jueves, 31 de julio de 2014

Hay.

Hay ojos que congelan el alma y paran los días,
como si fuesen notas cogidas con clavos 
a una pared que se desmorona.

Hay manos por las que llueven recuerdos y meses 
con la misma facilidad que llora el cielo 
cuando algún artista del Renacimiento lo pinta de gris.

Hay bocas que entonan sonrisas 
con la magia de una instantánea 
escondida tras unos párpados 
que tienen el valor de soñar.

Hay pies que caminan siempre en el mismo sentido 
aun a pesar de cambiar de dirección.

Hay pulmones en los que habitan fragancias 
que hablan de tiempos lejanos
y que abren viejas heridas 
como se abre una flor a la llamada de la primavera.

Hay estómagos que no digieren las derrotas
y sienten náuseas cuando echan la vista atrás 
y se pierden entre recuerdos que huelen a tabaco de liar.

Hay tatuajes que hablan de la vida
y marcan con la delicadeza de un cincel en mano experta, 
ese momento que nos sigue empañando las retinas 
y dejando al descubierto nombres 
que ya deberíamos de haber olvidado.

Hay cabezas que se niegan a vencerse 
ante el placer que proporciona el olvido, 
y se resisten firmes entre batallas, 
aun a pesar de que el destino las proclame perdedoras. 
Hay cabezas que se quedan a jugar la partida aun sin cartas
y que se oponen a los finales, 
por mucho escote que lleven.

Hay voces que se nos quedan en la garganta 
y nos roban las palabras, 
por miedo a que la vibración 
de nuestras cuerdas vocales nos sepa a añoranza.

Hay rodillas que se mecen solas,
tarareando canciones 
que dejan al descubierto historias a medias, 
como no haber conseguido entrada para el espectáculo 
y haberlo tenido que ver desde fuera, 
agudizando un oído que se volvía sordo 
cuanto más se acercaba el final.

Hay sentimientos cobardes 
que dibujan esperanzas muertas, 
ahogadas entre preguntas suicidas 
de las que nunca se tiene respuesta, 
porque la boca que debía responder
está haciendo la maleta.

Hay sentimientos valientes 
con capa y espada, 
que surcan caminos llenos de adversidades 
empujados por el sonido de un beso 
y por el tacto de unos lunares 
que se mueven aprisa por una piel hecha deseo.

Hay quienes mueren cuando muere el amor
y abandonan la función con una historia en los bolsillos, 
que nunca contarán, que nunca escribirán, que nunca releerán; 
y hay quienes se quedan, aun cuando el amor se aleja de ellos
para contar que un día sintieron el peso de unos ojos 
que se abren en una mañana de Enero
y te miran, 
con las pestañas del color de la esperanza 
y la boca derritiendo versos.

Hay costillas que guardan secretos entre rejas, 
que no asoman la cabeza por el miedo a ser descubiertos, 
pero respiran, 
y si apagas las luces y te vistes de paciencia
conseguirás verles.

Hay hombros que ya no guardan promesas, ni lágrimas; 
que cobijan en sus lunares la tristeza 
de no tener a nadie que olvidar; 
que esconden en sus pecas la desdicha 
de no ansiar olvidar el sonido de una risa. 
Son hombros desnudos, aun con ropa.

Hay corazones que laten despacio
bombeando los pocos recuerdos que quedan 
de una historia sin vida;
de un centenar de meses que se atesoran en el calendario, 
con la tranquilidad de que no habrá manos que los arranquen, 
porque hay días y momentos que están latentes 
en todas las hojas de todos los calendarios de todos los años.
Hay otros corazones que van deprisa
como si llegasen tarde siempre a cualquier parte, 
con el miedo de que sea otro 
quien le robe los insomnios y las medias.


Y hay quienes
teniendo todos los órganos vitales en pleno movimiento, 
siguen estancados, casi muertos, en medio de un recuerdo.

miércoles, 23 de julio de 2014

El verbo ''volver''.

Cuantas veces hemos deseado que vuelva.

Como si el verbo ‘’volver’’ 
fuese la solución a las noches a solas, 
olvidando que para volver 
antes ha tenido que marcharse, 
que regresar no es más que la consecuencia directa 
de haber huido.

Y entonces el verbo ya no suena tan bien. 
Y empezamos a ver que cojea de alguna de sus vocales
y camina con un tópico pesado en los zapatos: 
si se fue una vez, podrá hacerlo dos.

Y te quedas con el eco de los cientos de deseos 
que no perduraron a su huida, 
que se los llevo cogidos a sus muñecas, 
que se adentraron en el camino que siguen sus venas, 
contaminándole la sangre 
del mismo modo que un recuerdo 
contamina el insomnio.

Otras el deseo se hace sonido:
una canción, un beso, un gemido o una promesa.

Creo que los grandes versos 
se elevan hasta llegar a los oídos 
de los que ya no están entre nosotros, 
dime, ¿alguna de mis letras te ha salpicado? 
¿le han hecho mis escritos el amor a tu atención?

Claro que ansío tu regreso
pero podrías volver del aseo a la cama, 
o de la cama al sofá, del trabajo o del mar, 
mis condiciones no son tan altas, 
solo te pido que no regreses después de haberte ido.

Al menos quédate el suficiente tiempo 
como para poder deslizarte los lunares, 
colocarlos en sitios estratégicos 
y que nadie más se atreva a ver constelaciones 
en un cielo que me pertenece.

Te sueño con la misma paciencia 
que se pone cuando se tiene la certeza 
de la eternidad de un sentimiento.
Sin prisas, sin urgencia, sin diligencia.

Vuelve una mañana
que pueda verte bien las pupilas, 
y me confiesen tus ojos 
todo lo que me niegan tus circunstancias y miedos.

He soñado tantas veces con el olor de tu regreso,
olor a hogar, a café recién hecho. 
Como si toda una casa te cupiese entre las manos
y todos tus kilómetros entre mis versos.

Si me dices que vas a hacerle caso al anuncio 
y volverás a casa por Navidad, 
hago de todos los calendarios Diciembre, 
y de cualquier brisa leve, 
un motivo para resguardarme del frío.

Se que si me concentro
puedo verte deambular por los pasillos, 
pero hace tanto que no andas por aquí, 
que mis pupilas se han enemistado con tu reflejo 
y no me dejan concentrarme en los vértices de tu cuerpo.
He olvidado tus esquinas y recovecos.

