viernes, 27 de noviembre de 2015

¿Te sentías libre o te sentías sola?

Dime cuantas veces 
has cruzado un campo de minas 
con el único miedo de llegar viva al otro lado.

Viva al otro lado 
donde nadie te espera.

Mientras se te elevaba el vestido 
hasta la garganta 
y sentías frío allí donde debería estar prohibido.

¿Te sentías libre o te sentías sola?

Dime que sientes si sumas 
y el resultado siempre es cero.

Cuatro sábados en cuatro camas 
con cuarenta besos y doscientas copas, 
siempre es cero.

Que poco nos ponemos de acuerdo 
para lo mucho que nos vemos.

¿Te sentías libre o te sentías sola?

Dime si alguna vez has volado 
tu habitación por los aires 
con la esperanza de que el olor a pólvora 
te recordase al buen sexo.

Y no tenías más miedo 
que el miedo de no tener miedo.

Nadie te tocaba el pelo ceniza 
ni te limpiaba a lametones 
los rastros de aquel incendio.

Te colocabas una a una todas tus piezas 
mientras caías en la cuenta 
de que no encajabas en ningún sitio.

Ni en ti misma.

¿Te sentías libre o te sentías sola?

Dime si has revivido una voz pasada 
en paralelo a un presente en el que nadie habla, 
con dolor en el dedo índice 
de tener pulsado el botón de reproducir.

Reproducir.
Reproducir.

Reproducir-se. 
Hasta clonarnos en dos como nosotros 
que sepan hacer las cosas muy bien 
fuera de la cama 
y estrepitosamente mal, sucio y vulgar, 
dentro de ella.

Y sonríes,
porque no sabríamos hacer las cosas bien 
ni en la versión mil de nosotros mismos.

¿Te sentías libre o te sentías sola?

Fumo donde no me dejabas 
para ver si vienes a regañarme, 
con lo que me gustaba gritarte 
en sitios públicos 
mientras todos pensaban 
en nuestra relación de mierda, 
sin saber que ocasionar enfados 
no es más que la antesala 
del polvo de reconciliación.

Ilusos.

Ahora también lloro donde reíamos 
y río donde llorábamos, 
porque no pienso volver a seguirte la corriente.

Me revelo en contra de todas 
tus supuestas acertadas decisiones, 
pero tranquilo, 
que no voy a pedirte que vuelvas.

Estoy bien sin ti 
en todos los lugares que me hablan de ti.

¿Te sentías libre o te sentías sola?

Dime si alguna vez te has olvidado 
de un próspero futuro 
donde todas tus caras más conocidas 
te prometían felicidad, 
como si fuese un producto 
con el que comercializar, 
e irrumpías en el pasado, 
en todos los locales que te abrían sus puertas 
para conmemorar aquellas épocas 
en las que eras el pedazo de carne más sexy 
de los suburbios de la ciudad.

No quiero mejorar. 
Ni elegir mejor. 
Ni usar la razón. 
Ni escoger con lógica.

No hay nada que me llame la atención 
en un camino consecutivo 
de decisiones bien tomadas.

Llámame kamikace. 
O tonta. 
O estúpida.

Si consigues que te deteste un poco 
podré desnudarte con rabia.

¿Te sentías libre o te sentías sola?

He llorado tanto tu falta de cojones 
que he aprendido a nadar sobre la misma cama 
que te ahogaste tú.

Te recuerdo náufrago.

Y te he seguido queriendo, 
aunque te hundiste en el fondo de un mar 
al que ya nunca voy en vacaciones.

Sumando noches 
hasta superar las quinientas.

¿Te sentías libre o te sentías sola?

Dime si alguna vez has luchado 
en dos equipos a la vez, 
uno contigo y otro contra mi.

Y yo en ninguno.

Con cientos de mechas encendidas 
a punto de volarme las pecas 
para sembrar girasoles 
en un tierra en donde nunca da el sol.

Y regarlos. 
Y mimarlos. 
Y cuidarlos.
Solo para ver como mueren.

