martes, 29 de septiembre de 2015

Las cinco puertas de nuestra habitación.

He abierto los ojos 
y me he encontrado con cinco puertas

Tengo los párpados vendados 
pero aun así, veo con claridad.

Están pintadas.

La primera tiene lunares
Acerco la mano al pomo y noto calidez.

Recuerdo tu piel. 
Y te veo tendido boca abajo en mi cama. 
Tienes la espalda llena de pecas, 
salteadas, 
en forma de firmamento. 

Dejo de lastimarme 
por no tener ventanas.
Hay habitaciones que guardan paisajes 
aun sin vistas al exterior.

Voy subiendo la yema de mis dedos 
por tu columna vertebral, 
hasta la nuca, 
y después dejo que mi mano caiga, 
sin fuerza, 
precipitándose al vacío de una cama 
a la que no volverás.

Ahora tu espalda parece la Torre Eiffel, 
y te fotografío, 
como el turista que sabe que no regresará. 
Como el que vislumbra un milagro 
y necesita conservar pruebas de ello.

Te contoneas, 
suave, 
y me recuerdas a un gato.

Que tengas siete vidas 
no quiere decir que seas un privilegiado. 

Solemos creer que cantidad es calidad, 
y que va.

Cantidad es acumular. 
Calidad eres tú sin ropa 
acumulando armarios 
con percheros vacíos.

Te veo asomar los pies 
por el borde de la cama, 
y me pregunto si no he sabido abarcarte 
y hay algo de ti que siempre se me escapa.

Como se le escapa la buena suerte 
por los bolsillos descosidos 
al mendigo de la calle de atrás. 
Del mismo modo que se le escapa la buena suerte 
a la prostituta que estudió administración.

Me muevo hasta la segunda puerta, 
es de color gris.

Recuerdo que te echo de menos, 
pero no estoy pidiéndote que vuelvas. 
Desde que no estás, mi yo tuyo y mi yo mío, 
se llevan mejor.  

Pero te echo de menos 
en todos los momentos. 

Así que la vida se ha vuelto más lenta. 
Antes siempre me parecía que no llegaba. 
Ahora el reloj me da tregua. 
Me está devolviendo uno a uno 
todos los minutos que me daba solo a la mitad 
cuando estabas aquí.

Y como nunca se que hacer con tanto tiempo,
te echo de menos.

Te añoro en todos los que me invitan 
a fingir que me he recuperado. 
En todos los que creen que no hace falta 
detestar la cobardía de otra persona 
para tener la valentía de mentir sin pestañear.

Si estuvieses al otro lado de la barra, 
mi vestido y yo empezaríamos a molestarnos mutuamente, 
y tú estarías hasta arriba de intenciones.

Ya no hay segundas citas, 
ni segundas partes. 
No hay dos vaqueros iguales. 
Me asusta que otra boca me genere dependencia 
en un intento de olvidarte. 
Y al final, 
terminar relacionando orgasmos ajenos 
con mi empeño por sobrevivirte.

Un bucle en el que mirar hacia delante 
sea siempre caminar hacia atrás.

Deberías haberte sentado conmigo en el asfalto 
aquel día que jugamos a ser quienes no éramos, 
solo para que la vida nos diese la oportunidad de ser.

Sentarte conmigo 
y contarme que todo era mentira. 
Que no éramos de verdad. 
Que había un monstruo en ti 
que se comía a la niña de tus ojos.

Y esa siempre era yo.

Di dos pasos hacia la tercera puerta.
Estaba fría y áspera. 
Olía a cerveza. 
Tenía dibujadas cientos de avispas 
con aguijones de cristal.

Te veo caminar hacia mi, 
con la mirada perdida en algún punto 
de un mar que no tiene puerto. 
Y no sabes como lo siento.

Ojalá estar en mi 
fuese descansar de ti mismo.

Las avisas no pican si no las molestas, 
recuérdalo. 
Quédate quieto 
y despistas al veneno.

Se que te masturbas de cara a un espejo 
para recordarte que estás solo, 
y poder llegar tranquilo al orgasmo 
sin temer que aparezca mi cuerpo 
y te recuerde que tú solo haces el amor conmigo, 
que todo lo demás son meros intentos 
de no morirte de pena. 

Yo mientras araño las paredes de mi habitación, 
tratando de abrirle paso a las avispas. 
Noto los cristales en el esófago, 
y no hay manera de digerirte.

Me he quedado de pie en una baldosa 
mientras todo a mi alrededor arde. 
Soy un cigarro enamorado de tu boca.