No entiendo porque te has ido, 
y la verdad, lo prefiero, 
porque hacerlo sería 
construir una amistad con la cobardía 
y hacerme cómplice de tu falta de cojones. 
Y yo nunca he sido 
de las que corren solo por verle las orejas al lobo.

Si fuese tan feroz
enseñaría los colmillos.

Que si, que yo también duermo abrazada 
a los abstracto de un regreso, 
pero no dejes que la euforia te borre los conocimientos, 
pues para volver, antes ha habido una huida
y cuando estas se suman, 
los regresos dejan de poder hacerse verso.

Y mueren las palabras acunadas entre historias a medias 
que se ríen de la velocidad con que abres los brazos (o las piernas) 
cuando se disfrazan de eternidad.

Y juegan contigo a las promesas.

domingo, 20 de julio de 2014

Pero sobre todo, te espero.

Te miro 
con los ojos llenos de mar
y la oscuridad reinante en las pestañas.

Te miro 
como se mira un sueño,
con delicadeza, 
por miedo a que estalle en mil pedazos 
y te obligue a despertar.

Te miro 
como si fueses el lugar más seguro del mundo
y tus formas y maneras, fuesen hogar.

Te miro 
y procuro perderme en lo mirado,
quedarme a vivir en lo observado. 
No tengo intención de regresar,
así que ve haciéndome hueco en tus pupilas
que ya se como quiero decorarte las retinas.

Te miro 
y me veo, como si tu alma fuese un espejo 
que guarda a mi reflejo, 
con el mismo cuidado que pones en colocar 
dentro del armario unas sábanas recién planchadas.

Te miro 
y solo a veces no te veo
por más que traten de besarse nuestros caminos.

Te beso 
con la misma fuerza que ponemos 
en agarrarnos a la última oportunidad.

Te beso 
y besándote siento como saboreo 
lo amargo de una despedida 
y lo tierno de un reencuentro.

Te beso 
con todo el amor que me cabe en un instante 
derramándose entre mis dientes.

Te beso 
y encuentro el cielo en tu paladar,
esturreado entre palabras, 
disfrazado de cotidianidad.

Te beso 
y tu saliva se me antoja droga, 
me para todos los órganos vitales, 
salvo el corazón, que lo acelera, 
marcando como un director de orquesta
el ritmo de unos latidos 
que hace mucho que me desobedecen.

Te beso 
y dejan de gustarme todas las bocas,
todos los horizontes salvo el de tu sonrisa.

Te escribo 
y mis letras le hacen el amor a los folios.

Te escribo 
y cada verso encierra uno de tus tesoros 
y me recuerda lo llena que tengo la vida de anhelos.

Te escribo 
y me persiguen los puntos finales, 
mirando desafiantes a los renglones a medias.

Te escribo 
y mis manos sienten esa especie de liberación 
que otorgan unas palabras dedicadas, 
aunque no vayas a leerlas, 
aunque no sepas que lo hago, 
incluso aunque lo sepas 
y ninguna hora del reloj sea buena para volver.

Te escribo 
para recordarme que te recuerdo 
y que el olvido no es para los valientes.

Te escribo 
con el peso del pasado sobre el lápiz.

Te deseo 
como se desea la paz mundial,
con el corazón de conductor 
y la utopía que supone el volverte a ver,
de combustible.

Te deseo 
sobre la cama, sobre la mesa de la cocina,
sobre el sofá y sobre los problemas, 
que nos ven en pelotas pidiéndole una maldita tregua.

Te deseo 
con tan poca ropa como dudas.

Te deseo 
y no lo niego
que a quienes escribimos
no les permiten ser cobardes.

Te deseo 
hecho poema, 
que tus versos salgan lento de mi boca 
y me envuelvan tus promesas hechas letras.

Te deseo 
tanto que he perdido la noción del tiempo,
que la hora en punto 
se dibuja al comienzo de tu pelo 
y la media, 
en la costura de tu bragueta.

Pero sobre todo
te espero,
te espero como se espera a la inspiración 
una noche de domingo; 
como espera un motivo el suicida 
que mira al vacío; 
de la misma forma que se espera al amor 
cuando se ha ido 
y a la promesa cuando se ha roto.


Te espero 
porque cuando vuelvas
quiero contarte todas las letras 
que me ha regalado tu ausencia. 

viernes, 18 de julio de 2014

Mi coherencia está de carnavales.

Te imagino recostado, 
los pies te llegan al borde de la cama
y asoman
de la misma forma que asoma la vida 
en unos ojos que acaban de despertar.

No se cuanto calor hace en el infierno
ni cuantos cielos le caben a Afrodita en el pubis
pero lo que si conozco es la mezcla perfecta 
de tus manos en mi cuerpo 
con el anhelo de comprarlo en propiedad 
y el recuerdo de haberlo tenido antaño
quizás en otra vida, en otros sueños.

Si no me besas pronto
tendremos que asistir al funeral de nuestros deseos
obligándome a desnudarme frente a cuatro ojos que lloran,
para recordarte las curvas 
por las que se deslizaba tu valentía 
cuando ella y yo aun éramos amigas.

Mi boca te espera
con la misma ansia que un crío 
espera la Navidad y los cumpleaños, 
porque de todo el calendario
me quedo con el día que le hiciste el amor a mis pupilas
y te prometo que si no piensas venirte 
a vivir al borde de mis lunares
puedes llevarte todos los domingos.
Hasta puedes recoger este telón que supone mi pelo
cuando lo apartas para conseguir ver la respuesta 
de esa pregunta suicida que juega contigo al gato y al ratón 
en las noches que te sientes devorado por la vida.

Y se acabó la función. 
Sin aplausos, sin público, sin segundas partes. 
Se acabó la función 
antes de representar el acto 
en que tenía que besarte
y claro, se me han congelado las caricias 
en la estación de tu cuerpo, 
esperando al tren que supone tus ojos 
cuando los mueves aprisa por mi existencia.

Podría decirte que me conformo con tus kilómetros
y que la distancia se relaja entre copas 
mientras la corteja el tiempo vestido de corbata
que se ha dejado a su mujer ‘’tic-tac’’ 
tendida en una cama demasiado pequeña 
para tanta espera,
pero no sería cierto.

Nada puede ser suficiente 
si tú te has empeñado en ser demasiado. 
Demasiado calor para tanta ropa
y demasiado frío para no venirte a dormir.