¿Te sentías libre o te sentías sola?

Dime si has imaginado 
como debe ser casarse con otro 
que no es él, 
mientras en la iglesia 
suena la antología de su risa 
como marcha nupcial.

Y de repente, 
todo es un funeral 
del que eres la protagonista principal.

Un desconocido lee unos votos 
en los que juras ser fiel: 
‘’¿a ti o a él?

Pero aun no me has contestado a la pregunta: 
¿te sientes libre o te sientes sola?

Y bueno, 
me siento, 
que para no hacerlo 
en sus rodillas, 
viene a ser suficiente.





domingo, 22 de noviembre de 2015

Que puto frío.

Se le mueve el pelo suave, 
despacio, 
aunque fuera haga un viento de mil narices, 
y se le engancha a las pestañas, 
más pobladas que nunca, 
porque ya no le va eso de pedir deseos.

De soplar sí. 
Sopla tus cenizas 
cada vez que parece que vuelves a encenderte, 
y que coges vida 
dentro de una habitación 
que huele a cementerio.

Se ha tatuado una cruz del revés 
bajo el pecho izquierdo, 
en honor a sus demonios.

Deja los zapatos 
siempre lejos de la ventana, 
porque no le gusta recordar 
lo fácil que resulta escapar.

Se le ha jodido la calefacción 
y Sabina suena en un rincón 
al que no llega el frío.

No sabe decidir que libro empezar a leer 
de aquella vieja estantería de mamá, 
así que termina por leer varios a la vez.

Ha vuelto a mentir sin mencionarte 
y a decir la verdad sin recordarte, 
y cree que es suficiente logro esta semana.

Su psicólogo le mira la falda 
y le pregunta cuando fue la última vez 
que no pudo dormir. 
Cruza y descruza las piernas.

‘’Hace dos noches. 
Pusieron en televisión 
una de esas películas de domingo 
aunque era jueves. 
Los domingos siempre me recuerdan a él.’’

Le da cita para el día siguiente, 
aunque sabe que no la necesita. 
Pero ella y su falda, 
y la forma en la que se toca las rodillas.

Hay algo en sus pecas 
que consigue que se salte 
el juramento hipocrático 
y desee que nunca termine de curarse del todo.

Luego llega a casa 
y se masturba pensando en su boca 
que siempre habla de otro.

Habla inglés desde los seis años, 
aunque coquetea con el francés 
desde que su abuela le tarareaba 
‘’La vie en rose’’.

Tiene buen perder 
pero no te olvida, 
aunque los sábados mueva el culo 
como una prostituta de polígono industrial; 
lo cierto es que suele volver a casa sola 
repasando de memoria todos tus defectos.

Se desnuda frente al espejo del baño, 
se recoge el pelo 
y se promete que ya no va a prometerse nada, 
porque es lo único que puede prometerse a sí misma.

Recibe mensajes de madrugada 
de paquetes que la buscan por la pista, 
mientras vomita.

Luego lo limpia todo, 
porque su yo de mañana va a regañarle.

Sus ojos enormes cuando se abren, 
me recuerdan a una salida de emergencia 
que se cierra justo cuando estás a punto de cruzarla, 
mientras ella se ríe a carcajadas 
y te dice entre besos que ya nadie pasa.

Ni con fuego en la sala.

Que no le importan los muertos sentimentales, 
ni los cadáveres amontonados, 
que se siente como en casa.

No es de las que te matan, 
pero cuando quieres darte cuenta 
eres tú quien se apunta con el arma 
mientras ella se desnuda frente a ti 
jurándote que será la última vez que la veas, 
y te explica que para verse a ella misma, 
a veces todos tienen que dejar de mirarla.

 Así que una y no más.

Y todos tus sesos esparcidos en otras camas 
que se parecen a la de ella, 
pero que no.

Que una y no más.

Puede ponerse humilde 
y decirte que no es la mejor usando la boca 
para llevarte al despiste.

