viernes, 29 de agosto de 2014

Rómpete un poquito más.

Si un suicida se parase a ver la vida 
que se te escapa de las pupilas, 
hallaría el motivo para quedarse
y la muerte le resultaría aburrida.

Como si te inyectasen 
una buena dosis de adrenalina 
y de repente, 
fueses uno de esos atletas 
que corren desgastando el asfalto 
que les llevará a la meta.

Como un escritor que se desangra en versos
y le gotean letras de las venas 
que llegan al corazón en un río de palabras, 
para desembocar en unos ojos ajenos 
que alcancen a ver la belleza 
que se le escapa a las manos que lo crean.

Si se parase un instante 
aquel tocadiscos cansado y te mirase, 
vería de nuevo la magia de las viejas canciones, 
los instantes entre música 
y notas descolgadas en besos 
que han quedado anclados en el pasado, 
enterrados en tumbas sentimentales 
que esperan la señal para llover en forma de recuerdo.

Sonarían de nuevo notas muertas, 
que volverían a poner en movimiento algunas caderas 
que te atrapan y te hacen hueso; 
volarían de nuevo los vestidos 
de la esquina de tu calle, 
y se vestirían de lunares y peineta 
todas las señoras que quieren casar a su descendencia.

Si aquel reloj de tu cocina 
(o de todas las cocinas del mundo) 
se fijase en lo bien que queda tu culo desnudo, 
atrasaría todos los días media hora el minutero 
solo para evitar el momento en el que sales de casa 
y te olvidas de que llevas el tiempo cosido en las pestañas, 
y que allí por tus lunares 
hay un reloj que siempre marca la eternidad.

Si dejas de pasear 
tus siete pecados capitales por mi armario, 
mandarás a mi lavadora de un plumazo a la lista del paro, 
sin ningún corazón o sudadera que se haya manchado 
de las ganas de revolcarme contigo entre vicios 
que envidian la droga de tus orgasmos.

Cuando las ruinas de tus pérdidas y errores 
se visten de gala, 
nadie pone en entredicho lo bonito de un fracaso, 
y el cadáver de tus días pasados 
se siente más vivo que muerto 
cuando le dejas pasear por tu memoria de puntillas, 
sin armar mucho alboroto; 
te baila en la azotea de tus recuerdos 
y se contonea con ese aire trágico 
que posee siempre el pasado.

Si los sueños abrieran los ojos, 
verían la realidad de tu cuerpo, 
ese sinfín de infinitos que se te dibujan en el torso 
y juegan a sentirse libres 
en una sociedad de autonomía condicional.

Que saltan por los puntos y finales, 
como si solo fuesen puentes que cruzar 
para dar paso a otro comienzo, 
a otro ventanal que se abre con vistas a Central Park, 
en invierno, 
cuando todo está cubierto de nieve 
y sin embargo, 
nos quema el sol de las casualidades.

Si la borracha del bar de siempre te viese, 
pediría otra ronda de whisky 
y le juraría al camarero que esta vez bebe 
con un motivo hecho hielo, vaquero o paquete.

Que le sirva uno más cargado 
a ver si así vuelve a verte.
Y se arma de valor para pararte y decirte: 
¡eh tú! ¿no bebes?

No bebes porque es de tu boca 
de donde se calma la sed. 
De tus manos de las que sale el hielo 
cuando te cansas de las curvas de mi cuerpo. 
De tus años emana el buen vino. 
Y de tus mentiras, 
lo fácil que resulta ser infiel con uno mismo 
cuando aseguras guardar tequila en tu saliva.

Los días cualquiera para enamorarse, 
podrían ser este ¿no? 
Quédate y prueba, 
que tengo una colcha llena de errores 
y toda una noche para contarte 
que ninguno traía secretos en los ojos 
ni maravillosas grietas en donde vislumbrar otro paisaje.

Me fumaría la hierba de tus ojos 
con la misma facilidad que me lías la vida 
y me chutas de promesas 
que me adormecen los miedos que antaño, 
se venían conmigo a cenar a la mesa.

Si aquel cigarro supiese de la existencia de tu boca, 
de lo lento que consumes a quien te importa, 
saltaría de aquellos labios 
que no saben apreciar la elegancia de una muerte lenta 
que se hace hueco en tus pulmones sin pedirte permiso, 
y caminaría calle abajo 
hasta que lo cogieras entre tus dientes 
y le prometieras, como a todos esos vestidos, 
que nada has probado con más ganas 
que aquel montón de mierda que se te antoja paraíso.

Si supiesen los mares enfurecidos 
y los cielos despejados 
que en tu cama hay un hueco 
desde que no duermes conmigo, 
irían aprisa al encuentro con tu sonrisa 
y te jurarían amor eterno manoseado 
para que dejaras de sentirte solo cuando aun ahora, 
y solo a veces, 
te da por recordar que mi pelo se hacía oro 
y mi espalda, tobogán.

A todos les entiendo, 
pero en esto de perder las bragas por tus promesas, 
soy una aventajada.

Estoy calculando cuando volver a lanzarte 
la siguiente protesta, 
que respondas con represalias 
y me mandes a la mierda 
y cuando parezca que estoy cansada de agrietarme, 
suene tu voz en mi cabeza:

‘’Rómpete un poquito más’’.

Y a mi desastre le pasa 
como a cualquier kamikace, 
que no puede dejar de alimentarse de catástrofes.





Como se encierra la magia.

Voy a hablarte de él casi en silencio, 
que la poesía no escuche nada de su nombre, 
para evitar los celos que siente 
cuando ni uno solo de sus mejores versos 
alcanza la misma altura de su vuelo. 

Y todo sin levantar los pies del suelo.

Viste las formas de un macarra, 
de los que buscan faldas; 
de aquellos que beben sin el control de su hígado 
y viajan a camas improvisadas 
cuando se encienden las luces de los locales 
y el amanecer nos obliga a continuar la fiesta en otra parte.

En otras piernas.

