domingo, 22 de marzo de 2015

Un tren que nunca para.

He olvidado a que sabe tu desastre, 
y el ritmo de tus pies chocando suave 
cuando asoman por debajo de la colcha de mi cama.

Nadie me dijo que te irías 
cuando el frío aun asomaba sus encantos 
a nuestras dudas, 
con demasiados sueños congelados.

La guerra sigue dentro de nosotros, 
bombardeando lo poco que queda de ti 
aun sin haberte movido de mi costado, 
cosido a unos lunares que se van desdibujando 
de la escena del crimen.

El problema es que contigo
eso de ''la próxima vez me lo tomaré con más calma'', 
nunca es cierto, 
y yo siempre quiero creérmelo.

Pero se apoderan de mis las agujas del reloj de tu muñeca 
y protagonizar otro declive 
empieza a sonar apetecible.

No hay contigo más historia que esta, 
no hay finales alternativos.

No hay ganadores, ni vencidos.

Solo algún protagonista secundario 
al que vender nuestros latidos 
cuando paras la música de tu pecho, 
y ya no hay pista de baile en tus caderas, 
ni borrachera de tropiezos en tu bragueta.

El olvido es bueno si se te acaba la copa 
antes que el hielo. 
Si todo lo que cuentas al camarero 
te cabe en un par de besos de la boca de siempre.

Del amor al odio solo hay una canción de Sinatra, 
que suena suave en una habitación 
que ya no entiende de domingos, 
encima de una cama que parece un precipicio.

Y no sabes el miedo que le he cogido a las alturas 
desde que no subo a la cumbre de tus errores 
y me proclamas reina de tu mundo.

Aunque todo nos dure un segundo.

Que seas velero en un mar que no entiende de horizontes, 
y le quites la sed a mis heridas 
con la agilidad de un náufrago que ha olvidado 
que a veces en el amor se pisa tierra firme.

Ojalá tuvieses miedo a perderme 
y me dieses algo de ventaja, 
porque la verdad es que va a llegar Diciembre 
y pasará otro año más en el que he dejado de ser hogar 
para convertirme en una parada alternativa 
las noches en las que no te soportas.

Te molesta tu voz.
Tu pelo.
Tus decisiones.

Y vienes a que te mida en gemidos 
cada uno de los motivos que aun tengo para quererte.


Porque si fueses un tren que nunca para, 
me tiraría toda la vida sentada en la estación 
solo para escucharte pasar.  

miércoles, 18 de marzo de 2015

Tu boca mentirosa.

Supongo que nunca he sabido cuando marcharme, 
que cada paso que me alejaba de ti 
y de tus infinitas guerras, 
me acercaba a una paz que nunca he deseado.

Ni buscado.

Te habría hecho el amor a ti 
en tu campo de batalla, 
antes que en la cama de cualquier otra bragueta.

A sabiendas de que siempre hay una bala 
que te alcanza por mucho que parezca 
que no queda ni una en la recámara. 

No se si has dejado de verme guapa, 
si les cuentas a tus amigos que he perdido esa gracia del principio.

Que mis piernas ya no parecen tan largas. 

Que me escribes por compromiso. 
Que ya nunca me pides permiso 
para llegar tarde a casa. 
Que el alcohol no te hace añorar mis bragas.
Que ya no coges a mis caderas de improviso, 
ni me dejas tus camisas para pasar la mañana.

Ojalá me hubiesen dicho que a veces, 
por mucho que calientes el hielo, 
el invierno siempre vuelve, cuando menos te lo esperas.

Cuando menos ropa llevas.

Que a veces, ningún capítulo es diferente al anterior, 
y que otras tantas, 
entre quedarse e irse solo hay un paso tan pequeño 
que no hace falta ni moverse del sitio.

Que entre las palabras que se dicen caben heridas, 
pero entre las que se callan, precipicios.

Deberían de haberme contando 
que cuando te conviertes en la derrota de alguien repetidamente, 
es solo para poder sentirte todas las semanas 
cerca de una victoria que nunca llega.

Pasando de puntillas por su costado 
para no despertarle los miedos.

No te preocupes, 
que volveré a ponerme el vestido de tus pecados, 
y a llegar al local de los sábados, 
y dejaré que le pongas otro nombre diferente a esta noche, 
para no sentir que estás revolcándote 
con el mismo final de siempre.

Porque nacemos y morimos en un puñado de besos 
que nos saben a todo lo vivido, 
con las prisas de quien sabe que hay cosas 
que se desordenan solo con un poco de saliva.

Y perfume en las muñecas.