Hay quien dice que cuando alguien 
se para a preguntarse si está enamorado, 
es que ha dejado de estarlo.

Ella dice que cuando te paras a preguntártelo, 
estás muerto; 
de los que se entierran ellos solos 
si les prometen que les está esperando 
con las piernas de par en par
en su infierno particular.

Y rezas. 
Por si acaso.

Hace fuera un viento de mil narices. 
Pero a ella no se le levanta la falda.
Que puto frío.

Ha jurado que es el día perfecto para olvidarte, 
y ha llamado a su psicólogo.

‘’Tengo el ombligo 
mucho más bonito que las rodillas’’. 





sábado, 14 de noviembre de 2015

Si aun queda paraíso.

Si paramos la guerra
y extendemos los brazos
igual alcanzamos a tocar
a todos aquellos que bajo tierra
tienen los ojos cerrados
para no ver los que nos estamos haciendo.

Si me dejas que te diga
que ninguna guerra tiene sentido
ni aun cuando la tachan de santa
quizás entiendas que no hay ideal tan fuerte
como para decidir cuando deja de respirar
otra boca.

Ni cuando no se necesita un latido.

Si te quitas la ropa
y me muestras tus heridas,
escucharé tus historias de campo de batalla
mientras te consuelo con una nana
que suene más fuerte
que los disparos que guardas en los tímpanos.

No se cuantos muertos guarda una religión
pero se cuantas lágrimas un muerto.

Si después de este terror
existe mundo,
si después de tanto infierno
aun creemos en el paraíso,
voy a llevarte conmigo
y a jurarte que la guerra acaba
donde empieza la humanidad.

Y que la humanidad
nada tiene que ver con este revuelo
porque si así fuese
he olvidado los motivos que me hacían
creer en las personas.  

Y entonces, 
dime qué tiene sentido.

TODOS SOMOS PARÍS.



jueves, 12 de noviembre de 2015

Nos vendo y me compro.

He colgado mi número de teléfono 
en la parte derecha de la ventana de la entrada.

He girado el pomo de la puerta 
y he arrastrado los pies al interior de nosotros mismos.

Cierro fuerte los ojos 
y escucho el teléfono. 
Te imagino al otro lado, 
llamando cuando estás a punto de correrte 
para que mi voz te de el último empujón.

Un suspiro y se corta la línea justo cuando recuerdas 
que tú no eres tan valiente.

Cuelgo. 

Es la quinta vez esta semana 
y aun no me has dicho que me echas de menos.

O que me echas muchos menos 
de los que te gustaría.

Ahora veo a una niña correr, 
con un camisón azul, 
y recuerdo que lo primero que le he pedido 
a mi nueva yo, 
son vistas al mar.

La niña juega y se ríe, 
y me señala y me pide que vaya, 
así que la sigo hasta la segunda habitación; 
en ella hay un monstruo enorme 
que me guiña un ojo 
y se la traga del tirón.

La niña de tus ojos ha sido devorada 
por tu demonio interior. 
Y tenía mi pelo.

Se enciende solo el equipo de música 
y suena algo de Sabina, 
mientras todas mis faldas desfilan 
en otras piernas.

Queda droga en la mesa del salón 
mientras trato de desabrocharme los zapatos 
y de correr al baño 
para vomitar una a una 
todas las bolas de pelo que se me han hecho 
de lamerme las heridas 
desde que no me ronroneas.

Te enroscas en otros tobillos 
que no tienen ni idea de cual es 
tu comida favorita, 
pero de madrugada todas las manos, 
son manos amigas.

Así que le lames los dedos 
hasta borrarle los nudillos.

Después me aprietas el cuello, 
jurándome que me resucitarás 
cuando estés preparado 
para quererte más de lo que te quiero yo.

Me cuentas las pecas en voz alta, 
como si fuesen ovejas dentro de un sueño 
del que quieres despertar 
pero al que siempre intentas volver; 
como quien trata de salvar justo aquello 
que acaba de matar.

