domingo, 20 de abril de 2014

Madrid.


En que calle de Madrid
perdí todo lo que fuimos.
Cuantas veces pasee de tu mano
por cada una de sus avenidas.
Mientras nuestros pies
se hacían el amor por su asfalto.

Nos conocíamos cada noche
por primera vez en el séptimo whisky,
y nos dejábamos morir en cada local mugriento
que no sabía de nuestras diferencias.

‘’El sexo es como todo esto’’
Decías..
‘’Cuanto más sucio, más encanto’’

Y quien era yo para contradecirte
si moría por tus manos en mi cintura
y tu boca un poco más abajo.

Nunca supe tu nombre,
pero me sabía cada uno de tus hobbies.
Sobre todo el de los sábados por la noche.
Una larga lista de cremalleras
y cientos de estrategias para bajar bragas con los ojos.

Y yo, que seguía maldiciendo el sonido
de todos los gemidos que arrancabas.
La misma puta banda sonora de todos los locales
de Madrid.

Te habría llevado a la octava maravilla
parando en cada una de las áreas de servicio.

Pero Madrid se quedó contigo
porque una madrugada decidió
que había encontrado razones suficientes
para querer follarte hasta los defectos.

Joder, y te juro que lo entiendo.

Que tienes esa pose imperfecta
que en paralelo al punto bajo de tu ombligo
consigue que no me apetezca escribir sobre otra cosa.

Y te prometo que yo también
he jugado al olvido.
A ponerme una falda tan corta
como nuestra historia
y donar mis labios al primer revolcón decente,
como si nunca los hubiese utilizado
para disuadir tus dudas.

Y he usado el despiste:
parecer un poco menos yo, para ver si tú…
Tú también menos tú.
Pero nunca ha funcionado con nosotros la ecuación.

He intentado perderme en unos ojos azulados
y en cuanto te he recordado
todo se me ha tornado tan oscuro
como el café que tan pocas veces hemos compartido.

Porque cuando una mirada clavada en tu culo
ya no te sube la autoestima
y quieres volver a follarte a tus recuerdos,
ni Sabina puede salvarte. 

Y es que, después de todo
me sigues pareciendo el mejor monumento
de Madrid.
 

miércoles, 16 de abril de 2014

Todas tus vertientes.

Que siempre te he echado de menos
en todas tus vertientes.
Te he adorado cuando has sido tiempo
cuando tu respiración sonaba a tic-tac
y me recordaba que estabas aquí.
Cuando tus manos
por los surcos de mi cuerpo se perdían
llenando de recuerdos mi memoria.
He amado cada vez que tu paso de los días
me ha recordado que nada es para siempre
y que te fuiste
como se va tu canción preferida
cuando se escapa por el reproductor la última nota;
y he estado aquí
cuando has decidido volver
a todos nuestros puntos y finales
para hablarme de la relatividad del tiempo.
Me gustabas en forma de cronómetro
contabilizando cada hábil despedida
y cada fiel reencuentro.
Y bueno, como reloj de arena
poniendo un granito a cada uno
de nuestros planes de futuro
hasta formar montañas que tarde o temprano
nos han dejado pasear por sus cimas.
Me he descolgado por tus agujas
por las del tiempo
y por aquella que tantos años
llevaba escondida en tu pajar.
Te he amado como el calendario
que me miraba nostálgico
cuando los días de lluvia no hacía más que desear
que andases por las casillas
de sus números y de sus meses.
Después, me he enamorado de ti
cuando has sido esperanza;
cuando cada mañana despertaba con la idea
de que ojalá hubieses venido a pasar la noche.
Cuando bebía capuchino
con la irremediable necesidad de hacerlo para dos.
Y es que, si las horas muertas
consumida por la ausencia
habrían acabado con cualquiera,
a mi sólo me servían para escribir
lo aburrido que era todo sin ti.
He adorado concentrarme
para tratar de visualizar
como tiene que quedarte un peta entre los labios
y una copa entre los dedos, y si, yo entre tus piernas.
Te he imaginado con tan poca ropa
que llegué a desear que en tu armario
sólo tuvieses un par de perchas vacías.
Después, te he amado cuando has sido debilidad
cuando todo me recordaba tanto a ti,
que para que cojones quería yo vivir
si no andabas por aquí.
Cuando todos los ojos y todas las bocas
me miraban inocentes y desconocidas
desde la barra de un bar
y al pasar las doce
como si mi hada madrina hubiese desecho
esa tonta idea de creer que podía besar otras ganas
y otras manos que no fuesen las tuyas
he vuelto a encontrarte entre montones de invitaciones
tan faltas de gracia como lo era yo en aquel momento.
Y he vuelto a casa, siempre sola.
Es que, al final, terminabas por ser esas ganas
de morderte tan fuerte
que el veneno llegase aprisa hasta tus venas
y quedases condenado a dedicarme todos tus insomnios.
Cada vez que después de una discusión
y de prometerme a mi misma que se acabó lo de seguirte
como el ciego sigue al perro
he caído rendida cuando el eco de tu risa ha rebotado
por todas las avenidas de mi apestada mente.
Y que enfermedad más maravillosa aquella que te sana
mientras acaba contigo, ¿no?
También te he adorado cuando has sido droga
esa adicción eterna que te anula
la sensación de haber tocado fondo.
Se me olvidaron los límites, las barreras, las fronteras...
Ahora todo pasaba a ser un  campo de batalla abierto
sin una sola trinchera donde parar a coger aire o balas.
O corrías o morías.
Y al principio no lo notas ¿sabes?
Pero cuando los kilómetros empiezan a ser unos cuantos
y el camino ya no es de asfalto
las piernas te flaquean y vienen las balas:
boom, la primera llega cargada de reproches;
boom, la segunda son errores,
boom, la tercera reencuentros...
Y así hasta que no queda ni una sola en el jodido revólver
y tú pareces un colador de momentos.
Llegas a casa destrozada y dolorida
pues después de una buena raya emocional
una siempre necesita descansar.
También te he querido cuando has sido error
fracaso o tropiezo.
Cuando no hemos sabido canalizar
todo aquello por lo que moríamos;
cuando hemos discutido hasta por las cosas
que pensábamos igual.
Te he amado cuando te has ido
mientras yo te arañaba la espalda
tratando de llegar a tu corazón desde atrás
y que difícil tarea
porque cuando alguien te da la espalda
sentimentalmente hablando
puedes gritar o patalear
o incluso como hice yo
tratar de amordazar a su corazón
que dará igual,
porque por primera vez y sin que sirva de precedente
tú no estás en su campo de visión;
eres la perspectiva de atrás y esa
es imposible visualizarla cuando te has empeñado
en caminar hacia delante.
He adorado pasar horas
anudando nuestras mil caídas e irónicamente
hacer con ellas un par de cuerdas
que nos mantuviesen unidos.
Da igual sí inestables, titubeantes o inseguros;
eso daba igual,
porque mientras las derrotas hablasen de ti
yo siempre estaba dispuesta a escuchar.
También, me he enamorado cuando has sido letras.
Cuando Bécquer me recitaba su poesía
después de haber infectado mis pulmones con hierba.
Cuando Cortázar, me confesaba que aquello de
"sólo nosotros sabemos estar distantemente juntos"
lo había escrito por ti y por mi.
Te he amado cuando ningún texto era bueno
si no hablaba de ti;
de tus manías y recovecos;
de que la parte más bonita de mi
se encontraba en los bajos de tu ombligo
y en el lado izquierdo de tu pecho.
Adoraba malgastar mi tiempo
jurándole a Zafón que Marina
debía de haberte conocido para ser capaz de afirmar
que "sólo recordaremos lo que nunca sucedió".
Y eh, Bukowski
que a mi también me ha matado todo aquello que amo
pero he salido mejor parada
porque después de morir
follar con él siempre ha sido una resurrección.
Y por último
¿sabes cuándo te he amado hasta sentir que el corazón
bombeaba adrenalina?
Cuando eras, cuando eres y cuando serás, amor
porque si hay alguna palabra que te defina, es amor, mi amor.
Y dentro de ella, es donde guardo las ganas más grandes
y sinceras de ti
de todo lo que te define, de todo lo que admiro
de todo lo que hemos vivido
y de todo lo que ya sólo puede ser posible contigo;
ya sabes, esta es la parte de las canciones más ñoñas y cursis
la parte de los finales felices, la parte en la que te conviertes
en todas las preguntas y todas las respuestas.
Aquí, eres oxígeno.