Y es que en este desastre, 
siempre suena algo de música, 
y a mi me sobran las ganas de bailar de puntillas, 
aunque en el suelo no haya más que un puñado de cristales 
que me recuerdan que se me han olvidado los centímetros 
que tenía que elevar los pies para llegar a tu boca 
y volver a encontrarle sentido a algo que nunca lo ha tenido.


Se me olvidarán pronto los motivos y las razones, 
pero me bastará verte con tus vaqueros desgastados 
y la sonrisa de poeta de mala muerte, 
caminando despacio hacia mi, 
para recordar lo bien que le sientan las promesas 
a tu boca mentirosa. 

martes, 17 de marzo de 2015

Funeral.

A veces siento que eres uno de esos juegos de monedas
en los que toda excusa es buena para beber,
solo que en esta partida,
una parte de mi siempre muere
y como a todos los difuntos
se le dedica una esquela :
‘’No necesitas a nadie que no sea él’’.

Ni siquiera a mi misma.

Y organizar un funeral
donde todo el mundo llore
porque se les ha metido la velocidad del tiempo en los ojos,
y molestan las agujas cuando giran a la inversa,
como las motas de polvo que te recuerdan
lo sucia que tienes la esperanza
desde que nadie te pasa la escoba.

Cuento hasta tres y aguanto la respiración,
en silencio,
acompasando el miedo a que no vengas a revivir
lo poco que cada de mi.

Me escucho latir el corazón,
con la tranquilidad de quien ya no llega tarde
a ninguna parte,
y me hago una confesión:
sonaba mejor cuando estabas aquí.

¿Cuántas verdades me has gritado en silencio?
¿Cuántas mentiras has callado a voces?
Dime, ¿de quién es la culpa?
¿Del qué no habla con la suficiente claridad
o del que no quiere entender nada?

No es que me guste fingir que estoy bien,
es que he aprendido a llorar hacia dentro,
regando las ganas de ti,
los ‘’te echo de menos’’,
los abrazos y los anhelos,
y se me han cogido al pecho
como un mal resfriado.

Y ahora hasta mi tos me habla de ti.

Se me han cogido a la estructura
como las raíces de un sauce llorón,
y he empezado a agrietarme con tanta facilidad,
que siento miedo de todo lo que eres capaz.

Incluso cuando no estás.

Constrúyeme lento,
que te prometo que no me importa el tiempo,
solo quiero vivir en tus intentos de estar a mi lado,
de que salga bien una historia repetida
que no entiende de despedidas.

No me apetece vivir en el intento
de superar algo que quiero que me consuma lento.

No voy a hacer paradas en un nuevo puerto,
ni a buscar calor en otros incendios;
solo voy a pararme en el bar de tu bragueta
mientras te susurro que me he perdido
desde que no me encuentras,
desde que no me buscas ya entre tus metas.

Me siento como un boxeador sin fuerzas,
a punto de perder una batalla frente a tu desnudez,
que ya no se quita la ropa para mis ojos,
que ya no le habla con odio a nuestros kilómetros.

Recupero la conciencia,
y frente a mis pupilas,
cientos que lloran por todo lo que hemos abandonado,
 porque tienen que irse con tu partida,
y no quieren.

¿No hay suficiente amor para salvar una muerte?

Voy a quedarme aquí hasta que me beses,
a ver si consigo despertar de un mal sueño
que se me ha colado entre versos
y me pesa como las historias a medias.

Y cuando lo hagas,
voy a hacer de todo esto una fiesta,
con una falda que se vuele solo con tu aliento.

lunes, 16 de marzo de 2015

Somos la generación del silencio.

Somos la generación del silencio.

Callamos ante los disparos 
de aquellos que tienen el poder, 
como si viviéramos todos los días 
dentro de una mentira que se viste de traje y corbata.

Callamos y la música del local suena más fuerte; 
las veinteañeras  ya solo se divierten 
con rayitas colocadas en el lavabo del baño 
mientras las quinceañeras seducen a sus novios 
con faldas mucho más cortas 
que la bronca de sus padres 
al llegar a casa pasada la hora de toque.

No decimos nada cuando los desahucios 
roban sueños de una vida compartida en familia 
que ha decorado los muros fríos 
con fotografías de sus hijos.

Y seguimos sin mediar palabra 
cuando nos damos de bruces 
con esos discursos tan bien estructurados 
de aquellos que se sientan en un escaño 
a hablarnos de una vida 
a la que ellos mismos están matando.