Lleva marcada su vida en la piel, 
y créeme, si le vieras, 
ninguna historia es mejor que la de su pecho o su espalda, 
que la del número de su brazo 
o el nombre que esconde al comienzo de su pantalón.

En las manos guarda malas formas, 
poca educación y escasos modales, 
y en su bragueta, 
las ganas incontrolables de ser animales.

Pero no siempre mantiene la máscara, 
a veces te mira con los ojos llenos de esperanzas, 
como si fuese tu desnudez 
el motivo de todas sus guerras, 
y por un segundo te sientes trinchera 
y le invitas a dormir 
con la ingenuidad de quien nunca ha probado 
una droga de diseño 
y no conoce los efectos secundarios de una adicción.

Y joder, 
una vez que se queda contigo 
después del polvo y el orgasmo, 
cuando todo lo gritado entre gemidos 
ya no es más que eco, 
puedes ver en el balcón de su sonrisa 
el firmamento, 
con todas las estrellas 
encendiéndose en sus dientes, 
para dejar la marca perfecta de su visita en tu piel.

Como quien no necesita permiso de tu vida 
para quedarse en ella, 
como si viajara por tus días 
con la seguridad de un nacional en su tierra querida.

Tendrías que verle mirarte 
y fingir que no lo haces, 
solo para que no aparte sus ojos 
de los vértices de tu cuerpo 
y pudieses sentirte, por un instante, 
la mejor de sus conquistas, 
la reina de los mares que guarda en su saliva.

Dime si alguna vez te has sentido propiedad de alguien, 
si el corazón, los pulmones y el temblor de tus rodillas 
han decidido abandonarte para irse a orillas de otra cama 
y declararse prófugas 
de todo lo que no tiene que ver con sus lunares.

Deberías sentir por un instante 
como el mundo se va de viaje detrás de sus pasos
y como el sol le cabe en los zapatos; 
como conquista a la luna con pocas palabras 
y la convence para que se vaya a vivir a su ventana.

Y luego te convence a ti 
de que no hay luna más bonita 
que la que se ve desde su habitación.

Y le crees, 
porque cuando sus ojos se adentran en tus dudas 
y las enamoran, 
has perdido la partida 
por muchos ases en la manga que guardaras.

Tengo a todas las faldas 
esperando el tacto de sus dedos 
para tener un motivo por el que elevarse.

Ahora solo están guardadas, 
aburridas y planchadas, 
con la poca gracia de cualquier prenda 
que aun no sabe del poder de tu existencia.

A veces, 
cuando me confiesa que no hay nadie más que yo, 
siento como se me recolocan las esperanzas, 
las ganas de una vida compartida; 
las ansias de bajar las persianas 
con la misma prisa que la bragueta.


En serio que deberías de conocerle, 
y entenderías como se encierra la magia. 

jueves, 28 de agosto de 2014

¿Te corres de ausencia o de placer?

Tengo tantas formas de recordarte, 
que a veces se me antoja que no eres una, 
sino varias personas.

Que me dueles con la variedad de lo perdido.

No alcanzo ya a descifrar la forma de tu sombra, 
si eras valiente o si corrías cuando me acercaba, 
si brillaban tus ojos al leerme 
o se cansaban tus pupilas de la música de mi lápiz.

He sido cobarde, 
y he buscado todas las formas 
de que no me dijeras la verdad, 
tratando de fingir que podría despistarla eternamente, 
que allí donde ella fuese, no nos encontraría.

Después, lo he seguido siendo 
cuando una vez que nos había alcanzado, 
traté de disfrazar tus defectos, 
hacer de tus actos dioses de carne y hueso.

Mientras el barro salía por las costuras 
de nuestra historia
y lo ensuciaba todo, 
con la lentitud de aquello que va a doler 
durante mucho tiempo
y la seguridad de que no había nadie, 
ni tú ni yo, 
para limpiar aquel desastre.

Vivíamos a la espera de que todo explotase, 
como un orgasmo, 
primero con fuerza y más tarde, hecho eco.

Un eco encerrado entre cuatro paredes 
que le daban cobijo.

Y de pronto, 
toda tu religión está construida de recuerdos 
y tenemos que escoger alguno 
que nos permita escapar un tiempo de nosotros mismos, 
y de esa espera interminable 
mirando las agujas de un reloj que nunca gira.

Me acuerdo de ti, 
aun huyendo a otro momento de otro día cualquiera, 
me acuerdo de ti.

Del café entre tus manos. 
De tus manos en mi taza del café. 

Del olor a mermelada en tu boca. 
De la mermelada que siempre huele a ti. 

De tus labios goteando el jugo de las primeras naranjas. 
De las cientos de naranjas mordisqueadas 
que tienen la forma de tus labios.

Y caigo en la cuenta de que nosotros mismos 
pusimos los barrotes a esta cárcel 
a la que cariñosamente llamamos ‘’hogar’’.

Vivo sin ti todos los instantes del día
y sin embargo, 
comparto contigo cada uno de los pasos 
que no te pertenecen.

Tengo sobre la espalda varias camas vacías
y alguna boca valiente 
que se atreve a preguntarme aquello de: 
‘’¿cuánto tiempo llevas sin correrte?’’

Y me pongo a pensar: 
‘’¿de ausencia o de placer?’’

Y las cuentas siempre acaban dando 
la misma respuesta: 
llevo sin correrme de placer 
exactamente el mismo tiempo 
que llevo haciéndolo de ausencia.

De tu ausencia.

Que es tan espesa que cualquier pintor 
la habría utilizado de acuarela.

Un paisaje de añoranzas 
con un ejército de errores al fondo, en el horizonte, 
que sostengan entre sus manos rifles 
cargados de preguntas sin respuesta 
que en la mayoría de los casos son peores que las balas.

Cinco sentidos desordenados y un sexto, tú, 
que me hace ver todas las noches 
a los cientos de muertos que nos lloran 
y echan paladas de tierra sobre esta esperanza idiota 
que ni siquiera ha sido invitada al entierro.