domingo, 6 de abril de 2014

Las luces de París.

No puedo ni siquiera
echarte de menos como me gustaría.
Ha pasado tanto tiempo
desde que decidiste dejar de relacionar
el buen sexo con la encimera de mi cocina
que no consigo ya recordar
en que minuto me arrancabas el orgasmo.

¿Cuántos timbres dejaba
sonar mi teléfono antes de descolgar?
¿Cuántas palabras necesitábamos
para empezar a no necesitar ninguna?

Y mi memoria no es más que un lago
con agua tan insípida, incolora e inodora
como lo somos tú y yo
cuando nuestros kilómetros
se acuestan con otra distancia
que no es la nuestra.

Podría escribir cuanto te echo de menos
confesarte que tus ojos siguen clavados
en mi nuca
y que he vuelto al tabaco
porque estaba hasta los cojones
de fumarme encima.

Hasta podría contarte
cuantas espaldas he arañado
pensando en tu piel.

Pero no lo haré
porque todo eso
sería ponerme demasiado en evidencia.
Un cartel luminoso en las bragas
reconociendo que del obligo para abajo
te añoro aún más, si cabe.

En lugar de eso
me he comprado un calendario nuevo.
Sin cruces, sin viajes previstos
sin planes de futuro.
Y te prometo que es la primera vez
que he conseguido percatarme
de la inmensidad del tiempo
con lo corto y pasajero que me parecía
cuando quería compartirlo contigo
y con tus miles de lunares.
Ahora me parece un precipicio
y las agujas del reloj
me apuñalan por la espalda
mientras nuestros besos reviven
en segundos distintos
y ya no se hallan nuestras bocas.
Una putada disfrazada de desamor.

Dicho así, suena hasta poético.
Y es que yo nunca he negado
que recién levantado
tuvieses un aire de poesía francesa;
de aquella que una bibliotecaria tímida
lee en sus momentos más íntimos.
Pero hacer verso a alguien
no siempre es recomendable
sobre todo si ya no queda nada.
Como si tu gramática
se proclamase en huelga
cuando quieres follártela
en otros recuerdos que no son con él;
en otra realidad que no le representa.
En otra versión de ti misma
que como todas las demás
no puede escapar de las historias a medias.
Entonces estás tan perdido
como cuando te lo tiras con calcetines
y te sigue pareciendo infinitamente sexy.
Así, del mismo modo.

Creo que es ahí
cuando empiezan a sobrarte
todos los domingos
y todas las canciones tristes.
En ese punto
ya no están encendidas
ni las luces de París.