jueves, 6 de agosto de 2015

A la mitad contigo y tu mitad conmigo.

Hubo una vez que me dijiste 
que te quedarías siempre, 
pero siempre tiene los días tan contados 
como un fumador compulsivo cuenta 
los cigarrillos que le quedan a su paquete.

Cada vez respiras más flojo 
y sospecho que en unas semanas 
no necesitarás los pulmones, 
al menos en mi habitación.

Una vida tuya 
que vas a desparramar en otro colchón 
y tu gato interior no hace más que avisarte 
de que solo le quedan tres.

Le amansas y le acaricias el lomo 
hasta que deja de gruñir.

Se viene a los pies de mi cama, 
un exilio voluntario bien lejos de ti 
y de tu manía de confundir la intensidad 
con las prisas.

Vivir atropellado por tus recuerdos 
que corren tan rápido 
que tienen tintes de futuro, 
y al final, 
te ves repitiendo reiteradamente 
escenas que te saben a reminiscencia.

Mermelada de naranja tan ácida 
que ya nunca desayunas, 
a no ser que las piernas sean largas, 
entonces tus costumbres hacen la maleta 
y se despiden de ti: 
hasta tu próxima soledad programada.
Y no suele ser muy tarde.

Vuelven las mañanas de ayunos.

Después nos vemos, 
temprano, 
cualquier día de Julio, 
y me devoras por despiste 
hasta saciar la hambruna 
que supone serle fiel a tus principios.

A mi no, claro.

Desde el salón suena la quinta sinfonía, 
e imagino a Beethoven delante de un piano 
pensando de que forma hundir sus dedos en las teclas 
y que sonara bonito.

Tú te pareces a él 
y yo soy el jodido piano. 
De color madera oscuro, áspero, casi enfadado.

Es domingo desde hace ya 
unos cuantos meses, 
desde que no me haces de bestia 
y yo de presa.

Todo sigue entero, 
de una pieza. 

No hay armarios 
que se hayan proclamado en huelgan 
si no abres sus puertas desnudo 
y murmuras que no sabes que ponerte hoy. 

Ninguna canción se ha ido 
a la lista del paro 
porque no la tarareas ya en la ducha. 

Ni siquiera mi cama 
se ha colgado el cartel de: 
cerrado por derribo.

Todo sigue entero y yo a la mitad.

La otra está sumergida en la bañera 
asomando los pies y las pestañas. 
En la radio suena algo 
que bajo el agua se distorsiona. 
Estoy a punto de perder la cabeza 
y tú sigues de juerga.

Apuesto a que llevas 
la camisa de color azul 
y los vaqueros desgastados.

Aunque tampoco estás entero,  
tu mitad se ha venido a la bañera conmigo. 
Vamos a besarnos 
hasta que se nos llenen los órganos vitales de agua 
y nos sintamos vivos.

No escupas, traga, 
traga hasta que se inunden nuestras mitades 
y flotemos.

Si no hemos podido ser gatos, 
seremos peces. 
Pero seremos algo, 
como último intento.

Rodéame el costado con tus brazos 
y no dejes que suba a la superficie. 

Hazme el amor aunque estemos incompletos. 
Que no pueda ser en otro momento, 
que sea ahora, 
que sea ya, 
que sea contigo.

Aunque mi otra mitad se haya colocado 
el arma bajo la falda, 
y al mínimo vuelo empiecen 
a rodar cabezas.

Nos hemos perdido tantas veces, 
que no creo que sea un requisito indispensable 
eso de sentirse completos. 

A la mitad contigo y tu mitad conmigo.

Y al resto, vamos a hacerles un funeral 
donde se nos escape la risa.

lunes, 3 de agosto de 2015

Volverás a mi suicida.

Arrastro una maleta sin ruedas que suena a un perro con rabia. Y ladra.
Despertando a todo el vecindario que duerme como si el mundo se fuese a arreglar si todos cerramos los ojos con fuerza y nos negamos a ser realidad.

