domingo, 9 de julio de 2017

Tres heridas que se abren.

Recuerdo aquel día. 

La lluvia, dentro. 
De nosotros, de lo nuestro; 
y el sol fuera, 
meciendo cuerpos vivos 
y deseos primitivos.

Necesitabas espacio y vacío. Te lo tragaste. Buscando el abismo entrañable caíste dentro de ti mismo pero sin ser tú. Y yo tan cerca siempre de todo lo que no existe.

Cuando llegué a casa todo estaba roto. Los espejos, los jarrones, los platos donde hundías tus manos huesudas. Y nadie cantaba. ‘’Algo le pasa al pajarito cuando no canta’’, tu voz melosa en mi oído y tus pies tan lejos de mi cocina.

Todo estaba roto y mi hogar y yo, y el pájaro de la vecina que ya no canta, somos tus sacrificados; una guerra llena de caídos. Maldito vendaval que lo arrasaba todo a su paso, mientras nosotros creíamos crecer.

En este edificio todos te odiamos. Las tejas, los cimientos, las alfombras. Estamos en contra de ti, y de tus promesas de adúltero y de tus caricias decrépitas que me han dejado la piel sin brillo, sin poros, sin pelos de punta: como un terreno liso sobre el que no crece la vida. Ni el arte.

Ahora yo misma soy un lugar seguro. 
Seguro que no pasa. 
Seguro que no vuelve. 
Seguro que el amor no existe.
Estoy segura de que seguramente no salga nunca más a comprar el pan, porque la comida caliente me recuerda a no tenerte, y a tu boca, y el pajarito así no va a volver a cantar.

No sale de la jaula y tiene la puerta de par en par, mientras el mundo duerme sobre un planeta frío sostenido por manos desconocidas de las que no me fío.

Niña, grita la mujer del bazar, hay que poner el corazón para poder hablar. 
Y me palpo el pecho, desesperada. 
Y tengo tan cerca de la boca el latido, que casi lo muerdo y lo escupo.

Que será del mar sin nosotros dos. 
Que será de la luz de la ventana 
de la última habitación del pasillo, 
que me atravesaba las costillas 
y me dibujaba formas inexactas 
y entendíamos la vida.

Que será de mi ahora, 
que mi cuerpo en la sombra se esconde, 
que mis manos torpes no desvisten, 
que mis pies desconocen el camino 
y mis dedos no tejen refugios.

La madera cruje, las persianas chirrían, las luces titilan. Toda la casa grita y yo solo se estar en silencio. ¿Oiré el teléfono si suena? ¿Sabré si he muerto de miedo o me sentiré absurdamente viva?

Debajo de la ventana del dormitorio hay un animal herido que jadea, me duermo rodeada de miseria. Ayer le dejé entrar en casa porque no somos tan distintos. Parece como si te conociera, has dejado de darnos de comer.

Cuanto amor falta en la soledad, en la de verdad; en la que no compartes siquiera contigo mismo. Nadie canta cuando las cosas van mal. ¿Qué le pasa al pajarito? Ya no sale a pasear.

Hoy me he contado las heridas, hay tres cerradas. Y aun así no te olvido. Estás al otro lado de la cura y eres a la vez, la peor enfermedad. Sea como fuere, gracias por los destrozos y este traqueteo que me ha volado por los aires todos los cerrojos. Los huesos. Los ojos.

Y sin embargo, aún te me antojas dulce, dentro de una confesión salada llena de ganas de volar que quedan en nada. Que se deshacen y se expanden hasta cubrirlo todo de aguas torrenciales que dilatan la madera y atrancan las puertas de todas las salidas.

Y yo, que ya he dejado de intentarlo, me he sentado con las piernas cruzadas en frente de la jaula, y le he pedido al pajarito que por favor, esta noche cante.

Me ha hecho caso, y las tres heridas cerradas a cal y canto, se han abierto de un plumazo, porque mi amor, nadie canta cuando las cosas van mal, así que he imaginado que debían de ir bien.

Y que entonces, 
seguramente, 
habías decidido volver.