Tengo a los pies de la cama una pecera como cementerio de
lágrimas, y junto a la almohada una vela apagada para que no puedan encontrarme
los malos sueños, ni los viejos fantasmas.
Un ataúd vacío, que no me deja sufrir la pérdida y un puñado
de huesos mal apilados en una esquina del salón.
Están siendo tiempos difíciles para la poesía. Nadie se
señala las heridas de guerra, ni habla del hambre, la penuria o la enfermedad.
Al otro lado de todas nuestras decisiones, no se como estás.
Nosotros, que nos hemos hecho daño juntos despedazándonos los cuerpos desnudos,
y ahora no me dejas ver tus cicatrices.
Ojalá otra boca te las esté besando y empiecen a sanar desde
dentro, y un día reciba flores y una tarjeta: me han curado.
Y será un buen momento para llorar mucho, hasta desbordar la
pecera y dejar a todos los peces en libertad. Y leeré.
Están siendo tiempos difíciles para la poesía, pero lo estoy
intentando. Todas las noches pienso en ti sin mí, y te imagino guapo. Espero
que estés durmiendo bien.
Yo en cambio tengo atascado en mitad del pecho un océano
embravecido y una sensación a llovizna fría cogida a los hombros.
A veces tengo ganas de preguntarte si eres feliz, y trato de
recordar que cara pondrías; pero no te veo, cada día tengo tu rostro más
ensombrecido; ¿dónde tenías más arrugas al reír? ¿de qué color eran tus ojos, castaños o casi negros?
Y que miedo haber olvidado, contra todo pronóstico, el amor
eterno. Septiembre intentó dejar aquí lo mejor del sol y Octubre ha arrasado
con todo.
No puedo decirte cuando sucedió. Ni como. Solo se que un día
todo empezó a ser insignificante. Y dejé de escuchar tu voz con claridad.
Me habían llevado a Marte y me habían prometido una vida
mejor. Y yo adoro las promesas, aunque todas sean inciertas y lo único importante
de ellas, es la valentía de quien decide hacerlas.
Pero a mi me vale. Desde Marte no podía verte. Ni
escucharte. Y todo se parece tan poco a la última vez.
Y la última vez se parece tan poco a la primera.
Hay una parte de mi complicada, bipolar e inestable. Y otra sensata,
prudente y estática. Siento haberte presentado a la primera, de golpe y sin
reparo.
Y que te sintieras indefenso, a la intemperie, porque debajo
de este templo, no compartimos oración.
¿A dónde vas cuando te vas y de donde regresas cuándo
regresas? Aunque ninguna de las dos cosas las hagas del todo.
Son tiempos difíciles para la poesía en esta habitación sin
flores, ni estampidas. Hace tanto del último beso que hasta la ciudad ha
cambiado. Nos han robado rincones y las viejas canciones ya no encuentran sus escenarios.
Cuantas promesas truncadas y finales advertidos, salvo el de
verdad, como una jarra de agua fría que te congela la sangre y te deshumaniza.
Y ahora me siento un animal abandonado y herido. Y aúllo
bajo tu puerta, perdida entre cientos de calles sin salida, entre personas que
se abrazan inmersas en su felicidad.
Que poco valor tiene la tristeza ajena.
Hay demasiados inviernos entre los dos y tantas distancias
entrometidas que ya no se exactamente que es lo que nos separa, pero debe ser
enorme.
Un iceberg gigante en mitad de Madrid, partiendo la ciudad
en dos: los lugares a los que íbamos juntos y aquellos que no nos dio tiempo a
visitar, y lo cierto, es que no se cuales me duelen más.
Estoy corriendo en dirección contraria, lo se porque nadie
me sigue, y el camino correcto siempre está lleno de personas que planean besos
y bodas; chicas bonitas con vestidos de flores.
Aquí no hay nadie. Y mis pétalos se quedaron en el suelo de
tu habitación.
Están siendo tiempos difíciles para la poesía, que dolorida
respira, se arrastra y me mira; le acaricio el lomo mientras gimotea lastimosa.
Nos hemos mirado a los ojos y te hemos encontrado.
Ha vuelto la ciudad.
Las viejas canciones.
Las flores.
Y he podido despedirme, como lo hace un caído de guerra:
A mi más fuerte explosión,
a todos los pedazos;
a este
corazón mutilado
que desde mi pecho anhela tus huracanes.
A mi eterno y
perecedero amor:
Te has ido
y he dejado de entender la poesía.