Te he vomitado con el mareo que supone siempre 
echar la vista atrás, 
hay estómagos que no afrontan las derrotas, 
que no digieren las promesas rotas; 
y después, he intentado llorarte
pero las lágrimas están negadas a los cobardes.

No me retiré a tiempo de un juego en el que eras muy bueno.
La cama. 
Mis miedos. 
Mis ‘’jamases’’. 
Mis infiernos.

Nuestro cielo.

Que podría escribir una nueva Biblia 
con todos los milagros que te cabían en el ombligo.

Adicta al desgaste de tus contradicciones, 
a la erosión de tus costillas sobre mi pecho, 
al desagüe de tu garganta 
que coleccionaba letras de un poeta de alcantarilla.

Te dedico de aquí en adelante 
mis momentos más incómodos 
y el desastre de mi habitación, 
mis drogas y mis vicios, 
mi poca educación;
te regalo las palabras mal sonantes, 
los errores innecesarios 
y la sensación de sentirse nadie 
cuando desaparecen los ojos que te bombean el corazón.

Te dedico todos los infinitos que quepan 
dentro de una historia que nunca ha entendido de calendarios.

Y te dejo que elijas de que prefieres correrte tú. 

Historias para no dormir.

Algunas ojeras hablan de sueños 
que caminan descalzos por el salón de casa 
cuando bajamos las persianas 
que suponen nuestros párpados.

Les pregunto por ti a las del ojo izquierdo, 
por si están más conectadas con el corazón
y me hablan de los pasos que hay hasta tu cama
y de lo guapo que sueles estar cuando descansas 
de todas esas veces que no ha salido como esperabas.  

Cuantos insomnios tienen que llevar tu nombre 
para que me dediques alguno de tus sueños
y me dejes desnudarme con la placidez de quien duerme,
alejado de los amaneceres en compañía.

Deja de alimentarme los monstruos 
y de buscar amigos en los rincones de mis derrotas, 
tengo sobrecarga emocional.

Hay veces que por más que paseemos por un cuerpo, 
nunca nos sentimos en casa, 
nos encontramos siendo turistas en otra tierra 
que no tiene un solo local al que poder ir de tu mano, 
una sola falda que no hayas puesto en paralelo a tus deseos 
y hayas jugado con sus pliegues, 
que guardaban de todo menos compromiso.

Tengo la absurda tarea de ignorar 
el efecto de tus manos por mis grietas, 
como si olvidar fuese la meta de todas las borracheras, 
con un horario de visitas restringido 
y mis bragas en libertad condicional.

Con toda la boca llena de balas 
y cientos de besos que mueren en el paladar.

Abro el armario todas las mañanas 
y me visto con los restos que quedan de ti, 
con las decisiones mal tomadas 
apiladas en el cajón de los calcetines, 
y un cartel enorme sobre el cabecero de la cama: 
‘’se reserva el derecho de admisión’’.

Y tus promesas, que desfilan sin prisas por mis letras, 
y se mantienen en silencio, 
con la boca cerrada de quien no tiene confesiones 
y se duerme entre hojas en blanco 
llenas de declaraciones vacías, 
de poemas que bailan sin la gracia 
de las golondrinas de Bécquer.

No hay revoluciones en el parlamento de tus piernas, 
ni opiniones políticas contrarias al efecto de tus ojos 
cuando recorren aprisa la utopía de nuestro futuro, 
que se viste de luto para asistir al funeral 
de todo lo que no hemos podido ser.

Los dioses se han marchado 
de las constelaciones de tus lunares, 
y deambulan buscando otro cielo 
por el que descansar nuestros miedos, 
que llevan zapatos de tacón 
y viven en un constante sábado noche.

No hay plegarias ni oraciones 
descansando en el horizonte de tus dientes, 
y la sala de espera de tus proyectos
busca el color de mis ojos 
para cobijarse de las ruinas de tus huidas.

Las guerras sentimentales pierden el sentido 
cuando lo has perdido todo, 
o cuando todo lo que puedes ganar, 
nunca ha sido tuyo, 
lo defiendes con la ajenidad de quien besó durante años 
una boca robada al destino, 
con las prisas de ser descubierto. 

Somos el baile cuando se apagan las luces 
y se bajan las cremalleras de los cientos de vestidos 
que te hacen de distracción, de talón de Aquiles.

Se guardan los escenarios
y la partitura pasa a estar compuesta 
de momentos a medias, de trajes sin lunares
y tobillos sin arte. 
De cuerpos de sirena 
con el oleaje a demasiados kilómetros.

Pueda que ni siquiera todo esto 
nos haga de música o de magia, 
pero es cuanto tengo para contarte.

Si no hay vida en la esperanza del suicida, 
ni verano descansando en tus manos frías, 
si no hay padre para aquel que vive en un orfanato, 
ni verdad absoluta para quien guarda mentiras 
en la punta de la lengua;
si no hay botones que se te resistan, 
ni corazones que latan por otra conquista, 
entonces dime que esto es un derrota 
pero que has disfrutado del partido
y que no has tenido mejor animadora.

Dime cuanto te ha distraído mi pelo rubio
y mi culo ascendiendo por la escalera de tu cuerpo, 
dime que durante un tiempo que ha durado toda la vida, 
no sabías a donde ibas pero me querías de destino.

Que era mi falda la que te llevaba a las nubes
por mucho que hayas conocido otros cielos.

Me he roto frente a ti, 
con la elegancia de unos sueños de cristal 
y la rabia de perder algo que nunca se ha poseído; 
te he buscado en tus naufragios 
y he dado la vuelta en ochenta días 
a todo aquello que tenía la esperanza de que fueses, 
y me he perdido.

Me he perdido mientras te buscaba
y ahora tengo dos opciones:
seguir este camino de ausencias, 
sin mapa y sin destino, 
al otro lado de ti;
o darme la vuelta y regresar 
fingiendo que todo esto 
no es más que una historia mal contada 
de esas que no te dejan dormir.

domingo, 10 de agosto de 2014

Poesía eres tú.