Que puedo decirte 
que no te hayan contado ya mis palabras a mi espalda, 
que puedo contarte 
que no te hayan delatado ya mis silencios.

Si todo mi cuerpo me traiciona cuando se trata de ti
que hasta la coherencia se ha puesto las bragas de lunares 
para que sepas que tiene a sus deseos de carnavales.

Y ahora dime, 
con la valentía que supone siempre quitarse la máscara, 
si no sabes que mis pies se han declarado enemigos 
de los pasos que me alejan del reloj de tu muñeca, 
y que barajan la idea 
de coserse a tus tobillos para quedarse 
hasta que el mar se olvide que debe llegar a la orilla, 
hasta que el sol se pierda en cada noche sin amanecer, 
hasta que la Luna enseñe su oscuridad 
hecha de frases ciegas y amores terribles.

Dime si sabes que ya no me gusta mi nombre 
si no sale de tus cuerdas vocales, 
que me hago un nudo marinero en los dedos 
para no escribir ni una sola línea si te marchas.

He perdido la calma, y la paciencia, 
puede que hasta la templanza, 
que me dicen que camino demasiado aprisa
y es cierto
porque aunque sea el viaje lo importante
cuando un final tiene tus manos, 
mi cintura desespera por llegar a la meta.

Y tienes que entenderlo, 
que toda la realidad que necesito 
camina detrás de tus sueños
y si tengo que cerrar los ojos 
y no mostrar más mis pupilas para que vengas a dormir, 
me coso los párpados con tus besos 
y me alivio de la oscuridad con tu saliva.

Todos estamos presos, de algún modo, 
nos condenaron el día que nos cautivaron los recuerdos
o tal vez, el día en que el acierto se hizo error, 
y la batalla, escozor; 
quizás cuando se nos llenó la cama de anhelos 
y los pies de palabras que no nos dejaban caminar… 
en cualquiera de los casos, es perpetua, 
y teniendo en cuenta que mis orgasmos 
han empezado su condena en tus oídos, 
me mudo a la cárcel que supone tu cuerpo, 
con una ventana que mire a tu corazón, 
y una radio que reproduzca sus latidos.

Me mudo, 
sin ropa y sin planes, 
me mudo, 
sin vida y sin pasado.

Me mudo a que le recuerdes a mi coherencia 
que estamos de carnavales 
y le quites las bragas de lunares 
para continuar la fiesta.

La fiesta que siempre supone soñarte 
aun estando despierta.


miércoles, 16 de julio de 2014

Vida.

La intensidad de tus ojos 
era como habernos encontrado 
al borde de un precipicio, 
mirando al vacío de todo 
lo que no podíamos ser
mientras la vida nos empujaba por detrás con delicadeza.

Porque por muy puta que sea a veces
siempre resulta elegante.

Sabes que habría saltado al vacío
a no ser contigo, a no ser…pero contigo.

La forma en que tu voz cortaba el aire
y me rozaba la mejilla, 
era lo más parecido a un beso
pero sin saliva.

Había noches en las que la Luna no salía 
y en la oscuridad me contabas 
las historias de tus cicatrices; 
algunas de ellas con forma de corazón.

A veces nos olvidamos 
cuanto de intensas resultan las vidas humanas.
Cuantos cuerpos han tocado unas manos 
hasta desgastarlos. 
Cuantos fracasos caben en una pupila. 
Cuantas batallas han librado unos pies 
o contra cuantos kilómetros han luchado unos latidos.

Son las cicatrices las que nos recuerdan quienes somos
aun cuando el pasado se vuelve turbio 
o cuando perdemos la valentía para recordarlo.

Y se nos caen los cojones 
cada vez que nos viene a la nariz un olor 
o a las manos un tacto, a la piel otra piel
y al futuro un recuerdo.

Hay noches en que la vida se hace océano
y sientes como tus pies no tocan el suelo. 
Todo es una masa de agua 
en la que flotan las cientos de oportunidades 
que dejaste escapar, los errores, 
las canciones prohibidas, los párrafos negados.

Se te mojan las esperanzas y el pelo 
con la misma rapidez
y todo parece pesar el doble.
No hay cantos de sirenas
ni trajes de baño que te sienten bien en ese momento.

¿Nunca habéis sentido ganas 
de quedaros a vivir en medio de unas palabras?
De un ‘’te quiero’’
de un ‘’no te vayas’’
quizás hasta de un ‘’hasta mañana’’.
Quedarte a vivir en cada una de las letras 
que forman sus huidas, 
en silencio por si escuchas unas pisadas 
que anuncien su regreso
y tienes que ponerte rápido 
el vestido de los besos.

Andamos siempre fantaseando 
con la inmensidad del universo,
del infinito o de lo eterno
y no caemos en la cuenta 
de que no hay nada más grande 
que todo lo que guarda una vida.

Los cientos de aeropuertos 
escondidos en el cuentakilómetros
que te llevaron a una despedida o a un reencuentro.

Los hospitales que vieron nacer 
la mezcla perfecta de unos genes 
o fueron escenario del silencio de muchos corazones.

Las rupturas con aquella persona 
de la que aún conservas el olor o el sabor; 
y que aíslas en aquella parte de tu memoria 
que visitas un domingo al mes; 
la ves ponerse el vestido y sonreírte 
mientras baila al ritmo de canciones 
que murieron cuando murió el amor.

Todos escondemos en cada poro de nuestra piel 
aquello que somos.
Y ojalá algún poro de la tuya 
te diga que eres mío.

Y vuelvas. 
Vuelvas porque te espero
y hacer esperar a una señorita 
rompe con el protocolo.

No se donde he guardado el corazón 
y quería saber si cuando vengas
puedes mirar si lo dejé encima del armario
y acercármelo, 
que lo escondí cuando empezó a quedarse a dormir.

Tengo la absurda manía 
de no querer que me roben lo que es mío.
Y ahora no lo encuentro.

De la misma forma que perdemos al otro par del calcetín.

Se me ocurrió pensar que a lo mejor 
lo tienes en tu pecho ¿puedes mirar?

Y si lo encuentras,
dile por favor que vuelva,
que se está haciendo tarde para empezar de nuevo
y empieza a molestarme tanto silencio.

domingo, 13 de julio de 2014

Audio: Miau.

Un gran trabajo en voz de Lumino. (http://salvadorgregorio.over-blog.es)

http://www.goear.com/listen/a99da0f/miau-amparo-iglesias-luque




El amor como forma de letra.

