domingo, 6 de abril de 2014

Las luces de París.

No puedo ni siquiera
echarte de menos como me gustaría.
Ha pasado tanto tiempo
desde que decidiste dejar de relacionar
el buen sexo con la encimera de mi cocina
que no consigo ya recordar
en que minuto me arrancabas el orgasmo.

¿Cuántos timbres dejaba
sonar mi teléfono antes de descolgar?
¿Cuántas palabras necesitábamos
para empezar a no necesitar ninguna?

Y mi memoria no es más que un lago
con agua tan insípida, incolora e inodora
como lo somos tú y yo
cuando nuestros kilómetros
se acuestan con otra distancia
que no es la nuestra.

Podría escribir cuanto te echo de menos
confesarte que tus ojos siguen clavados
en mi nuca
y que he vuelto al tabaco
porque estaba hasta los cojones
de fumarme encima.

Hasta podría contarte
cuantas espaldas he arañado
pensando en tu piel.

Pero no lo haré
porque todo eso
sería ponerme demasiado en evidencia.
Un cartel luminoso en las bragas
reconociendo que del obligo para abajo
te añoro aún más, si cabe.

En lugar de eso
me he comprado un calendario nuevo.
Sin cruces, sin viajes previstos
sin planes de futuro.
Y te prometo que es la primera vez
que he conseguido percatarme
de la inmensidad del tiempo
con lo corto y pasajero que me parecía
cuando quería compartirlo contigo
y con tus miles de lunares.
Ahora me parece un precipicio
y las agujas del reloj
me apuñalan por la espalda
mientras nuestros besos reviven
en segundos distintos
y ya no se hallan nuestras bocas.
Una putada disfrazada de desamor.

Dicho así, suena hasta poético.
Y es que yo nunca he negado
que recién levantado
tuvieses un aire de poesía francesa;
de aquella que una bibliotecaria tímida
lee en sus momentos más íntimos.
Pero hacer verso a alguien
no siempre es recomendable
sobre todo si ya no queda nada.
Como si tu gramática
se proclamase en huelga
cuando quieres follártela
en otros recuerdos que no son con él;
en otra realidad que no le representa.
En otra versión de ti misma
que como todas las demás
no puede escapar de las historias a medias.
Entonces estás tan perdido
como cuando te lo tiras con calcetines
y te sigue pareciendo infinitamente sexy.
Así, del mismo modo.

Creo que es ahí
cuando empiezan a sobrarte
todos los domingos
y todas las canciones tristes.
En ese punto
ya no están encendidas
ni las luces de París.












1 comentario:

  1. Creo que habrás sufrido mucho el desamor y aún así tienes la habilidad de conjugar todo, el dolor, el enojo y la tristeza, para hacer algo así sin dejar de ser algo bello. Sé que lo que sientes, o lo que sentías porque que esto es del año pasado, no es nada lindo.

    En el teatro, las tragedias no son bellas para sus protagonistas pero sí para el espectador, no porque exista cierto morbo, sino porque están hechas de tal manera que a pesar del final no será bonito toca el alma de manera especial y queda en la mente.

    Bueno, a mí porque me gusta la tragedia, a otros no, je, je, je. Perdón si me voy por las ramas. Puede que sea por culpa de tus letras, aunque no te lo estoy reprochando.

    En fin, un buen poema como siempre. Ya sabes, a medida que voy comentando voy compartiendo tus entradas porque todos deberían conocerte ;-)

    Te deseo un gran fin de semana. ¡Saludos!

    ResponderEliminar