Escucho el click del mechero 
y me preparo para que vuele todo por los aires.

Siempre cojo las pastillas para dormir 
pero se me olvida el vaso de agua, 
y de camino a la cocina 
me da tiempo a pensarte veintitrés veces.

Cuando vuelvo a la cama 
todas las avispas me hablan de ti.

Camino hasta la cuarta puerta.
Es de color azul y me recuerda al mar.
Huele a sal y se oyen cantos de sirenas. 

El mar siempre ha sido lo más parecido a la libertad. 
Y yo siempre he querido ser libre, 
hasta que llegaste, 
y empecé a querer ser tuya.

Me encerré en tu jaula voluntariamente.

Tenías tanto miedo de perderme, 
que terminaste por irte tú.

Me he quedado dentro de una habitación desordenada 
por la que ya no caminas desnudo.

En la que no follamos 
y el puto reloj me mira victorioso. 
Nos ha ganado una batalla 
en la que no sabíamos que participábamos.

Formo parte de una banda callejera; 
para ser miembro, tienes que sabotearte.

Se me ha puesto cara de inmigrante ilegal 
cruzando tus fronteras, 
con mis bragas de bandera, 
tentándote a que la cruces conmigo 
y escapes de ti mismo.

No vas a echarte de menos.

Voy a cuidarte todas las versiones de ti mismo 
que te hayan sido amputadas, 
hasta que dejes de sentirlas.

Pon tus pies en el borde de la ventana, 
junto a los míos, 
y mira al vacío, 
deja que el vértigo se apodere de ti, 
al final dejarás de ver tanto edificio y chimenea 
y sentirás el mar.

Estar a punto de caer siempre huele a libertad, 
no me preguntes porque.

Vamos a saltar juntos. 
Que yo me pierda. 
Que tú te pierdas. 
A ver si dejando de ser yo 
y dejando de ser tú, 
nos dejan ser nosotros.

Goleada al destino.

La quinta puerta tiene un espejo.

Me veo desatándome la venda.

Del pomo cuelga un revólver con cinco balas.

La primera
se clava en tu recuerdo. 
No consigo acordarme de cuantos lunares 
tenías en el lado izquierdo de la espalda.

La segunda
va directa al reloj de tu muñeca. 
Hace catorce días que tengo tres horas en las que, 
si subo el volumen de la radio, 
no te echo de menos.

La tercera
se incrusta en la colmena. 
He escupido uno a uno todos tus cristales.

La cuarta 
vuela la jaula en mil pedazos.

Y la quinta
la guardo en el tercer cajón 
de la mesita de noche, 
porque si decides volver, 
tendré que disparar a uno de los dos.

El alféizar de la ventana es muy pequeño 
para cuatro pies que no caminan en la misma dirección.

domingo, 27 de septiembre de 2015

Oraciones de una atea.

No voy a llamar más 
a ningún cadáver sentimental. 
Estoy cansada de revivir muertos 
en un intento de sentirme viva.

He descubierto que las cervezas frías 
y los locales mugrientos, 
también pueden despertarme, 
aunque necesite reunir mil sábados 
y esquivarte en los sucesivos domingos.

Fui a misa hace tres semanas 
y recé sin creer en nadie ni en nada. 

Recé sin oraciones 
ni plegarias.

Y volví a casa esperando 
una señal que nunca llegó.

No creo en los milagros, 
pero creo en ti, 
y debe de ser algo muy parecido.

Me he muerto de pena. 
Lo noto. 
He muerto aunque nadie lo sepa. 
Aunque me escuchen respirar, 
aunque me vean caminar, 
incluso aunque me oigan. 

He muerto 
y ya no me miro al espejo 
porque no tengo nada que decirme.

No se quien me dijo que eran tonterías 
disfrazadas de verdades muy serias. 
Que tenía que aprender a diferenciar. 
A separar.

Pero no encuentro la cremallera 
con la que bajarles la mentira. 
Así que las acepto. 
Las acepto en un intento 
de aceptarme a mi misma.

Hay una parte de mi que necesita vacaciones 
en una ciudad con mar. 
Porque no hay vacaciones sin mar, 
pero no todos los mares esconden vacaciones.

No se si me explico.

Allí donde se descansa siempre huele a mar, 
pero no todas las sales curan heridas.

Y es una lata. 

Te desnudas 
y rezas para que cicatricen. 
Y a veces no funciona.

Fe ciega es creer que haya una mirada 
que te cure de los únicos ojos 
que han jugado a apuñalarte. 
Es creer que otras manos no te repugnen 
cuando se te deslizan por la columna vertebral.