Despertar 
a veces es como haber perdido el sentido del tiempo
y créeme que se que debería ser a la inversa,
que es el sueño y no la vigilia
lo que nos confunde.

Pero después de haber dormido 
tantas noches con mis pies enredados a los suyos, 
dime como hacer para no sentir 
que es el despertar el momento del día 
que nos roba dosis de vida.
Y son los sueños quienes nos inyectan adrenalina 
y nos adormecen los miedos.

No se exactamente como nos encontramos
pero lo hicimos.

Era tarde para estar despierto 
y temprano para haber olvidado 
que no dormíamos porque quizás
no había ya nada con lo que soñar.

Si hubiésemos estado de copas
se habrían encontrado nuestros ojos. 
Mi vestido se habría enamorado de sus gestos 
y mi desnudez de su descaro. 
Nos habríamos besado 
con ese mágico poder que confiere la noche 
haciéndonos creer que se eternizará 
y no habrá nada de lo que preocuparse mañana.

Si nos hubiésemos visto por la calle
mis pies se habrían desviado del camino
y le habrían seguido a un lugar que no me interesa, 
hipnotizada por la melodía que desprenden algunas personas 
cuando caminan o cuando viven.

Pero no fuimos nosotros quienes nos hallamos, 
más bien lo hicieron nuestras palabras.

Y entonces, como sucede mientras sueñas
perdimos la conciencia del tiempo y del espacio.

Aunque sonriamos en otros brazos 
o encontremos belleza en otros pies desnudos 
que asoman por debajo de la sábana, 
hay ojos que se quedan con lo leído
y en noches en las que maldices las casualidades a medias, 
las pupilas se hacen letras 
y el pasado, tintero.

Esa noche estaba escribiéndole
con la seguridad que se tiene cuando algo se ha acabado, 
porque aunque no lo sepáis
mientras la ropa está por el suelo 
y el corazón sigue respondiendo a las caricias, 
nuestras líneas se vuelven subjetivas
y nuestro miedo a meter la pata en ellas
nos controla los dedos y el lápiz 
como si fuésemos títeres de sus deseos; 
solo si todo ha terminado
nos deja libres
y escribimos con la templanza que aporta siempre un final.

Hallarse en vidas ajenas
con líneas dedicadas a distintos hogares o temores
a distintos pavores tal vez, 
es tan complicado como mantener el equilibrio 
con los tacones de los sábados.

Pero es justo a veces esa falta de sensatez 
la que nos hace poner el reloj en marcha de nuevo
incluso aunque no marque ninguna hora
incluso aunque las marque todas a la vez.

Alguien dijo que la fuerza 
más grande en el mundo, es el amor.
Y yo no voy a discutir a los sabios, 
pero decidme que sería el amor 
si no le acompañasen palabras. 

Que sería desnudarse si no pudiésemos 
llevarlo al papel más tarde. 
Que de nostálgico tendría una ruptura
si no la hiciésemos protagonista de nuestros folios en blanco. 
¿Cómo íbamos a revivir la intensidad de unos ojos 
si no pudiésemos escribir sobre ellos?

El pasado sería solo pasado
y no hay nada más triste que no poder ser cómplice de él, 
al menos, un par de noches semanales.

Hay muchos tipos de amor, 
eso puede ser cierto, 
pero a mi parecer
solo uno nos hace temblar incluso cuando se va.
Solo uno nos guarda para siempre
aun a pesar de que deje de respirar. 
Solo uno ocupa carpetas y cajones de un escritorio viejo 
o del trasfondo de un armario en el que apilamos amores y citas 
que aun con el paso del tiempo
nos siguen viniendo a veces a la yema de los dedos 
y nos arrancan versos y preguntas suicidas.

¿Quieres irte sin dejar rastro? 
Entonces escoge uno de los noventa y nueve amores que te quedan
y olvídate de los que escriben, 
porque te harán odio, bragueta o revolcón; 
te harán esperanza, final o reencuentro; 
te harán oxígeno, aeropuerto o perdición.

Y por eso nos encontramos
porque no hay nada más hermoso que vivir en líneas de otro; 
que cuando un valiente te eterniza
no es más que una invitación a sus insomnios, 
a sus cadenas perpetuas de corazones 
a los que no les importa la condena.

Un túnel sin salida por el que disfrutar del viaje.

Paisajes que hablan de bostezos, 
de gestos, de énfasis, de éxtasis, 
del nirvana entre unas piernas que amanecen 
enredadas a un ‘’para siempre’’.

No se muy bien si me explico o si me entiendes,
que más dan los modales cuando todos hemos sido animales 
y nos hemos faltado al respeto con ansias de hacernos daño 
y dejar, por lo menos, una cicatriz de recuerdo.

Yo no se que piensa el mundo
pero quien no puede dejar herida o huella
o ganas de destrozar un recuerdo 
a golpe de tildes y futuros unilaterales, 
no ha hecho más que pasar por la vida de alguien 
con la ligereza de un pañuelo seco 
en el que no ha caído ni una sola lágrima o promesa.

Cuando sus primeras palabras, las de verdad, 
se adentraron sin permiso en mis pupilas, 
recuerdo que llovía
y como siempre que el cielo se cobra una pérdida, 
yo andaba acelerada, 
dispuesta a salir de aquella autovía 
que se me antojaba tierra de memoria.

Pero me encontró o le busqué
o tal vez me dejé encontrar
y aflojé el ritmo de mis piernas 
para cederle velocidad al del corazón.

Ayer, hoy y mañana se fusionaron en una frase: 
‘’en este momento’’. 
Y todo se tornó un lago claro, limpio, tibio, 
donde bajar a mojarse los pies y las palabras. 

Sentados al borde de un abismo, 
sus manos se volvieron hogar, 
y su experiencia, sus vivencias, sus líneas
mucho más eficaces y cautivadoras 
que cualquier otra droga emocional.

Se me paró el pensamiento en seco 
solo para invitarle a una copa 
en medio de conversaciones intelectuales 
y miedos con la falda muy corta. 
Se me habían dormido los recuerdos
y no me dolían ya tanto todos los tropiezos.

Pero hay cosas que no pueden decirse, 
que eso de : 
‘’eh, tú, ¿dónde coño llevabas todo este tiempo?’’
es algo que pensaba cuando me topaba con su presencia 
y que callaba por el temor de meter la pata 
en un agujero tan hondo
que tenga que quedarme a vivir.
Y yo sin mar siento que no respiro.