Me he descolgado de la poesía 
como se descuelga la lluvia de las nubes 
en las madrugadas de invierno, 
como se descuelga el rimmel 
de unas pestañas que lloran sin remedio.

Puede que antes fuesen las letras
mi único cobijo, 
pero hoy solo busco sobrevivir a ellas, 
que dejen de ser los versos balas 
en un campo de batalla abierto.

Nunca pretendí aprender a escribir, 
era mucho más egoísta, 
solo buscaba que fuesen las letras 
quienes me sanaran entre versos 
de Benedetti, Neruda o Bukowski.

Les pedía un rescate, una liberación, 
que montaran un campamento en medio de aquel desastre, 
y me hicieran de consuelo cuando tus manos se habían ido 
en busca de otro vuelo del que yo no era el destino.

Creo que no hay nada más cierto 
que el hecho de que aquello que no se dijo a tiempo, 
ya no se necesita escuchar; 
que las agujas se olvidan de las cuentas pendientes.

Que yo siempre he sido una escéptica de tus promesas, 
pero que bien sientan cuando las servías en bandeja 
y tus ojos me invitaban a un baile 
del que tendría que salir huyendo a las doce, 
cuando yo seguía siendo cenicienta, 
y eras tú el que se olvida de su papel de príncipe.

Dime cuantas muertes te caben en las pupilas, 
que yo ya he padecido una por cada noche 
de las quinientas de Sabina, 
y quiero saber cuantas me faltan 
para que empieces a resucitarme, 
y sea tu saliva la curación de las heridas 
que torpemente no atina a coser la poesía.

He cogido vagones de tren 
donde tus promesas y mis ganas de creérmelas, 
hacían de combustible, 
que el amor, tal vez, no sea más que eso, 
tener valor de emprender un viaje 
que no te lleve a ninguna parte.

Me he puesto frente a la poesía 
y le he plantado cara: 
no quiero olvidar el placer de desnudarle.

Y tú me oías y te reías:
¿qué haces enamorada de mí?

Y las mejores preguntas 
son aquellas que no tienen respuesta, 
que se necesita una vida siquiera 
para hacer un boceto que sirva de réplica.

Estoy haciéndote poemas 
que te escuchen en tus generaciones venideras: 
en las de las promesas, en las de los nuevos amores, 
en la de otras camas, otros orgasmos, otros miedos, 
y sin embargo, siempre mis letras, 
que se te cuelen en las venas 
y te hagan llorar ríos de recuerdos, 
hasta desembocar en el mar de los sueños 
que guardas por si un día tienes cojones de intentarlos.

¿Cómo estás? 
Preguntan las bocas que no saben de derrotas, 
y solo una, con el valor que se escapa a veces 
entre unos dientes que hacen de muralla, 
se para frente a todo lo que has olvidado que eres 
y te dice: ¿cómo te gustaría estar?.

Y sonríes, con el murmullo en tu cabeza 
de una esperanza que se viste de fiesta 
para bailar al son de la música de tus ilusiones, 
que se han vuelto locas entre historias de cuerdos 
que no derriten el hielo.

Y entonces aparece Bécquer, 
con esa eterna confianza de la poesía hecha corazón, 
persona, manos y pupilas; 
aparece con la tranquilidad que aportan unos versos 
estructurados en forma de hogar, de calidez, y pregunta, 
como si llevase toda la vida 
esperando darte cobijo entre sus letras, aquello de:

¿Qué es poesía? 
¿Y tú me lo preguntas? 
Poesía, eres tú.


sábado, 9 de agosto de 2014

Para aquellos que viven en huelga con el corazón.

Para aquellos que viven en huelga con el corazón
la vida no es más que un mal sueño, 
del que solo despiertan mientras duermen.

Vivir en un constante malhumor
con el espejo de los días, 
que no se corta ni un pelo en mostrarnos quienes somos 
con el suficiente reflejo para llegar hasta dentro, 
y descubrir que no hay flores en los pulmones 
que se abran en Abril.

La existencia, que a veces tira tan fuerte 
que se lleva los órganos vitales, 
quizás esa sea la mejor definición del amor, 
encontrar a alguien a quien podamos dejarle el corazón 
para que lo guarde cuando llegue la vida 
y nos arrastre a la sombra de unos días que no laten.

He dado vueltas por tu cama durante ochenta días, 
recorriendo todo mi mundo entre sábanas blancas 
que hablaban de la mejor forma de apilar recuerdos.

Siguiendo la línea del horizonte de tu sonrisa, 
que es una risa encarcelada en silencio, 
una carcajada irónica de todo lo que no cabe en un verso.

Te dejo que me busques en otros sueños, 
en otras faldas, en otros cuellos… 
Que otra clavícula se te antoje mar
y busques la humedad en otras piernas 
que no saben caminar hacia ti 
con la elegancia de lo perdido que dibujaban mis tobillos. 

Y cuando te corras de ausencia en otro cuerpo 
por el que descarrile mi recuerdo, 
me invocarás sin quererlo, 
como se hace con los viejos espíritus 
que anidan en la contraportada de nuestros miedos.

Te escribo a conciencia 
de que soy lo más real que has tenido, 
aun a pesar de que la estructura de nuestros planes 
fuese humo, 
y los cimientos de nuestras promesas, 
gelatina, 
que te he dolido eso es cierto
pero joder como te he querido.

Escríbeme algún día, 
cuéntame lo mala que he sido, 
háblame de lo rápido que me dejé la ropa interior en casa, 
de lo poco fiel que te ha sido mi cama, 
de lo mentirosa que era mi verdad.

Hazlo, y demuéstrame que estás vivo, 
y que me he equivocado contándole al camarero 
de la calle número cinco, 
que eras un hombre de hojalata 
que lo único que tenía de real eran mis ganas.

Para aquellos que viven en huelga con el corazón
los aeropuertos no esconden historias
y no hay banderas que se ondeen 
con el impulso de un ideal, de una meta o principio.

