Nosotros, que nos hemos hecho daño juntos despedazándonos los cuerpos desnudos, y ahora no me dejas ver tus cicatrices.
Ojalá otra boca te las esté besando y empiecen a sanar desde dentro, y un día reciba flores y una tarjeta: me han curado.
Y será un buen momento para llorar mucho, hasta desbordar la pecera y dejar a todos los peces en libertad. Y leeré.

Están siendo tiempos difíciles para la poesía, pero lo estoy intentando. Todas las noches pienso en ti sin mí, y te imagino guapo. Espero que estés durmiendo bien.

Yo en cambio tengo atascado en mitad del pecho un océano embravecido y una sensación a llovizna fría cogida a los hombros.

A veces tengo ganas de preguntarte si eres feliz, y trato de recordar que cara pondrías; pero no te veo, cada día tengo tu rostro más ensombrecido; ¿dónde tenías más arrugas al reír? ¿de qué color eran tus ojos, castaños o casi negros?
Y que miedo haber olvidado, contra todo pronóstico, el amor eterno. Septiembre intentó dejar aquí lo mejor del sol y Octubre ha arrasado con todo.

No puedo decirte cuando sucedió. Ni como. Solo se que un día todo empezó a ser insignificante. Y dejé de escuchar tu voz con claridad.
Me habían llevado a Marte y me habían prometido una vida mejor. Y yo adoro las promesas, aunque todas sean inciertas y lo único importante de ellas, es la valentía de quien decide hacerlas.
Pero a mi me vale. Desde Marte no podía verte. Ni escucharte. Y todo se parece tan poco a la última vez.
Y la última vez se parece tan poco a la primera.

Hay una parte de mi  complicada, bipolar e inestable. Y otra sensata, prudente y estática. Siento haberte presentado a la primera, de golpe y sin reparo.

Y que te sintieras indefenso, a la intemperie, porque debajo de este templo, no compartimos oración.
¿A dónde vas cuando te vas y de donde regresas cuándo regresas? Aunque ninguna de las dos cosas las hagas del todo.

Son tiempos difíciles para la poesía en esta habitación sin flores, ni estampidas. Hace tanto del último beso que hasta la ciudad ha cambiado. Nos han robado rincones y las viejas canciones ya no encuentran sus escenarios.

Cuantas promesas truncadas y finales advertidos, salvo el de verdad, como una jarra de agua fría que te congela la sangre y te deshumaniza.

Y ahora me siento un animal abandonado y herido. Y aúllo bajo tu puerta, perdida entre cientos de calles sin salida, entre personas que se abrazan inmersas en su felicidad.
Que poco valor tiene la tristeza ajena.

Hay demasiados inviernos entre los dos y tantas distancias entrometidas que ya no se exactamente que es lo que nos separa, pero debe ser enorme.
Un iceberg gigante en mitad de Madrid, partiendo la ciudad en dos: los lugares a los que íbamos juntos y aquellos que no nos dio tiempo a visitar, y lo cierto, es que no se cuales me duelen más.

Estoy corriendo en dirección contraria, lo se porque nadie me sigue, y el camino correcto siempre está lleno de personas que planean besos y bodas; chicas bonitas con vestidos de flores.
Aquí no hay nadie. Y mis pétalos se quedaron en el suelo de tu habitación.

Están siendo tiempos difíciles para la poesía, que dolorida respira, se arrastra y me mira; le acaricio el lomo mientras gimotea lastimosa.
Nos hemos mirado a los ojos y te hemos encontrado.

Ha vuelto la ciudad.

Las viejas canciones.

Las flores.

Y he podido despedirme, como lo hace un caído de guerra:

A mi más fuerte explosión, 
a todos los pedazos; 
a este corazón mutilado 
que desde mi pecho anhela tus huracanes. 
A mi eterno y perecedero amor:

Te has ido 
y he dejado de entender la poesía.






miércoles, 13 de septiembre de 2017

Reverso.

Supe que ciertas cosas están destinadas a ser separadas de cuajo con la misma fuerza que chocaron.

El lado inverso; 
el reverso. 
El regreso del golpe.

Vi toda mi infancia liada en sus dedos, y sentí que toda mi vida no había sido más que un títere movido para llegar hasta aquel momento.

La nada del todo más intenso.

Me lloran encima las calles de nuestra ciudad y en todos los desconocidos encuentro algo de ti que conocía muy bien; y así es como me habitas aunque recorras otro cuerpo.

He paseado por la plaza donde está escrito aquello de los cerezos y la primavera y he pensado que he olvidado el paso del tiempo porque ya no pasa nada que merezca la pena que pase; y porque el frío, la lluvia y el viento se me han cogido con fuerza a todos los intentos de no soñar contigo como reproche a lo poco que lo haces tú conmigo.