¿Cuántas balas caben en una frase? 
Apuesto que una por cada punto y final; 
otra por todas las veces que la distancia 
se hace dueña del orgasmo 
y hay que gemir bien fuerte 
para destrozarle el tímpano a los kilómetros; 
y bueno, puede que una tercera 
por cada duda existencial que nos ha ahogado 
en una copa de whisky barato.

A veces estar perdida 
no es estar desubicada o extraviada, 
es más bien que el día que te encontraste no te gustó
y andas indagando otra versión de ti misma 
que te devuelva la esperanza en el ser humano y en ti.

En esos casos, crees que la meta es encontrarte
reconstruirte o reinventarte, como guste, 
y olvidas, como él me dijo una vez, 
que es el camino quien te crea; 
que es el propio caminar en sí, 
el escenario de tus pies y tus vivencias, 
y que la meta, al fin y al cabo, 
es solo el punto donde terminamos por llegar todos 
para descansar unos huesos cargados de reuma 
y una cara cansada de transportar arrugas.

Y bueno, puede que no toda vida 
esté repleta de riquezas, de dinero o de mansiones, 
pero créeme si te digo que hay sueños y latidos 
que nunca compra una moneda, 
y que hay ojos y manos
que no se ponen en venta.

Que le encontré por casualidad 
y se quedó por complicidad.

Y cuando unas palabras te unen a la misma tinta
aun en espacio y tiempo separados
no hay llovizna que enturbie lo que la poesía ha creado.

Que si quieres sentir la fuerza del verbo ‘’irse’’
me dejes que te explique que lo único importante
es hacerlo para volver siempre 
a un lugar en el que no hallarse tan perdido; 
a unas letras que te den cobijo 
cuando el pasado se ponga feo y cercano.

Deja que te embriaguen las palabras 
como el más hábil de los venenos 
en esto de regalar orgasmos 
a la primera frase que te arranque un deseo.

Dejarás de buscarte 
porque otras manos te habrán encontrado.

Nos conocimos, que más puedo contarte;
nos conocimos y escogimos el amor 
como forma de letra y la letra, 
como forma de vida.

jueves, 10 de julio de 2014

Echo de menos.

Echo de menos…

Que me arranques la piel en un abrazo 
y que después de la última vez de todas las veces, 
siga encontrándome con tus ganas 
de quitarme de encima 
todos los orgasmos que me sobran.

Añoro también la poca elegancia 
que pusiste para invitarme a tu vida
y que encuentres más encanto en unas medias rotas 
que en los pantalones más distinguidos.

Que cada vez que te alejabas 
estabas más cerca de volver por enésima vez 
y quedarte para siempre.

Y de repente, todo corazón se vuelve pequeño 
para la inmensidad de latidos 
que tengo preparados por si vuelves; 
y toda voz afónica para el montón de poesía 
que quiero recitarle a tus sentidos.

Me devoran las hipótesis 
sobre un futuro incandescente.

Echo de menos…

El tacto de tus sueños.
Todos los verbos que se te cogen a la sudadera 
y se conjugan con mi nombre.

Dime que hago con todas las cartas 
que me ha dado el destino 
jurándome que en tu bragueta 
estaba la pareja.

Añoro la perfección de tu columna vertebral 
cuando dormías bocabajo tapándote de la vida; 
asustado por todo lo que suponía 
las catorce veces seguidas 
que habías dormido en mi colchón.

Deberías acompañarme al silencio, 
que allí donde las palabras no llegan 
y se nos empiezan a caer los versos, 
aparecen las miradas sinceras 
que barren la mendacidad con hábil destreza.

Echo de menos…

El oxígeno que me aportan tus regresos, 
aun a pesar de que siempre 
caigamos en el mismo error de querernos 
más allá de los límites 
que nos impone tu miedo al compromiso; 
del pavor a compaginar dos trenes 
que descarrilan en el momento 
en el que te hago hueco en el armario 
y en el diario que habla del nombre de mis hijos.

Quiero rezarle a cada uno de los milagros 
que se esconden en tus vértices 
y hacen crecer mi fe en todo lo que supone que existas.

Podrías quedarte a vivir entre mis piernas, 
al sur de nuestras promesas, 
al este de nuestro camino, 
al oeste de la dirección a la que apuntan mis pies 
cuando te beso de puntillas 
y al norte del país de tu cobardía.

El epicentro podemos ponerlo en tu bragueta
que no se me ocurre mejor lugar 
para ocasionar catástrofes 
que deriven en alguna esperanza rota 
o un deseo condolido.

Echo de menos…

Abrazarte cuando te llueves encima
y fumarte cuando todo en ti supone 
un vicio que tienta a la salud.

Mis lunares están ahí
pero se niegan a despertar 
de este estado comatoso 
desde que no pernoctas en mi piel.

No se cuanto de cierto cabe en la palabra ‘’amor’’  
o cuanto de real en la palabra ‘’sueño’’
pero conjugadas me queda algo como 
soñar tu amor mientras todo el amor 
me cabe en un sueño
y eso irremediablemente
ya no me suena tan horrible.

Dejaría que tu última bala me volase la vida
como tu último beso me voló la falda, 
y revivir en otro momento 
en el que tengas ganas de mis genes 
andando descalzos por el salón de casa.

Echo de menos…

Que no me quepas en mis versos.
Y que me hayan negado su compañía los poetas
porque los ojos a los que dedico mi tinta
son comentados entre sus letras.

Añoro que me añores y vuelvas
aunque sea un par de noches semanales
aunque sean unas noches sueltas.

Añoro que añorándome me llames 
para no decir nada, 
porque se ha apoderado el temor 
de la iniciativa de tus cuerdas vocales.

Pero lo que más echo de menos 
es no haber vivido nada de esto contigo
y que cuanto añoro pueda hacerlo solo a medias
sin poder ponerme a la altura de la pérdida 
de algo que nunca he tenido.
Ni poseído.

Y que mis versos, sin embargo,
te guarden con la propiedad 
que se tiene sobre uno mismo.

A las musas.

Hoy he despertado 
con el sabor amargo de las musas en el paladar.
Huían de mi las palabras
y mis dedos me resultaban torpes 
frente a la carrera de obstáculos 
que siempre supone un folio en blanco.

He decidido dejar de pensar en tu culo 
para poder concentrarme en otra cosa, 
que todas las letras que hablan de nosotros
me saben a café ácido.