Tiras el revolver 
y metes mi cuerpo en el congelador; 
me pides perdón cada vez que te acercas 
a por algo de hielo 
para una de esas citas 
que fingen follar por exceso de copas 
y que solo te dejan que las llames putas en la cama.

Te veo ahora pasear de un lado a otro del pasillo, 
nueve baldosas a la izquierda y nueve a la derecha.

Nueve.

Las mismas letras que mentiroso.
Mentiroso.
Mentiroso.
Mentiroso.

Y cruzas la puerta 
porque sabes vivir sin soportarte 
pero no sin que te soporte yo.

Los jarrones están por el suelo 
y las fotos son pequeños montones 
que jugaron con fuego 
en un rincón de la habitación.

Donde hubo llamas quedan cenizas, 
si, 
pero frías.

Abro la ventana y dejo que vuelen, 
te veo huir con el primer soplo 
y te grito que eres un maldito cobarde.

Nuestra historia redonda 
que siempre nos hace aterrizar 
en el mismo lugar: 
yo siempre llego primero 
y soy la última que se va.

Maldito cobarde, 
de nuevo.

Ahora te veo tendido en el sofá, 
con tele basura y cientos de latas de cerveza 
que te huelen a mis bragas y piensas:
‘’Pero esta noche la copa no es conmigo’’.

Ni con tus vaqueros, 
ni con tu bragueta, 
ni con tus orgasmos jurándome 
que mañana vas a empezar a ponerte digno 
y no borracho, 
y yo te abrazo, 
porque te quiero muchas veces, 
pero cuando mientes, 
lo hago más fuerte: 
amor 
al 
arte.

Cruzas todas las tardes la calle 
pero ya no levantas la mirada hacia la ventana, 
y eso que me paseo desnuda.

Hace tres días nos encontramos 
en el supermercado, 
en la sección de congelados, 
como lo nuestro; 
no nos saludamos.

Así que cuídate, 
por si dudabas.
Y duda para no curarte nunca del todo.

He colgado mi número de teléfono 
en la parte derecha de la ventana de la entrada.

He girado el pomo de la puerta 
y nos he puesto en venta, 
a cualquiera.

Y me he traído de vuelta, 
aunque me haya salido caro, 
me he comprado a mi misma 
y no pienso pedirte permiso 
para invitarme a un café que se alargue 
y termine en un centenar de copas.

Ni siquiera para desnudarme 
y meterme en la cama.

Que si tu hueco está frío, 
siempre puedo dormir estirada.


El teléfono de nuevo, 
descuelgo: 
‘’córrete solo, 
como el día que corriste de mi 
y no conmigo’’.

martes, 10 de noviembre de 2015

Metafóricamente hablando.

Metafóricamente hablando 
tienes quince poemas 
con los que suelo tener problemas 
siempre de madrugada.

En la cocina se escuchan platos rotos 
pero cuando me asomo, 
todo está en su sitio. 

Este caos que juega al despiste 
y se ríe tan fuerte que me despierta 
cuando estoy a punto de soñarte.

Así que sueño poco y mal.
Y más mal que poco, 
la verdad.

Además, 
por mucho que suba el volumen de la radio, 
de fondo siempre se escucha el sonido 
de algo que se rompe.

Y escupo uno a uno 
todos los trozos de tu vajilla, 
pero nunca los tiro, 
porque aun pienso en enviarte 
una cutre invitación para cenar.

Metafóricamente hablando 
se te escapan melodías 
de la quinta cuerda vocal, 
aquella que te has anudado 
para no pronunciar mi nombre.

 Mientras yo abro las piernas de par en par 
pero nunca doy un abrazo. 

Ni me despido con cariño.
Ni me despido de ti, cariño.

Me sobran todas las camas 
por las que pasear semanalmente, 
pero aun así, 
me meto en ellas; 
porque no todo lo que sobra 
no se hace 
ni todo lo que falta, 
se hace.