Porque ya no recibo tus mensajes de madrugada. Ni llamas a la puerta cuando tienes cama donde caer pero nunca te dejan hacer de muerto. De herido emocional. De tullido de guerra que se recuenta las balas a oscuras todas las noches de soledad.

He abierto un poco el ala derecha de la ventana y se ha colado la música que se escapa de tu casa. Y el olor a café tostado y a mermelada de fresa. Eres feliz al otro lado de mi. Y yo estoy tan triste, y siento el desamparado de todos tus miembros, que se me han despegado del cuerpo y me han dejado la piel áspera.

Y un dolor agudo en la nuca que no me deja descansar y que me da ganas de vomitar todas las noches los mismos miedos, 
los mismos sermones,
los mismos abismos.

Se me ha secado la fe gota a gota, como la saliva de los lóbulos de las orejas que me dejabas cuando hacíamos el amor. Y es muy difícil la vida desde este lugar con cruz pero sin creencias, con religión pero sin milagros.

Aunque lo más complicado de todos estos meses que llevo sin ti, es sentir que te conozco lo suficiente como para saber que no vas a volver, y que no te encontraré donde siempre, que no hay dirección a la que enviarte cartas, ni teléfono al que llamar solo para decirte que sigues en este pecho.

Retumbando, 
resonando.

Saber que no vas a volver me obliga a tantas cosas que no quiero elegir solo porque yo, te elijo siempre a ti. Y a cada uno de tus besos que terminan con mi libertad. Con las canciones. Con los pronósticos favorables.

Desde esta elección con final advertido, desde este cuerpo que gira dentro de una habitación cerrada y que no sabe nada del destino, voy a decirte, en voz baja y tiritando de frío, que vuelvo a esperarte solo porque yo nunca me he ido. Que sigo donde me dejaste. Con todo este dolor mío y todo el aguacero que se me escapa de las muñecas cuando intento cogerte con los ojos y guardarte al fondo, como una idea; y nunca puedo.

Que voy a esperarte porque dejar de hacerlo sería, irremediablemente, enemistarme con esa parte de mi que recita poesía. Y baila en una azotea y se suicida solo para volver a la vida y apostar todo de nuevo  a encontrarte.

Y perder.

Y perder.

Y perder.

Siempre en la misma ruleta, mientras de fondo suena Sabina y quinientas noches me parecen una broma de mal gusto.

Y las heridas,
los llantos,
los daños
y los golpes
se me amontonan en las costillas 
y se me clavan con fuerza 
sin piedad ni misericordia.

Pero mientras todo esto pasa, 
tú vuelves,
y el arte, 
convaleciente,
de repente respira 
y se retuerce 
y me devuelve a la vida. 




miércoles, 6 de septiembre de 2017

A ti, dulce poesía.

Se fue a la guerra. Y no volvió. Quiero decir, sí que volvió pero era otro que yo no conocía. Y además, no traía heridas, traía el vientre lleno de flores cortadas por otras manos.

Sucias y hábiles.

Se fue y yo que no pensaba esperar, me quedé a vivir en el alfeizar de la ventana, con la vista clavada al fondo, donde ya no se distingue la huida del regreso.

En la distancia todo se vuelve un amasijo de desconocidos, tan vivos como inertes, tan cercanos como lejanos. 
Y tú sin moverte del sitio.

Voy a decirte que te extraño casi todas las noches que quiero mucho a alguien que no eres tú. Voy a decirlo solo cuando estés tan lejos que no puedas escucharlo, porque no toda confesión se hace para otro oído.

Cuando ya no tenga miedo, voy a contarte que me hubiese quedado. 
Cuando los huesos hayan soldado y no pulule por la ciudad este olor a mar.

Mientras tanto, no voy a decirte más que lo que no te digo y tampoco voy a dejarme querer.

Siempre fue de otra forma que ya he olvidado, pero ahora es distinto ¿tanto hemos cambiado? Seguramente ya hayamos elegido justo por no haberlo hecho. La falta de decisión es la mayor elección. ¿Cómo puede haber tanto en todo lo que callamos?

Me parece que el tiempo ha dejado de discurrir. Algo se ha parado, y la habitación donde solíamos besarnos ha estallado esta mañana y yo sin embargo, sigo escuchando el estruendo. El tiempo ahora funciona de otra forma, y dentro de unos días será otro día y cuando todo debería ya haber acabado, dentro de mi estará empezando.
Mañana será siempre hoy y ya no habrá puentes que unan distancias. Eternamente lejos, todo lo lejos que estábamos ayer y que yo siento ahora. 

Y cuando nos volvamos a encontrar y nuestros ojos se vuelvan a mirar, estaremos tan lejos como lo estábamos ayer.