Tengo la educación del creyente. 
Aquel que espera a su destino 
agradeciendo cada uno de los obstáculos. 
Que los venera.

Que Dios no ahoga pero aprieta,
pero si tiene que ahogar, 
que siga apretando.

No tengo Salvador, 
tengo a un Judas mentiroso 
que me besa los labios. 
Con lengua y sin saliva.

Me he desnudado 
y he subido a tu cruz. 
Con las piernas abiertas 
y la boca cerrada, 
porque te molestan mis preguntas impertinentes. 

Tengo que creer sin entender 
y ya empiezo a notar la caída. 
Me dolerá tanto tiempo, 
que van a diagnosticarme una muerte clínica.

Ponme en un ataúd de madera oscura 
y léeme todas las noches en voz alta, 
fuerte, 
que haya algo en mi que nunca muera; 
que haya algo en ti 
que necesite dedicarme toda la poesía 
que salga de tus labios 
aunque se la recites a otras piernas 
a las que nunca les cuentas tu luto.

A otras piernas que nunca te preguntan por mi, 
aunque me vean en tus ojos.

Están follando con el viudo más guapo 
de toda la ciudad. 
Le dedican sonrisas diabólicas a mis cenizas. 
Y siempre pienso lo mismo: 
que todos los caminos, 
tarde o temprano, 
pasan por el infierno.

Y en los suburbios de ti mismo, 
nadie se mueve con más agilidad que yo.

Es un punto de vida 
en favor de nuestra muerte.

Judas va a besarme en los labios, 
le he preguntado si piensa traicionarme.


Dice que disfrute de nuestra última cena




miércoles, 23 de septiembre de 2015

Cuaderno para cuando vuelvas.

Día 1.
Noviembre decidió 
que el cielo más hermoso 
de todas sus mañanas, 
tenía que amanecer en ti. 
Y ahora todo el calendario 
envidia a un mes que, 
antes de ti, 
pasaba desapercibido, 
como la niña con gafas 
de la última fila de clase.

Día 2.
Los sábados todos los locales 
están repletos de infinitas opciones, 
pero no hay un solo día de la semana 
que elija otro culo 
con el que compartir el domingo. 
Los lunes hueles a rutina. 
Los martes despiertas con toda la vida 
(la mía) 
atrapada en las pestañas. 
Los miércoles sabes a mandarinas. 
Los jueves se te cuelan las ganas en mis bragas 
y siempre llegamos tarde al trabajo. 
Los viernes te deseo tanto a mi lado, 
que paso el día atrapada en tus caderas. 
Y los sábados te elijo cien veces 
por cada domingo.

Día 3.
No quiero que todos los caminos 
lleven a Roma. 
Quiero que seas Roma 
y vengas a buscarme 
para recorrer todos los caminos. 
No quiero que todos los caminos 
lleven a Roma. 
Quiero a Roma en propiedad.

Día 4.
De todo lo que he hecho en la vida, 
de todo lo que he conseguido y logrado, 
de todos los recuerdos que contaré 
cuando las arrugas sean evidentes, 
el mejor de todos, 
sin duda, 
fue enamorarme de ti. 
Como se enamora un suicida 
de todas las alturas. 
Del mismo modo que se enamora un preso 
de su libertad condicional.

Día 5.
Un desliz con tus ojos, 
un error con tu perfume, 
un tropiezo con tu boca, 
un fallo con tus rodillas, 
una equivocación con tus formas, 
un defecto con tus modales. 
Y te juro que me paso la vida entera 
orgullosa de no hacer lo correcto.

Día 6.
A todas partes contigo. 
A todas las partes de ti.

Día 7.
Eres el botón que me abrocha a la vida 
cuando nada huele a poesía. 
Eres la mano artista 
cuando todo el mundo olvida 
que el verdadero arte 
no se encuentra en los museos. 
Y que no hay mejor música 
que un beso. 
De los que no se olvidan 
por más que pasen los años, 
por más que pasen las bocas. 
Eres cuando yo no soy.

Día 8.
A ti, 
en todas tus versiones, 
en todos tus enfados, 
en tus eternas contradicciones. 
A ti, 
en cada uno de los orgasmos, 
en todos tus planes, 
en tus malas decisiones. 
A ti, 
en tu increíble paciencia, 
en toda tu valentía, 
en el sonido de tu risa. 
A ti, 
desnudo. 
A ti, 
mío. 
A ti, 
porque te encuentro en todo lo que soy 
y a mi, 
porque nadie va a conversar mejor tu recuerdo.