La ropa se desdobla sola y se coloca en estanterías tan llenas de polvo que si mi madre las viese me diría que toca limpiar.
Pero yo soplo, soplo con fuerza hasta que la pena se instale en otro lugar; aunque nunca salga por la puerta.

Me dan alergia tus recuerdos. 
Otros no, pero los tuyos si. 
Y me lloran los ojos como si estuviese restregándome por el lagrimal un centenar de cebollas que lloriquean conmigo.

Debajo de la cama hay unas cuantas hormigas que recogen migas de pan tan duro como asumir el mismo final repetidas veces por mucho que tú solo te hayas ido una de ellas.

La escena se repite en mi memoria, alguien tiene el botón de rebobinar a tiro de pulgar, y en mi cabeza no deja de sonar el ruido de la cinta marcha atrás.

Tengo las ruedas de la maleta metidas en un cajón, junto a otras piezas incompletas. Mis pequeños desastres amontonados en partes sueltas.

Le hago el vacío al lado izquierdo del armario que guarda lo que dejaste por si te quedabas a dormir. Lo miro de reojo y le doy órdenes expresas a mis vestidos más sexys: nada de contoneos. Y mi fondo de armario me llama aguafiestas.

Se que no me convienes. Y que no te convengo. Y lo segundo es así porque lo primero es una verdad universal. En este y en todos los conjuntos de planetas que te de por imaginar.
Que no nos convenimos, y no me da pena. Me da náuseas y vomito uno a uno todos tus lunares, que me pican en la garganta.  Y todos tus destinos. Vomito tu lengua que la arranqué una noche cuando dormías y la use de bálsamo para las heridas.

Acabar sin empezar; uno de los dos siempre se queda al principio y otro no se mueve del final.

Voy a beberme toda la autocompasión de un solo trago, y a llamar a mi casero para decirle que hay un incendio en casa y lo primero que se ha quemado, he sido yo.
Que cuando venga a rescindir el contrato se va a encontrar con mi fantasma. En el cuarto cajón de la mesita de noche tiene un sobre con dinero que cubre las quinientas noches que necesito hasta volver a resucitar.

En el frigorífico solo hay cervezas que se ponen ciegas con mirarme y un tarro de mermelada de fresa en la que a veces hundo los dedos y me los lamo. Es lo más parecido al amor que conozco últimamente.

He aprendido una oración de memoria con la que conciliarte las pesadillas.
Una oración con la que desvelarte.
O velarte por mucho que el cadáver sea mío y tú no vengas al entierro ni les digas a las chicas de tu ciudad que estás de luto.

Me encontraré con alguna de ellas en otra vida pero siempre en tu portal, y me contarán que te sabían los labios a mis versos y que escondías entre los dientes veinte poemas de amor mientras la única canción desesperada sonaba en tu radio.

Que te volvías loco a las tres de la madrugada y salías a recoger la ropa porque te lloraban los ojos. Que recogías todos mis vestidos y los colgabas en el lado derecho del armario y les pedías por favor que se contonearan, mientras ellos te miraban ausentes.

Somos tan diferentes que vete tú a saber si nos parecemos, que quizás somos tan iguales que necesitamos fingir que somos diferentes y tener así una excusa para justificar todos nuestros errores.
Porque de no ser así, tendríamos que tener el valor suficiente para asumir que nada de esto tiene sentido.

Me huele el pelo a tu hoguera aunque ya no solamos quemarnos. Me huele a un San Juan que se incendia todas las noches en tu cama, por mucho que yo no sea tu deseo.

Volverás a mi portal cuando me veas caminar por tu calle, mis rodillas son siempre tu toque de queda.

Volverás suicida a mi puente, a mis raíles. 
Volverás con mi bala en la sien.

Me dirás que yo también. 
Que yo también me fui. 
Que yo también te odié. 
Que yo también otras camas.

Y yo responderé siempre: que tú antes y que tú más.

Que no soy más que la consecuencia directa de todas tus malas decisiones. 