Me he puesto delante de una hoja en blanco y he decidido hoy, después de hace años, escribirte una nota de despedida, porque he tragado saliva y necesito decirte adiós:

A ti, con todo el amor que siento hoy y es de ayer;
a ti, con esta sinceridad que tanto me ha llevado a mentirte.
Me has hecho daño 
y ahora eres ceniza, 
pero hay algo en ti, 
dulce poesía, 
que respira. 
No hay nada en orden si recuerdo. 
Eres todas las guerras de este pecho, todas las veces que me he negado al refugio. 
Tempestad y viento. 
Y echo tanto de menos decirte que te echo de menos, y el luto, los tropiezos. 
Los malos momentos y el sexo. 
Desde esta vida nueva tengo una ventana que siempre da a tu habitación, y un rincón en el que hace frío solo cuando te pienso, y te pienso mucho. 
Y ya no vuelo, 
ni paseo, 
ni canto, 
ni siquiera rezo, 
porque no creo.

Dime, ¿qué andabas buscando fuera de mi? 
Los besos, 
los años, 
los daños, 
siguen aquí. 
Y con el café de esta mañana me ha dado por pensar que igual dudas. Y eres humano. Y vuelves. Y hablamos. Después he recordado que esto era una nota de despedida, y que entonces debía de ser yo quien despidiéndose, no te dejaba regresar.

Así que he decidido escribirte mejor una poesía, sentada en el único lugar que no me recuerda a ti y te he encontrado allí:

A ti, que por todas partes vuelas; 
que te expandes y me abarcas. 
A ti, que no eres más que una sucesión de improbables, 
tengo que confesarte que no hay noche, ni día, ni tarde, 
que no me quemen las palmas de las manos de no tocarte.

Pero no hace falta que vuelvas,
me gusta más imaginarte.




lunes, 28 de agosto de 2017

Laura sigue aquí.

Laura, 
que tenía los ojos claros y el corazón oscuro, y que nunca me veía mientras me miraba, me dijo anoche que se había enamorado.

De golpe, 
y de porrazo, 
porque aquello era ambas cosas, 
todos los poemas perdieron el sentido. 

La chica fría enamorada de alguien que no era yo.

Quise invitarla a un café. Pero se negó. 
Tenía un anillo nuevo y un piso en mitad de la ciudad.

Laura, 
que siempre llevaba falda por si el encuentro era rápido, cruzaba ahora la calle con un vestido largo que la hacía parecer distinguida. 
Nada de bares de mala muerte, ni velocidad sobre ruedas, nada de mi. Ni de tatuajes a deshoras, ni de disculpas por no saber disculparnos por aquello que no podíamos ser.

No se que vaqueros ponerme y las sudaderas me resultan poca cosa, con lo que le gustaba meter sus manos frías bajo ellas, y ahora aquel tipo viste de camisa.

Laura, 
que le daba a la droga y a la noche, y que no sabía hablar del futuro, tenía intenciones de boda. Y sonreía a todo el mundo, y le reían los ojos. Y le bailaban las pecas. Llevaba las uñas arregladas y un collar diminuto que le llegaba a la mitad del pecho.

Su pecho que se movía rápido cuando estaba a horcajadas sobre mí. Ayer mismo ¿no? O antes de ayer. O quizás hace un par de años.

Laura, 
que me escribía de madrugada para decirme que estaba borracha y era fácil, agacha ahora la cabeza cuando se cruza con un hombre que la mira, y deben de ser muchos al día. Parece recatada y tímida, y lleva el pelo liso; ni rastro de aquellos rizos rebeldes que se empapaban en sudor cuando hacíamos el amor.

No la reconozco y la sigo queriendo; 
maldita alma poeta que vive plácidamente de lo que fue, 
o de lo que no fue pero quiso que fuese.

Laura, 
que tenía el cuerpo lleno de lunares, parecía ahora una muñeca de piel de porcelana; ni rastro de mis cicatrices. 
Y siento rabia de no haberle hecho más daño, 
más fuerte, 
más adentro. 

Hasta el epicentro de todo lo que era 
para condicionar todo lo que llegase a ser.

Todos los días la sigo hasta el café donde desayuna, y le fotografío las piernas, sin que lo sepa. Y le busco aquella marca con forma de mariposa que tenía en el tobillo y la ayudaba a volar. ¿Levantará ahora los pies del suelo?

Laura, 
que fumaba a todas horas y siempre olía a lavanda, tomaba ahora té por la mañana y no se acostaba a más de las doce. La luz de su habitación se apaga todos los días a la misma hora, y yo vuelvo a casa, mirando siempre hacia atrás por si se asoma y me dice que soy idiota por creer que toda aquella parafernalia era cierta.

Pero nunca vi su cara, 
ni sus ojos de gata.

Laura, 
maldita Laura, 
que tenía toda la luz que me robaba. 
Que se incendiaba mientras yo me apagaba.

