sábado, 18 de junio de 2016

No me dejan decirlo, pero te echo muchísimo de menos.

Siempre hay un punto en el que el retrovisor de tu coche no te enseña lo que llevas a la espalda; y un espejo que refleja todo lo que no tienes; y unos zapatos que te están pequeños aunque sean un par de números más grandes; vaqueros viejos que compraste ayer y jarrones en los que dejas paraguas mojados. 

Y así sucesivamente.

Cosas que sin tener porque, pasan. Y otras que aunque deseamos con todas las fuerzas que Paulo Coelho nos exige, no van a pasar jamás. Y jamás es siempre. Siempre vas a querer que suceda eso que jamás pasará.

Y te muerdes las uñas. Y te impones toques de queda emocionales que te empujan a ceniceros llenos del cigarro de después. Pero el después del después, siempre es agotador. ¿Alguna vez has cenado sin hambre? Pero cenas.

Pues respira aunque pique.

Se un humano muy muerto que se mueve poco y que padece artritis; pero respira, porque rendirse siempre es una opción pero mejor aguanta. Hasta que duela tanto que la poesía vuelva a tener sentido.

Dicen que aceptamos el amor que creemos merecer, del tipo que sea. Pero no dicen nada de aceptar que no merezcamos amor. Ni de imposibles. Y si la cantidad de imposibilidad pesa más que la cantidad de amor, ¿qué merecemos entonces? Y no digas compasión. Aunque lo pienses. No digas compasión porque eso no arranca la ropa y en Agosto siempre sobra. Se práctico, que con la teoría nadie sabe si ese culo necesita una treinta y ocho.

Y tampoco digas que estabilidad, no me seas aburrido. Ni romanticismo, no me seas cursi.

Se algo mejor de lo que espero que seas y así jugamos a que estar juntos nos hace ser mejores personas.

Me ha picado un mosquito encima de tu cicatriz y de tanto rascar creo que se ha vuelto a abrir; he asomado la cabeza entera y te he visto.

Te echo muchísimo de menos pero no me dejan decirlo. 

Y tienes que quedarte ahí y soplar desde dentro para que vuelva a cerrarse. A veces no sé si eres tú quien me lo pone difícil o soy yo quien lo hace. Hay algo en mí que siempre atenta contra cualquier vestigio de estabilidad sentimental, creo que para acordarme un poco de ti. 

He visitado tu parque de atracciones y hay otra chica que disfruta de tu bipolaridad. Vaya lata. Yo por mi parte estoy intentando cogerle cariño al gato de mi tejado que me mira insistiendo en que le quedan más vidas que a mí. 

¿Has muerto alguna vez por algo importante? Y tu patria no cuenta, a no ser que llevase las bragas de un color y el sujetador de otro, porque en ese caso tu patria debe de ser muy divertida, y entonces siempre cuenta. Hemos muerto tantas veces que el día que lleguemos a la tumba alguien va a chivarse de que ya hemos estado aquí. 

Pero nadie nos va a acusar de mentirosos, porque esta vez hemos muerto de verdad; y me gustaría decir que peleamos hasta el final, pero lo cierto es que no lo sé. 

Estoy intentado estar mejor sin ti, pero no es tarea fácil. 

Después de tanto ruido entre las sábanas, la cama me resulta demasiado dócil, ya no hay bestias que adormecer encima de mi pecho; y aunque no amontono lágrimas -al menos no siempre- lo cierto es que esa sensación de domingo de llovizna, pulula por toda la casa. 

Hay quienes me ayudan a disimular esta tristeza con ejércitos de citas, conciertos y viajes; con el dulce reencuentro de quejarse en compañía; y aunque aún fantaseo con tu recuerdo, lo cierto es que vas perdiendo electricidad a cambio de vida. 

Aún así, no hay un solo rincón en el mundo que no habites y eso que yo ya no te llevo a todas partes. 

Me gusta imaginar que te fuiste queriéndome tanto, que todavía dudas de tus intenciones. Que algunas noches te preguntas sobre decisiones acertadas. Me gusta pensar que te fuiste queriéndome porque si tenías que esperar a dejar de hacerlo, aun hoy seguirías aquí. Y prefiero no saber si me lo invento, déjame abandonarme a la evidencia de que hay lugares que no se vuelven a habitar. 

Si alguna vez quieres probar a volverme a conocer, esta vez podríamos hacerlo bien. Pero si no llega, vamos a dejar que nuestros huesos olviden los besos que calan la piel. Y no te asustes si el fuego nunca termina de apagarse, ya sabes lo que dicen de las cenizas. Y ahora mírate al espejo y lámete la herida, que nadie note que te duelo con la intensidad de no dejarte querer demasiado. 

Aprende sin mí lo que es amar a medias, y guárdame la exclusividad de lo mezquino, tóxico y posesivo. Decías que nunca habías sido así con otras, y yo, que todo lo que dices lo guardo como una reliquia, me sentí especial entre tanta miseria sentimental. 

Si el amor es proporcional al olvido, tengo mucho miedo. 
Y un problema. 

Me esfuerzo por recordarme que han merecido la pena todos los pasos que me han llevado hasta aquí; y que no quiero deshacerlos. Que me gusta haber compartido contigo el asfalto frío de todas las ciudades que nos dieron cobijo; y aunque todo eso sigue allí, ya no me resulta poético follar por sus calles ni gritar nombres desde ningún puente. Los fantasmas de tu recuerdo andaban por allí y te juro que no les tenía miedo. 

El mundo sin ti me parece más sencillo, las cosas están donde deben de estar y nadie planea como derruir tanto muro de Berlín; pero es tan aburrido. 

Ya sabes que no me dejan decirlo, pero te echo muchísimo de menos



                                           

3 comentarios:

  1. Ok, es inevitable, tus escritos me remueven las entrañas.

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  2. Archivamos recuerdos y momentos que nos hicieron felices... tal vez es eso lo que echamos de menos, lo que nos hizo sentir.

    Me gustó leerte.

    Mil besitos, preciosa.

    Hay que decir lo que se siente... si no se queda como espina y duele en cada suspiro.

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