sábado, 24 de octubre de 2015

Todas nuestras formas.

He ido recogiendo todas las migas de pan 
que he encontrado en el camino; 
me he rellenado el corazón con ellas, 
y he sacado uno a uno todos los momentos 
en los que mirándome a los ojos, 
supiste mentirme con tanta elegancia.

Nosotros, 
que nos hemos querido 
mientras el mundo jugaba a odiarse con tanta rabia, 
que empezamos a usar las fronteras 
como armas arrojadizas; 
que nos hemos odiado más 
de lo que se han querido todos aquellos 
que no saben lo que es saltar desde la quinta planta 
porque abajo, él tiene los brazos extendidos 
y parece un aeropuerto.

Y sentirse avión, 
por un momento.

Nos hemos amado mas 
de lo que aparece en los libros de poesía 
y nos hemos detestado con tantas ganas, 
que no nos quedan vajillas.

Pero podemos comernos, 
y no me importa que lo hagas con las manos.

Nosotros, 
nos hemos querido tan mal, 
que parece que buscamos la manera 
de que doliera eternamente, 
y tan bien que, vete tú a saber 
si algún día podré volver a escuchar a Sabina.

Me has robado la música, 
los libros, 
lugares 
y películas, 
y el mundo sigue empujándome 
a vivir como si nada.

Nos hemos querido con enfados, 
con riñas, 
con ganas de mandarlo todo al traste; 
alejándonos de nosotros mismos, 
evitando espejos que pudiesen decirnos la verdad a voces.

Y hemos vuelto, 
claro, 
atraídos, 
casi en llamas; 
y nos hemos jurado que no nos importaba quemarnos 
mientras nos arrancábamos la piel a tiras, 
arrasando con los rastros de otras salivas.

Nosotros que hemos sido distancia 
contabilizada en intensidades, 
mientras todos los relojes giraban sus agujas ensangrentadas 
de la última vez que acabamos con la historia.

Como animales también, 
con las piernas abiertas en forma de bucle, 
de final repetido, 
de esperanza manoseada.

Y como desconocidos; 
jugando a no importarnos, 
a haber olvidado tu desayuno preferido 
y la hora de tus fantasmas; 
como si no recordase todas tus sudaderas 
y el póster de tu habitación.

Nos hemos querido tanto tantas veces; 
acallando teorías 
que nosotros mismos habíamos creado 
para autoconvencernos de que dejarnos ir 
era la única opción, 
y las hemos apuñalado 
como un amigo apuñala a otro, 
por la espalda.

Y nos hemos querido tan poco otras veces, 
que nos esforzábamos por ser personas distintas 
que no se dolían por separado.

Pero cuando se tienen los órganos vitales conectados, 
volver es la única salida.

Volver hasta que sangren las heridas, 
metiendo los dedos en la llaga, 
hundiendo cigarrillos en las cicatrices.

Volver sin piedad.

Porque la piedad es un absurdo 
cuando hemos resucitado varias veces 
de nuestra propia muerte sentimental.


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