¿Le has contado al galán que te acompaña que una vez fuiste la chica de alguien sin futuro? Quiero saber, Laura, si le has hablado de mi piso en las afueras, de dormir en el suelo, de la cerveza y el sexo. Tu risa aun suena donde ya no suena nada. ¿Le has dicho que tengo aquí todas tus bragas? Y la vieja maleta que siempre llenabas con ropa de los dos mientras me contabas a donde te gustaría ir de viaje y volvías a la cama. Seguro que él no sabe lo de aquel golpe en bicicleta que te partió dos costillas, ni que no conoces a tu madre. 

Ni lo del tequila, 
los baños públicos 
y las prisas por ser alguien.
O algo, con un poco de sentido.

Tu amor curaba esta decadencia de mierda. Tu amor llenaba la nevera y amansaba a todos los animales callejeros que llevo dentro.

Tus besos en el pecho calmaban todos mis reclamos, 
mis viejas heridas, 
mis huesos mal soldados.

Laura, 
ahora que te has ido, y que yo no voy a moverme del sitio, porque este sitio huele a ti, quiero decirte que espero que no seas feliz, no porque no te lo merezcas, sino porque no me lo merezco yo.
Yo no me merezco que tú seas feliz.

Nunca más voy a salir de este apartamento, 
ni a poner la lavadora, 
ni a cambiar las sábanas, 
ni a afeitarme. 

Y no me importará que entonces no vayan a seguir subiendo mujeres que se parecen a ti, porque luego nunca cantan ninguna canción de Dylan, ni me corrigen cuando recito a Bukowski, ni conocen ninguna calle de la ciudad donde se vendan libros usados.

Me he dejado caer al bar de abajo, y me he puesto en la última mesa, he sacado la cartera y he buscado la nota que me dejaste en la nevera: 
‘’He decidido cambiar, 
pero tú no lo hagas, 
porque entonces podría funcionar.’’

Hace cuatro años Laura, 
pero ha vuelto a pasar, 
te he vuelto a perder.

Hace cuatro años Laura, 
y todos los rincones, 
las calles, 
los gatos, 
los coches 
y las luces, 
se mueven diferente cuando digo tu nombre.

Hace cuatro años Laura,
y yo, 
mientras tú pareces feliz, 
sigo estando triste.

Y vivo.

Y eso, debería ser incompatible. 






domingo, 9 de julio de 2017

Tres heridas que se abren.

Recuerdo aquel día. 

La lluvia, dentro. 
De nosotros, de lo nuestro; 
y el sol fuera, 
meciendo cuerpos vivos 
y deseos primitivos.

Necesitabas espacio y vacío. Te lo tragaste. Buscando el abismo entrañable caíste dentro de ti mismo pero sin ser tú. Y yo tan cerca siempre de todo lo que no existe.

Cuando llegué a casa todo estaba roto. Los espejos, los jarrones, los platos donde hundías tus manos huesudas. Y nadie cantaba. ‘’Algo le pasa al pajarito cuando no canta’’, tu voz melosa en mi oído y tus pies tan lejos de mi cocina.

Todo estaba roto y mi hogar y yo, y el pájaro de la vecina que ya no canta, somos tus sacrificados; una guerra llena de caídos. Maldito vendaval que lo arrasaba todo a su paso, mientras nosotros creíamos crecer.

En este edificio todos te odiamos. Las tejas, los cimientos, las alfombras. Estamos en contra de ti, y de tus promesas de adúltero y de tus caricias decrépitas que me han dejado la piel sin brillo, sin poros, sin pelos de punta: como un terreno liso sobre el que no crece la vida. Ni el arte.

Ahora yo misma soy un lugar seguro. 
Seguro que no pasa. 
Seguro que no vuelve. 
Seguro que el amor no existe.
Estoy segura de que seguramente no salga nunca más a comprar el pan, porque la comida caliente me recuerda a no tenerte, y a tu boca, y el pajarito así no va a volver a cantar.

No sale de la jaula y tiene la puerta de par en par, mientras el mundo duerme sobre un planeta frío sostenido por manos desconocidas de las que no me fío.

Niña, grita la mujer del bazar, hay que poner el corazón para poder hablar. 
Y me palpo el pecho, desesperada. 
Y tengo tan cerca de la boca el latido, que casi lo muerdo y lo escupo.

Que será del mar sin nosotros dos. 
Que será de la luz de la ventana 
de la última habitación del pasillo, 
que me atravesaba las costillas 
y me dibujaba formas inexactas 
y entendíamos la vida.

Que será de mi ahora, 
que mi cuerpo en la sombra se esconde, 
que mis manos torpes no desvisten, 
que mis pies desconocen el camino 
y mis dedos no tejen refugios.

La madera cruje, las persianas chirrían, las luces titilan. Toda la casa grita y yo solo se estar en silencio. ¿Oiré el teléfono si suena? ¿Sabré si he muerto de miedo o me sentiré absurdamente viva?

Debajo de la ventana del dormitorio hay un animal herido que jadea, me duermo rodeada de miseria. Ayer le dejé entrar en casa porque no somos tan distintos. Parece como si te conociera, has dejado de darnos de comer.