Y no encuentro el maldito azúcar 
que proporcionan los puntos y finales 
cuando se hacen necesarios.

Te niego hoy en todos mis textos, 
arrugándolos hasta poder esparcirlos por tu cama 
y que ni uno solo de tus sueños eróticos 
te permita ahora dormir tranquilo.

He cosido a mi inspiración piedras en los tobillos
para que deje de darme vueltas por la cabeza 
desordenando todo lo que cuidadosamente 
he apilado en el ático de mis recuerdos.

No quiero volver a leerme
aunque eso suponga olvidarme de que existes.

Las palabras solo me resultan campos de espinas 
que se me clavan en la piel 
antojándoseme la punta afilada de un lápiz.
Como si toda yo fuese un lienzo 
por el que pasean las letras de unas líneas 
que me hacen vomitar tus promesas.

Podéis hacer las maletas
que me he cansado de ser la marioneta 
de vuestra métrica.

Y aunque sea a golpe de indiferencia
voy a deshacerme de las últimas vocales 
que me cuelgan de la yema de los dedos
y a tapar todas las ventanas 
que os permiten asomaros a mi interior.

Vamos a poner tierra de por medio:
que allí donde vayan mis manos 
no asomen vuestros planes, 
que allí donde vayan mis pies 
no se dejen caer vuestras ideas, 
que allí donde rehúse de compañía, 
no hagáis poemas la soledad.


Me deshago de las cientos de letras 
que se han apropiado de la desnudez de mis folios 
y los han movido al ritmo de una melodía 
que ya no suena en mis oídos, 
cansados de que al final
todo estribillo acabe hablándome de ti. 

miércoles, 9 de julio de 2014

Audio: que vamos a contarles a los que vengan.

Versos de Amparo Iglesias en voz de Lumino (http://salvadorgregorio.over-blog.es/)

http://www.goear.com/listen/401db00/que-vamos-contarles-que-vengan-amparo-iglesias-luque






Siete, el número de la mala suerte.

Recuerdo cuando tus brazos abiertos y estirados
se parecían a las vías de un tren 
que siempre nos abandonaba 
en el andén número siete.

Y cuando los siete días que tiene una semana 
se hacían domingos.

¿Qué quieres que le haga 
si siete besos nunca son suficientes?

Quiero que sepas que boca abajo
el número siete se parece 
a la eternidad de un calendario que no existe, 
colgado en una pared sin clavos, 
sujeto por tus pupilas 
que se hincan en mi ropa interior 
para evitar que me desnude en otras promesas.

He tomado siete veces aire, 
justo los mismos días que llevaba sin él 
porque todo olía a tu perfume.

No sabía donde meter la nariz 
para poder volver a respirar 
y no sentir que se me ahogan los ojos 
en lágrimas que ya no saben a sal.

Siete azucarillos en un solo café,
a ver si consigo endulzar las papilas gustativas 
que no devoran ya tu piel 
por miedo a encontrarse con otros besos 
que no encajan en mis labios.

Y tener que preguntarte
cosas que no quiero escuchar;
y que tengas que responderme cosas
que no sabes como explicar. 

Necesito que me hables 
en los siete idiomas que conoce tu lengua;
aunque no salgas del país 
que te supone mi cuerpo, 
aunque no cruces las fronteras 
que te aporta mi cama; 
aun a pesar de que sean mis bragas tu única bandera.

Tengo las siete lágrimas que se me escurrieron 
justo antes del diluvio
encerradas en una caja de zapatos; 
no las dejo salir por miedo 
a que me den alergia los recuerdos, 
y toda arca de Noé 
parezca pequeña para meter las cientos de cosas 
que iban a empaparse.

Que son siete los duelos 
a los que he acudido 
desde que te cruzaste con mi vida 
vestida de lunares
y te arrancaste por bulerías 
al segundo en que mi falda subía 
y te llegaba hasta la nota más aguda 
de toda tu melodía.

Siete duelos, 
en el primero murieron las promesas
en el segundo la confianza
en el tercero la estabilidad
en el cuarto la razón, que se enemistó 
con todo lo que tenía que ver con nosotros
en el quinto murió el futuro
en el sexto todas las margaritas 
con las que habíamos jugado 
al ‘’me quiere, no me quiere’’
y en el séptimo el amor hacía las maletas 
y se mudaba a otro corazón.

Le vimos salir por la puerta 
con la seguridad en los bolsillos
y el equilibrio entre las manos; 
nos decía adiós cansado de todos nuestros vaivenes
que cada vez sabían más a tequila 
y menos a saliva.

Siete estrellas fugaces 
me han negado sus deseos
y se han apagado delante de mis ojos 
con la misma rapidez que se esfuma el verano.

Cuantas veces he sido vela 
y me he derretido en los siete puntos clave de tu cuerpo, 
acomodándome a tus recovecos 
y apoderándome de cada una de las esquinas 
que antes de que mis orgasmos pasearan por allí, 
presumían de desahogo espacial.

Que todo lo que tengo en la garganta 
cuando me prohibido pronunciar tu nombre, 
son siete nudos marineros 
que se me cogen a los dientes 
y me molestan en cada una de las vocales 
que llevan tus apellidos.

Que hemos cometido tantos fallos, 
pero yo me quedo con los siete 
que nos han destruido, 
porque ya que voy a escribir sobre ellos
que menos que destacar los trascendentes; 
uno por cada vez que despertabas 
y habías cambiado de idea, 
y todo lo que anoche 
a las siete de la madrugada 
con más copas que ropa 
te unía a mis latidos, 
ha perdido hoy todo el sentido.

Y oye, que lo entiendo, 
que a veces solo necesitas 
siete razones para quedarte 
y las mismas para marcharte.

Que igual necesitabas siete manos 
para sujetarte los tobillos 
y que no pudieses caminar 
detrás de otro destino 
que no hablase de nosotros, 
pero yo solo tengo dos
y todo lo que pude hacer 
fue arañarte la piel como un gato.

Como un gato para recordarte 
que en las siete vidas que tienen, 
yo te estaré esperando al final del camino 
que parece no llegar a ninguna parte, 
con una cajetilla de cigarrillos 
a la que solo le quedan siete.

Uno por cada día de la semana que vas a quedarte 
antes de cambiar de opinión.

lunes, 7 de julio de 2014

Los sueños, sueños son.

Déjame descansar las pupilas sobre tus planes
y hablemos de sueños.

Me apetece que me cuentes 
lo poco de real que hay en ellos
y me enseñes a elevar los pies del suelo 
aun cuando tengo vértigo.

