jueves, 31 de diciembre de 2015

Todas mis muertes.

Sonó a disparo 
que alcanza al pájaro adecuado.

Ni uno en la mano 
ni ciento volando.

Y tú y yo jugando 
a que follaríamos mil veces más.

Me dolía la espalda allí 
por donde ibas pasando tus manos 
y me derretías los lunares 
mientras te hacía promesas 
que dejaban de respirar 
antes de que las hubiésemos parido.

Sonó de nuevo, 
y se me calló la taza del café 
sobre la alfombra de color claro.

Parecía una mancha de sangre antigua, 
como si aquella habitación 
ya hubiese visionado mi cadáver, 
tendido, 
sin tiempo para ningún café más.

Escuché las galletas 
dando contra el fondo de la taza, 
suicidándose todos nuestros posibles desayunos;
salpicando sangre a nuestra ropa.

¿Nos la quitamos?
Nos la quitamos.

Que guapo estabas sin parecer muerto.

No te asustes, 
de las siete aun nos queda una.

¿Una vida o una muerte?

Y yo sabiendo que la malgastaríamos igual, 
pero que bien sienta saber 
que tienes una oportunidad más 
para hacerlo mal.

Estropearlo juntos 
nos hace sentir mucho más cerca del acierto, 
de hacerlo bien 
porque se nos están acabando los gatos 
y ya no hay fiestas en ningún tejado.

Mucho más cerca del acierto, 
sin embargo, 
fue siempre estar lejos de nosotros mismos.  

Sonó otro disparo 
y vibraron las ventanas 
como si cientos de avispas 
chocaran contra ellas.

Te vi caminar hacia ella 
y abrirla, 
y después sentí los aguijones bajando por mi garganta, 
mientras hacía un esfuerzo por tragarlos deprisa.

Me masajeabas el cuello 
hasta que la piel se volvía casi transparente 
y hundías tus dedos a través de ella, 
rebuscando algún órgano vital 
que siguiese respirando.

Escuchaba las avispas revolotear 
cada vez más y más fuerte.

Y se iban al siguiente disparo.

Recuerdo recoger mi ropa del suelo 
y salir de tu apartamento, 
mientras desnudabas a una chica morena 
que no tenía pecas, 
¿qué ibas a besarle todas las mañanas?.

En la calle de atrás, 
estábamos los dos, solos.

Sosteníamos un revolver 
mientras nos gritábamos sin ni siquiera abrir la boca.

Miré hacia la ventana de tu habitación, 
la chica morena me saluda, 
y por un instante siento compasión, 
aunque no se si de ella o de mi misma.

Alguien ha encendido la radio: 
¿bailamos?.

Nos clavamos las almas, 
sin piedad.

Se escucha un último disparo 
y me duele el pecho.

Aflojas el gatillo y me susurras:

‘Tus vidas con quien quieras,
tus muertes solo conmigo.’’




2 comentarios:

  1. colosal, como nos tienes acostumbrados,
    ...tus muertrs sólo conmigo.

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