Cuanto amor falta en la soledad, en la de verdad; en la que no compartes siquiera contigo mismo. Nadie canta cuando las cosas van mal. ¿Qué le pasa al pajarito? Ya no sale a pasear.

Hoy me he contado las heridas, hay tres cerradas. Y aun así no te olvido. Estás al otro lado de la cura y eres a la vez, la peor enfermedad. Sea como fuere, gracias por los destrozos y este traqueteo que me ha volado por los aires todos los cerrojos. Los huesos. Los ojos.

Y sin embargo, aún te me antojas dulce, dentro de una confesión salada llena de ganas de volar que quedan en nada. Que se deshacen y se expanden hasta cubrirlo todo de aguas torrenciales que dilatan la madera y atrancan las puertas de todas las salidas.

Y yo, que ya he dejado de intentarlo, me he sentado con las piernas cruzadas en frente de la jaula, y le he pedido al pajarito que por favor, esta noche cante.

Me ha hecho caso, y las tres heridas cerradas a cal y canto, se han abierto de un plumazo, porque mi amor, nadie canta cuando las cosas van mal, así que he imaginado que debían de ir bien.

Y que entonces, 
seguramente, 
habías decidido volver.




martes, 11 de abril de 2017

Un mar que no conoce la calma.

Te vendes, 
como gota de agua libre
como líquido que purifica, 
religión que arrasa
fe que despedaza principios.

¿Nunca fuiste esclavo de los valores de otro?  Que tendrán los espacios limitados que nos hacen sentir tan libres. Que tendrán aquellos que nos hacen felices y luego se van. Las almas gemelas tienen que estar rotas, nada que esté entero puede encajar. 

Las flores querida, de amor o de muerte. Como todo en la vida. Porque amas y vives o simplemente mueres. Todo tú mundo reducido a dos opciones. Quebradiza y frágil la primera, tosca y pesada la segunda. 

Todo lo que queda en medio, solo es cielo y tú no sabes volar. Aunque píes con fuerza y tus vecinos abran sus ventanas de par en par para escuchar tu canto, y nadie sepa de tu pena porque no se nota la tristeza en el arte o quizás, porque todo en el arte es tristeza. 

El chico del cuarto te dibuja mirando hacia el suelo del patio de luces. ¿Ves? Miras con aire de suicidio y quedas tan bonita. Van a pagar por ti en cualquier galería mientras se te marchitan las flores que tienes en el alféizar de la ventana, porque las lágrimas no riegan, ni alimentan. No hay vida en tus ojos. Ni camino a través de tus costillas. Eres humo, que se cuela y se expande. 

He estado pensando que en realidad, solo está enfermo quien quiere curarse, los demás nos aceptamos. ¿Tú te curas o te aceptas? ¿Eres de medicamentos o te dejas llorar encima como si estuvieses meando toda la anestesia de una operación de tres dias? 

No hay latido en mi vientre pero le he puesto nombre, para sentirme un poco menos sola. No me mires con condescendencia, hay tanta belleza en el vacío infinito. En las líneas que se desdibujan y se pierden y dejan de crear formas exactas. Sácate los órganos vitales y colócalos de nuevo, que choquen entre sí y provoquen electricidad. Los míos se hablan, se riñen, se enfrentan, se mecen. 
Y todo por dentro estalla y yo dejo de sentirme parte de ningún lugar. 

Al fondo de tu caja torácica nada se paró el día que te marchaste. Había acabado la guerra y yo seguía escuchando disparos y me despertaba con dolor en el pecho. Si supieses que me dejé morir el día que te fuiste, y que no volví a escuchar la radio porque ya no entendía la música: todo dejó de vibrar. Allí donde llegaron nuestros planes, no conseguimos llegar nosotros, pero lo hice yo y nadie me esperaba. Si en tu destino no hay unos brazos abiertos de par en par, no es tu lugar. 

Y me fui de ti, como quien huye de algo que ansia que le persiga. Tal vez por eso lo hice despacio y aunque tú no me seguiste, yo te fui encontrando en todas las flores que entre el frío, se abrían valientes; en todas las bocas temerosas que sin embargo, besan y prometen; en toda la poesía, en todos los balcones, en todos los veleros. 

Mares en calma y ventanas de par en par con habitaciones llenas de olas. Te escribí a tantas direcciones y me leyeron tantos desconocidos. Hice mía la existencia de tu ausencia y me dejé mecer por el vacío, por la infinitud del recuerdo; llevé el luto con la resignación de un cristiano aceptando la penitencia de un Dios de carne y hueso, y de barro. Grotesco y resbaladizo. Y yo me creí alfarera de algo que no se dejaba dar forma. Y de pronto la lluvia. Y el barro derretido en mis manos y la ropa sucia. 

Hay versos que no encajan pero ellos no tienen la culpa, me decías. 
No hay nada más complicado de entender: hay versos que no encajan. Sin más. 