Viven en una continua charla con la razón, 
que solo sabe hablar con tecnicismos 
y que nunca pierde las bragas por unos ojos 
que se vuelven sonrisa 
cuando a las cuatro de la madrugada 
todo son callejones sin salida 
desde los que no se escucha la música de la vida, 
desde los que no se levantan faldas 
porque todas son demasiado cortas, 
desde los que no se emprenden vuelos 
porque todo el mundo camina a ras del suelo.

No me pidas que te entienda, 
porque no soy chica de entender la cobardía, 
ni las paradas en mitad del camino, 
no soy yo esa chica que entiende lo de tus huidas, 
o las recaídas con cientos de escotes 
que bajaban empicados 
a todo lo que estábamos dejando de ser.

Hay noches en las que tu corazón 
consigue quitarse la soga del cuello 
y se le escucha pelear con la razón, 
tan fuerte que te retumban los recuerdos 
y vuelve la imagen de mi vestido por el suelo.

Se escucha desde mi casa: boom boom boom.

Y entonces una llamada 
que dura el tiempo exacto en que tarda tu razón 
en volver a tomar el mando, y de nuevo, como siempre:
silencio.

Tan oscuro, tan denso 
como una noche sin estrellas, 
como un mar sin sirenas, 
como una maleta preparada sin ilusión.

He dejado de ser guapa para ser complicada, 
o eso les dices a tus amigos, 
que mis bragas ya no bajan con la facilidad 
de la caída por un tobogán.

No hay estaciones ya en mi cama, 
ni motivos ni razones por la caída libre de mis piernas; 
mi saliva es lo más parecido al mar muerto 
y mi ombligo no es el protagonista de tus plegarias.

Y oye, que lo entiendo, 
que aquellos que viven en huelga con el corazón 
no necesitan musas ni diosas de carne y hueso, 
no quieren a nadie que les haga de tierra prometida 
ni que les abra las aguas con el revoloteo de sus pestañas, 
y no soy quien para ponerlo en entredicho.

Ahora hay muchas perras jugando con tu hueso 
mientras yo trato de frasear perdida 
entre las cartas del destino, 
que no nos entendemos ni nos aguantamos, 
que jugamos la partida sin mirarnos a los ojos, 
atropellados por cientos de reproches 
que nos vienen a la lengua con la misma habilidad 
que llegan los orgasmos a la entrepierna.

Un único deseo en la última de las ochenta vueltas, 
en el final de las siete vidas, 
que si de algo estoy satisfecha, 
y perdóname que lo diga, 
es de un boom constante que me mantiene con vida 
mientras tú
y todos aquellos que están en huelga con el corazón
mueren lentamente cada día que respiran.



viernes, 8 de agosto de 2014

Léeme.

Y si hacemos al amor libro, 
con todo lo que hay antes de su creación: 
ensayos, tachones, enfados
y cientos de ojos que se atreven a leerlo.

Un corazón que ose sentirlo.
Y lo destroce.

Como hacen las guerras con la tranquilidad.
Los mezquinos con la amistad.
La cobardía con las promesas.

Vamos a hacerlo libro
y dime en que página quieres besarme
y a partir de que capítulo 
aparece la rutina como el menú del día a día.

Quiero que al principio, 
todo sea verano, 
que alguien dijo que enamorarse en esa época, 
es lo adecuado.

Después tendremos invierno de sobra para llorarnos.

Para congelarnos entre los cientos de hielos 
de las cientos de copas que no nos hemos tomado
y que nos pesan en la lista de imposibles.

Hay condiciones que son innegociables,
como el hecho de que vengas a dormir, 
que tienes tantas lunas en la bragueta
y ninguna es la que se vislumbra desde mi ventana.

Y vuelta a girar la moneda, 
que si sale cara nos besamos, 
y si sale cruz volvemos a tirar.

No me hables de Sabina, 
que le he superado en noches, 
quinientas eran muy pocas para tanto orgasmo, 
tan pocas como las siete vidas 
que tiene un gato para tanto error.

Hay quienes no mueren 
ni siquiera por ese liderazgo 
que ejerce el tiempo 
entre caricias suicidas y amores baratos.

No me hables de que te has recuperado, 
porque pienso vivir en tu cama 
aunque tu esperanza se haya mudado a otras bragas, 
aunque no sean ya mis ojos tu lugar de reunión, 
aunque haya otras faldas mucho más cortas 
que vuelan con la rapidez de una mentira
y la agilidad de aquel cojo 
al que no pillaron en ningún refrán.

Tengo que tener cuidado, 
pero hoy lo he dejado en casa, 
no combinaba con el color de mi ropa interior, 
quizás cuando me la quites vuelva a aparecer, 
pero nunca habla tan alto como para tenerlo presente, 
y se me olvida.

Se me olvida andar con cuidado 
por la cuerda de tus instintos, 
y me caigo, que yo nunca he sido equilibrista, 
y si se trata de la costura de tu bragueta, 
entonces no consigo siquiera 
colocar el norte entre coordenadas 
que juegan al despiste.

En noches de tormenta, 
la boca se te vuelve chantaje y apuesta, 
y quedo sucumbida por todo aquello 
que prometes en el mismo bar de siempre, 
donde todos saben que mientes, 
incluida yo.

Creo que hemos llegado a Diciembre, 
por más calor que haga entre tus dudas.

Y como siempre, el invierno todo lo arrasa, 
todo lo cura, 
o eso dicen aquellos que no han tenido un calendario 
que hable siempre de rupturas, de encuentros, de locuras, 
de noches huyendo de una realidad que sabe a café ácido.

Ha llegado el frío antes de hora, y dime 
¿qué harás ahora cuando las copas de más 
no puedan llevarte hasta mi calle?

Cuando mi cama no huela a tus lunares.
Cuando mi pelo no reconozca el tacto de tus dedos 
y se encrespe, como un gato con un perro, 
como la imposible combinación del agua y el aceite.

