miércoles, 16 de abril de 2014

Todas tus vertientes.

Que siempre te he echado de menos
en todas tus vertientes.
Te he adorado cuando has sido tiempo
cuando tu respiración sonaba a tic-tac
y me recordaba que estabas aquí.
Cuando tus manos
por los surcos de mi cuerpo se perdían
llenando de recuerdos mi memoria.
He amado cada vez que tu paso de los días
me ha recordado que nada es para siempre
y que te fuiste
como se va tu canción preferida
cuando se escapa por el reproductor la última nota;
y he estado aquí
cuando has decidido volver
a todos nuestros puntos y finales
para hablarme de la relatividad del tiempo.
Me gustabas en forma de cronómetro
contabilizando cada hábil despedida
y cada fiel reencuentro.
Y bueno, como reloj de arena
poniendo un granito a cada uno
de nuestros planes de futuro
hasta formar montañas que tarde o temprano
nos han dejado pasear por sus cimas.
Me he descolgado por tus agujas
por las del tiempo
y por aquella que tantos años
llevaba escondida en tu pajar.
Te he amado como el calendario
que me miraba nostálgico
cuando los días de lluvia no hacía más que desear
que andases por las casillas
de sus números y de sus meses.
Después, me he enamorado de ti
cuando has sido esperanza;
cuando cada mañana despertaba con la idea
de que ojalá hubieses venido a pasar la noche.
Cuando bebía capuchino
con la irremediable necesidad de hacerlo para dos.
Y es que, si las horas muertas
consumida por la ausencia
habrían acabado con cualquiera,
a mi sólo me servían para escribir
lo aburrido que era todo sin ti.
He adorado concentrarme
para tratar de visualizar
como tiene que quedarte un peta entre los labios
y una copa entre los dedos, y si, yo entre tus piernas.
Te he imaginado con tan poca ropa
que llegué a desear que en tu armario
sólo tuvieses un par de perchas vacías.
Después, te he amado cuando has sido debilidad
cuando todo me recordaba tanto a ti,
que para que cojones quería yo vivir
si no andabas por aquí.
Cuando todos los ojos y todas las bocas
me miraban inocentes y desconocidas
desde la barra de un bar
y al pasar las doce
como si mi hada madrina hubiese desecho
esa tonta idea de creer que podía besar otras ganas
y otras manos que no fuesen las tuyas
he vuelto a encontrarte entre montones de invitaciones
tan faltas de gracia como lo era yo en aquel momento.
Y he vuelto a casa, siempre sola.
Es que, al final, terminabas por ser esas ganas
de morderte tan fuerte
que el veneno llegase aprisa hasta tus venas
y quedases condenado a dedicarme todos tus insomnios.
Cada vez que después de una discusión
y de prometerme a mi misma que se acabó lo de seguirte
como el ciego sigue al perro
he caído rendida cuando el eco de tu risa ha rebotado
por todas las avenidas de mi apestada mente.
Y que enfermedad más maravillosa aquella que te sana
mientras acaba contigo, ¿no?
También te he adorado cuando has sido droga
esa adicción eterna que te anula
la sensación de haber tocado fondo.
Se me olvidaron los límites, las barreras, las fronteras...
Ahora todo pasaba a ser un  campo de batalla abierto
sin una sola trinchera donde parar a coger aire o balas.
O corrías o morías.
Y al principio no lo notas ¿sabes?
Pero cuando los kilómetros empiezan a ser unos cuantos
y el camino ya no es de asfalto
las piernas te flaquean y vienen las balas:
boom, la primera llega cargada de reproches;
boom, la segunda son errores,
boom, la tercera reencuentros...
Y así hasta que no queda ni una sola en el jodido revólver
y tú pareces un colador de momentos.
Llegas a casa destrozada y dolorida
pues después de una buena raya emocional
una siempre necesita descansar.
También te he querido cuando has sido error
fracaso o tropiezo.
Cuando no hemos sabido canalizar
todo aquello por lo que moríamos;
cuando hemos discutido hasta por las cosas
que pensábamos igual.
Te he amado cuando te has ido
mientras yo te arañaba la espalda
tratando de llegar a tu corazón desde atrás
y que difícil tarea
porque cuando alguien te da la espalda
sentimentalmente hablando
puedes gritar o patalear
o incluso como hice yo
tratar de amordazar a su corazón
que dará igual,
porque por primera vez y sin que sirva de precedente
tú no estás en su campo de visión;
eres la perspectiva de atrás y esa
es imposible visualizarla cuando te has empeñado
en caminar hacia delante.
He adorado pasar horas
anudando nuestras mil caídas e irónicamente
hacer con ellas un par de cuerdas
que nos mantuviesen unidos.
Da igual sí inestables, titubeantes o inseguros;
eso daba igual,
porque mientras las derrotas hablasen de ti
yo siempre estaba dispuesta a escuchar.
También, me he enamorado cuando has sido letras.
Cuando Bécquer me recitaba su poesía
después de haber infectado mis pulmones con hierba.
Cuando Cortázar, me confesaba que aquello de
"sólo nosotros sabemos estar distantemente juntos"
lo había escrito por ti y por mi.
Te he amado cuando ningún texto era bueno
si no hablaba de ti;
de tus manías y recovecos;
de que la parte más bonita de mi
se encontraba en los bajos de tu ombligo
y en el lado izquierdo de tu pecho.
Adoraba malgastar mi tiempo
jurándole a Zafón que Marina
debía de haberte conocido para ser capaz de afirmar
que "sólo recordaremos lo que nunca sucedió".
Y eh, Bukowski
que a mi también me ha matado todo aquello que amo
pero he salido mejor parada
porque después de morir
follar con él siempre ha sido una resurrección.
Y por último
¿sabes cuándo te he amado hasta sentir que el corazón
bombeaba adrenalina?
Cuando eras, cuando eres y cuando serás, amor
porque si hay alguna palabra que te defina, es amor, mi amor.
Y dentro de ella, es donde guardo las ganas más grandes
y sinceras de ti
de todo lo que te define, de todo lo que admiro
de todo lo que hemos vivido
y de todo lo que ya sólo puede ser posible contigo;
ya sabes, esta es la parte de las canciones más ñoñas y cursis
la parte de los finales felices, la parte en la que te conviertes
en todas las preguntas y todas las respuestas.
Aquí, eres oxígeno.

1 comentario:

  1. Me gustó mucho, me paseé por varias entradas y tienes un estilo interesantísimo. ¡Saludos enormes!

    ResponderEliminar