¿Por qué? No lo sé.  Pero chocan y chocan, hasta hacerse heridas que se queden de por vida, y luego se van. 

Y en tus ojos se atisba la pena de todos los animales abandonados. Dos agujeros negros que se martirizan con la pérdida. Que siguen sintiendo el miembro amputado. Dos ojos a los que les pesa la bandera de un lugar sin conquistar. 

Se extiende el humo del último cigarro por toda la habitación. Te dejaste siete paquetes y una nota: para la primera semana de ausencias. 

He subido la persiana por primera vez en estos siete días y la luz se ha resquebrajado como un hueso. Roto y dolorido que aún no quiere exponerse. 

Así que he contestado a tu nota de despedida y la he enviado a todas las direcciones que me recuerdan a ti:

A todas las catástrofes,
los puentes y las ruinas;
a los niños sin padres,
a los túneles sin salida,
a las muertes en vida. 
 
A los pájaros que no saben volar,
a quienes esperan y se rompen,
a todos los que dejaron que una parte de ellos se suicidara.
A ti, por bestia indómita; 
y a mí, por animal herido:

"Voy a necesitar muchos más cigarrillos.
Con amor, 
desde un mar 
que no conoce la calma.

Ni la ansía."
 
 
 
 

                         (Ilustración de María Casas. Facebook: Emecocos Art / Instagram: Emecocos.)
 

sábado, 25 de febrero de 2017

Agua en los ojos.

Me siento agua, líquida y frágil,
que no da vida ni calma la sed.
Agua transparente, insípida,
que no sabe colarse entre tus creencias.
Agua que no limpia, ni purifica.
Sucia.
Que arrastra piedras.
Y no guarda en su seno ningún ser vivo,
ni da cobijo,
a la que nunca han llamado hogar.

Agua inerte.
Por la que a veces corre sangre
de alguien que viene a limpiarse las heridas.
Agua sin sal, que no cura ni cicatriza.
Agua que marchita
y que extiende la muerte.
A la que no dedican poemas ni glorifican.

Agua sin templo.
Sin alimento.
Agua vacía a la que nadie reza ni desea.
Agua que nadie anhela.
Sin bocas que calmar,
sin órganos vitales que avivar.
Agua estancada que encharca.
Y mata.
Agua que ahoga.

Agua que hunde barcos.
Y asfixia pulmones.
Insuficiente.
Tóxica.
Agua que no calma lagrimas
ni ayuda a sanar.
Agua que no cura la enfermedad.
Ni borra historias ni hace crecer las flores.
Agua de color marrón.

Agua a la que nadie canta.
Sobre la que nadie escribe.
Agua sin Dios ni fe.
Que no sabe minimizar daños
y que protagoniza catástrofes.
Agua que arrasa y destroza.
Que aniquila.
Agua que se desliza como una serpiente hambrienta.

Agua que no avisa cuando cae.
Que nunca deja paso al sol.
Agua que apaga la luz.
Agua que no ayuda a cultivar.
Que no ama la vida
ni mantiene sano al corazón.
Agua que no sirve para el perfume
y no se lleva la suciedad.
Agua que no limpia cuerpos.
Ni embellece el paisaje.

Y sin embargo,
agua que serviste en tu vaso
y a la que diste abrigo dentro de ti.
Que te corre por las venas
y a la que haces creer que da vida
aunque no brote de ti la rama.
Agua que acunas y proteges.
Agua a la que susurras
con la calidez de un padre,
que corra y corra
hasta que todo lo impregne.
Agua que sueñas.
Agua que calma tu apetito.

Agua que te mata mientras te sientes vivo.
Y escribes.
Y bailas.
Y besas.
Muerte que disfrazada de vida, te hace de trampa.
Mentira por la que te dejas acunar.
Nana que mece la cuna con un brazo sin carne.

Porque dime,
¿a caso no da la muerte, vida? 
¿A caso la vida no te conduce a la muerte?
Mueres porque estás vivo
y estas vivo con la certeza absoluta de que morirás.

Nadie escribe al agua limpia, querida.
Nadie ha conocido la poesía librándose de la enfermedad.

Agua que me haces llorar
y me despiertas el corazón.
Agua, tú.

Tú,
que te fuiste mientras te sentía
en el epicentro de mi sistema cardiovascular.

Y mientras vivas
seré lo que más recuerdes, 
agua clara. 
Y cuando mueras 
no seré lo primero que olvides, 
agua turbia. 




(Ilustración de María Casas. Facebook: Emecocos Art / Instagram: Emecocos.)
-La chica con magia en las manos-.

martes, 21 de febrero de 2017

Las dos partes de una misma historia.