Catarsis.

He llamado repetidamente a un número que encontré en tu mesita de noche la última vez de todas las veces que amanecí en tu cama.

Descolgaron y silencio. Me sentía caer apuñalada por la ausencia, que me empujaba por detrás sin delicadeza.

Después escuché un chasquido agudo. 
Me recordó a un hueso cuando se rompe. A mis caderas doloridas intentando retener tu atención.

Un portazo. 
Y te vi abandonar mi edificio como si todo lo de dentro ardiese y tú pretendieses salir ileso.
Y el mechero, en tu bolsillo.

El sonido de papeles que se rasgan. 
Estaba en la cama aquella tarde de Julio, rompiendo una a una todas las fotos en las que salías sonriendo. Hundía los dedos en tus ojos, en tus mejillas, en tu nariz; hasta que asomasen por el otro lado.
Atravesándote, como lo habías hecho tú conmigo. 
Atravesándote como si jugásemos a que solo uno puede quedar vivo.

También un disparo. 
Sin sollozo después. Como todas las veces en las que nuestra canción preferida me ha volado la cabeza y se ha llenado toda la habitación de tus pecas.
Que te alcance la bala y no llorar es como estar preparado para la catarsis y no poner ni una puta pega al calendario maya.

Se oía un cincel sobre una piedra fría y tosca. 
Y yo solo me acordaba de tu voz:
‘’O mueres conmigo o vives muriendo sin mí’’
Un epitafio grabado en el cabecero de todas las camas a las que viajé en un intento de no toparme nunca contigo.

Se oye el palpitar de una luz. 
Y me recuerda a que no hay salidas de emergencia por donde huir de mi misma, que estoy llena de nadas y de ausencias. Aforo lleno en todos los puentes con mensaje donde suicidarse pinta poético.
Me pregunto que sentirá aquel que ve en las noticias como alguien salta al vacío a ras de su mensaje.

Respiran fuerte, acelerado. 
Como cuando te preguntaba por ti. Por ti donde. Por ti cuando. Por ti con quien. Y nunca era cerca. Y nunca era pronto. Y nunca era yo.

No hay pasos. 
Nadie abandona la actuación por mucho que haya gritado que se ha acabado la función. Entradas agotadas al palco principal, desde donde se ve a mi yo consolador susurrándome que no es para tanto.
Y claro que no, es para más. Para más días. Para más olvidos. Para otras vidas y otras muertes. Para más calendarios que se acumulan y nunca cambian de página.
Cuatro paredes llenas del mes de Noviembre, desafiando a la estación estival.

Se escucha explosionar algo con fuerza. 
Y siento como se me resbala la taza del café de las manos. Que alivio no tener que beberlo, con lo que detesto el café. Cae fuerte contra el suelo y se me agrietan los pies de todos los pasos desandados desde nuestro banco a nuestra tumba.
Trato de juntar todas las piezas, a sabiendas de que no hay nadie que me ayude a mover los muebles y recuperar las que han quedado debajo.  
Me faltan partes por todas partes. Y me sobran lugares por toda la casa.
A veces pienso en dormirme con la puerta de la calle de par en par y una nota: llevaros la cama, la encimera, el escritorio y el sofá.
Y si os sobra espacio y vais a un lugar con mar, llevadme a mi.

Se escucha encender una mecha. 
Me han dado un lugar privilegiado para ver como vuelan la ciudad.

Me pican los ojos. Tengo una tos seca cogida a los tobillos y Noviembre tiene la culpa.
Agudizo el oído y suena una nana que cantan rápido, como quien tiene prisa porque se le duerman los demonios.

Y me oigo al otro lado del teléfono. Tengo la jodida bomba rodeándome el pecho y el corazón duerme tranquilo.

Alguien me besa en los labios y me llama Judas.

Repaso de memoria los números que he marcado y cuelgo. 
Cuelgo y llamo de nuevo.

Suena el teléfono en el salón pero esta vez, ya nadie contesta.