¿Va a saberte a gloria esta derrota?

Ya se los cientos de besos 
que te caben en la boca, 
aunque no sean mis labios tu área de servicio, 
ni mis dientes tus siete maravillas.

Y puede que todo el mundo que necesito 
se encontrase inclinado en la punta de tu nariz, 
haciendo noche en cada una de tus pecas 
y yendo de viaje a los hoyuelos de tu sonrisa, 
bañándose en la sanación de tu saliva.

Pero como pasa con todos los libros, 
a alguien le dará por leerme, 
encontrará versos que escaparon a tu ceguera, 
cuando tus pupilas se dedicaban a coleccionar escotes.

Puede que estuviese dispuesta 
a morder el polvo por ti, 
a morir y vivir en cada una de las noches 
en las que te inventas, 
pero recuerda que el mundo sigue aquí, 
como la voz grave de Sabina 
cantando aquello de: 
''y la vida sigue, 
como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.''


Y yo empeñada en que habla de ti. 

jueves, 7 de agosto de 2014

Olvido.

Hay recuerdos que deberían de hacer la maleta.
Y maletas que deberían de guardar todo menos recuerdos.

No se muy bien si me explico, 
no es que hable del destino, 
lo hago más bien del viaje, 
con la sinceridad que supone dejar de ser cobarde.

Vino a por mi disfrazado de acierto
y te juro que no lo entendí.
¿Acaso tú si?

Le miré con detenimiento, 
con la pausa que deja siempre una derrota, 
como si fuesen los ojos el espejo de un alma 
que se ha declarado prófuga 
de todo lo que tiene que ver contigo.

‘’No quiero verte. ‘’

Y sonrió. 
Hay quienes no necesitan invitación.

No había gracia en sus gestos, 
ni falda de lunares con la que resguardar 
todos los intentos de mostrar algo de talento. 
Estaba vacío, 
como un aeropuerto cerrado, 
como el mar en Noviembre, 
como un calendario sin hojas 
o una cama sin orgasmos.

No se llamaba como él y sin embargo, 
me dolía de la misma forma, 
como cientos de promesas 
puestas estratégicamente en el corazón, 
colándose por sus arterias 
y contaminando la sangre 
con la misma habilidad que una droga de diseño.

Vivir de recuerdos tiene un precio tan alto 
como vivir sin ellos, 
los primeros pagan con nostalgia, 
los segundos, con ausencia.

Y luego están los terceros, 
aquellos a los que un momento del pasado, 
se les vuelve ancla
y los detiene en mitad de un océano bravo, 
que arrastra con fuerza 
un sinfín de lugares, de sonrisas, de canciones y poemas, 
paralizando el barco del presente y sin tierra a la vista; 
sin orilla desde la que no se vislumbre la tormenta.

No hay ni una sola esperanza que te haga de faro.

‘’Sabes que ha llegado el momento. 
Me has usado en tus escritos. 
Me has escondido entre carpetas. 
Me has hecho letras, 
incluso te has acostado conmigo 
dando vueltas en tu destino. 
Me dijiste que esperara, que fuese paciente, 
y lo he sido. 
Ahora necesito el alimento que suponen tus recuerdos, 
de la misma forma que el político se alimenta de dinero.''

''Déjame que le piense una vez más.’’
Asintió.

Y allí estabas tú, 
en medio de aquella tregua 
que me había dado Olvido, 
con esa costumbre que tenía el cielo más bonito del mundo 
de amanecer en ti todos los domingos de Enero. 
La incertidumbre en las pecas de mi nariz
y la distancia en la suela de tus zapatos, 
con esa preocupación que suponen siempre los kilómetros 
que no te permiten saber si van a olvidarte o a echarte de menos.

Te recordé hecho calendario, 
cuando tu rutina me subía la falda de los días 
dejando al descubierto las ansias de mis piernas 
por volverte a conocer.

En un bar de carretera.
En un hostal sin estrellas.
En un striptease sin público.

Y tus mentiras, claro, 
porque es muy fácil que te mientan 
cuando lo que temes es la verdad; 
la verdad en otra cama, en otro escote, en otros labios.

Con ese arte que tenías para coleccionarlas.
Con ese don que tenía para creérmelas.

Tal vez sea el recordarte 
la forma de apartarme del camino que supone el olvido.

Abrí los ojos, con la certeza de que seguiría allí.

Ladeó la boca en un intento de sonrisa, 
y me robó, 
como roba el invierno las hojas a los árboles, 
casi por costumbre, 
los mil motivos que tenía para seguir a tu vera.

Que no hay nada que dure cien años 
si se pasea Olvido con sus caprichos hechos lunares 
y la tentación en el escote.

Y tiene buena memoria, 
así que cuando creas que le has despistado, 
recuerda que es compasivo, 
y que todo desvío es solo una tregua que ha decidido darte.

Quizás por eso escribo
porque es el único lugar que le tienen prohibido.

sábado, 2 de agosto de 2014

Los tiempos que corren.

No se si sabes los tiempos que corren, 
o lo que corren los tiempos
que se escapan de los relojes 
en los que con paciencia, 
tratamos de encerrarles.

Nos han robado la llave de los días 
y ahora resultan ser ellos quienes nos viven, 
y nosotros quienes nos dejamos vivir 
atrapados entre versos efímeros 
que resultan ser droga para aquellos 
que seguimos proclamando la importancia del espíritu.

Y mientras nos someten 
a este ir y venir de oportunidades suicidas 
disfrazadas de calendarios, 
la belleza nunca muere, 
aun aunque muera la vida apuñalada 
por las agujas del minutero que se nos coge a los dientes 
y nos arranca lo que antaño eran verdades, 
y ahora apenas alcanzan a ser mentiras, 
por ser algo.

A veces la belleza 
es un lugar que nos encharca las retinas, 
como se nos encharcan los pies 
cuando salimos aprisa y sin paraguas, 
en busca de un autobús al que nunca llegamos a tiempo.