Así que ando del revés 
pero prometiéndome que voy hacia delante, 
que a veces me pongo muy pesada, 
y suele ser más rápido mentirme 
que escucharme.

Y cuatrocientas veintitantas mentiras 
tampoco son tantas.

Metafóricamente hablando 
me recuerdas a algo que no recuerdo, 
pero que me mata de pena.

Quiero el traje negro para el entierro 
y que abras el ataúd y te metas dentro. 

Me debes treinta y cinco vidas, 
y esta ciudad se está quedando sin gatos.

Quemamos todos los tejados 
para no encontrarnos 
y evitar la tentación de follarnos 
a esa altura.

A estas alturas que nos separan ya 
suficientes intentos para darme por vencida.

Pregúntale a mis ojeras 
si están contentas contigo.

¿Cuántas terceras personas ha habido 
en nuestro segundo intento?

Y todas como armas arrojadizas 
y teorías evolutivas 
sobre lo que debe ser el amor 
y no es; 
sobre lo que deberíamos hacer 
y no hacemos; 
sobre gemidos ajenos 
que amordazan a los propios.

No somos, pero estamos.
Y estamos porque somos.
Aunque no somos suficiente.

Metafóricamente hablando 
pareces la poesía más bonita del mundo.

Pero claro, 
metafóricamente hablando
dime tú, 
que no parece poesía.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Pero tú desnudo.

Me dolías. 
En casi todas tus versiones. 
Pero desnudo
me atravesabas de punta a punta 
el instinto de supervivencia.

Me descosías con precisión y paciencia, 
como aquel que disfruta siendo el detonante; 
y que usa el sonido del estallido 
para coger el sueño todas las noches.

Unas manos me aprietan el cuello, 
y la falta de oxígeno me sabe a reminiscencia.

Correr de ti siempre es ir despacio, 
deseando que me alcances.

No se muy bien hacia donde vamos 
y he olvidado de donde narices venimos. 
Pero se donde quiero quedarme : 
a dos pasos de esa caja de explosivos 
que tienes en el lado izquierdo del pecho; 
con los tímpanos enamorados 
de ese ‘’tic-tac’’ amenazante.

Y que mas da 
si de reloj o bomba,
si para el caso
viene a ser lo mismo.

Después nunca es síntoma de mejora, 
por mucho que todas esas caras conocidas 
me digan que solo es cuestión de tiempo.

Y no. 

Es tiempo de cuestión
De cuestionarse de que manera 
vamos a ver el vaso: 
medio lleno, 
medio vacío 
o jodidamente roto.

Y jugar a pasarnos los cristales por la boca, 
masticándolos, 
que nos crujan los dientes 
como si comiésemos arena 
de todas las playas por las que no hemos paseado.

Después habrá alguien 
que nos defina como poesía 
y tu falta de cojones 
sonará terriblemente poética, 
así que enhorabuena.

Chico conoce a chica. 
Chica conoce a chico. 
Se enamoran sin la aprobación 
de sus familias. 
Y todo termina en un trágico desenlace 
en el que mueren los dos. 
Y nosotros lo calificamos 
como la mayor historia de amor.

Si Shakespeare hubiese conocido 
la facilidad que tienes 
para preñarme de intenciones; 
para hacerme morder el polvo 
después del polvo; 
para que me duelan las rodillas 
de rezarle a tus demonios, 
hoy serías el hijo de puta más sexy 
de la literatura inglesa.

Así que me dueles, claro. 
Como una cardiopatía 
que se combate con borracheras. 
Con cuellos ajenos que se mueren 
porque el desamor me haga 
mucho más puta que guapa.

Pero desnudo me recuerdas a un revolver 
al que siempre le queda una bala, 
y yo, 
vestida de diana, 
suplicándote que dispares, 
mientras tu próxima cita tararea 
una canción de Serrat que acaba de aprenderse 
en un intento de hacer que te quedes 
después de haber sudado todo 
lo que no puedes olvidar.