Día 9.
El tiempo no cura nada 
cuando tu locura 
se lleva tan bien con todos los relojes.

Día 10.
Te he dejado en el hueco del sofá una nota: 
‘’no quiero sobrevivirte’’
Para que sepas que me apetece morirte 
por cada una de las vidas ajenas 
que no saben a nada. 
Que no tengas piedad esta noche 
y dejes que tus balas me alcancen los órganos vitales 
y se apoderen de todo aquello 
que he puesto en subasta 
para un único comprador: tú.

Día 11.
Te escribo por todas las veces 
que me muero por hacerte el amor, 
pero no hay forma de despistar a los kilómetros.

Día 12.
Y puede ser cierto eso de que 
‘’si una puerta se cierra, se abre una ventana’’
pero eso no cambia que te siga viendo si me asomo.

Día 13.
Eres la prueba de que la vida no es suficiente, 
ni en versos de Bukowski, 
ni en el romanticismo de Bécquer. 
Eres la prueba de que la vida no es suficiente, 
ni en cuadros de Monet, 
ni en melodías de Mozart. 
Y nada será suficiente 
desde que decidiste ser demasiado.

Día 14.
He dejado de asomarme a la ventana 
porque dicen las malas lenguas 
que caminas de otra mano 
y apartas otro pelo. 
Que coges a otra cintura 
y te corres por otras rodillas. 
Y no soporto que otra anatomía 
te borre a lametones mi recuerdo.

Día 15.
Todos los relojes van marcha atrás. 
He revivido tu despedida 
y me ha dolido dos veces, 
la primera porque te quiero, 
la segunda porque aun sabiéndolo, 
no he podido evitarlo. 
Todos los relojes van marcha atrás. 
Y he vuelto a sentir un beso.

Día 16.
Hace siete vidas 
que nuestros gatos interiores 
se dan la espalda 
y nos hemos repartido, 
a partes iguales, 
todos los tejados de la ciudad 
para no volvernos a encontrar.

Día 17.
Me miras desde fuera de la jaula, 
pero nunca me abres la puerta. 
Se me atrofian las alas 
y se me apaga el canto. 
Y tú sigues pensando que tienes una reliquia.

Día 18.
He guardado poesías en una mochila 
para mi exilio sentimental.

Día 19.
Nunca me has pedido que me quede. 
Y yo lo sigo haciendo. 
Los tobillos no funcionan en otra dirección. 
Me haces el amor siempre 
como si fuese la última vez, 
por miedo a que un día te pregunte 
si quieres que me quede, 
y no sepa interpretar tu silencio.

Día 20.
Mírame con prisas 
porque me se lo de tus pausas. 
Bébeme de un trago. 
Cómeme a puñados. 
Miénteme tan bien, 
que ni siquiera cuando me de cuenta 
de que no decías la verdad, 
pueda recriminarte lo de tus mentiras. 
Ábreme en canal 
y riégame semanalmente. 
Quiero que todo en mi, 
sea obra tuya.

Día 21.
Hoy te he imaginado contando otros lunares, 
y han empezado a darme náuseas todas las pieles.

Día 22.
Ya se lo de tu lista de cadáveres. 
Lo de tu alma de destrucción masiva. 
Lo de tu superpoder reviviendo 
a golpe de orgasmo 
a cualquier cuerpo sin vida. 
Tus planes de fuga. 
Tus conspiraciones. 
La forma de la que tus vaqueros 
sabotean cualquier relación estable. 
Se que hueles a vainilla. 
Y que huyes de las chicas que leen, 
que detestas a todas las que escriben. 
Hoy me he presentado: odio los números. 
Y bueno, 
quizás en otra vida.

Día 23.
Veinte peces me miran desde el cristal. 
Se mueven suaves, sigilosos. 
Me recuerdan a ti 
cada vez que ocultas tu último error 
de falda corta.

Día 24.
Puede que me sienta algo mejor. 
No se nada de ti 
y he recuperado el contacto conmigo misma. 
He recordado lo que me gustaba. 
Y he parado justo cuando estaba llegando a mis prioridades 
por si me topaba contigo.

Día 25.
No es que sea fácil no pensarte. 
Es que lo haga sin darme cuenta 
y cuando me doy cuenta, 
que importancia tiene ya un ratito más.

Día 26.
No me haces de hogar. 
Ya no eres a salvo. 
Ni refugio. 
Ni trinchera. 
Ya no eres casa. 
Y me siento una apátrida.