Pero lo seguimos intentando, 
porque dejar de hacerlo es hacerse amiga 
de todas esas ocasiones que desfilaron frente a nosotros 
con la prisa que tiene un mezquino
en cobrarse una venganza.

Otras, nos eclipsa la belleza de una canción 
que se nos cuelga en el tímpano 
y se balancea con el soplo de un recuerdo, 
haciendo vibrar las costuras de las cientos de cicatrices 
que cosimos con esmero 
después del último tango que bailamos con la pena.
Que siempre nos pisa los zapatos 
con poca delicadeza.   

Y otras veces, las agujas se detienen 
como se detuvieron las pupilas de Garcilaso en Isabel, 
las de Neruda en Matilde 
o las de Machado en Guiomar, 
obligándoles con esa sutileza 
con la que obliga el amor, 
a no quitarles el lápiz de encima de por vida.

Es así, de ese modo, como te conocí. 
Con ese aire que confiere la belleza 
a unos tiempos de ruinas, 
atrapados en la caja tonta 
y olvidándonos de la torácica.

Como no iba a detenerse el Universo, 
como no iban a subir el telón que suponen tus párpados 
para hallar la poesía al fondo de tus ojos 
y ponérselo fácil a Bécquer, 
como no iban a temblar en el Olimpo 
si se les había descolgado tu silueta 
poniendo en entredicho su sistema de seguridad.

No se cuanta vida hay en un abrazo, 
o cuantos abrazos caben en la vida, 
ni siquiera se como suena un piano cuando nadie lo toca, 
o que se siente antes de un viaje sin fecha de regreso, 
pero me sobran las razones o los motivos, 
para decir que tus pasos suenan diferente 
cuando caminas hacia mi.

Mírame largo y tendido, 
como se mira un horizonte apuñalado de chimeneas 
que escupen verdades negras, 
y deja que mis ojos le quiten la ropa a tus kilómetros, 
haciendo de tu bragueta la cinta de salida y la de meta.

Y encontrarme, aun sin que me busques, 
aun sin buscarnos, 
de la misma forma que la brújula 
siempre apunta al Norte, 
pero nuestros veranos anhelan un poco de Sur, 
de esa manera en la que continuamente brillan 
las siete estrellas de la Osa Mayor 
entre coordenadas celestes
que envidian el incesante destello 
de todo lo que eres aun cuando crees no serlo.

No se si me explico, pero se que lo siento.

Has recolocado mis órganos vitales, 
recuperándolos de ese mercado negro 
en el que se intercambia el amor barato 
a cambio de unas cuantas historias a medias 
con las que protagonizar insomnios, 
tal vez con las que justificar borracheras.

Encontrarse en otras manos 
es lo más parecido a reinventarse, 
de la misma forma de la que Eva nació de Adam, 
pero sin barro de por medio, 
que yo he nacido de tus palabras, 
de tus versos, que soy el amor por tus formas,
tus delirios y tus miedos.
Puede que hasta tus manzanas, 
colocadas estratégicamente en cada uno de los verbos 
que solo pueden conjugarse en plural.

Muérdelas, y déjame hacer de veneno, 
dulce y placentero, 
hasta dormirte las circunstancias 
que te impiden hacerme beso.

Y de veras espero que me estés entendiendo.

Que hasta el pasado me resulta tierno 
a través de tus ojos, 
y me siento valiente en tierra de recuerdos; 
ya ves, todo lo que consigue la belleza de tu cuerpo, 
que me adormece las alarmas 
y descorcha las botellas que guardaba en el pecho 
para las celebraciones importantes.

Tengo fuegos artificiales en los pulmones 
y los lunares se me han vuelto serpentina.

Ahora, si me dejas arrancarte en un instante 
todos los planes que no conducen a un futuro bilateral, 
podré decirte con la seguridad que se tiene 
de que compromiso empieza por ‘’c’’ de ‘’cariño’
que te echo de menos aun cuando estás conmigo.

Que no hay suficientes cielos en el mundo 
para hacerte el amor, 
ni bastantes infiernos para follarte hasta decir basta; 
que me faltan vidas y muertes 
para todo lo que quiero besarte; 
que te vestiría solo por el mero placer 
que supone desnudarte.

No se si sabes los tiempos que corren 
o lo que corren los tiempos
que se recochinean en lo relativo de unas agujas 
que a veces parecen girar a la inversa 
y devolverte a ese instante que te empeñas en olvidar; 
y otras sin embargo, agradeces el retroceso 
a un momento en el que te devoraron unas pupilas 
con la rapidez de un lector frente a un libro interesante.

¿Me entiendes?

Que a veces un para siempre se hace interminable 
y otras, tan efímero que duele el paso de unos días 
que se te escapan entre los dedos 
con la prisa de un rumor 
y la agilidad de la malas lenguas.

Ya sabes que si con algo me quedo, 
es con la eternidad de un sentimiento 
cuando se hace deseo 
y con la valentía de unos dedos
para hacerlo verso.

Y contigo, claro, contigo siempre, 
de la misma forma que te quedas 
con un buen beso 
aun cuando ya no está la boca 
que le vio nacer.





A toro pasado.

Escribimos cuando todo ya ha ocurrido, 
a toro pasado, 
después de la tormenta, 
y eso nunca puede ser de valientes.

Déjame que te hable hoy 
con más sinceridad que nunca, 
ahora que se que tus kilómetros no van a alcanzarme 
y que probablemente, 
no escuchas lo que quiero decirte, 
aunque hable a voces.

Has sido el analgésico 
a todo cuanto duele del día a día, 
la morfina de recuerdos dañidos
y la adrenalina de todo cuanto creía adormecido.

No se muy bien quien ha sido el cobarde
o si alguna vez a lo largo de nuestra historia, 
hemos dejado de serlo. 
Yo nunca fui a por ti, 
y tú nunca me pediste que lo hiciera, 
y es ahora con el paso de los días, 
cuando me pesan los pies de tantas huidas.