He perdido la cuenta de las noches que he pasado pariéndote en otras versiones, pero siempre entre las mismas piernas.
Las mías.
Llorando a borbotones todo aquello que no te escribo. No quisiera que supieras que por aquí se coleccionan miedos, que acuno la idea de que vuelvas y alimento desde mi propio pecho, con mi propia lactancia, los recuerdos inmortalizados en mi mente, que se vuelve turbia y destila cinismo.
Toda mi habitación es un escenario macabro lleno de vidrios que me cortan siempre sobre las mismas heridas. Y para curarlas no hay más que algo de Vodka barato que cada día hace menos efecto.
Hay sombras que discuten en nuestra esquina, y otras que se despedazan los cuerpos sin vida sobre nuestra cama. Y yo extrañamente me siento en casa.
Mientras trato de cortar la hemorragia.
Que es el dolor, sino la plena consciencia de querer revivir una y otra vez aquello que nos obligó a volvernos a parir. A rehacernos con torpeza.
Esculpiéndonos con nuestras propias manos hasta darle forma a un amasijo de ramas secas por las que ya no brota la vida. Porque vivir no es otra cosa que sentirse el corazón.
Y dentro de este pecho ya no hay un solo sonido que me ayude a coger el sueño por las noches. Así que no duermo, pero  ingratamente respiro.
Y vendrán otros comienzos con sus sermones mientras yo solo escucho mentiras. Que va a decirme una piel que no tiene cicatrices. Unas manos suaves, un pecho sin espinas.
Bécquer decía que poesía eres tú. Y no hablaba del después de ti. Eres tú. Y si tú te vas, te llevas el poema.
Me siento mecida y tranquilamente triste por brazos sin carne llenos de huesos sobre los que se posan luciérnagas. Y titilan con fuerza, como las luces de las salas de espera. Y me veo a mi misma, sentada en un hospital, esperando a que alguien me diga que estoy viva.
Y ruedan camillas, y pasan señores. Y nadie me ve, ni me escucha. Y yo ya no tengo ganas de gritar.
Aguanto la respiración y siento como se me adormecen los órganos vitales, con la paz que se siente después de haber tenido a todas tus calles en guerra. No se que hacer sin ti, así que no voy a hacer nada, he guardado todos los relojes y he cerrado todas las ventanas; voy a estar aquí, encarcelada eternamente en el día que dejamos de ser.
Y cada veintisiete puedes enviarme flores a una tumba vacía porque el cadáver sigue deambulando por los recovecos de tu galería de arte.
Era la chica más rubia y más llorona. La piel con más heridas. La mente más problemática. La inconformista que se conformó contigo.
En esta orilla en la que me has abandonado ya no llegan las olas ni veo el mar. Estoy tendida al sol con un frío horrible mientras noto como me hundo en las profundidades de pensamientos que ya no siento como propios.
Me he vuelto una extraña y reniego de mi compañía. Me corren por las venas trozos de cristal, áspero, puntiagudo. Y me duelo con la fuerza de mil historias en las que siempre aparece una muerte. Y alguien que se queda vivo.
¿A caso no es morir, vivir en una eterna espera? Muere más quien se queda.
Todas mis articulaciones son de madera. Rígida y tosca. He perdido todo atisbo de humanidad. Y siento dentro de mi el ir y venir de un péndulo, una balanza que no se decide. Unas agujas de reloj que no marcan la hora pero señalan miedos. Un dedo erecto, que me recuerda la falta de sexo y te señala.
Y el peso de la culpabilidad. Que te he perdonado a ti, pero no me perdono yo. Y todas las mañanas intento despertarme en otro cuerpo que no reniegue del movimiento, pero siempre acabo sentada en una sala de espera donde se dan malas noticias.
Me han subido a planta, a una habitación sin orientación Sur. Y tengo frío. Y la comida es espantosa. Voy a escupírsela a la enfermera.
Los trozos de cristal empiezan a desgarrarme la piel, y hoy es veintisiete y he recibido flores.
Y una tarjeta:
''Nadie puede ayudar al que se queda.''
 
 
(Ilustración de María Casas. Instagram: Emecocos / Facebook: Emecocos Art)
-Gracias por dejarme un trocito de tu arte.-
 

lunes, 20 de febrero de 2017

Jaulas y vuelos.

Se han apagado todas las luces sin tocar el interruptor, y estabas aquí. La oscuridad habla tan claro de ti. Y escucho las ambulancias pasar a prisa por nuestra cocina. Los platos hechos añicos sobre la encimera. La bañera llena de cuerpos sin vida de los que escapan alaridos que me recuerdan a sentirse perdida.

Huele a bosque, a profundidad.
A mar enfurecido que arrastra naufragios sentimentales. No hay isla sobre la que descansar.
Las luces de Septiembre apagadas y mi cuerpo encendido, ardiendo uno a uno los huesos de mi columna vertebral.

Me coloco frente al espejo y no me conozco. Pero me siento cómoda, porque no saber quién soy conlleva no saber quién eres tú, y que ventaja nos damos a nosotros mismos pudiendo empezar de nuevo. Si lo pienso hasta vuelo. En un cielo propio que se parece a tu azotea.