Que yo estoy de acuerdo con Freud: 
los sueños están sobrevalorados.

Se te escapa la vida tras de ellos
desgastando la suela de los zapatos 
contra los cientos de suicidios emocionales 
que se han adueñado de los puentes de tus ciudades.

El país de tu boca.
La nación de tus orgasmos.
El municipio de tus rodillas.

Que nos sobra el drama 
y las miles de hostias que damos 
en otra mejilla por celos, 
pero nos faltan las ganas de hacer verso 
un cruce de miradas 
que irremediablemente desemboca 
en un descruce de piernas 
y un cambio de dirección, hacia su vida.

Seguir un culo durante tres manzanas 
con el descaro que posiblemente le pondría Bukowski.

Y no acabar en la cama, 
porque todo lo apetecible 
necesita al menos de cien avenidas
cuatrocientas calles 
y algún parque de por medio
para que te inviten a un apartamento sin cortinas 
donde puedas ver Central Park 
mientras follas en la cocina
del mejor trasero de todo Nueva York.

Y te sientes el rey del mundo
porque a veces el universo se esconde en otro pecho 
que da cobijo a la vía láctea 
y hace de un suspiro,
la órbita en la que giran todos tus sentidos.

Que no voy a prohibirte que sueñes
quizás porque tus ojos siguen siendo tus ojos 
aun cuando descansan
y se mueven aprisa en busca de metas 
que cada día parecen cambiar de destino.

Igual es el camino todo lo que importa
y deberías de medir
el tiempo que pasas en él, en intensidades
y la intensidad en los folios que necesitas 
para hablar de sus bostezos.

Decían que el mundo acabaría 
cuando predijeron los mayas
y a ti te habría pillado dormida, 
tan hermosa que el fin del mundo habría vestido de traje 
para besarte en los labios; 
y de haber despertado, 
nos habría concedido, al menos, un par más de días 
a doscientas canciones el minuto
a trescientos orgasmos la hora.

Que soñar no es más que la excusa perfecta 
para poder quejarte de tu vida 
sin que nadie te juzgue de cobarde 
y quede a la intemperie tu falta de cojones.

Y puedes tacharme de fría.

Que he sido tantas cosas en la vida
que ya no me importa.

Una vez fui la puta de uno 
al que pagaba en canciones. 
Me acomodé entre sus costillas. 
Y cuando empezó a cobrarse los servicios con rutina, 
tuve que dejar de verle 
porque estaba a punto de empezar a soñar.

Y ya sabes como me diluvian a mis las pupilas 
cuando soñando sueño que vienes a soñar conmigo 
y al final nunca coincidimos dentro de lo soñado.

Prefiero que me sacies la vida
y sienta que se me encharcan los pulmones de placer 
y me asfixia.

¿Qué sientes cuando levantas los pies del suelo 
y tu nariz apunta a la luna?

A mi a veces se me levanta la falda 
cuando paso por su portal
y la punta de mis zapatos señala hacia una dirección 
que no entiende porque merodeo por allí 
con las pecas hechas catástrofes.

Que en vida mueres, eso es cierto, 
pero resucitar entre drogas y excesos
hace de los días escenarios dignos 
que esconder entre versos.

Yo no se que te ha contado a ti tu sueño
y si está lo bastante buena
como para que pierdas los cojones 
en el intento de tocarle las bragas a destiempo, 
en lo efímero que hay detrás 
de unos párpados que se cierran.

Pero mi sueño me ha tratado mal.
Casi a patadas.

Te ha puesto delante sin ropa y sin perfume
como animales, 
y antes de poder llenar de saliva tus instintos
me ha despertado de golpe 
recordándome que nosotros no somos de hallarnos 
en unos ojos que se apagan.

Que somos más bien de encontrarnos en lo leído 
de una realidad que se hace verso 
al ritmo que descarrilan nuestras esperanzas 
en el andén de todo lo que no fuimos 
mientras tratábamos de serlo.


Y se nos fue la vida besándonos 
entre sueños de papel que volaron 
al primer soplo de una realidad cansada 
de cubrirnos las espaldas 
cada vez que nos revolcábamos 
en el centro de cientos de ilusiones 
que se apellidaban utopía. 

Que razón tenías Calderón: 
''que los sueños, sueños son''.

Si fueses estaciones.

¿Y si fueras invierno?

Te imagino con las manos en los bolsillos
y los dedos encerrados entre lana, 
evitando que entren en contacto con mi piel 
y se desate ese incontrolable deseo 
de hacer de la caricia, revolcón.

Con calcetines ceñidos 
en los que tus pies se dividen el espacio 
en proporciones perfectas, 
de donde no puedan escaparse 
los pasos que te alejan de mi.

Con una bufanda que retenga 
todas las palabras con sabor a despedida, 
y deje escapar solo aquellas 
que suelen ser aliento para el corazón; 
te dejo que esas las grites, 
que en esto de quererte 
no me importan las medidas, 
ni enemistarme con la razón.

La boca hecha hielo 
y las mejillas escarcha.

Que tus orejas necesiten de mis palabras 
para sentir el calor que solo proporcionan 
unos versos dedicados.

Madrid convertida en una pista de patinaje 
por la que te empujen mis ganas de olvidarte por un rato, 
para recordar lo que es estar conmigo misma 
sin nadie que me aparte el pelo 
cuando vomito dudas y miedos.

Te imagino esperando en cualquier portal a mis piernas
envueltas en unos pantalones gruesos, 
que pueda verte el verano atrapado en los ojos 
cuando recuerdas el vuelo de mi falda, 
y Noviembre sea un poco menos frío 
solo porque existes.

Tomar chocolate caliente 
en cualquier cafetería 
que no sepa que dejarás de amarme, 
y parezca el escenario perfecto 
para hablar de la eternidad.

Escribe en una servilleta el nombre 
de nuestros cuatro hijos, 
mientras me miras 
con cientos de poemas inacabados en las pestañas, 
y con urgencia, como quien espera un orgasmo, 
irme a casa para describir lo perfecta que me resulta 
tu comisura derecha cuando se ladea 
robándole al mundo alguna de sus siete maravillas.

En unos meses vas a pedirme que te entienda, 
y tendré que fingir que me sobra empatía, 
entre medio de explicaciones que no entiendo 
solo porque no me apetece entenderlas, 
porque aunque tú no lo sepas
entender una despedida es la forma más mezquina 
de hacerte cómplice de ella.