Nos hemos convertido en carne de cañón 
para una sociedad de modas y prejuicios, 
de tallas pequeñas, de complejos grandes.
De cabezas huecas.

Los niños se van a la cama
con el silencio de sus padres 
y el ruido del televisor, 
las palabras crisis y corrupción 
son las que mejor saben escribir, 
y deletrean de memoria:
A C O S O   E S C O L AR.

La honestidad ya no es bombeada por ningún corazón, 
ya no hay revoluciones en las letras de un poeta rebelde, 
ni parlamentos populares en los sueños de un inadaptado; 
no hay golpes de estado ni ideas que rompan con el protocolo; 
no hay cabezas que se reserven el derecho de admisión 
frente a teorías que no cuadran con el día a día.

Nos controlan con pánico, 
con palabras como ‘’hipoteca’’, ‘’factura’’ o ‘’despido’’, 
mientras nos hacen esconder la mano 
cuando son ellos quienes tiran la piedra.

Ya no hay nadie que grite aquello de: 
que se pare el mundo que yo me bajo; 
ni abrazos que nos hagan cuestionarnos una vida entera.

¿Dónde están los brazos entre los que cabía una promesa? 
¿Y los pies que se enfrentan a una travesía que no es la predestinada?

Es como follar por dinero, 
o pagar para follar: 
extraer la esencia misma de la vida, 
arrancarle de cuajo su propia naturaleza; 
mutilar nuestra existencia 
y ponernos pautas como a ovejitas de corral.

Ya nadie agradece que le digas la verdad, 
porque últimamente la verdad siempre duele.

Los jueces han olvidado que violar 
no es una forma de hacer el amor, 
y que maltratar por descuido no tiene cavidad, ni sentido.

Ya no nos vamos a la cama 
memorizando poemas de Bécquer 
o analizando si los sueños, 
como dice Freud, están sobrevalorados, 
porque la verdad es que cada vez soñamos menos, 
y en consecuencia, cada vez vivimos menos o peor, 
que viene a ser lo mismo.

En las cárceles se cobra el paro 
y se les preparan actividades 
para que no piensen en los hijos de puta que han sido 
cuando las rejas parecían mucho más lejanas e improbables.
Toman menús preparados con esmero 
mientras algún vagabundo se muere de hambre 
en una esquina a la que cariñosamente llama ‘’hogar’’.

Y a pesar de todo esto, 
hay quien sigue sin ver el problema, 
igual es que en el Parlamento todos son ciegos y sordos 
o que quizás estamos siendo gobernados 
por una panda de señores 
a los que la realidad les genera urticaria.

Se nos ha apagado la mecha, 
y el único fuego que prende 
es aquel que enciende la hierba 
de una panda de mocosos 
que han leído no se donde 
que la marihuana te ayuda a la concentración 
y a la adaptación social.
‘’Que fumo pa’ hacerme el chulo’’ 
Nuestro lema actual.

El ébola se expande por fallos 
de aquellos que intentan ayudar a otros, 
y ahora me pregunto 
¿cómo cojones puede fallar alguien 
que está poniendo su vida en juego 
para salvar la de otro?

Y llamamos a esto: Estado del bienestar, 
pues mire, perdón si me descojono 
y me burlo de expresiones meramente formales, 
a las que ustedes han despojado de toda realidad.

Pedimos perdón 
cuando el ojo del Gran Hermano invisible 
se posa sobre nosotros, 
pero antes de que eso suceda 
intentamos ‘’escurrir el bulto’’ 
con la misma facilidad que un cristiano 
se despoja de sus pecados 
contándoselos a un desconocido 
que le impone un par de oraciones que nunca pasan de moda.

Vamos a estrellarnos con un montón de señales 
que indican que aquí se acabó el camino, 
que no hay más parada ni destino; 
que solo vamos a poder dar marcha atrás 
y arreglar lo derruido.

Que ya no cabe correr ningún velo, 
y que detrás de la cortina 
sigue la actuación de una vida 
que no se detiene 
pero a la que cada vez le cuesta más caminar, 
y si seguimos echándole peso, 
va a tener que parar a descansar eternamente 
para recordar que un día fuimos humanos, 
y no animales con piel de corderito 
y alma de lobo feroz.

Vivimos en la eterna pausa 
de aquel que sabe que está solo porque respira.

Somos la generación del silencio.

Que por callar frente a tanto ruido, 
hemos olvidado como suena un buen aplauso 
cuando alguien ha jugado limpio 
y ha llegado a la meta sin atajar ni engañar, 
sin meter la mano en el bolsillo ajeno.