Voy a conocer a otro que huela a whisky 
y a manía de arrancar la ropa 
en el primer encuentro. 
Y a otro que sepa de Bécquer 
y que me de ganas de bragas rosas. 
Y posiblemente a otro al que enamorar 
en dos conversaciones sobre filosofía 
y cine en blanco y negro.

Y me dolerás en cada uno de ellos. 
En todo lo que te pareces a personas 
de las que nunca me enamoraré. 
Y en todo lo que no tienes que ver 
con todos aquellos de los que trato, 
desesperadamente, 
de enamorarme.

Un toma vida y dame muerte. 
Un aquí y ahora con matices de pasado. 
Un o tú o yo por el que nunca me termino de decantar.

Nihilista de todas las auto-teorías 
que derramas en otras bocas 
sobre el porque no crees en el amor.

Pero crees en mi, 
y eso nunca lo dices.

Todo tú me dueles, 
pero desnudo me desgarras 
como el primer cigarro de la mañana 
después de una noche de sexo 
con alguien que no conoce 
cuantas costillas necesito que me besen 
para dedicarle un solo latido 
a esta tonta idea de que puede 
que me recupere.

Me preparo un café que detesto 
y hundo los dedos en la taza 
hasta que me quemo. 
Y los beso.

Quien te hiere puede curarte, 
si quiere.
Pero quien siempre te cura 
nunca hiere adrede.

Quien te hiere puede quedarse o irse, 
si quiere.
Pero quien te cura debe quedarse, 
siempre.






martes, 3 de noviembre de 2015

Guerras nuestras.

No vengo en son de paz, 
así que si tienes por ahí toda tu artillería, 
te aconsejaría que empezases a sacarla.

Del mismo modo que te sacas 
el amor de los pantalones 
cuando cualquier rubia está dispuesta a demostrarte 
que el arte también puede ser 
algo muy vulgar y obsceno.

Y no es que esta vez no te traiga poesía, 
es que vengo cargada de versos hasta la médula, 
para recitártela con tanta saliva 
que se te arruguen las yemas de los dedos 
sin ni siquiera pasarlos por mi boca.

Estoy buscando el hacha 
dentro del cajón de la ropa interior, 
y no va a importarme hacia donde salpique 
todo este desastre.

No vengo en son de paz, 
así que guarda tu sonrisa de revolcón 
y prepárate para el campo de batalla.

Que no te engañen los tacones, 
porque terminaré por usarlos 
para agujerearte el corazón a lo femme fatale, 
follándote tu falta de compromiso 
hasta darte tres hijos que se desvanezcan 
cuando vuelvas a estar sobrio.

Ahora el tiempo nunca es clima, 
siempre es distancia, 
y hace meses que cada día 
todos los relojes van marcha atrás.

Le veo el culo a todas las horas, 
que caminan de espaldas 
con bragas de lunares.

Esto es una guerra. 
De las de balas que se te instalan 
en los órganos vitales 
y te hacen ver toda tu vida 
como una película mala 
y desenfocada que te marea.

Una picantona de los años ochenta, 
con una de esas bandas sonoras 
que nunca pasan de moda.

Pero pasan. 
Como pasas tú por debajo de mi ventana.

Me restriego los ojos 
hasta que te veo desnudo 
y toco el cristal con los nudillos 
pidiéndote que subas, 
pero nunca recuerdo el número de mi piso.

Así que saco el revolver 
y disparo, 
contra ti 
y contra todos los pasos 
que te alejan de mi.

Te lo advertí, 
estamos en guerra, 
y ahora mi falda no va a hacerte de trinchera, 
porque he olvidado lo que es sentirse en casa 
y no puedo hacerte de hogar 
cuando te echen de todos los bares.

Se que tienes miedo a despertar 
en una cama que no conoces,
así que, 
por muy largas que sean las piernas, 
a ti nunca se te hace tarde, 
y de madrugada caminas por una ciudad silenciosa 
en la que los gatos ronronean 
y se te enredan en los pies, 
insinuantes.