¿Y si fueras primavera?

Tus carcajadas serían la personificación perfecta 
de una flor que se abre.

Me llamas para contarme 
lo bonito que se hace Madrid 
incluso aunque yo no esté por allí. 
Y sonrío, porque hasta mi ausencia en tus días 
deja de molestarme 
si eres tú quien me habla de ella.

Aunque ojalá me echases de menos
y el sonido de todo lo que haces (sin mi) 
te dejase de eco algunos de los versos 
que se me caían en cada botón que me desabrochabas 
de la camisa o de la vida.

Quiero saber si se ha derretido todo tu hielo 
o tengo que cogerme el chubasquero
por si una lluvia fina, 
de las que no limpian pero empapan, 
va a sorprenderme camino hacia tu casa, 
y voy a llegar a tu cama como esas noches de domingo 
que me llueven ausencias de los ojos.

A veces el sonido del agua 
me impide saber si el corazón sigue latiendo 
o se ha parado y todo cuanto vivo 
no es más que un sueño.

Hace mucho que no me quitas 
las bragas y el aliento, 
y ahora que tus manos se han deshecho del invierno
deberías hacerlo, 
que ya no hay peligro de que se me constipen los deseos.

Me gustaría que vieses 
a través de mis piernas y mis manías, la felicidad; 
que pudieses preguntarle con la desnudez 
de aquel que ama sin saber porqué, 
que quiere ser de mayor, 
a ver si te contesta algo que te recuerde a mi
y me persigues por mis párrafos 
borrando todos los puntos y finales.

Que cada punto
no sea más que el complemento perfecto 
de las íes que pronuncias al hablar de la vida.
Y cada final las ganas de volvernos a conocer 
en todos los bares que huelen a comienzo 
y no dejan entrar a las despedidas.

Si la primavera pudiese hacerte volver
te juro que creería en ella, 
y la veneraría en todos mis escritos.

Y se que hacerte volver 
no es más que la consecuencia de haberte ido, 
pero contra el invierno que esconden 
tus miedos y kilómetros
no tengo mucho que hacer, 
y eso que lo he intentado todo.

Hay veces en las que no eres más 
que uno de esos cuadros del Museo del Padro 
al que ni siquiera puedes fotografiar.

¿Y si fueras verano?

Podrías ser uno de los aviones 
que aterrizan en islas paradisiacas 
en las que coger color 
para que no se noten tanto las heridas.

Vamos a cambiar de aires, 
que el olor a mar te abra los pulmones en canal 
y la sal te sane todas las huídas 
que se te han cogido a las venas 
y te han contaminado la sangre que bombea el corazón, 
y va lento.

Tan despacio como todos los recuerdos 
que enemigos de la prosperidad, 
caminan a cámara lenta.

Que el mar haga de cada ola
una forma de borrar las huellas 
que no han llevado a ninguna parte.

Quiero comerte la boca con las ansias 
que se tienen a los dieciocho años de devorar el mundo; 
de perderse en las horas de un reloj 
que las marca a la misma velocidad 
con la que dejamos los kilómetros atrás 
en cada prenda de ropa que nos quitamos.

Te he dedicado todos mis bikinis, 
los he anudado con la esperanza de que se caigan 
cuando se apoderen de ti los miedos, 
y mi desnudez te haga descarrilar el tren 
de todo lo que no hemos sido, 
a pesar de tener la oportunidad.

Pon tus ojos en mi ayer
y escoge la ropa interior que te haga olvidar el pasado, 
que podamos hacer de esta noche
un edificio con un balcón orientado al futuro;
que el sol se esconda y se ponga siempre en tu sonrisa
y tus lunares sean las coordenadas mal colocadas 
de todos nuestros fracasos.

Los orgasmos de tu mano 
son una forma de morir de vida y de amor
y ver la muerte tan de lejos 
que por primera vez unos labios 
no te saben a prisas ni a excusas; 
que las pausas nos sirven solo para empezar de nuevo
y recordarme lo que es estar sin ti, 
quitarme las ganas de salir de copas con la soledad
que es conocida en todas las barras de todos los bares 
de la calle del olvido.

Se me están derritiendo las caricias
y necesito de la sombra de tus brazos 
para apreciar el infinito.

¿Y si fueses otoño?

Las cientos de hojas que caen del árbol 
que ha sido hasta entonces casa y cobijo; 
y que llevan tres estaciones sin experimentar 
la sensación de precipitarse 
hasta que las manos que las sujetaban
han dejado de hacerlo.

Supongo que en resumidas cuentas, 
en eso consiste la confianza, en no prever la caída; 
si lo hiciéramos y el golpe no nos rompiera alguna esperanza
sería señal de que estábamos alerta 
¿y quién narices confía con los ojos bien abiertos?

El paso de los días junto a alguien
adormece las precauciones 
y nos lleva irremediablemente 
a guardar todos los carteles de peligro y de cerrado.

Ahora somos un jodido parque del centro de Madrid
donde los niños juegan, corren y ríen;
donde los adolescentes se colocan y se enamoran;
donde los adultos miran las piernas de todas las madres 
que pasean sus carritos por allí.

Nadie está alerta, 
los niños no piensan que el juego 
puede acabar en una rodilla raspada; 
los adolescentes han olvidado las charlas 
sobre drogas o amor de sus institutos, 
y los adultos han dejado de apreciar 
que desde la ventana del cuarto
se divisa todo el parque, 
y sus mujeres asoman por allí sus sospechas, 
que se inquietan y se avivan con el olor de la infidelidad.

Tus ojos son del color de las hojas que caen
marrones y tristes; 
los míos, solo son tristes
porque cuando los ojos dan cobijo a las decepciones 
pierden su color.

Me gustaría oír como tus pisadas 
aplastan la hierba seca, y cruje; 
sentir que te vas acercando por muy lejos que estuvieses
y que traes entre los dientes una pérdida.
La de ti mismo.
Que te has perdido como se pierde la vida un suicida
o la belleza ajena un egocéntrico.

Es el egoísmo lo que más me molesta de ti,
que no pensaras que perdiéndote, me perderías
o que lo pensaras y no te importase, 
a cuál peor.


El caso es que han pasado cuatro estaciones
y algunos años, 
y aunque se me está haciendo tarde 
para pensarte y para buscarte, 
se me ha vuelto sin embargo el corazón
terriblemente pronto para olvidarte.