Sin traicionar la confianza 
de aquel que posó sus ilusiones 
en un sueño contado por otro.


sábado, 14 de marzo de 2015

A salvo.


Cuando llegue el fin 
de las palabras escritas en folios de papel blanco, 
con un lápiz afilado para agujerearte el corazón 
y que se desangre en versos, 
cuando llegue el día en el que el sonido de unos pasos 
no nos recuerde a unos pies concretos 
caminando por el pasillo de casa, 
cuando todo el amor no sea más que superfluo y convencional, 
estarán solo a salvo aquellos que abren el armario y
 su camisa favorita sigue siendo esa sin botones 
que huele a perfume pasado de moda.

Estarán a salvo quienes siguen deseando 
que la esquina de su calle 
no sea más que un muro donde él pueda apoyarse
 para esperar a sus encantos 
que andan pintándose los labios en el espejo del baño.

Quedarán en pie aquellos que se visten 
para que otras manos los desnuden 
con la paciencia de quien trata de aprenderse de memoria 
cuantas pecas caben en una nariz.

Solo estarán a salvo quienes ven belleza 
en un montón de ropa tirada por el suelo, 
mientras dos pies se vuelven a conocer 
debajo de las sábanas.

Lo estarán  aquellos que solo sepan fumar de otras manos, 
de otras ganas, de tabaco en boca ajena; 
aquellos que tengan tantos vicios como motivos. 
Y tantas razones como metas.

A los que respirar les recuerde 
que el paso de los años no es tan mala señal.

Van a sobrevivir aquellos que empiezan 
una nueva vida todos los días; 
los que despiertan con ganas de comerse su mundo particular 
que está haciendo café en la cocina.

Cuando vengan los tiempos sin poesía, 
sin manos frías debajo de su sudadera, 
cuando vengan las noches en vela 
en las que no queden recuerdos a los que llorar, 
solo van a sobrevivir quienes escribieron en su diario 
algo sobre una sonrisa, 
sobre una carta que escoden bajo la mesita, 
sobre esa canción que encajaba tan bien en sus caderas.

Quedarán aquellos que guardan unos vaqueros 
porque a él le gustaba como le sentaban a su culo, 
aunque hace años que no quepan en ellos; 
seguirán a los que no les ha importado vivir de rodillas 
por estar más cerca de unos tobillos 
a los que había que convencer de que se quedaran.

Van a salvarse quienes han desestructurado su vida 
para darle sentido a la de otro; 
aquellos que han cruzado deprisa y con los ojos cerrados 
cuando el semáforo estaba en rojo; 
quedarán los que no saben de pretextos, 
que no tienen más Biblia ni plegarías 
que un puñado de promesas.

Cuando no queden genios ni escépticos 
y nadie recuerde quien escribió aquello de ‘’poesía eres tú’’, 
cuando quinientas noches empiecen a parecernos muchas 
y creamos que Sabina exageraba, 
solo van a quedar en pie los que crean 
que unos gemidos en el oído adecuado,  
siguen pareciendo música.
Y encuentran rimas entre los huecos de otras costillas.

Cuando ya nadie se lie la vida 
con el arte de un yonki de carretera, 
cuando nadie haga cola durante horas 
para dejarse la voz en un concierto, 
cuando ya no se guarden entradas de cine o billetes de autobús; 
cuando todo el mundo se empeñe en olvidar el pasado 
y no sientan el cosquilleo en la tripa 
al levantarse la falda de la niña más guapa 
de toda la capital, 
cuando todo eso pase, 
solo van a sobrevivir aquellos que de un escote, 
se quedan con los lunares y no con la caída.

Los que saben cuantos huesos 
se te marcan en las rodillas 
al cruzar las piernas con ese aire de femme fatale 
que se te escapa 
cuando quieres ser el centro de su mirada.

Y es que cuando todos caminen 
sin pararse a leer ni uno solo de los carteles 
de esos señores que duermen en la calle, 
nos habremos dejado el corazón tan escondido 
que habrá acabado en alguna oficina de objetos perdidos.

Cuando creamos que las locuras por amor 
no son más que una leyenda, 
solo van a salvarse quienes fotografiaron a alguien 
recién levantado 
y guardaron las fotos en un álbum 
al que llamaron ‘’hogar’’.

Y es que, cuando todos olviden 
que pueden ser héroes, 
yo VOY-A-TENERTE, 
y entonces, como aquel al que le sale el primer sonido 
de una guitarra con la que lleva meses batallando,  
VOY-A-SENTIRME-EN-CASA.


Y en casa una, siempre está a salvo.