Pero nunca dejan que los toques, 
así que has dejado de intentarlo.

Deambulas esquivando todos los lugares 
en los que has llorado mi ausencia 
y evitando todos aquellos 
en los que aun escuchas mi risa.

Deberías de haber traído un arma 
y hundírmela en el pecho sin reparo.

Es una guerra de vencidos: 
perdimos cuando nos dejamos 
y ahora solo tratamos de saber 
si hemos ganado algo.

Pero es una guerra, 
y como en todas, 
siempre hay un bando que tiene que caer 
para que otro sienta el orgullo de su bandera, 
la única diferencia es que en esta batalla, 
no me importa ser yo quien caiga 
si tú me esperas en el suelo 
con los brazos abiertos 
en forma de esperanza.



lunes, 2 de noviembre de 2015

Del tiempo cuando pesa y no pasa.

Cuatro estaciones he tardado 
en necesitar unas cuantas más.

Un invierno sin cerezos 
donde Neruda escribe bajo un sauce llorón.
Un otoño sin hojas que pisar.
Una primavera sin alergias 
porque no hay ni una sola flor que se abra.
Y un verano de pieles blancas 
a las que no les da sol.

Una semana llena de días vacíos.

De lunes llenos de rutina 
con despertadores que no te dejan soñar.
De martes que son todos trece 
y que desconocen que la suerte 
a veces solo es un cruce de miradas.
De miércoles que no conocen 
de paseos en compañía 
y deambulan por un salón 
en el que siempre hace frío.
De jueves con bragas serias.
De vie(r)nes siempre con esa dichosa ‘’erre’’.  
Viernes y vienes deberían ser la misma palabra.
De sábados tumbada en el mismo sofá de siempre 
con ventanas que no dejan ver el mar.
De domingos de resacas sin fiesta previa.

Doce meses de un calendario 
que no me deja pasar página.

De Eneros tan fríos 
que nadie puede masturbarse 
sin sentir que la soledad le pisa los tobillos.
De Febreros demasiado cortos 
para cualquier llegada.
De Marzos en donde nunca suena el teléfono; 
ni hay voces que se arrepientan 
de no haberse arrepentido antes.
De Abriles llenos de aguas 
y todas salen de tus ojos.
De Mayos donde los poetas 
no tienen inspiración 
aunque las musas se vistan de putas.
De Junios que no derriten relojes 
y dejan a Dalí en evidencia.
De Julios llenos de habitaciones desordenadas 
que te recuerden que deberías haber cuidado 
de tu buena suerte.
De Agostos donde ya no se corren cortinas 
para correrse en compañía 
porque nadie corre en busca de su destino.
De Septiembres que no acarrean reencuentros 
ni contigo misma.
De Octubres que han dejado de ver el arte 
en el desnudo de dos personas 
que se faltan al respeto.
De Noviembres poco dulces 
y muy amargos 
en los que nadie recita poesía 
con la boca llena de intenciones.
De Diciembres sin propósitos, 
sin promesas, sin finales ni comienzos.

Relojes que contabilizan horas muertas.
Cuenta kilómetros que han olvidado 
los viajes en los que se cruzan fronteras por amor.
Tobillos que prefieren correr sobre el asfalto 
dirección ‘’ a la salvación’’, 
que descolgarse por el precipicio 
y si tengo que morir, 
que sea contigo.

Estaciones,
semanas,
meses,
relojes,
cuenta kilómetros,
tobillos.

Y yo sigo encontrando motivos 
para ponerte ganas, tiempo y vida.

Para ponerte copas.

Para ponerte hasta arriba.

Para ponerte 
y sobre todo quitarte.

Para quitarte todo lo que se empeña 
en que no tengas nada que ver conmigo.

Para quitarte ropa 
hasta quedarnos desnudos por dentro 
y enseñarle al mundo, 
de nuevo, 
que lo único que necesita el arte, 
son artistas.

Y que todo lo que necesita un artista,
es
siempre
amor.