Con todo París iluminado a nuestros pies.
Con Venecia sonando en tu viejo radio casete.
Y Roma atrapada en todos los intentos de supervivencia sin manual.

Me miras y nos hacemos los vivos, pero estamos muertos, de miedo o de amor, que para el caso viene a ser lo mismo. Cuanto más te beso más poesía me siento. Como el suicida que encuentra un hogar en cualquier puente que le da otra oportunidad.

Tengo una bomba entre las manos a punto de estallar cada vez que me desnudas, la sostengo con fuerza deseando que no estés aquí cuando todo vuele por los aires, aunque luego amor, te imagino ceniza y me dan ganas de deseos. Y de soplarte hasta que llegues a cualquier lugar donde te sientas a salvo. Hacerte una cuna con las viejas heridas y que el pasado te deje volar.

¿En que jaula te encerrarías si fueses un pájaro? Cuando estiras las alas puedo ver toda la Capilla Sixtina. Y me sobresalto, hay algo en el arte que nunca me deja estar tranquila.

Y de repente te escucho reír en otra boca y veo cómo otro vestido, que no huele a mi primavera, se levanta con ganas de descendencia. Y veo otros ojos que tampoco son tuyos pero allí estás, devorando un libro en cualquier cafetería. Sin café. Sin aperitivo. Alimentándote de la omnipresencia que desparramas.

Estar sin estar ha sido siempre tu mejor truco y yo, la chistera. La chica de dentro de la caja a la que cortan por la mitad. El conejo blanco. La paloma. El truco final. Y el público embravecido aplaude.

¿Dónde narices se celebra un final?
Solo en el arte.

Así que te fuiste y me pareció haber acabado, de nuevo, La Divina Comedia. La tristeza de no poder volver a leer por primera vez a Bukowski ni poder volver a enamorarme de Bécquer. No hay lugar para las segundas primeras veces.

Y cuanta magia en la imposibilidad.
En la certeza de no poder vivirlo de nuevo.

¿A caso hay algo más grande que lo pequeño? La soga que decides quitarte del cuello. Las manos qué marcas como faros en cualquier tormenta. La primera vez que me besaste y escuché todo el Mediterráneo agitado en los bajos de mi ombligo. Un barco pirata navegando dentro de mi tripa, y el tesoro frente a mí, cogiéndome de la cintura, sin notar el chaparrón. 
 
Si me acostumbré a ti, imagino que podré hacerlo a tu ausencia. Asumir tu pérdida. Contarle a las vecinas que la muerte fue rápida pero el dolor pinta negro.
La ropa.
Las paredes.
Los próximos comienzos.

Y saber que me escuchan, pero no me entienden. Y seguir agradeciéndote la exclusividad. Aunque ya no pueda decirte que anoche no conseguí dormir porque hace frío sin tu cuerpo. Que aún noto la arena en la planta de los pies de nuestra primera cita. Ya no puedo contarte que el trabajo no me llena pero me llenas tu más que cualquier trabajo. Y que te escribiría durante todo el día aunque siempre te dijera lo mismo: quédate.

No soy la mejor opción pero tengo una ventana que da a mar abierto y se ve un velero blanco que te hace olvidar un poco las guerras.

Las de dentro y las de fuera de nosotros mismos.

Que puedo ayudarte con todo aquello que no cuentas. Y que siempre me ha gustado leer poesía en voz alta para unos ojos como los tuyos. O para los tuyos, si me dejas ser exacta. Y que creo que aún sin esfuerzo, te caben los jardines de La Alhambra dentro de todas las veces que me has hecho el amor con rabia. Y que cuando te colocas el reloj y bebes cerveza, veo más cielo en tus formas que en los rezos de cualquiera.

Así que puedo acostumbrarme a tu ausencia como se acostumbra alguien a una casa sin ventanas o a unas vacaciones sin mar. Recordándote cada vez que hunda los dedos en mermelada de fresa. O que me pierda en cualquiera de las carreteras del mapa de la guantera. Y ponga tu canción preferida y abra las ventanillas en un intento de sentirme libre.

Pero te escucho, te escucho en otra boca haciéndome siempre la misma pregunta: ¿en qué jaula te encerrarías si fueses un pájaro? Y noto el viento dándome en la mano, mientras la ondeo en forma de ola. Y te miro, y me oigo recitar poesía a mí misma en la bañera de un motel de carretera.

Me aprietas el cuello. Y pegas tu nariz a mis pecas. Todo el coche huele a mermelada de fresa. Y me retumba la cabeza: ¿en que jaula?

Y claro, tus ojos, que aún oscuros guardan el mar, se me antojan arte: en cualquiera de las tuyas.

Noto el golpe de tu recuerdo por enésima vez esta semana.
Y me corrijo:

''en la poesía
siempre puedo
volver a vivirte
por primera vez.''
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