Nadie puede saber lo que es realmente un fracaso, 
si no se ha dado de bruces con esperanzas, 
con metas, con sueños y planes.
Tantas veces, 
hasta romperse la nariz 
sin conseguir que se tambaleara 
el muro de todo lo que no éramos.

Otra chica va a enamorarse de ti, 
de tus gestos, de tus manías, y posiblemente la amarás, 
y dormirás abrazado a una fachada de felicidad 
que nadie te cuestionará, salvo yo. 
Pondré en entredicho no ya lo que sientas por ella, 
sino todo lo que le afirmas haber olvidado.
Que si quieres hacerme recuerdo, 
muy bien, lo entiendo, 
pero no esperes dormir abrazado a tu pasado 
cuando el presente se te antoje vacío, 
y el futuro demasiado lejano.

Olvidar no es una esperanza de vida
lo es más bien, de muerte.. 
Te adormece todo cuanto has sido 
y te anula los latidos que dedicaste a otro corazón.

Me han hecho falta todos tus golpes
 para descubrir que eres una caída constante, 
y que volver a subir a tu cima
no era más que acelerar otro declive.

A veces creemos 
que son los puntos y finales los que más duelen, 
pero nos equivocamos, 
no hay nada más doloroso que los puntos suspensivos 
sobre los que descansan dos corazones que se encuentran 
con la certeza de un final repetido que sabe a reminiscencia.

Me siento orgullosa de lo que fuimos, 
y no puedo arrepentirme de todas las veces que me quedé, 
aun con el final pisándome los talones. 

Puede que despedirse sea aceptar una derrota, 
pero a los que escribimos nos cobran un precio alto
y recordar se hace desayuno 
con el que afrontar a veces días cargados de añoranzas.

Te echo tanto de menos 
que me cuelgan de las pestañas anhelos.

A veces un sinfín de discusiones, 
de viajes sin destino, de océanos sin faros, 
de canciones sin voz, 
nos hacen enamorarnos de catástrofes con ojos bonitos
y aprendemos a caer y levantarnos cien veces
hasta que el suelo no parece un lugar tan horrible.

Has puesto en evidencia 
alguna de mis máximas preferidas, 
como que la distancia no la hacen los kilómetros, 
sino más bien las personas, 
o que, como decía Bukowski, 
tenemos que encontrar aquello que amamos 
y dejar que nos mate.

Le he hecho caso a ciegas
y ahora el corazón se viste de luto 
sin mi permiso.

Jamás voy a estar segura de que te hayas ido, 
de que todo haya terminado, 
y supongo que es eso
lo que te mantiene con vida entre mis escritos, 
al ritmo de un ‘’adiós’’ tan repentino
que no me deja ser partícipe 
de ningún otro comienzo.

Ya solo me queda el sabor que deja la intensidad 
cuando se hace eco, 
cuando las promesas rotas se descuelgan 
entre las quinientas noches de Sabina.

Te sigo sabiendo desde lejos, 
aun a pesar de todos tus kilómetros, 
te encierro entre latidos 
y te avivo entre mis versos. 



viernes, 1 de agosto de 2014

Personas de colores.

Sentía que sus años 
la estaban poniendo a prueba.
Como si el paso del tiempo 
revotase entre cuatro paredes 
que olían a bata blanca
y le estallasen en el rostro 
creándole un centenar de arrugas.

''Si supiese lo guapa que está, 
dejaría de tocarse el pelo 
tratando de colocarlo 
de esa forma imposible.''

Él la mira desde los pies de la cama
y se le escapan las esperanzas 
desde unos ojos que hace días 
se me antojan verdes.

¿Cuánto amor cabe en una sala de espera? 
¿Y en una espera sin sala?

A veces despertaba en mitad de la noche 
y la veía recostada al otro lado de la habitación, 
parecía que andase flotando en mitad de un océano, 
resguardada de los vientos del norte 
y amparada por todas las promesas de este sur que la adora.

‘’No me miréis’’ solía decirnos
y nosotros encontrábamos poesía 
en cada uno de los impulsos de su voz.

Estaba enferma, 
de la misma forma que enferma 
un día con sol. 
¿Y quién no lo está? 
Hemos enfermado de promesas rotas, 
de amores vacíos, de cartas que no llegan, 
de destinos perdidos en medio de frases sin sentido.
Ella estaba enferma, 
y sin embargo nada se me antojaba 
más sano que su sonrisa, 
enmarcada entre comisuras 
que guardaban belleza hecha risa.

No se cual es su destino, 
pero hoy le he dado una patada, 
y le he mandado a hacer puñetas: 
de tu vida me encargo yo.

Vamos a adormecer los temores 
con el primer toque de queda, 
apagaremos la luz de los silencios 
y haremos ruido, 
para que la esperanza pueda encontrarnos 
pronto y siempre.

Hay ojos que lo pintan todo de colores 
con una sola mirada, 
como si sus pupilas fuesen acuarelas 
y sus ganas de ser, pinceles en manos artistas; 
y yo me siento lienzo 
cuando estoy cerca de las arrugas 
que hablan de tiempos gloriosos, 
de su primer y único amor, 
de cada unas de las veces 
que ha puesto los pies en tierra firme 
después de llevar días perdida 
entre sueños imposibles.

A veces me quedaba a vivir en tu respiración, 
con la sensación de estar acunada 
en una duermevela blanca 
que habla del mañana, 
y siempre estás, 
te prometo que el mañana siempre me habla de ti, 
que se ha enamorado de tus ganas de vivir.

Vuelvo a observarle, 
él sigue mirándote, 
ahora sus ojos lloran, 
y puedo ver la sal desde aquí, 
curando heridas que parecen abiertas 
desde que sueles dormir demasiado.

Pero debajo de esta cama 
no hay monstruos, 
solo cientos de canciones, 
de libros, de lugares 
y personas que sienten latir el corazón 
cuando escuchan el tuyo.

A veces hay más vida 
en una mano inerte 
que en unos pies que corren.

A veces existen habitaciones grises 
que guardan a personas de colores.