Día 27.
He conseguido dormir toda la noche entera. 
Te echo de menos pero puedo dormir. 
Te he pasado ahora la responsabilidad del insomnio. 
La consecuencia de que tus ojeras te hablen de mi. 
Devuélvemela en unos días, 
cuando haya descansado.

Día 28.
Me he aprendido cientos de rutas alternativas 
para los puntos de siempre. 
Ahora el camino ya nunca me recuerda a ti, 
el problema, 
el gran problema, 
es que el destino siempre lleva tus lunares.

Día 29.
¿Para qué lado de la cama solías dormir? 
¿Desayunabas café con leche o zumo de naranja? 
¿Sudadera o jersey? 
¿Neruda o Cortázar? 
Marco tu número 
y descuelgo el teléfono, 
tu voz: 
‘’no deberías volver 
cuando estás a punto de olvidarme’’. 
Y cuelgo.

En el izquierdo.
Café con leche.
Sudadera.
Neruda.

Menos mal.



He estado pensando en el mundo.

He estado pensando en el mundo, 
en general.

En todas las ventanas 
de las cientos de casas 
que miran al mar, 
en los niños 
que asoman sus ojos inquietos 
en busca de algo que les haga de distracción 
mientras sus madres creen que hacen la tarea.

He visto caer agua de un cielo 
que llora desde que decidimos a golpe de gobierno, 
quienes iban a ser personas 
y quienes no iban a tener derechos.

Estado del bienestar 
del bolsillo de unos pocos.

He imaginado conciencias dormidas 
entre algodones de azúcar, 
mientras una mano les acariciaba la nuca 
en un intento de calmar sus últimos pecados.

Cristianos que besan los pies de un santo 
y le niegan el respeto a aquellos que duermen en el suelo.

Musulmanes que se inmolan 
en nombre de un dios misericordioso 
al que ofrendan a sus hijos 
como si la vida solo fuese un negocio.

He pensado en todas las puertas que se cierran 
y nos dejan dentro de una habitación 
donde todo nos resulta tan familiar, 
que ni cerrar los ojos nos libra del recuerdo.

He visto alabar a aquel que vuela, 
con poder, dinero y fama, 
y despreciar al que se arrastra 
por un puesto de trabajo 
en la industria de su pueblo.

Quien decidió que volar era lo admirable.

He imaginado hombres 
que destrozan y devastan tierras 
solo por obtener su fruto, 
al precio que sea, 
y consideran a todo aquel que las trabajó y labró, 
un mero medio para el objetivo final, 
que siempre es el dinero.

Fieras que no aúllan, 
ni gruñen, 
ni maúllan; 
fieras que hablan. 
Fieras que se comunican. 
Fieras que engañan. 
Que roban. 
Que comercializan con todos nosotros.

Que manejan maquinarias que no lloran 
cuando tiran abajo los muros 
de la casa de una mujer de ochenta años 
porque la legislación ha cambiado.

¿Quién carajo es Legislación? 
La anciana solo conocía a Eulalia, 
la vecina de abajo, 
y a Marisol, la mujer de Agustín. 

Así que dime, 
dime quien es Legislación, 
que tal poder tiene para arrasar 
con todo aquello que me pertenece.

He visto pájaros que no vuelan 
porque no les enseñaron; 
les hicieron creer que sus alas eran torpes 
y sus picos no servían para cantar.

Jaulas abiertas 
de las que nadie se atreve a escapar. 
Y cárceles tan cerradas, 
que a los dos meses te abren sus puertas.

Explícale a una madre 
que no se considera asesinato 
porque no hay rastro del cadáver, 
aunque su hija lleve meses sin cenar en casa.

Niños que juegan al escondite 
mientras soplan dientes de león 
y piden deseos complejos 
porque si fuesen sencillos, 
dejarían de necesitar el diente de león, 
y esa es la mejor parte.

Vestidos de flores 
que se ondean en verbenas 
donde suena la música de siempre; 
vestidos grises 
que cruzan campos plagados de minas 
y la felicidad se resume en llegar al otro lado.

Dos piernas. 
Dos brazos. 
Y ha sido un buen día.

Familias que inculcan culturas y religiones 
a golpe de infiernos y castigos, 
de fe ciega, 
extremismo, 
intolerancia 
y sacrificio.

Que no leen cuentos con finales felices 
ni les recuerdan que son libres de elegir sus principios.

Algo así como llevar una etiqueta.

Dicen que no se nace con suerte, 
que la suerte se hace, 
y dime tú si no se necesita nacer con suerte 
para que el vientre que te hace de hogar, 
esté en el lado adecuado de la frontera.

Que pena el mundo, 
en general.
Que pena el ser humano, 
en concreto.