martes, 13 de octubre de 2015

Y entonces lloro, porque se cura.

Yo siempre he sido de perder 
hasta que perdiendo gané contigo.

Y se que no tiene mucho sentido. 
Pero perder algo repetidas veces 
de alguna forma incansable 
lo hace tuyo.

Ya no se muy bien en que creo. 
Si el amor eterno existe 
o si es más bien el declive 
lo que conseguimos repetir hasta la saciedad.

Si un amor estable puede perdurar 
más allá incluso de una lista de posibilidades 
que se presenta cerrada, 
o si son los amores intermitentes 
los que consiguen hacerse hueco 
entre bragas y borracheras 
para romper con ideales de película.

Igual todo lo que te trajo hasta a mi 
ha sido una secuencia cinematográfica 
con un guion que nos recuerda a los suburbios 
de una ciudad que rara vez duerme.

Porque dormir es solo retrasar la evidencia 
de que tú y yo despiertos nos rompemos tantas veces 
como aguante el cuerpo.

Ya no se a que bando pertenezco, 
si me declaro nacionalista 
de una patria que me vomita repetidamente 
hasta lugares a los que no quiero volver, 
o anarquista en contra de protocolos exhaustivos 
que no te dejan alzar la risa.

Pero se que andamos en guerra. 
Y prefiero eso a una paz que no te traiga de vuelta.

Somos rebelión, 
revolución 
y bandera. 

Y si una noche nos acostamos 
sin cargar el revólver, 
habremos dejado de tenernos miedo.

Y no se si creo en el infierno, 
en el cielo, 
o en todo lo que se queda en medio. 
Pero lo primero me recuerda a unas piernas abiertas 
que nunca son las mías; 
y lo segundo, 
a tu saliva esparramándose por mi piel 
hasta borrar cualquier intento de sobrevivirte.

No busco que me hagas promesas. 
Ni que jures haber enterrado a todas tus distracciones 
en las profundidades del jardín del vecino de al lado. 
Ni siquiera necesito aparecer en tu epitafio 
ni que tú escribas en el mío que siempre me recordarás.

De nada me sirven todas tus muertes 
si no eres capaz de quedarte una puta vida.

Solo necesito una de las siete. 
Las restantes dejo que las malgastes 
entre callejones sin salida, 
asegurándoles que hace mucho que no te corres 
pensando en mi capacidad para llevarte la contraria.

De un polvo con una a un polvo conmigo 
solo hay una copa de distancia 
y un mensaje ilegible. 
De irte a que te quedes, 
solo hay una canción adecuada 
cualquier tarde de domingo.

Hace tres días que me colé en tu casa 
y te resintonicé la radio. 
Ahora vas a culpar al destino 
que siempre te trae hasta a mi, 
mientras yo me callo como una puta barata 
que oculta que tiene tres tallas menos de sujetador.

Les he llorado a todos mis esfuerzos 
por mantenerte atado a una mesa 
en la que ya no se cena en familia; 
todos los platos se enfrían 
y ya no tengo calor ni entre las piernas.

Pero el puto corazón sigue palpitando 
y tú te ríes. 
Te ríes tan fuerte 
que ya no lo escucho bombardearme el organismo 
a golpe de pólvora.

Ha debido de pararse. 
Y me lluevo encima.

Alguien me toca el pelo 
mientras me susurra suave, 
como quien limpia una lámina de cristal 
con miedo a que se haga añicos, 
que si lloro, se está curando.

Que si lloro se está curando.

Curando.
Curando.
Curando.

Y entonces lloro, 
porque se cura.



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